Big Thief: Adrianne Lenker, voz extraordinaria. Foto: Sharon López
Big Thief: Adrianne Lenker, voz extraordinaria. Foto: Sharon López

Festival

Primavera Sound (9 de junio /3): satisfactorio coexistir

Y vuelta a la casilla de salida. Qué lujoso déjà vu. La vigésima edición del Primavera Sound empezó ayer para muchos, mientras que para otros supuso seguir surfeando por ese tsunami que inunda de música en directo todos los rincones de la ciudad. Pero este año si uno repite es porque le place. Porque jornadas como las de ayer permiten no solo un itinerario como el que sigue, sino muchos otros. Esta ruta navegó, durante buena parte de su trayecto, por los nuevos meandros de ese indie rock que definió la identidad del Primavera Sound en sus inicios y que reclama su coexistencia con otros estilos. Aunque hubo mucho más, obviamente.

La rueda gigante del Primavera Sound no cesa. Tampoco para los que ya llevamos unas cuantas jornadas montados en ella. Ni siquiera resulta fácil seguir el ritmo para los que se subieron ayer por primera vez. La primera jornada del segundo fin de semana presentó una entrada multitudinaria, acorde a los lujosos reclamos de la programación y a una segunda línea que fragmentó al público con propuestas no tan mayoritarias. He aquí el repaso a una pequeña parte del sabroso menú servido ayer.

Future Utopia: desubicado tech-house playero. Foto: Òscar Giralt
Future Utopia: desubicado tech-house playero. Foto: Òscar Giralt

Future Utopia tuvo el infortunio de ser incluido en un renglón del programa poco agradecido e infrecuente. ¿Una sesión de DJ tan temprano por la tarde? Bajo el sol justiciero, el productor Fraser T. Smith planteó en el escenario Cupra una entrada de brisas ibicencas para el Fòrum. Empezó entonando la electrónica relajada del Café del Mar, acercándose al ocaso para abrazar lo que podría ser la sesión de esa misma noche en la discoteca Ushuaia: techno-house playero que sin embargo animó a unos cuantos cuerpos de frescura envidiable, moviéndose en el duro hormigón bajo climatología adversa, probablemente británicos –¿no corre el festival riesgo de convertirse en patio de recreo para este público con mayor participación que el local?– desconocedores del tute que les quedaba por delante. No obstante, tuvo algunos instantes salvables, cuando retrocedió al dance de otras décadas y añadió cierta texturización para aplacar esos bombos demasiado mecánicos, demasiado urgentes para las horas en que sonaron.

Dry Cleaning: Florence Shaw sabe lo que se hace. Foto: Eric Pàmies
Dry Cleaning: Florence Shaw sabe lo que se hace. Foto: Eric Pàmies

Una propuesta diametralmente opuesta fue la de Dry Cleaning. La banda británica aterrizó en el Binance como una de las revelaciones del panorama indie reciente. La voz subyugante de su vocalista Florence Shaw se ganó pronto la admiración del aforo. Aún más con esas formas frente al micro, porque prefiere el recitado –o arrastrar las palabras– al canto. Un directo que emuló con fidelidad lo registrado en su debut discográfico, con un sonido que convierte el estado de ánimo alicaído en expresión vital. Especialmente a través de los gestos, la pose escénica y las miradas cargadas de malicia de la cantante, haciendo gala de una ironía y sarcasmo lacerantes. Los ingleses plancharon un show sin sobresaltos, estricto en su despliegue y minutaje, restrictivo en los aspavientos y eficiente en una formulación artística del nuevo (viejo) post-punk, con un encanto oscuro de alta estima. Y sí, “Scratchcard Lanyard” tiene madera de nuevo clásico.

Squid: controlado brote post-punk. Foto: Marina Tomàs
Squid: controlado brote post-punk. Foto: Marina Tomàs

Siguiendo con la estela del nuevo brote post-punk detectado en las Islas Británicas, pero expandiendo su sonido hacia géneros e influencias más diversas, Squid se hicieron fuertes en este nuevo orden que vive el género y que los emparenta con la banda anterior. Sin embargo, su propuesta en directo abraza unas pulsiones atmosféricas más acentuadas. Lo demostraron, en el escenario Cupra, con un momento “Ummagumma”: introspección lisérgica a la que fueron sumando variedad de sonidos. La surtida artillería instrumental les permitió trascender el género con el que son etiquetados, enriqueciendo la mezcla con maracas, triángulo, gong, xilófono y trompeta. Pese a que su propuesta no vino marcada por la intensidad ni la aceleración, tampoco faltaron pogos ni crowdsurfing en unas primeras filas más entregadas y vigorosas que los músicos sobre el escenario.

Big Thief deslumbraron. Foto: Sharon López
Big Thief deslumbraron. Foto: Sharon López

Adrianne Lenker y su milagrosa presencia vocal lograron imponerse en el escenario Plenitude, al frente de Big Thief, a ese ruido colateral que llegaba desde el espacio Boiler Room. En el arranque pareció que les faltaría un plus de energía y personalidad en su formulación escénica, pero Lenker aplacó estas impresiones precipitadas con su paso a lo acústico bajo el paraguas folk-pop. No fue la única faceta admirable. En su vuelta a lo eléctrico, media hora después de haber subido a las tablas, emprendieron una incursión en el rock crudo. El hechizo de la líder sobre su público ya era total. La guinda fue el tema country-folk con que cerraron, que en otros tiempos podrían haber llevado el sello de aprobación de The Flying Burrito Brothers, y que los diferenció entre las bandas más atractivas surgidas de la escena indie estadounidense contemporánea.

Playboi Carti decepcionó a lo grande. Foto: Sharon Lopez
Playboi Carti decepcionó a lo grande. Foto: Sharon Lopez

Lo de Playboi Carti –a partir de ahora “Playback” Carti– pasó de la broma a la tomadura de pelo en cuestión de segundos. De entrada, tuvo el gesto de empezar (en el Cupra) con media hora de retraso, a saber en qué andaba. La pirotecnia escénica no pudo esconder el tremendo descrédito del trapero de Atlanta. Mientras un guitarrista especializado en air guitar lo acompañaba en clave rap-metal y unas bases –y voces– pregrabadas ponían la poca música del concierto, el señor Carter emitía gritos –de un solo registro, por cierto– y colaba alguna frase semi cantada e ininteligible: ¿era esto el Baby Voice Carti? Por no hacer, no hizo ni el esfuerzo de simular estar interpretando sus canciones. Sí se empleó con más empeño en moverse por el escenario, en hacer el cristo redentor y en gritar como un endemoniado. A eso se limitó anoche. A sus más fieles seguidores poco les importó, aunque la escasa asistencia –por mucho que coincidiese con Dua Lipa– también resultó significativa. Los fans estaban ahí para adorar a su ídolo y compartir en redes. Y no, no fue The Knife, fue un show aberrante que debería entrar en el top de conciertos a olvidar.

Bicep y su electrónica gustativa. Foto: Val Palavecino
Bicep y su electrónica gustativa. Foto: Val Palavecino

Mucho más finos estuvieron Bicep en el mismo escenario, que en su live irrumpieron desplegando algunas de sus gemas más conocidas. Luego, en un intento comprensible por adaptarse a los contornos anímicos de esas horas de la noche, optaron por acribillar el suelo con bajos desestabilizadores y ráfagas melódicas aceleradas. Tralla en la que perdieron ese toque exquisito que distingue a sus producciones. Seña que sí recuperaron para la traca final: con un “Apricots” sin implantes recobraron el respeto como paladines de la electrónica gustativa. ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados