En un contexto de festival, y más en escenario grande como el Revolut, el público que logró congregar Central Cee remitió a la invasión británica vivida hace un par de años en Mordor para ver a Calvin Harris, con los gang signs convertidos aquí en banal juego de rol. Parece lógico si atendemos a lo que representa el rapero de Londres ahora mismo: la cota de popularidad más alta para el UK drill, pero también su aplanamiento. En una edición tomada por las “supernenas” del pop y esa trinidad guitarrera conformada por IDLES, Fontaines D.C. y Turnstile, Central Cee se antojaba como una especie de cabeza de cartel de incógnito, al margen de todo el ruido mediático y un poco enrarecido por esa adhesión con delay que no sentó muy bien, porque se esperaba otro nombre en lides hip hop, pero sobre todo porque su figura podía suscitar algún levantamiento de cejas: ver el rótulo de “Nobody Is Normal” mientras se escucha “How can I be homophobic? My bitch is gay” provoca un inevitable cortocircuito. Fue al inicio del concierto, con ese tema viral que es “Doja”. Le seguirían tantos otros, partiendo siempre de ese drill melódico marca de la casa, pero que en directo y a la intemperie pareció perder todo contraste, quedándose en una cosa monótona, sin mordiente ni vulnerabilidad. Se escapó de la escala de grises ocasionalmente, ya fuera yéndose al club con Ice Spice y el Jersey drill de “Did It First”, vampirizando el 2-step de PinkPantheress y Mura Masa en “Obsessed With You” (larga vida al sample drill bien ejecutado), introduciendo dejes afrobeat o arrimándose a la guitarra flamenca en la pegadiza “Sprinter”. No, si buenos temas los tiene. Pero quizá el problema fue una cierta sensación de disociación geográfica por la cual Central Cee y su centelleante cadena con el rostro de la reina Isabel II imponían la Union Jack, más que abanderarla. Una desubicación –propia y ajena– ejemplificada cómicamente cada vez que se refería a Barcelona como “Barça”. Núñez estaría orgulloso. Anton Casas
Del digicore, de la EDM genuinamente norteamericana del ocaso de los dos mil y todas sus explosiones subsiguientes –el brostep o el nuevo electro maximalista y exagerado de Skrillex y Zedd–, la generación Z musical de Estados Unidos está extrayendo musicalmente unos frutos estimulantes, pero al mismo tiempo cuestionables. Porque, de un modo semejante a lo que sucede con 2hollis, Frost Children pretenden un diseño sonoro extremo, diluido y contundente que conecte con la tradición del UK bass, pero despojándose de toda introspección y apostando por un maximalismo melódico y una bombástica rítmica exagerada que tiene más que ver con los artistas antes nombrados, pero también con Diplo, con Hardwell, con Sebastian Ingrosso… Moods contradictorios para un país dividido y a la deriva. Su concierto oscuro e implosivo en la madrugada del escenario Trainline pretendió demasiado ser vanguardista y disonante, incómodo, pero terminó recayendo, bombo a bombo, en una extraña zona de confort. Solo al final, entre algún amago de su próximo trabajo, a estrenar en septiembre, y el single de cabecera que es “Combat”, el vuelo pareció tomar una temperatura diferente. ¿Signo de que las cosas no tardarán demasiado en darse la vuelta? Diego Rubio
En una hora que a priori parecía crítica –coincidiendo con Chappell Roan y en la vorágine que siempre suele preceder a la medianoche–, al final Nicola Cruz terminó resultando una opción estupenda, en parte por la evidente mejora que este año ha experimentado el escenario Plenitude By Nitsa –esencialmente mejor sonido y una programación más ajustada que se complementaba con la de los dos principales de Mordor– y en parte también por su propia intención de no contentar a nadie más que a sí mismo. Pudiendo haber recurrido a su versión más festival, bailable y tropical, el franco-ecuatoriano prefirió tomarse su tiempo, soltar poco a poco capas de sintetizadores de ilusión ambiental y voces robotizadas mientras refinaba los bajos, y abandonarse a una IDM ligera, al techno melódico y a un acid house con intención honda y cerebral. Un oasis de glitch introspectivo que despegó finalmente convirtiéndose en puro hedonismo. Diego Rubio
SHERELLE convirtió el escenario Plenitude By Nitsa en una rave de alto voltaje, sin bajar de los 160 BPM. Armada con jungle, footwork y drum’n’bass, firmó un set tan físico como político. Desde que fundó el sello Beautiful con Naina, su nombre es sinónimo de vanguardia inclusiva. Lo suyo fue una descarga sin respiro, con breaks afilados, bajos demoledores y una mezcla quirúrgica que puso al público a sudar como en un warehouse de los noventa. Influencias como DJ Rashad o Machinedrum flotaban en el ambiente, pero SHERELLE impuso su propio pulso con máxima precisión. Su meteórica carrera no es solo una promesa: es una revolución en tiempo real. SHERELLE no está ascendiendo, está despegando a velocidad luz, marcando el ritmo del futuro con cada beat. No pinchó: sacudió. En una hora redefinió el club como espacio de resistencia, visibilidad y liberación colectiva. Uno de los sets del año. Laia Marsal