About fucking time!, que se leía en la camiseta que Stella McCartney se puso en 1999 cuando su padre, de nombre Paul, entró aquel año en el Rock & Roll Hall Of Fame. Pues eso, about fucking time, ¡ya era hora! Llevábamos más de un cuarto de siglo esperando la segunda entrega del recopilatorio de descartes “Tracks” de Bruce Springsteen, pues fue en noviembre de 1998 cuando salió la primera. Voy a ceñirme a los datos, que el espacio se acabará pronto (me temo): en este flamante “Tracks II. The Lost Albums” (Columbia-Sony, 2025) hay 83 canciones, 74 de ellas inéditas (salvo que seas un die-hard fan del de Nueva Jersey y ávido consumidor de sus grabaciones pirata, en cuyo caso para ti las inéditas serán menos: las del disco fechado en 1983, por ejemplo, han circulado bastante), estructuradas en siete discos, de los cuales seis podrían haber visto la luz tal y como están aquí secuenciados y mezclados, pues son discos cien por cien listos para el abordaje, aunque por un motivo u otro quedaron hasta ahora dentro de un cajón; hay uno, el último, “Perfect World”, con un espíritu más freewheeling, más de, teóricamente, un poco de aquí y otro poco de allá, sin tanto concepto cerrado, con el eje más liviano, aunque tampoco te voltea tanto como “High Hopes” (Columbia-Sony, 2014), aquel patchwork con tanto hijo de madre distinta, y a cada nueva escucha va ganando (casi) el mismo orden y concierto que la otra media docena.
A los hechos. ¿Habéis visto la (magnífica) película “Boyhood” (de 2014; en España la subtitularon “Momentos de una vida”, creo recordar), dirigida por Richard Linklater? Aquella filmación de los primeros 12 años de la vida de un chaval, con todos los cambios, subidas y bajadas de esa etapa. Retratando su paso del tiempo y sus cicatrices. Y, también, más allá de esa erosión, las nuevas flores que se le iban abriendo. Y las dudas del ahora hacia dónde tiro, qué siguiente paso doy. Película humilde y épica. Grande. Pues esto, “Tracks II. The Lost Albums” es algo parecido (parecido no es lo mismo, decían Faemino y Cansado): la filmación, solo en audio, claro, de una película alternativa, la de los planes B, de Bruce desde sus 34 años (en 1983) hasta sus 69 (en 2018). “Adulthood. Momentos de una vida” podría titularse y subtitularse. A diferencia de la primera entrega de “Tracks” (Columbia-Sony, 1998), que mayormente mostraba carreteras paralelas de lo que acabó siendo, esta segunda (magnífica; hay que decirlo) descubre carreteras desconocidas que estuvieron a punto de ser y al final no fueron.
Siguiendo el orden, el primer golpe llega con “L.A. Garage Sessions ‘83”, donde nos topamos con el Bruce que dudaba si seguir por el camino que le marcaba “Nebraska” (Columbia-Sony, 1982) –escúchese “The Klansman”– o el que intuía que le iba a señalar “Born In The U.S.A.” (Columbia-Sony, 1984), disco que tenía en proceso avanzado. Voz, guitarra, caja de ritmos, sintetizadores y a jugar él solo. Se escuchan ecos del primer Conway Twitty, de Buddy Holly, de Ricky Nelson recluido feliz en un búnker con Suicide, de Dave Edmunds. ¿Si “Sugarland” y “Shut Out The Light” hubiesen sido incluidas en su blockbuster de 1984 le habrían dado a este el tono que él quería, más de secuela de “Nebraska”, ese por el que al final no apostó al cien por cien? Sí. Ya tú sabes: lo que estuvo a punto de ser y no fue. Mención especial para “Unsatisfied Heart”, un The War On Drugs muy avant la lettre.
Seguimos. “Street Of Philadelphia Sessions”. Excelente. Diez canciones alrededor –en la letra (traición, sospechas, maldición, desamor), sonido e instrumentación– del tema que le da título y de aquello que decía una de “Tunnel Of Love” (Columbia-Sony, 1987), lo de “spare parts and broken hearts keep the world turnin’ around”. Con el hip hop de la Costa Oeste suministrando vibra y algún sample (en el primer corte, “Blind Spot”, se escucha aquel “It Takes Two” de 1988 donde Rob Base y DJ EZ Rock sampleaban a James Brown y Bobby Byrd). Corría 1994. Estuvo a punto de publicarse. Operación abortada en el último minuto, en aras del “Greatest Hits” (Columbia-Sony, 1995) con la E Street Band. Dice Bruce que pensó que un cuarto disco consecutivo lanzado desde el túnel del (des)amor era demasiado para sus fans. ¿Pero qué más daba eso? Si es cierto que su mánager Jon Landau lo convenció para que no lo sacara, esa es su peor decisión.
Siguiente parada, “Faithless”. A finales de 2005 le encargan una banda sonora para un wéstern espiritual. Veinte años después, la película aún no ha salido. Está “en desarrollo”, dicen en Hollywood. Si algún día se proyecta, ¿será mejor que su soundtrack? Muy buena tendría que ser. Desierto, plegarias, tres instrumentales y otro tema que casi lo es, falsas canciones infantiles –como es el caso de “Where You Going, Where You From”, con ese demonio en la cabeza que va repitiéndonos la letra, o el góspel de “All God's Children”, que de haber salido en el “Mule Variations” (1999) de Tom Waits habría sido uno de sus highlights, primo hermano de “Cold Water” como es; por no decir, hablando de góspel, cómo habría encajado en “The Boatman’s Call” (1997) de Nick Cave un tema como “God Sent You”–… Palabras mayores. Si te gustó “Paris, Texas” (Wim Wenders, 1984), qué tengo que decirte.
Ahora, turno para “Somewhere North Of Nashville”. Mientras por la noche se estaba grabando lo que acabaría siendo “The Ghost Of Tom Joad” (Columbia-Sony, 1995), aquella letanía en una onda woodyguthriana sobre la migración que entraba (y entra) por el sur de California, por la tarde –en plan Doctor Jekyll y Mr. Hyde– se iban registrando estas canciones, en onda country-rock y rockabilly a mayor gloria de Sony Burgess (de quien se incluye una versión de su “Tiger Rose”). ¿Habría tenido algún efecto comercial un Springsteen yéndose a Bakersfield o a Nashville a mediados de la década de los noventa para reamericanizarse? Puede que no. O puede que sí. Porque fue entonces cuando Steve Earle resucitó con “Train A Comin’” (1995) y “I Feel Alright” (1996). Y fue entonces cuando Wilco nos sacudieron con “Being There” (1996). Se le puede dar vueltas a esto mientras se escucha, por ejemplo, la toma alternativa (cambiando saxo por violín) que nos ofrecen de “Janey Don’t You Lose Heart”: excelsa.
Llegamos a “Inyo”. Algo así como la segunda parte de “The Ghost Of Tom Joad”. Con más presencia mexicana, en el fondo y en la forma. En esto último, con dos bofetadas en la cara en forma de mariachi: “Adelita” y “The Lost Charro”. Springsteen va un poco más lejos, más al sur, de donde nos llevó en aquel disco de hace treinta años con “Across The Border”. La actualidad informativa nos lo pone a huevo, como dándole la razón: “A big, beautiful wall”, que ha dicho Donald Trump. Los títulos de las canciones no dejan lugar a dudas: “The Aztec Dance”, “Ciudad Juarez”, “El Jardinero (Upon The Death Of Ramona)”. Como dicen por ahí, es un grower: con cada escucha “Inyo” se te va clavando más. Es un disco para dolerse. Al principio, a varias de las composiciones les cuesta entrar, son como “Sinaloa Cowboys” o “Balboa Park”. Pero luego… Bum.
Como escribió Gloria Fuertes, al amor no se le pueden dar retales. Bueno, pues entre eso y que para Bruce el mejor disco de Frank Sinatra es “Only The Lonely” (1958), ya tenemos la ecuación de “Twilight Hours”, que vendría a ser también un equivalente, ya que estamos con Sinatra, de aquel “In The Wee Small Hours” (1955) con el que Frank se citó con el conticinio, palabra que significa “el tiempo máximo de reposo de la ciudad”, cuando se han recogido, o están a punto de hacerlo, los últimos trasnochadores y todavía no se han levantado, o solo lo han hecho muy pocos, los madrugadores. Lo que vendría a ser el “Nighthawks” de Edward Hopper en acordes de séptima mayor y con Bruce cantando y componiendo a lo Andy Williams-Burt Bacharach. En esa geopolítica sentimental transcurre este disco, grabado al mismo tiempo que “Western Stars” (Columbia-Sony, 2019), solo que mientras este último mantenía la conexión con el oeste estadounidense (la que Bruce arrastraba de “The Ghost Of Tom Joad”, “Inyo” y “Faithless”: hay más agave en él del que parece), en “Twilight Hours” ese carretera y manta desértico queda sustituido por el neón, el asfalto y el camión de la basura avanzándote. Volviendo a “Western Stars”, es como si el protagonista de una de sus canciones, “Hello Sunshine”, se hubiera quedado sin coche, caballo y pareja. Manos en los bolsillos y a deambular por calles vacías, hasta que amanezca.
And last but not the least, “Perfect World”, el séptimo de los siete, del que apuntábamos al principio que tiene un concepto menos cerrado, un eje más liviano, aunque con cada nueva escucha va ganando (casi) el mismo orden y concierto que la otra media docena de discos incluidos en este lanzamiento. Contiene diez canciones. Solo te digo una cosa (porque me he excedido con el espacio y tengo que cortar esto YA): escucha la primera del lote, “I’m Not Sleeping”, coescrita entre Bruce y el rockero de Pittsburgh Joe Grushecky, y compárala con la versión que el citado Grushecky incluyó en su disco “Coming Home” (1998). Ahí, en la diferencia entre ambas, está todo. Entre volar (muy alto) y no despegar. ∎