En 1985: época “Bad Moon Rising”. Foto: Catherine Ceresole
En 1985: época “Bad Moon Rising”. Foto: Catherine Ceresole

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Thurston Moore

Firme en los márgenes

22.07.2025

Al frente de Sonic Youth, junto a sus compañeros Kim Gordon, Steve Shelley y Lee Ranaldo, Thurston Moore edificó una de las instituciones musicales más respetadas de la escena alternativa estadounidense durante sus treinta años de andadura. Con el libro de memorias “Sonic Life” levanta acta de parte de esa historia, pero también de su arco como músico y de ese relato previo como fan irredento de las bandas que lo guiaron hasta llegar a convertirse en uno de los grandes guitarristas de su generación.

T

enía que haber sido un encuentro presencial hasta que una doble cancelación de vuelos impidió al protagonista de este texto desplazarse a Barcelona. Reprogramada en el espacio virtual, Thurston Moore (Coral Gables, 1958) aparece en pantalla con su inseparable flequillo y ese ademán de rockero despreocupado y jovial, con el entusiasmo y la curiosidad inalteradas.

Por suerte quedaron atrás esos días en que el músico se dedicaba a avasallar con preguntas a periodistas con tal de recortar el tiempo de la entrevista. Ahora es más bien al contrario, la escritura de sus memorias “Sonic Life” (“Sonic Life. A Memoir”, 2023; Contra, 2025; traducción de Íñigo García Ureta) ha activado sinapsis dulces y la entrevista sobrepasa los 30 minutos. Tiempo que transcurre charlando de sus filias musicales, los años del punk, la no wave neoyorquina y el halo transformador en un joven a quien se le abría de par en par una nueva dimensión sónica.

Hay espacio también para Sonic Youth, su fraternidad con músicos de primer orden –desde Lydia Lunch a Michael Gira o Kurt Cobain– y hasta de sus sueños de una jubilación dorada en la Costa Brava. Una conversación cordial, apasionante y generosa, la que ofreció un tipo satisfecho con haberse mantenido firme en los márgenes, sin el afán del éxito masivo, y contrariado con las posturas rockstar.

Thurston Moore, en 1976, con “Metal Machine Music” (1975), de Lou Reed.
Thurston Moore, en 1976, con “Metal Machine Music” (1975), de Lou Reed.


Leyendo tus memorias pude realmente conectar con esa sensación embriagadora que se apodera de ti cuando llegas a Nueva York y descubres una puerta a un mundo nuevo y vibrante, en tu caso articulado a través de la escena punk. Nueva York tiene esa energía única. Viví allí durante los últimos coletazos de otra escena, alrededor de 2009. Leyendo los primeros capítulos de “Sonic Life” me transportó a esos instantes. La música y la literatura tienen ese poder catalizador, ¿no crees?

Siempre he estado atraído por la música porque tiene ese poder místico que afecta a tus deseos y emociones. Especialmente cuando uno es joven, cuando te encuentras en tu adolescencia. Esos primeros encuentros con la música son los que te definen y configuran tu paleta emocional. Siempre estuve muy intrigado por esas otras voces en la música que no eran tan típicas, que no pertenecían a ese mainstream definido por la radio o la televisión. Y cuando veía fotos de Captain Beefheart o Iggy Pop en los setenta, despertaron toda mi curiosidad. Por entonces no podías escucharlos, no había internet. No quedaba otra que ir a la tienda de discos, pero los álbumes de estos artistas no estaban ahí, eran marginales. Y por accidente encontré el primer disco de The Velvet Underground en una tienda. Debería ser 1975. Al instante supe que aquello era completamente subversivo. Definitivamente no era James Taylor con su perro en un bote, ni los Allman Brothers con sus melenas largas y chaquetas con flecos. No, era tan solo un plátano. Luego, al llevar el disco a mi casa, me di cuenta de que no se parecía a nada que hubiese escuchado antes. Fue algo muy chocante. Pero supe de inmediato que había algo en ello que quería investigar más y de lo que quería formar parte. Así que ese primer disco de The Velvet Underground fue realmente importante. Y luego, escuchar por primera vez discos de The Stooges. El único lugar donde podías encontrarlos era en las cajas de saldos de las tiendas de discos, si es que los encontrabas. Había muchos otros discos así, que estaban rebajados y con los que las discográficas no sabían qué hacer. La mayoría eran horribles pero también había auténticas joyas. Como los de los Stooges o CAN. Había ese álbum de CAN que en lugar de un plátano aparecía una lata (se refiere a “Ege Bamyasi”, de 1972). Nadie lo compraba jamás. Simplemente se quedaba ahí, en la caja, como algo abandonado, como una especie de rareza tirada a la basura. Y al final terminé comprándolo porque costaba como 50 centavos o así. Y resultó ser uno de los discos más alucinantes que he escuchado nunca. Pronto la gente como Johnny Rotten empezaría a reivindicarlos, pero en ese momento estaba yo solo. De eso es de lo que quería escribir en el libro. Sobre esos elementos marginales y sobre cómo de alguna forma influyen en alguien, ya desde joven, y cómo eso puede definir gran parte de su devoción en adelante.

Quería detallar esas dos cosas. Una era: cómo me convierto en parte de esta cultura que escucho en ese mundo subterráneo de The Velvet Underground, CAN y The Stooges. Y luego ver ese levantamiento a partir de 1976 con Patti Smith, Talking Heads, Sex Pistols y The Clash. Y darme cuenta de que es gente de mi edad hablando de CAN y The Stooges, formando bandas. Para mí eso era… increíble. Leer una entrevista con los Ramones donde decían: “Nos encontramos en Forest Hills, Queens, porque a todos nos gustaban los Stooges como a nadie más”. O sea, por supuesto que a nadie más en su escuela le gustaban los Stooges. Pero a ellos sí. Y se encontraron entre ellos y formaron esa banda llamada los Ramones. Era como, bueno, no conocía a nadie con quien pudiera identificarme hasta que topé con un chico llamado Harold en la secundaria. Y hablo de Harold en el libro. Y todas esas cosas fueron muy fortuitas. Fue como, OK, vamos a Nueva York, entro en una tienda de discos y conozco a alguien que nota que estoy buscando discos de The Velvet Underground, intercambiamos teléfonos, tocamos música… todo va ocurriendo de forma encadenada, sin ningún plan maestro. Hasta que llegas al punto en que realmente te mudas a Nueva York, conoces a alguien como Lee Ranaldo, luego a Kim Gordon y, ya sabes, os juntáis y creáis este grupo dentro de un entorno que es como una microcomunidad en el downtown neoyorquino, pero en la que todos compartimos el mismo tipo de interés por el arte, la música, la literatura. Quería escribir sobre eso.


“Siempre he estado atraído por la música porque tiene ese poder místico que afecta a tus deseos y emociones. Especialmente cuando uno es joven, cuando te encuentras en tu adolescencia. Esos primeros encuentros con la música son los que te definen y configuran tu paleta emocional”



Y lo lograste, porque tu libro es muy ambicioso. Funciona no solo como unas memorias personales y sobre la trayectoria de Sonic Youth, sino también como la crónica de la música alternativa en los Estados Unidos, así como de la efervescencia artística del Nueva York de los setenta y ochenta. En ese sentido, me recordó a la lectura de “Nos vemos en el baño” de Lizzy Goodman, y a “Ciudad en llamas” (2015) de Garth Risk Hallberg, que, aunque sea en clave de ficción, captura también la esencia musical de ese Nueva York irrepetible que te sacudió.

No he leído “Ciudad en llamas”. Conozco el libro. Debería leerlo. Para mí la única condición de escribir es hacerlo sobre lo que conoces. Y fue simplemente eso. A lo que añadiría: debes escribir sobre lo que amas. Y buscaba que el libro fuese eso, una carta de amor a la música y a la ciudad de ese tiempo. Aunque en retrospectiva no sé si la amaba cuando vivía ahí a finales de los años setenta, principios de los ochenta. No era una situación fácil estar sin blanca, pero Nueva York te permitía eso porque no se necesitaba mucho dinero para vivir. Era una urbe en bancarrota. Por entonces mi preocupación consistía en encontrar un trabajo como vendedor de fruta en la esquina, o algo que me permitiese comprarme una hamburguesa. Y eso fue una constante. La mayor ambición con Sonic Youth era ser autosuficientes y poder dejar nuestros curros del día a día. Algo que no logramos hasta 1990, cuando ya llevábamos diez años con la banda. Pero nunca ambicionamos la fama, ser estrellas del rock ricas, que en realidad nunca lo fuimos. Nos convertimos en algo famosos, nunca en estrellas de rock forradas. No tuvimos un disco de oro. Sonic Youth es como Motörhead. Probablemente haya más gente con la camiseta de Sonic Youth que con un disco nuestro. Si bien es cierto que nuestra música es algo difícil. Algo que mantuvimos hasta el final, explorando distintos sistemas de afinación, cómo se podrían estructurar las canciones y ese tipo de cosas. En cierto modo, llegamos a una conclusión bastante sólida. Pero la idea siempre fue ser algo en evolución, en constante movimiento. Así que, bueno, supongo que podríamos haber seguido existiendo para siempre. Pero los cambios ocurren. Y como pasa con tantas cosas que cuento en el libro, las cosas simplemente suceden. Lo que realmente me interesaba era escribir sobre cómo Sonic Youth se fue formando, más que sobre el negocio de estar en Sonic Youth durante los noventa y los dos mil. Porque en cuanto llegamos a esa etapa de aceptación crítica, cuando la música alternativa empieza a reconocerse dentro de la industria particularmente gracias al éxito de una banda como Nirvana, en ese punto, para mí, todo se volvió un poco aburrido. Y escribir sobre eso, sobre hacer un disco, ir de gira, hacer otro disco… ya no había verdaderas epifanías. Claro que hubo buenos momentos, muchas aventuras, te cruzas con gente famosa… Pero no quería escribir sobre eso. Me parecía aburrido.

Jim Sclavunos, Lee Ranaldo, Moore y Kim Gordon: Sonic Youth, en 1983, en Danceteria (Nueva York). Foto: Catherine Ceresole
Jim Sclavunos, Lee Ranaldo, Moore y Kim Gordon: Sonic Youth, en 1983, en Danceteria (Nueva York). Foto: Catherine Ceresole


Hablando de epifanías, mencionas muchas en el libro, especialmente en los primeros capítulos. ¿Cuál dirías que fue el momento en que decidiste que querías ser músico? ¿O el momento en que esa semilla se plantó en ti?

Buena pregunta (duda un instante)... Podría decir que fue cuando era muy joven y vi por primera vez una banda de rock tocando en el escenario del colegio católico al que iba en Florida. Salieron e hicieron un par de canciones. Debía de ser algún grupo local. Esto sería por el año 1965, más o menos. Y me pareció algo fascinante, porque fue emocionante, ante todo. Y además, después todo el mundo hablaba de ello. Todos los chicos comentaban los zapatos que llevaba uno de los músicos, y las chicas de la clase estaban claramente fascinadas por el hecho de que estos adolescentes estuvieran cantando rock’n’roll sobre un escenario. Todo ese revuelo posterior, esa energía que dejó la banda, me pareció algo muy poderoso. Pensé: “Eso está bien, eso es algo genial que hacer”. Me gustaba la idea de la música eléctrica, de escuchar ese sonido. Y también lo cuento en el libro, en la primera página, cuando mi hermano trajo a casa el disco “Louie Louie”. Creo que en ese momento ya pensé “eso es lo que quiero hacer”. Me ponía a fingir que estaba en una banda, tocando una raqueta de tenis. Eso fue muy importante. Diría que fue ahí.

Más adelante, siempre pensé que, de una forma u otra, acabaría sucediendo. En cuanto logré llegar a Nueva York, en cuanto me instalé en la ciudad, lo sentí aún más claro. Siempre le decía a mi familia que me iba a mudar a Nueva York para ser periodista o escritor. Piensa que dejé la universidad cuando el editor del diario universitario me pidió que no escribiera más sobre música y escribiera sobre deportes. Así que dejé los estudios y me mudé a Nueva York. Para mí el periodismo era tan importante como la música sobre la que escribía. Cuando supe que Patti Smith iba a hacer un álbum, mi interés principal radicaba en que ella era una periodista musical haciendo un disco. ¿Cómo se atrevía? Y escuchándolo me di cuenta de que no había nada parecido. Realmente crudo y austero. También la Velvet y los Stooges fueron muy relevantes. Me despertaron esta necesidad de ser parte del linaje de Nueva York. Vivía en la calle 13, a un bloque de Allen Ginsberg y Richard Hell, quienes vivían en el mismo edificio. Y los veía por ahí, y eso se convirtió en mi mundo con tan solo 18 o 19 años. Pero no había nada premeditado. Fue muy azaroso pero muy relevante en mi formación. Especialmente cuando pasan los años y te das cuenta de lo especial que fue. Por eso quería escribir al respecto. Y llegar a por qué me sucedió esto. No hay una respuesta. Simplemente seguí unas señales que se presumían interesantes.


“Cuando supe que Patti Smith iba a hacer un álbum, mi interés principal radicaba en que ella era una periodista musical haciendo un disco. ¿Cómo se atrevía? Y escuchándolo me di cuenta de que no había nada parecido. Realmente crudo y austero. También la Velvet y los Stooges fueron muy relevantes. Me despertaron esta necesidad de ser parte del linaje de Nueva York”



Hablando de Nueva York, en uno de los capítulos mencionas el gran cambio estructural que sufrió en los noventa. ¿Echas algo de menos de la Nueva York anterior, la del desorden? No parece ahora el sitio ideal para labrarse una carrera como artista o músico.

No, es una ciudad inasequible. Solía ser una ciudad tan por desarrollar que te permitía tirar con el día a día y poder sacar tiempo para el arte. Pero ahora, para ser artista, no necesitas vivir en una ciudad. Vivimos en una era de hiperconectividad en la que podemos establecer conexiones artísticas desde cualquier lugar del mundo. Pero ese no era nuestro caso. Tenías que estar en Nueva York, Los Ángeles, París o donde fuese para comunicarte y aprender de otros artistas. El mundo es distinto ahora. Pero Nueva York quedó muy ligada al dinero, reinventándose y creciendo a través del negocio inmobiliario. Un fenómeno que afecta a la mayoría de ciudades. Muchas vieron que la única forma de salvarse era a través del capital inmobiliario, y ahí entra también la banca, lo que propicia el ascenso de figuras tan nefastas como Donald Trump y otros oligarcas que empiezan a tomar el control de los gobiernos y los partidos. En Estados Unidos hay grandes inversores y negocios que están tomando el control de las esferas políticas. Y mi país está en la mierda ahora mismo. Pero aún soy capaz de regresar a Nueva York y ver ciertos aspectos que mantienen la gloria del Nueva York de cuando yo vivía ahí. Muy pocos, pero algunos quedan. Aunque no me planteo volver ahí nunca. De hecho, soñábamos con vivir algún día en Roses o por algún otro pueblo de la Costa Brava.

Inquietud permanente. Foto: Vera Marmelo
Inquietud permanente. Foto: Vera Marmelo


De la lectura me sorprendió el detalle con que describes los conciertos a los que asististe o participaste. También la ausencia de drogas. ¿Fueron tan secundarias en la carrera de Sonic Youth o simplemente intentabas alejarte de ese cliché tan manido en el relato rockero?

Nunca tuve una relación cercana con los drogas. Ningún miembro de la banda tuvo problemas de adicción, para nada, incluso tampoco con el alcohol. Y eso jugó en nuestro beneficio. Quiero decir, que si hubiera sido el caso, eso nos hubiera afectado de tantas maneras que no las puedo ni imaginar. Eso no quiere decir que no estuvieran alrededor. Además nunca entendí cómo alguien podría costearlas, porque era una inversión. Y en mi caso era: si tengo algún dinero, de ninguna manera lo gastaré en polvo blanco para mi nariz. No, lo gastaré en un libro de William Burroughs o en un disco de The Slits. Me enganché a los cigarros. E incluso con eso me sentí estúpido. Ojalá hubiese invertido ese dinero en otras cosas. Así que nunca fueron centrales para Sonic Youth. Y es curioso, porque nos relacionamos con formaciones en las que las drogas sí formaban una parte muy importante de su existencia. Y curiosamente las bandas que más colocadas iban eran las que practicaban un punk y un rock más genérico, mientras que los más serenos, como nosotros o Frank Zappa, hacíamos la música más extraña. Parece hasta un oxímoron. Tuve algunas experiencias con drogas, claro, pero nunca pensé que fuera algo positivo. De hecho, cada vez que fumaba y subía al escenario me invadía esa sensación de “ojalá estar en cualquier sitio menos sobre un escenario”. Me sentía muy sensible con todo a mi alrededor y avergonzado, como si estuviera haciéndolo todo mal. Pero cuando leo sobre las drogas en memorias de músicos y ocupan un papel principal lo encuentro interesante, porque nunca fue mi caso. Leí el libro de Mark Lanegan, “Sing Backwards And Die” o como se llame (en realidad es “Sing Backwards And Weep. Cantar hacia atrás y llorar”), es un gran libro. Conocía bastante bien a Mark. Al principio, cuando solía tocar con los Screaming Trees. Pero nunca lo conocí como compañero de drogas. No era su colega para ello, como lo podían ser Kurt Cobain o Layne Staley. Y lo mismo con Kurt. Mi amistad con él siempre giró alrededor de nuestro interés por la música, tocar la guitarra y embarcarnos juntos en giras. E incluso más tarde, cuando supe que era un adicto a la heroína, nunca lo miré pensando “oh, eres un adicto a la heroína”. Siempre me ha parecido muy interesante que eso fuese su propio mundo. Por eso leer un libro como el de Mark Lanegan me resultó realmente fascinante, porque cada página trata sobre su obsesión por conseguir heroína a lo largo de toda su vida… hasta que se desintoxica, claro. Y en cierto modo es estremecedor. Si las drogas hubieran ocupado una parte central de mi vida, probablemente no estaría aquí hablando contigo.


“Nunca tuve una relación cercana con los drogas. Ningún miembro de la banda tuvo problemas de adicción, para nada, incluso tampoco con el alcohol. Y eso jugó en nuestro beneficio. Quiero decir, que si hubiera sido el caso, eso nos hubiera afectado de tantas maneras que no las puedo ni imaginar. Eso no quiere decir que no estuvieran alrededor”



¿Tienes un momento favorito en tu carrera como músico?

Tengo varios… Girando por Europa en 1991, tocando en festivales por esas fechas junto a Nirvana... Son grandes recuerdos. Cuando les preguntamos si querían girar con nosotros, ellos aún no habían publicado “Nevermind”, pero ya tenían todas esas canciones y las iban practicando en directo. Así que las audiencias no estaban muy al tanto de quiénes eran. Eran tan conocidos como Mudhoney o Tad o una de esas bandas. Eran otra banda del sello Sub Pop. Pero a nosotros ya nos gustaban, habíamos girado con ellos en los Estados Unidos, y les propusimos hacerlo por Europa ese verano de 1991. Recuerdo recogerlos en el aeropuerto. Eran solo Kurt y Chris. Y estaban un poco tristes porque se perdieron un festival de pop underground organizado por K Records. Pero decidieron ir a Europa. Y conocer al nuevo batería, Dave Grohl, al día siguiente en un hotel cochambroso de Cork, Irlanda, y verlos actuar esa misma noche. Los había visto varias veces, pero nunca con Dave Grohl. Eran realmente alucinantes. Estar de gira y presenciarlos en tal momento de gracia fue algo muy especial. Me siento muy agradecido de haber tenido la posibilidad de experimentar y convivir con una de las mejores bandas de todos los tiempos. Era su momento álgido, nunca estuvieron tan bien como entonces. Incluso después, cuando se hicieron enormes y los veía de vez en cuando en conciertos gigantes, nunca volvieron a ser tan increíblemente buenos, desde el punto de vista crítico, como lo fueron aquel verano de 1991. Así que haber podido vivir eso de forma íntima es un gran recuerdo para mí. Lo valoro muchísimo.

Perdón por la pregunta porque debes estar harto de responderla. ¿Hay alguna posibilidad, por remota que sea, de la vuelta de Sonic Youth?

Creo que nuestro último álbum (se refiere a “The Eternal”, publicado por Matador en 2009) fue la culminación de lo que estuvimos haciendo durante muchos años. Estoy muy satisfecho. Estoy ocupado escribiendo y componiendo nueva música para mí. Y estoy muy satisfecho con mi nueva vida (lleva años instalado en Londres), viviendo con mi mujer y nuestros dos perros. Pero es que además no tengo tiempo. Tendría que dedicar cada minuto del día durante al menos dos años para ese retorno. Sé que el cheque sería muy tentador, pero nunca me metí en esto por el dinero. No quiero volver a secundaria. Sería como volver a la escuela (risas).

¿En qué andas ocupado?

Escribiendo canciones para mí, estoy también escribiendo un libro de ficción, música para cine y un libro colaborativo con Mike Watt, de poesía. ∎

Sonic Boom

“Sonic Life”
(Contra, 2025)

Thurston Moore es un recolector de momentos que pedían ser compartidos. Desde que se le instalara el gusanillo de la música en su pubertad –entre el tocadiscos de su padre y la guitarra de su hermano– hasta sus escapadas nocturnas por el catastrófico pero efervescente Nueva York del CBGB y Max’s Kansas City, el músico ha acumulado suficientes vivencias como para volcarlas en un volumen de más de 500 páginas que se lee con sorprendente agilidad.

Cualquier aficionado al rock debería sentirse interpelado cuando Thurston se desenvuelve como sujeto ocular de lujo del advenimiento de punk, la no wave y el post-punk: Patti Smith, Television, Ramones, Suicide, sus admirados The Stooges y cualquiera que pasara por su radio de acción. Un fan entusiasta que empezaba a fraguar su identidad –primero personal y luego musical– en medio de la comunidad artística de ese Nueva York en su punto de ebullición mágico.

No decae la atención cuando da el salto hacia décadas posteriores, narrando sus primeros escarceos como guitarrista en la precariedad máxima y sus interacciones con otros músicos compartiendo la misma frecuencia. No es una entrada extensa de la Wikipedia, sino un testimonio enciclopédico de un fan entusiasta, pero también el de un músico en búsqueda de su identidad y su validación. “Sonic Life” parte de lo personal, de ese testimonio privilegiado, para abrazar la crónica minuciosa de la escena neoyorquina de los años setenta y ochenta. Y en sus últimas páginas –la lectura se divide en seis partes– se concentra en el bum alternativo al rebufo de Nirvana.

Por su ambición panorámica recuerda a “Nos vemos en el baño. Renacimiento y rock and roll en Nueva York, 2001-2011” (2017) de Lizzy Goodman. Sorprenden dos aspectos de su lectura: su memoria privilegiada para recordar detalles ínfimos de conciertos como público y como músico, y su elocuencia al describir los entresijos sónicos de su entorno. Se revela así su vocación periodística, capada en la universidad cuando un profesor lo instó a escribir sobre deportes en lugar de música. Ganamos a un músico excepcional y, ahora, recuperamos a un narrador contagioso, capaz de transmitir el espíritu irredento que hizo de Sonic Youth un emblema de la música alternativa. ∎

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