Álbum

The New Raemon & McEnroe

Nuevos bosquesCielos Estrellados, 2024

Cuando publicaron su primer álbum conjunto, “Lluvia y truenos” (2016), Ramón Rodríguez y Ricardo Lezón ya decían que la experiencia había sido tan grata que, sin duda, repetirían. Han tardado ocho años, pero no creo que a nadie sorprenda el tiempo transcurrido, si tenemos en cuenta las prolíficas trayectorias de ambos –en solitario y con otros– y su amor por cocinar sus discos a fuego lento.

Al igual que en aquella primera entrega, The New Raemon & McEnroe se transmutan en una especie de banda con dos voces. Los músicos, imprescindibles en el resultado final, son, en este caso, Leia Rodríguez (bajo), Ricky Lavado (batería), David Cordero (drones y programaciones) y Marc Clos (que toca de todo), con Rodríguez y Lezón a las guitarras y alternándose (el primero en los temas impares, el segundo en los pares, con alguna excepción) a la voz principal. El cambio sustancial reside en que Rodríguez esta vez no escribe. Todos los textos son de Lezón, algunos de ellos extraídos de los poemarios que ha ido entregando a lo largo de los últimos años. El también líder de Madee –en un ejercicio muy similar al que ha hecho en los últimos trabajos de esa banda, basados en textos de Mark Swanson– ha llevado esta vez las riendas musicales, apoyado en este elenco de instrumentistas de su plena confianza (con David Cordero y Marc Clos, sin ir más lejos, ha tenido su propio proyecto paralelo y, para quien no lo sepa, Leia Rodríguez –también en Mourn y Leia Destruye– es su hija).

La banda entrega 13 canciones en su versión digital (16 en las ediciones físicas en LP y CD) con un tono bastante unitario y una filosofía creativa muy clara. Diría que, de forma bastante notoria, el estilo de McEnroe ha ido influyendo a The New Raemon en los últimos años, hasta el punto de que las canciones de ambos podrían ya confundirse fácilmente. No es un demérito, sino una evolución positiva en ambos, pues han sabido labrarse un territorio creativo propio, lejos de todos los mundanales ruidos que nos podamos imaginar, y se les nota plenos, satisfechos en esa calma adquirida.

Disculpen si me pongo un poco cursi, pero lo cierto es que, al escuchar cada una de sus canciones, uno se imagina a sus autores paseando por los caminos, reflexionando sobre su momento existencial mientras contemplan la naturaleza, recluyéndose a leer o amar en una casa de campo al fuego de la chimenea o buscando a algún amigo con quien compartir unos vinos en la taberna. Es música de mediana edad, cuya poesía crece con la calma, y que, al igual que sugiere la fotografía de portada, hace crecer árboles sobre ruinas emocionales del pasado, se reconforta y recrea con las pequeñas cosas conseguidas. Exorciza los fantasmas de las viejas relaciones y celebra los fulgores de las nuevas. En este último sentido, la idea del bienestar en pareja de “Viernes noche” nos sitúa en un lugar diferente del que el título podría hacer pensar, ya que se aleja del cliché de “es fin de semana, nena, vamos a salir a bailar”. A cambio, en ella, Rodríguez comienza cantando: “Nuestro refugio es la belleza”.

El homenaje a Tom Waits en “Café en Pomona” es uno de los pocos momentos que se antojan fantasiosos en un disco que parece encontrar su verdad en la honestidad autobiográfica. Una verdad que se busca más, por cierto, en cierta sensación de autocuidado que en el rollo cortavenas más facilón. No obstante, hay zozobra emocional intensa en temas como “Tinieblas” (“Ya no te necesito / Antes vivía muerto / ahora muero vivo”) o “Triste como un muro” (“Si me ves triste / es porque llega la alegría”). Me gusta la idea del tiempo que colapsa en “Todos los días son ayer”, y uno fantasea con imaginarse que, en directo, fusionasen “Banderas rojas” con una versión de “Forest Fire”, de Lloyd Cole & The Commotions, y el corte extra “No le pido mucho a la vida hoy” con “No pido mucho”, de Veneno. Y luego está la que mejor funciona como declaración de intenciones (sui géneris), “El saltillo”, donde se reivindica lo pequeño y lo más pequeño hasta tener como destino la nada. Y en esa nada, creo yo, está el todo. ∎

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