A su manera. Foto: Alfredo Arias
A su manera. Foto: Alfredo Arias

Entrevista

Linda Mirada: “Yo no soy independiente, yo soy marginal”

“Qué largo es el verano” es el primer disco de Linda Mirada después de trece años en stand-by. Siete nuevas canciones en las que la artista recupera maquetas guardadas y suma composiciones recientes, entre el pop ultramelódico y los ecos mediterráneos, con una producción elegante y nostálgica.

Tras más de una década en silencio discográfico, Linda Mirada regresa con “Qué largo es el verano” (Lovemonk, 2025), un álbum que condensa lo que siempre ha sido su terreno natural: canciones de pop retro, luminoso y elegante, atravesadas por la nostalgia y una mirada crítica hacia lo contemporáneo. Ana Naranjo nunca había dejado de escribir, pero lo que comenzó como la idea de grabar un single en italiano fue creciendo hasta convertirse en un disco de siete canciones. En el camino encontró en Daniel Collás (The Phenomenal Handclap Band) y Paco Loco a dos aliados esenciales para dar forma a unas composiciones que habían quedado en suspenso y que, al reactivarse, abrieron la puerta a nuevas historias. Es su tercer álbum tras “China es otra cultura” (2009) y “Con mi tiempo y el progreso” (2012).

En este regreso, Linda Mirada mantiene intacta su aproximación clásica a la canción old school (como ella misma la define). El resultado es un trabajo conectado con el pop de los primeros ochenta, el italo y la tradición mediterránea, pero siempre desde un lugar propio. Con ironía y sinceridad, Ana Naranjo aborda en sus letras temas como las imposiciones de la vida en pareja, la nostalgia de los veranos de infancia, el desencanto con los modelos de éxito y la tensión entre hedonismo y cinismo. Todo ello con un pulso bailable y una sensibilidad íntima que la han convertido en una voz única del pop estatal.

“Qué largo es el verano” clausura trece años de espera con un retrato del amor real, de la vida cotidiana y de la necesidad de encontrar belleza en los márgenes. Linda Mirada no pretende ser moderna, independiente, sofisticada o atemporal: solo fiel a su instinto y a su forma de entender la música.

Todo el mundo pensaba que este proyecto estaba muerto, ¿no? De repente, resulta que ha resucitado. Ha pasado mucho tiempo, ¿a qué se debe la vuelta?

Pues no sé… Yo siempre digo que no lo tenía pensado, nunca planifico nada. Lo que pasa es que tenía maquetas guardadas, canciones que habían quedado fuera de los discos anteriores o que compuse después. Había un par de temas que me parecían buenos, pero no conseguía darles el sonido que quería. Y luego, además, me quedé embarazada. Recuerdo estar discutiendo con alguien, con la barriga ya enorme, y pensar: “Esto no va a poder salir”. Pero también tuve la suerte de contar con un sello que me apoyaba. La idea inicial era “venga, saca un single, Ana”. Y aunque aquello parecía desinflarse, nunca dejaron de respaldarme. Yo misma quizá lo habría mandado a la mierda, pero ellos siempre estuvieron ahí. Luego estaba la broma de sacar un single en italiano, porque quería tener una canción en ese idioma. Un día el sello me dijo que Daniel Collás, de The Phenomenal Handclap Band, un tipo cuyo trabajo me interesaba mucho, quería hacer algo conmigo. Y pensé: “Puede ser perfecto”.

Ana Naranjo y los veranos. Foto: Alfredo Arias
Ana Naranjo y los veranos. Foto: Alfredo Arias

¿Cuáles eran las canciones que tenías y desde hace cuánto?

Pues no sé exactamente, pero quizá hace diez años. Eran “Obstáculo” y “Si la brisa es buena”.

¿Y el resto las has hecho en estos ocho años hasta ahora o todas han sido en el último?

Todas han surgido en el último tramo. Quizá la primera canción del disco, “Bajo un mismo techo”, empezó como un boceto pasado que de pronto recuperé.

¿Piensas que ese parón también pudo estar relacionado con el hecho de dedicarte profesionalmente a la industria musical? Me refiero a que, a veces, cuando uno forma parte de ese engranaje desde dentro, en tu caso como socia fundadora de la distribuidora Music As Usual, la relación con la música puede cambiar, como si se perdiera un poco la frescura o la ilusión inicial. ¿Fue también tu caso?

Sí, seguro. No es una idea que yo tenga fija en mi cabeza, pero probablemente. Y de hecho, ha habido gente que me ha dicho que soy muy cínica, o sea, como que he perdido un poco la inocencia. Pero por otro lado este es un proyecto que hago con mucha libertad. A mí la música me sigue encantando; no he perdido el amor por ella, pero, claro, me gusta la música que me gusta a mí. Yo me veo totalmente marginal.

¿El italo disco es marginal? Ahora está muy de moda todo lo relacionado con la nostalgia…

Es que yo no sé si hago italo disco. Los sonidos lo son, a lo mejor, pero... no sé. ¿Qué no hay ahora que no esté tirando de un sonido del pasado? Tampoco busco un sonido nostálgico, como a veces la gente me etiqueta. Lo que busco es hacer canciones que tengan sentido, pero desde una aproximación muy clásica.

¿Cómo has producido las canciones?

Con Collás hice dos canciones y el resto las hice en casa. Y luego cuatro de ellas las grabé en estudio, con Paco Loco. Entre los dos trabajamos mucho… Él es un gran profesional, muy buen productor, muy buen ingeniero de sonido, y además controla de todo. Tiene muchísimo talento. Hay instrumentos que yo no me atrevo a tocar, como el bajo. Yo puedo tener muy claro lo que quiero, incluso lo grabo con un simulador, pero al final quiero un bajo real. Y ahí es donde Paco aporta muchísimo. Le digo: “Tócame esto”, o simplemente confío en que él entiende qué busco.

“El verano pasa por muchos estados de ánimo: si estás en una situación complicada –no encuentras piso, no tienes trabajo–, puede convertirse en una auténtica agonía. Yo ahora lo disfruto muchísimo sobre todo con mi hija, que ya no es tan pequeña”

Ana Naranjo

“Qué largo es el verano” es el título del disco. ¿De dónde viene esa idea?

Para mí, de pequeña, el verano era la mejor época del año. Pero, claro, puede ser porque era joven. El verano pasa por muchos estados de ánimo: si estás en una situación complicada –no encuentras piso, no tienes trabajo–, puede convertirse en una auténtica agonía. Yo ahora lo disfruto muchísimo sobre todo con mi hija, que ya no es tan pequeña. Hacemos planes, vamos al cine, a la playa, a la piscina… Y disfruto cualquier detalle, aunque sea una tontería. No me voy a Tailandia de vacaciones; a mí me gusta el verano clásico. El título surgió un día en que estaba desquiciada, creo que tenía que trabajar en pleno verano y escribí en una carpeta “qué largo es el verano”. No es que sea una reflexión profunda, fue casi un arrebato.

En realidad, cuando la gente piensa en el verano, piensa un poco en la infancia, ¿no?

El otro día escuché a alguien decir: “Basta ya de este cliché de que los mejores veranos son los de la infancia”. Pero, claro, cuando no tenías preocupaciones y tres meses de vacaciones, es innegable que eran especiales.

¿Y cómo se relaciona esa nostalgia del verano o con el italo?

Todo el mundo me dice lo del italo. Y lo entiendo, fui la primera en abanderarme así. El italo era lo que sonaba cuando yo era pequeña: estaba en la radio, en la televisión… cuando todavía había música en la televisión. No quiero decir que antes fuera una época mejor, pero sí es cierto que la música estaba en todas partes. La radio no era como ahora, tan conservadora, limitada a proyectar solo lo que tiene éxito. Todos esperábamos con la cinta de casete a que pusieran en la FM la canción que nos gustaba. Ahora, en cambio, todo lo marca la música de multinacional, con sus sistemas y sus listas. Incluso la tele tenía música: la Vuelta Ciclista a España, por ejemplo, lanzaba temas que se volvían famosos. Estoy convencida de que a Righeira lo pusieron dos veces, con “No tengo dinero” y “Vamos a la playa” (las canciones de Righeira nunca fueron sintonía de la Vuelta). Eso no significa que yo viva en una discoteca constante, como mucha gente cree.

Cuando hablas de las radios, de las multinacionales y todo ese engranaje pienso en tu proyecto, que es muy independiente. Y me pregunto: ¿eres independiente por vocación o por necesidad?

Yo no soy independiente, yo soy marginal. Sobre todo porque no estoy al servicio de nada: ni de la radio, ni de la prensa, ni de ningún discurso de moda. A veces hay grupos “independientes” porque los publica un sello independiente, pero al final los que suenan en la radio o en la prensa comparten casi siempre un mismo hilo, un mismo discurso.

Dentro de este contexto de música de baile, mediterránea o inspirada en el disco muchas veces pasa que, aunque el sonido sea muy social y bailable, la forma de crear es más introspectiva, más hacia dentro. ¿Te ocurre a ti también eso?

A mí no me gusta tocar. Yo no quiero tocar.

Nostalgia bien temperada. Foto: Alfredo Arias
Nostalgia bien temperada. Foto: Alfredo Arias

¿Vas a dar conciertos?

No, probablemente no. Todavía no quiero decir que no porque nunca se sabe. Pero a mí no me gusta tocar. Es verdad que para mí... he estado tanto al margen de los gustos del momento que lo de amar la música ha sido siempre un acto solitario.

Quería preguntarte por la última canción del disco, “Autoficción”. No sé cuánto lees, pero en narrativa ahora mismo la autoficción es un género muy presente, muy comentado. ¿Cómo conectas tú con esa idea en la canción?

Me pasa con la literatura lo mismo que con la música: leo bastante, leo mucho. Para mí es terapéutico, sobre todo por la noche; es lo único que consigue separarme de los problemas del día. Lo que sí es cierto es que no sigo demasiado lo actual. Estoy en un club de lectura con amigas y eso es lo único que me acerca un poco a las novedades, pero en general no conecto con la autoficción.

Hace poco leí un texto que hablaba de la autoficción y decía que la autoficción femenina, concretamente, es un arma que utilizan las mujeres para poder expresar sus rabias, sus frustraciones, su desilusión con la vida de una forma que sea más fácil.

Sí, pero la impresión que tengo… y sé que es una crítica, aunque tampoco me importa demasiado... es que lo que he leído de autoficción nunca me parece del todo sincero. Siempre parte de una experiencia propia, sí, pero hay una proyección, una manera de construirse desde fuera, de mostrarse como uno quiere ser visto. Y eso me distancia, porque no me parece del todo sincero. Además, me parece que en general carece de sentido del humor. Y para mí eso es fundamental. Cuando leo novelas de autoficción busco que haya un poco de ironía, de risa hacia una misma, porque yo soy así también.

“La radio no era como ahora, tan conservadora, limitada a proyectar solo lo que tiene éxito. Todos esperábamos con la cinta de casete a que pusieran en la FM la canción que nos gustaba. Ahora, en cambio, todo lo marca la música de multinacional, con sus sistemas y sus listas”

Ana Naranjo

Cuando haces un disco, al final también hablas en primera persona y proyectas una imagen de ti misma, ¿no? Es como si te miraras en tercera persona. ¿Eso te preocupa?

Sí, pero en mi caso creo que lo que pesa más es que estoy al servicio de la narrativa. Soy incapaz de construir una historia que no encaje, no pienso tanto en lo que quiero proyectar. En la canción “Autoficción”, por ejemplo, la idea era casi un drama contado a dos voces. De hecho, llegué a pedirle a un artista, no español, mayor, que hiciera la otra voz. Pero al final se perdió por el camino, me hizo ghosting total.

¿Hubo algo que leyeras mientras escribías y que te inspirara directamente para una canción?

Sí, sí, sí. Cuando estaba escribiendo “Si la brisa es buena” copié literalmente una frase de “Camino de Los Ángeles” (escrita en 1936 y publicada en 1985) de John Fante. Era una escena bastante deprimente: el autor trabajaba en una fábrica de conservas. Y al salir a fumar veía el puerto, lleno de yates de millonarios. Y además era en una época… no sé si la Depresión, lo leí hace muchos años. El contraste era brutal: la gente riquísima, las chicas perfectas… Claro, en aquella época no era como ahora, que tenemos el prêt-à-porter; entonces vestir bien costaba muchísimo dinero. Ser elegante era un privilegio. El texto describía a una chica fumando, maravillosa, y en un momento dice algo que me pareció brillante: “Convirtiendo todo el canto en perfección”. Esa frase se me quedó grabada. Me parecía que conectaba perfectamente con lo que yo estaba contando: esa proyección de los ricos de vacaciones, mientras tú los miras desde tu casa pensando: “Claro, yo quiero estar ahí”.

Ese tópico también es muy del verano actual, cuando no paras de ver historias en internet de gente en Tailandia y tú estás en tu casa sin un duro…

Sí, por eso a mí me sale el cinismo, porque ese verano de los ricos en los yates me parece aburridísimo. Este verano, por ejemplo, me estaba bañando en la playa y vi a unas chicas en un yate: todas en bikini, con un señor mayor al volante, bebiendo… Y yo pensaba: “Qué coñazo, que se bajen al fango, a la arena, a bañarse de verdad”. Es que hemos comprado el modelo de vida americano. Cuando yo era joven, mi verano divertido era coger la toalla, ir a la playa y volver a casa. Y ahora, sin embargo, el ideal al que la gente aspira es el de las vacaciones de yate.

Verdad y autoficción. Foto: Alfredo Arias
Verdad y autoficción. Foto: Alfredo Arias

Cuando escuchaba la primera canción del disco, “Bajo un mismo techo”, me llamó mucho la atención esa idea de que es muy complicado echar atrás una vida con alguien aunque ya no lo soportes. Me hizo pensar en cómo el verano, con todo ese tiempo libre y más espacio para uno mismo, puede convertirse en un momento en el que afloran estas reflexiones y decisiones. ¿Para ti también existe esa relación entre el verano y ese tipo de procesos internos?

El índice de divorcios se duplica después de las vacaciones. Y tiene sentido: hay gente que, simplemente, no se soporta. La mayoría de las parejas no se soportan. En realidad, lo que quería plantear con la canción es esa imposición de vivir en pareja porque no puedes permitirte un piso sola. Y cuando hay hijos de por medio, ya ni hablamos. Al final son una serie de imposiciones fruto de la puñetera especulación. Y eso condiciona quién puede tener hijos y cómo se organizan las familias. En el fondo, lo que cuestiono es esa idea romántica del amor. Creo que está idealizada. El amor real, después de tantos años de vida en común, es otra cosa.

Creo que ya me lo has respondido un poco antes, pero por si acaso matizo: hace diez años el indie era una cosa y ahora es otra completamente distinta. ¿Has notado esa diferencia al publicar este disco? Hablo tanto a nivel de escena como de sonido, incluso en la forma de relacionarse y comunicarse los grupos entre sí.

Lo que pasa es que a mí me puede dar igual, porque no me dedico profesionalmente a esto: sigue siendo un hobby que me alimenta la felicidad. Lo que sí noto es que los modos de producción siempre condicionan. Esa es una teoría de Marx: está la supraestructura, que siempre condiciona la subestructura. En este caso, la supraestructura es el soporte: el gramófono, el vinilo, el CD… Cada uno ha generado su propia escena. Y ahora pasa lo mismo con lo digital: los grupos componen pensando en playlists de Spotify, en entrar en un festival a las dos de la mañana, en tener un estribillo que funcione en TikTok. Y eso modifica géneros y estilos, aunque a mí esa idea me espante. En cuanto al indie, creo que ya no es un modo de producción, sino un género en sí mismo. Y eso ha cambiado la percepción. Cuando saqué mi primer disco no encajaba en ningún sitio: me llegaron a decir periodistas que era una hortera, que cantaba fatal. Yo simplemente he hecho lo que me gustaba. ∎

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