Álbum

Wild Nothing

HoldCaptured Tracks-Popstock!, 2023

No es un secreto que John Alexander Tatum es muy fan de los ochenta. No es el único: la oferta es tan apabullante estos días que hay sitio para todo el mundo. Pero a Wild Nothing no le sirve cualquier cosa. Tatum admira a Prefab Sprout, su pop elegante y emocional, inconformista y rico en arreglos de sofisticadas querencias jazzísticas. La instrumental “Presidio” suena a un Paddy McAloon despertándose de la hibernación creativa que lo atenaza –¡vuelve, Paddy!–. Pero no, es Wild Nothing haciendo nuevo lo viejo, triunfando con brillo y naturalidad, sin trampa ni cartón. “Basement El Dorado” contiene crítica social y suena a The Associates. El himno “Dial Tone” se acerca a Trembling Blue Stars y “Alex” se aleja hasta My Bloody Valentine. El piano en staccato de “Histrion” te hace pensar en algo de finales de los setenta que entonces aborrecías y ahora añoras como a un viejo amigo de facciones borrosas. “Prima” emplea los arpegios sintetizados del primer Ryuichi Sakamoto y las guitarras de Bill Nelson para Sylvian con algo incluso de U2.

John Tatum ha revuelto las piezas del Exin Castillos –ese que nunca tuvo: es demasiado joven– para construir el hogar soñado en lugar de levantar almenas, murallas y la torre del homenaje. Si el dream pop bebe de los años noventa, Wild Nothing retrocede aún más, despojado del ropaje gótico, como un yanqui en la corte del rey Arturo paseando junto a Kate Bush y The Blue Nile por el foso de los cocodrilos. Decir que es una banda de homenaje sería desmerecerlos. Sus canciones tienen esa hechura clásica, pero su mimetismo no es una simple copia. “Suburban Solutions” va sobre el consumismo en una ciudad pequeña –procedente de Los Ángeles, John vive ahora con su familia en la tranquila Richmond–. Su synthpop vintage la sitúa entre Italians Do It Better y, de nuevo, Prefab Sprout. Su extraña melodía te atrapa y se te escapa entre las manos. No es fácil decidir si es lo suficientemente buena o si tiene lo necesario para que perdure.

El rostro distorsionado de Tatum en la portada de “Hold” puede significar que ya no es la misma persona después de la pandemia, la mudanza a Virginia, su paternidad, las dificultades maritales o sus producciones para Japanese Breakfast –“Jubilee” (2021)– o Molly Burch –“Daydreamer” (2023)–, quien, por cierto, canta en “Suburnan Solutions”. Su quinto álbum, casi enteramente producido por él mismo, suena diferente a los anteriores, todo resulta más fluido, menos indie. Comienza con “Headlights On” cuestionando su ego anterior –I don’t know how to be subtle with all the things I hate about myself–, y suena tan ochenta, con un paso en el house operístico de la década siguiente, que asombra. Pero Tatum ha sabido llevar toda esa vulnerabilidad y obsesiones a su propio terreno. Allí ha levantado su mejor disco, el más fresco, desacomplejado y maduro de su carrera. De esos que casi crecen sin querer. ∎

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