“Cosa Nuestra” (2024) es el título con que Rauw Alejandro rinde tributo a sus raíces puertorriqueñas o, más exactamente, a la idea que de ellas se puede tener desde cierta distancia geográfica y estética. Lejos del futurismo sintético de “Saturno” (2022), su anterior proyecto de corte ciberpunk, este nuevo trabajo propone un viraje hacia la raíz, ese concepto tan escurridizo que últimamente, al insertarse en el pop multitudinario, ha dejado de ser un gesto de resistencia para convertirse en una coartada estilística cada vez más complaciente con discursos de corte conservador en alza. Publicado en noviembre del pasado año, el álbum se presenta como una mirada retrospectiva al Caribe desde el prisma del hispanohablante neoyorquino hecha para todos aquellos sujetos que aún creen en el sueño americano: Rauw creció en Nueva York y “Cosa Nuestra Tour”, articulado como extensión escénica del disco, adopta como eje narrativo el teatro musical de Broadway. Con ello, se permite el lujo de exigir a su audiencia un dress code inspirado en la moda neoyorquina de los años sesenta. Sin embargo, al rodear el Movistar Arena el pasado 5 de julio –en la primera de las tres fechas previstas en Madrid– la atmósfera distaba mucho de evocar el glamur de la Gran Manzana para asemejarse, simplemente, a un banquete de comunión.
El Zorro, que estudió baile y teatro cuando era joven –también fue futbolista, y menos mal que le salió bien lo de la música porque, si no, pocas opciones le quedaban para el show business–, recrea uno de esos musicales a través de un concierto dividido en cuatro actos cuyo argumento es una copia de “West Side Story” (con mis respetos a Leonard Bernstein), que a su vez es una copia de “Romeo y Julieta”, para la que a su vez Shakespeare toma ideas de Mateo Bandello. Una muñeca rusa de réplicas y un guiño a la trama más famosa de la historia del teatro, porque para eso ahora Rauw también es dramaturgo. En esta historia, el cantante boricua encarna a un capo de la mafia que se enamora, cómo no, de una espía infiltrada en la banda rival. Todo, además, envuelto en una premisa inquebrantable: Alejandro es –en el subtexto, en el texto y en la escenografía– el hombre más seductor del planeta Tierra. Y si el guion exige que ella se enamore, pues se enamora. Entre actos, un maestro de ceremonias recorre las gradas, micrófono en mano, soltando chascarrillos de dudosa elegancia fálica mientras el pinganillo le informa de si la escenografía está lista tras el telón. Así, lo que vemos entre tiroteos coreografiados, bengalas y fuegos artificiales es una suerte de teatro de variedades donde caben todos los decorados posibles: un bar, un parque, un coche antiguo, una cama king size y una tropa de bailarines ataviados como si estuvieran en un revival noir. ¿Estamos ante un musical de “El padrino” filtrado por “Glee”? ¿Un remake low cost de 007 en clave de reguetón? Todo es posible.
Cabe plantearse, desde una perspectiva casi ontológica, si los conciertos han dejado de ser, esencialmente, conciertos. ¿Estamos asistiendo al ocaso del formato tradicional en favor de un espectáculo más próximo al parque temático? En el caso del “Cosa Nuestra Tour”, la respuesta parece inclinarse hacia la segunda opción. Rauw Alejandro, convertido en un homo ludens del entretenimiento global, parece encontrar mayor placer en el disfraz, la coreografía y el decorado que en la ejecución de su propio repertorio. Queda entonces la duda razonable de si, en algún rincón del escenario, el artista aún es fan de su propia música. Así, durante las dos horas y media de espectáculo, los diálogos dramatizados llegan por momentos a eclipsar el objetivo primario de una experiencia musical: las canciones. Este guion, a ratos, bordea lo torpe de una forma casi entrañable. Citemos, por ejemplo, el final del segundo acto, donde Rauw, con una calle neoyorquina de fondo, interroga al público femenino con una elocuencia de tertulia radiofónica: “¿En vuestra relación sois vosotras las policías?”, pregunta, mientras discute con una pareja ficticia que no le permite salir de fiesta con sus amigos. Un minuto más y habríamos asistido a una invocación de “la comandancia”, “el reñitrón” o “el castigo ambulante”. Otros pasajes, no obstante, se revisten de empoderamiento, con consignas en favor de la mujer independiente, que en el universo de Rauw parece definirse por estar soltera y tener carné de conducir. Así lo sugiere cuando la coprotagonista, en un gesto de ser-una-mujer-fuerte, le pide las llaves de su descapotable. Y sí: es crucial desmontar los prejuicios en torno al perreo, y entender que el dembow contiene una dimensión ritual y liberadora comparable a cualquier otra práctica cultural. Aquí, sin embargo, el mensaje parece una parodia de sí mismo.
Uno de los momentos de mayor interés estético a lo largo del concierto se produce con la interpretación de “Carita linda”. La canción, sustentada en la tradición de la bomba yubá puertorriqueña, se acompaña de un vestuario que remite al traje folclórico tradicional. Sin embargo, este gesto, que podría leerse como una reivindicación de la herencia cultural, evidencia también los límites del neofolclore como estrategia narrativa. El nuevo reguetón, al menos en 2025, insiste en regresar a la raíz, si bien este discurso identitario, que en teoría bebe de rescatar archivo histórico nacional, parece en la práctica filtrado por las convenciones del pop hegemónico global. Ni en forma ni en fondo se alcanza esa efervescencia radical del reguetón primigenio, ese que sí supuso una brecha dentro de la subcultura. El problema no es tanto mirar atrás como no saber qué hacer con esa mirada: empieza a saber a poco que las propuestas latinas que se presentan este año se dediquen a romantizar el pasado en vez de imaginarse, aunque sea brevemente, el futuro.
“Cosa Nuestra Tour” es sin duda una superproducción y, por tanto, una experiencia disfrutable que cabría matizar para quién. La propuesta escénica, saturada de estímulos y moralinas pop, parece pensada para un público que ha descubierto el concepto de patriarcado gracias a “Barbie” (Greta Gerwig, 2023), que siente un vértigo casi existencial con los números musicales de “Moulin Rouge” (Baz Luhrmann, 2001) o que declara que Måneskin es el nuevo punk sin titubear ni un segundo. Hay en todo ello una sensibilidad estética concreta, marcada por el simulacro de lo sofisticado que se queda a las puertas. Y después del musical, a cenar a La Tagliatella: bienvenidos a la charca. ∎