El pasado 12 de agosto, en su concierto en Miami Gardens. Foto: Alexander Tamargo (Getty Images)
El pasado 12 de agosto, en su concierto en Miami Gardens. Foto: Alexander Tamargo (Getty Images)

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Bad Bunny: un verano sin fin

Embarcado en su gira más ambiciosa por Estados Unidos, el Conejo Malo se prepara para confirmar su reinado en el pop global al abrigo de “Un verano sin ti”. Con un show que es macrofiesta universal de géneros occidentales, logra construir una oda a lo latino y a Puerto Rico, a su belleza y a su cultura, pero también a su influencia en el sonido del presente en todo el globo. Y anuncia el comienzo de su propia era: la de Bad Bunny.

Hubo un tiempo en que Bad Bunny fue considerado rey del trap latino. Con la publicación de “Soy peor” (2016) había iniciado una conquista fulgurante que, en muchos casos, fue tan súbita y repentina que resultaba apenas perceptible y quedaba relegada a eso que en aquel momento ni imaginaba con desbordar su condición de nicho, aunque se adentraba cada vez más en el mercado internacional.

Por entonces, el cetro del reguetón lo ostentaba un colombiano: J Balvin. Un currante que supo sacar la pierna de esa piscina de barro en que se convirtió el electrolatino, perversión de los ritmos urbanos de Latinoamérica que, en busca del mercado blanco, se enfrascó en un coito bizarro con la EDM y supo aprovechar el impacto de “La gozadera” para unirse a esa reivindicación global de las músicas latinas. Con “Energía” (2016), Balvin dejó sentadas las bases de lo que sería su particular conquista del mercado internacional –ya se sabe: “Ginza”, “Safari” y un acercamiento al pop global que destilaban Diplo y sus Major Lazer o Pharrell Williams– y avanzó una manera de reguetón “sofisticada”, preparada para horadar los oídos más resistentes al género y para “blanquear” el contenido ante los ojos de la industria, la crítica, etc.

Sin estos pasos sería imposible entender la repercusión del “Despacito” de Luis Fonsi con Daddy Yankee, hito que, de algún modo, supuso la confirmación pública del idilio entre reguetón y pop, dando pistas sobre el impacto que empezaba a tener lo urbano dentro del tablero internacional. Pero fue el propio Balvin el que supo condensar estos moods musicales apelando a la diáspora del castellano por el mundo –¿Dónde está “Mi gente”?– y ofrecer la receta definitiva en “Vibras” (2018), segundo mejor disco internacional de aquel año para esta casa: una misma vibra latina estaba ready para arrasar desde abajo con los estándares de la canción pop.

En 2016, al principio de los tiempos.
En 2016, al principio de los tiempos.

Pero estábamos hablando de Bad Bunny…

Hasta la llegada de “Vibras”, Bad Bunny se dedicó a propagar su viralidad a base de apariciones en varios hits latinos de todo corte, pero sobre todo a definir esa estrategia tan suya de saltar de géneros a placer, adentrándose poco a poco en el reguetón, acercándose con Balvin a la idea de ritmos globales y regresando al trap cuando la situación lo requería.

Mientras el mundo miraba al colombiano, el Conejo Malo pasaba algo más desapercibido ante los ojos más especializados –lo que con estos géneros suele significar también “más reacios”–, pero iba ensanchando su impacto y popularidad gracias a un estilo cuando menos personal y a una voz ampulosa, redondita y gritona. En la salida del disco de Balvin fue elegido para formar con él y Cardi B el trío latino –la latino gang– de “I Like It”, pero seguía pareciendo estar en un segundo plano.

La latino gang: Cardi B, Bad Bunny & J Balvin (“I Like It”, 2018).

Y quizá no fuera eso. Quizá, como decía antes, Bad Bunny había calado tan rápido que no nos dimos ni cuenta. A las pruebas me remito: cuando el festival Arenal Sound lo confirmó para su edición de 2018 todo fueron risas, pero pocos meses después lo confirmaba también Coachella. Y a finales de año, casi de penalti, llegó “X 100PRE” (Rimas Entertainment, 2018), que pronto se convirtió en un éxito mundial que no solo conquistó al público, sino que se ganó el favor unánime y bastante contundente de la crítica: muchos recordarán el 8.2 de ‘Pitchfork’ o las cuatro estrellas de Alex Petridis en ‘The Guardian’; era solo el principio.

Pero el fenómeno parecía limitarse a los corsés del latin trap, por muchas salidas de guion que se le ocurriesen a Benito Antonio Martínez Ocasio (ese es el nombre real de Bad Bunny, nacido en Almirante Sur, al norte de Puerto Rico, el 10 de marzo de 1994). En 2019 fue Balvin el que se encargó de recordar en todos los festivales que lideró –Primavera Sound y Coachella, sobre todo– quién era el primer artista de reguetón en encabezar sus carteles. Y aún hoy, tres años después, gira con esta premisa en la cabeza, como demostró en la pasada edición del festival Bilbao BBK Live. Era él quien había conseguido dominar el equilibrio entre lo latino y lo “blanco”. Pero su fórmula pronto caería en la autocomplacencia y terminaría decantando demasiado la balanza hacia la zona indeterminada del pop global.

En Las Vegas, en los Grammy, 15 de noviembre de 2018. Foto: Rodrigo Varela (Getty Images)
En Las Vegas, en los Grammy, 15 de noviembre de 2018. Foto: Rodrigo Varela (Getty Images)

El nuevo rey del reguetón; el nuevo rey del pop latino

¿Qué pasó en 2019 para que Bad Bunny lograra salir de su redil y cambiaran las tornas? La respuesta seguramente la encontremos en “Oasis” (Universal, 2019). Una especie de “Watch The Throne” (2011) latino en el que el colombiano –como haría en su momento Jay-Z con Kanye West– le cede el testigo al portorriqueño. Asentado en las alturas de su propia comodidad, le decía algo así como: “Este es el trono que te dejo: tú decides lo que haces con él”. Y Benito lo tomó.

“YHLQMDLG” (Rimas Entertainment, 2020), un homenaje a las fiestas de marquesina que le devolvía el cetro del reguetón a Puerto Rico, venía a ser la escenificación de este momento. Un disco maximalista que, aparte de confirmar la ambición de Bad Bunny por convertir lo latino en estándar universal, reverenciaba sus orígenes. Que mantenía a la perfección el dificilísimo equilibrio entre lo underground y lo masivo. Y que avanzaba su particular conquista del mundo, de lo global.

Dos años después, con una pandemia de por medio, dos discos tan paréntesis como puente – “Las que no iba a salir” (Rimas Entertainment, 2020) más “El último tour del mundo” (Rimas Entertainment, 2020)– y otra canción del verano –“Yonaguni” (2021)–, aquí estamos. Sumergidos en el estío sin fin de Bad Bunny, en el que muchos amigos que renunciaban al reguetón –que solo perreaban los dembows intelectualizados y diseñados para el público blanco de Calle 13 y que nunca dejaron de mirar con recelo a Balvin o Daddy Yankee– de repente empiezan a repetir a gritos los punchlines increíbles del Conejo, sus explícitas y lúbricas declaraciones de amor o esos fronteos con sentido y sensibilidad tan característicos.

“Yonaguni”, canción del verano.

“Un verano sin ti”: cuando Latinoamérica reinó sobre el pop global

El éxito de “Un verano sin ti” (Rimas Entertainment, 2022) habla por sí solo. Es el mejor debut de cualquier álbum en la historia de Spotify, donde reina como número uno indiscutible. Además, encabeza el Global Digital Artist Ranking; es el cuarto en views totales de YouTube por detrás de BTS, Justin Bieber y Ed Sheeran, y el segundo en consumo diario solo por detrás de Blackpink. Por si fuera poco, ha registrado una buena performance en mercados a priori reacios, como Alemania o Reino Unido. A principios de septiembre, durante la redacción de este artículo, cumplía su novena semana no consecutiva en el top global de la lista estadounidense Billboard 200, acumulando además 16 semanas entre los dos primeros puestos de la misma. Estados Unidos no había visto un arranque tan contundente para un álbum desde el estreno de “Views” (2016), de Drake, que llegó a las 17 semanas.

Puede que solo sean números, pero resulta indiscutible que Bad Bunny está haciendo historia con este disco. Ha sabido sintetizar el ansia pospandémica de verano, vacaciones, fiesta y contacto, mientras trae sonidos cada vez más occidentales sin perder de vista una esencia puramente latina, situando a Puerto Rico, sus playas, su cultura y sus gentes como el verdadero hilo conductor. Y a principios de agosto se embarcó para defenderlo en la gira más ambiciosa de su carrera, que lo llevará por estadios de todas las Américas hasta el próximo diciembre, registrando sold outs allá por donde pasa, con dobles fechas en el Yankee Stadium de Nueva York o en el SoFi Stadium de Los Ángeles incluidas. Poca broma: el “World’s Hottest Tour” va camino de ser la gira más grande de un artista latinoamericano en la historia, logrando agotar en pocas horas aforos que oscilan entre las 38.000 y las 100.000 localidades y con colas virtuales literalmente millonarias. Y no me imagino para España otra cosa que no sea doblar el Wanda Metropolitano de Madrid y el Estadi Olímpic de Barcelona en 2023, conciertos para los que auguro cifras de venta muy similares a las alcanzadas recientemente por Coldplay para sus próximas citas en Barcelona. Su propio equipo alucina con la respuesta del público, porque Bad Bunny está escribiendo los nuevos capítulos de la historia del pop en castellano y en su estela estamos viviendo la nueva edad de oro de la música latina.

En San Juan, Puerto Rico, el pasado 28 de julio, en el estreno de su gira. Foto: Gladys Vega (Getty Images)
En San Juan, Puerto Rico, el pasado 28 de julio, en el estreno de su gira. Foto: Gladys Vega (Getty Images)

Pero Puerto Rico es tan importante para él que no podía viajar a Estados Unidos sin ofrecer en casa el show lanzadera. Fueron tres días con lleno absoluto –28, 29 y 30 de julio– que batieron por triplicado el récord de asistencia al Coliseo de Puerto Rico en San Juan y que se convirtieron en fiesta nacional cuando Bad Bunny repartió pantallas por la isla –hasta trece– para congregar en las calles a miles de personas. Un evento otra vez histórico que se retransmitió por la cadena nacional puertorriqueña Telemundo y en el que Bad Bunny celebra la historia del reguetón en la isla, hermanada con República Dominicana, desde un lenguaje más universal que nunca y adaptado estratégicamente al ánimo festivo del momento.

Mientras desfilan por el escenario los colaboradores de “Un verano sin ti”, Benito aprovecha para cederles el micrófono y unirse a ellos en una reivindicación de la identidad sonora de su país. Chencho Corleone –de Plan B, responsable de uno de los grandes hits del álbum, “Me porto bonito”– recuerda clásicos del perreo como “Guatauba”, “Es un secreto”, “Candy” –sí, la que baila la Rosalía– o “Fanática sensual”. Tony Dice se arranca con “Quizás”, “Solos” o “Permítame” y deja bien patente el sello Wisin y Yandel. Jowell & Randy lo rompen en “Safaera” y se pasean por rarezas como “Siente el boom”, de Tito el Bambino, su “Funeral de la canoa”, “Tóxicos” o “Guayeteo”, ofreciendo una clase de flow tras la que el propio Bad Bunny reconoce a Randy como el mejor de todos los tiempos del reguetón. Suenan Ozuna, Daddy Yankee o Rauw Alejandro y aparece Jhay Cortez, con el que comparte hits como “Tarot”, “No me conoce”, “Cómo se siente” o “Dákiti”. Cuando el que está en el escenario es Arcángel –como colofón a un recordatorio de los orígenes del Conejo a través de “Dos mil 16”–, la fiesta se marcha al trap y aquí no ha pasado nada.

Bad Bunny, en pleno concierto en Miami Gardens, Florida. Foto: Alexander Tamargo (Getty Images)
Bad Bunny, en pleno concierto en Miami Gardens, Florida. Foto: Alexander Tamargo (Getty Images)

La fiesta de Bad Bunny, epicentro musical de lo occidental

Mientras todo esto va sucediendo, Benito se lleva su repertorio al club y empieza a montar una especie de macrofiesta universal que parece inspirada en Ibiza, pero que sin embargo no se entiende sin la asunción de lo local y la reivindicación de lo latino. Pasa por “X 100PRE” y “YHLQMDLG” como un vendaval tech-house con el perreo como único leitmotiv, mientras el cuerpo de bailarines improvisa una juerga a su alrededor, en un escenario que más bien es un palco, sin aspaviento alguno. El minimalismo era esto: un DJ, un par de pantallas inferiores a modo de podio y, eso sí, una enorme lámina de LED en el techo que durante el grand finale del mambo urbano dominicano “Después de la playa” proyecta fuegos artificiales.

La idea, después de todo, pasa por convertir el concierto en algo que va más allá de lo pasivo y lo unidireccional e implica un diálogo obligatorio con el público, que alimenta cada parte del espectáculo. No se entiende esta fiesta sin el fervor de unos asistentes que corean todas las canciones como himnos y que celebran con aullidos cada fan service y cada a capela. Incluso en Estados Unidos: es impresionante ver canciones en castellano arrasar así, dejando claro que se han colado en la sociedad norteamericana a través de las profesoras del colegio, de las camareras y cocineros, del que te atiende en la tienda de la esquina, del dependiente de Apple, de la jefa de producto, del community manager. Es evidente que el bum de Bad Bunny en las entrañas de la base de operaciones del modelo de Occidente coincide en el tiempo con una reivindicación de la identidad latina, que se muestra con orgullo y pertenencia, como el idioma, y que no admite el ninguneo de cualquier imperialismo cultural.

Tampoco se entiende sin Puerto Rico, sin el verano y sin la playa. A ellos se encomienda cuando canta “Callaíta” o “Yonaguni” o cuando invita a Villano Antillano a subirse a defender la que para él es la canción de este verano: su sesión con Bizarrap, aka “Mala mía”. Un acto que dice más de lo que parece y que, además de suponer visibilidad para un artista emergente, implica visibilidad para el colectivo trans, otro capítulo más en la campaña de Bad Bunny por lograr un reguetón tan explícito como feminista y representativo.

Precisamente unas semanas después se lió parda a raíz de un beso lésbico entre Villano y Tokischa: Cosculluela, al criticarlo, se puso a la cabeza del sector más retrógrado del reguetón, dejando claro que sigue habiendo muchos pasos por dar. Residente salió, oportunista como siempre, para actualizar su vieja tiraera –“Adentro” de Calle 13 tiene ya ocho años– con el reguetonero portorriqueño. La respuesta de Bad Bunny fue darse un beso bi durante “Tití me preguntó”, en plena conexión de los MTV Video Music Awards con uno de sus conciertos en Nueva York para reconocerlo como el primer músico de habla no inglesa en ganar el Premio al Mejor Artista del Año. Palabrería, poca. Activismo ante todo.

Bad Bunny y su beso al bailarín Nigel O’Brian en el Yankee Stadium, el pasado 28 de agosto. Foto: Noam Galai (Getty Images)
Bad Bunny y su beso al bailarín Nigel O’Brian en el Yankee Stadium, el pasado 28 de agosto. Foto: Noam Galai (Getty Images)

En sus letras se exalta el sexo sucio y salvaje, se juega a la provocación y se valora muchas veces a la mujer por su físico, igual que vale el rollo seductor de triunfador heterosexual y el egotrip yanqui de rapero con dinero. Pero todo encuentra contrapartida en el romanticismo, en la poesía explícita, en el amor por lo sencillo encarnado en las cervecitas, los porritos y la playa. En la humildad que transmite alguien que hace las cosas honestamente y que se sale de la tangente en “Yo no soy celoso” con estas frases:“Te quiero pa mí na má’, y eso e’ egoísmo / Me pongo celoso sin razón y eso es machismo, ey / Un bofetón pa mí mismo”. O con canciones como “Andrea”, sobre lo que significa ser mujer en el Caribe, pero que puede trasladarse a la experiencia de cualquier mujer en cualquier parte del mundo. Raquel Berrios, de Buscabulla, le agradeció sobre el escenario que escribiera canciones así en una recta final en la que también sirve el reggae caribeño de “Me voy de vacaciones”, el pop preciosista de “Enséñame a bailar”, la rutilante joya “Ojitos lindos” de la mano de Bomba Estéreo o el sutil indie pop de “Otro atardecer”, con The Marías. Pruebas, todas ellas, de que su discurso define exactamente a qué suena la música popular del presente.

Pero la más importante de todas seguramente sea “El apagón”, una canción protesta moderna contra los apagones de luz pública que impone el gobierno de Puerto Rico –el propio Bunny reconoce que tiene que pagar de su bolsillo un equipo de generadores eléctricos para mantener sus conciertos cuando toca en casa– y que reivindica la conservación de sus playas a la vez que repasa su historia y su cultura, partiendo de la bomba puertorriqueña para transformarse vía EDM en un motivo trance que reclama la tierra para sus habitantes.

Los conciertos de Bad Bunny en 2022, en fin, no son ni más ni menos que la fiesta que celebra el triunfo de lo latino sobre lo anglosajón, el bautizo de Benito como epicentro musical de lo occidental. Que venga a España ya, por favor. ∎

“El apagón”, protesta contra los apagones de luz pública que impone el gobierno de Puerto Rico.
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