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Firma invitada / El miedo del portero ante el penalti

Los piojosos

Sucedió en Ciudad de México, en el espacio contracultural Multiforo Alicia, la noche del viernes 30 de mayo de 2025. Fermin Muguruza, en pleno concierto de su gira internacional del 40 aniversario de su trayectoria artística, vio como el ejército y la policía desalojaron la sala. ¿Quién dio la orden de tamaño despropósito? La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. Karlos Osinaga, el hombre Lisabö, debuta en Rockdelux con esta columna de opinión al respecto de tamaño atropello.

Y

es entonces cuando te acuerdas de eso a lo que muchos siguen llamando “lo más sagrado”, y escupes lo que te atraganta y te ahoga; garganta, cabeza y alma.

Como un paso necesario para salir de ese humor de trinchera, de autodefensa; de ese humor al que a menudo acudes tras el primer alivio, casi metódicamente, en el susto inicial, cuando te ves superado por algo que te paraliza. Como paso casi obligatorio, al menos temporalmente, para superar la necesidad de ese primer escudo de autoprotección; esa aspirina que asumes en la fe de que así tu sangre fluirá algo mejor y no se coagulará, y de esa forma no te dará un puto ictus y no te estallará la puta cabeza en mil pedazos ya definitivamente.

Para salir de esas mismas mecánicas que a veces te siguen pareciendo imprescindibles, pero que otras veces te hacen sentir un poco bobo y perdido, superficial e incompleto, por no haber reaccionado antes de otro modo más determinante. Esas mecánicas que por desgracia necesitamos, cada vez más, en el día a día. Complejas aunque comprensibles fórmulas de autodefensa para contrarrestar esta eterna prueba de resistencia de materiales a la que a diario somos sometidos desde tantos lados. Un manual de combate que también a veces se nos queda pequeño, obsoleto o que simplemente nos termina minando por el hastío, sobre todo ante ciertos acontecimientos, ya sean puntuales o periódicos, y al margen del tamaño o la violencia de estos.

Ocurre, pues, cuando llega ese momento en que pierdes el equilibrio y la rabia te come las entrañas y la impotencia te quema la sangre, que decides abandonar por unos momentos esos mecanismos automáticos para poder expulsar eso que te ahoga. Y así, al menos por un rato, salir de esa rueda de sátira y de escudos tan golpeados.

Volviendo a la Tierra… El caso es que un músico, un amigo, un carnal, ha salido hace ya unos meses a celebrar por todo el mundo con todas sus familias, hermanas y hermanos. Ha salido para volver a compartir todos los regalos que en 40 años nos han ido dejando él y su grande y buena gente. Se ha montado en un carromato de mujeres y hombres fantásticos y se ha ido a compartir música, discurso, alegría, fuerza, emoción. Gratos y sempiternos momentos. Mucho de todo esto: rencuentros y lugares queridos, etc.

Empezó en casa, en diciembre. Bonito regalo a la familia, a los amigos, al barrio y demás. Y poco a poco ha visitado otras casas, otros barrios y otras familias amigas. Y el viaje continuaba. Y cada uno de nosotros lo iría viendo desde su perspectiva; esperando su momento o recordando el ya vivido, o leyendo el de otros, o lo que fuera pasando. Pero me atrevo a decir que en el cálculo de nadie, ni en el del más retorcido catastrofista o paranoide, cabía imaginar la insólita encerrona, ratonera y macabra, que, con todas las letras, padeció y sufrió la noche del viernes 30 de mayo de 2025 la banda de Fermin Muguruza.

Sucedió en Ciudad de México, en el Multiforo Alicia. Una sala de gran historia y trayectoria social y musical, que tiene un aforo de aproximadamente 600 personas. Allí banda, crew, técnicas, trabajadoras y todo el público asistente vivía un pasaje que de entrada no llegas a creer porque parece exagerado o irreal: como un chiste malo por lo macabro y excesivo, al menos desde una perspectiva europeíta. Un pasaje que según vas conociendo con más detalle deja paso al susto y al miedo, para darte cuenta de que de repente todo –todo– pende de un hilo. De un hilo pende.

Corría el minuto 56 de partido, que diría el gran periodista musical, en ese momento en que la fiesta ya va situada donde debe estar. Es ahí, justamente en ese instante, cuando se conoce que 200 ejemplares de cuerpos de asalto del ejército, policía capitalina y guardia nacional, muy armados, han irrumpido en la escena. Mucho más armados que esos de las series esas en que entran a desmantelar esas casas de los narcos esos. Mucho más.

Rodean la emblemática sala, pero en esta película además de los 200 armados acude también dentro del convoy… ¡zas! ¡Televisa! (& Co): los cuartos jinetes, formando parte de un extraño operativo. Incluidos, formando parte: no iban por su cuenta. Llamativo, al menos desde esta silla. Los imagino en el jeep, como quien va de safari, preparando cámaras para disparar buenos planos de la batida. Fascinante cacería.

Las peligrosas presas, en la sala. Gente culpable de poco y ajena a todo. Gente que bailaba entre amigos y familia. Que disfrutaba del encuentro, de la música, de la fiesta, de la hermandad y de la solidaridad entre personas y pueblos. Vamos, una celebración plagada de amenazante público: familias, completas. En buen número gente de edades entre 45 y 60 años (¡Máximo respeto a esas edades!). Dañinos intelectuales, profesores, dibujantes, estudiantes, pintores, periodistas, músicos… Y, claro, también curriquis de barrio, sí. Ahí estaban, juntos, todos ellos: Los Piojosos.

La teoría oficial sostendría que el operativo no era contra las personas, sino en su favor. La excusa fabulada sería la de un exceso de aforo en un concierto y la seguridad de las asistentes. Vendrían por tanto las fuerzas a ayudar tras un error organizativo. Entonces, ¿el verdadero objetivo? Pues, sin entrar en el deporte de la conspiranoia, es claro que nunca se conocerá el detalle, pero sí el trasfondo: ese “rescate” llegó en silencio y a escondidas. Y, perdón por la insistencia, con un despliegue dadá y desproporcionado en número, armas e intenciones: armas largas, intenciones feas de toda la vida. Poco gesto de ayuda y mayor gesto de odio; más de hambre de masacre que de mano tendida. Hasta un niño se da cuenta, no hay que explicar nada. Trasfondo que no casa con esas teóricas y oficiales justificaciones iniciales.

Volvemos al otro lado del tablero. Seas público, trabajador o artista, ¿cómo gestionas algo así si estás en un concierto y te pilla dentro? Solo pensar en ello, ¿no congela un poco el alma? Estamos hablando de un concierto de música. ¿Cómo se encara una situación así? ¿Cómo se interpreta y resuelve, en cuestión de segundos, ese repentino movimiento en una partida que ni sabías que estabas jugando? ¿Quién es el enemigo? ¿Quién es el objetivo?

Las personas encargadas de tomar la palabra para poder conducir la situación y evitar a saber qué en ese minuto 57 de partido ¿cómo digieren y descifran ese jeroglífico? ¿Y cómo comparten un mensaje que evite un desenlace peligroso? Igual es demasiado inocente preguntárselo, pero ¿de dónde se saca la entereza y el temple? Porque no es muy exagerado planteárselo, en esa incertidumbre. ¿A más de uno no se le pasó por la cabeza algo similar a una escabechina? Y no creo que esto sea exagerado. El terror se instala ahí, en la puerta, interrumpe un concierto y desaloja a los asistentes. Ponerse en esa situación asusta un poco, ¿no?

Porque a bajar gatos pequeños de los árboles no fueron aquellos. ¿O era solo un marcaje, así, muy férreo? Pero, si lo era, ¿hacia quién? ¿Hacia la banda? ¿Hacia la gente del Multiforo? ¿Hacia su gente habitual? ¿Iba dirigido a toda la gente de la cultura? ¿A gente con un pensamiento crítico bastante concreto? ¿A todas? ¿Y qué tipo de amenaza o susto pretendía, si solo se quedaba en eso la intención? ¿Como una aguadilla muy extrema? ¿O como haciendo la bolsa, o la bañera? ¿Cuál era el juego? ¿Por qué fueron? ¿Quién los envió? ¿Cuándo? ¿Desde dónde?

Porque también se supone, en teoría, que al margen de la autogestión militar-policial (y mediática), solo el gobierno puede dar esa orden, que jamás se dio. ¿Mensaje encriptado con lectura entre líneas? ¿Desde dónde? ¿Hacia quién? ¿Son extrañas para nosotros pero más habituales estas injerencias en México? ¿Vas a un concierto a bailar y divertirte y acabas rezando para salir de ahí ileso? ¿No es suficiente motivo como para que te estalle un poco la cabeza? Casi 37 preguntas a mi único contacto al otro lado del océano.

“Mientras se preparaba aquel intento de asedio, o lo que fuera, quizá algún Ferrari paseara con el manos libres activado por alguna gran avenida de alguna otra capital algo más cercana. Con alguien al volante, puro en mano, sonriente y atento a cómo transcurría el partido, inquieto por la emoción”, decía el hermano de una amiga. “No andará muy lejos la cosa”, decía otro amigo de ella. Ante tal panorama, pensar ciertas cosas es casi protocolo.

Y Alicia, en la ciudad. ¿Cómo se produce la salida de esas personas que aguardaban dentro? La podríamos definir como milagrosa, si milagroso es salir vivo de una escena dictatorial. Pero sí, gracias a los humanos, y no a los que había fuera, así se da. Gente cantando ante el ejército*. Surrealismo mágico de la mano del pueblo.

Consumado el milagro, sorteada la tragedia, ya todo esto es como si quedara en algo menor, afortunadamente, en sus consecuencias. Aunque por desgracia en el mismo marco de lo sucedido días atrás, cuando dos colaboradores del gobierno capitalino, Ximena y Pepe, son eliminados. Otro ladrillo más en una arrasadora estrategia de desestabilización contra un gobierno de izquierda, su gente y el propio pueblo: ¡México, México!, ¡Ra!, ¡Ra!, ¡Ra! (50 años después y aún tan vigente). Y una reflexión: lo peor no es solo la ignorancia o la corrupción, sino la negativa y la falta de voluntad, desde tantos sectores, para transformarlas. Algo huele a cerrado.

Aquí –tan lejos, tan cerca– muchos gestos de cariño y de apoyo. Imagino que necesarios en un momento de colapso tan enorme como inesperado y paralizante. Pero créanme gente que, aunque hubo ruido, nadie salió. No hubo curiosos, no hubo preguntas, nadie lloró. En palacio, el santo gobierno en la capital artificial de un país singular y el repentino recién fan confeso de Bruce Springsteen, seguían sin inmutarse. ¡dIOS salve al Lehendakari! ¿Sabrá escribir su apellido? –el de Bruce– ¿Pronunciarlo? Seguro que sí. No lo dudo. Un líder: más pendiente hoy de conocer en ChatGPT los hits de su impostado nuevo ídolo que de preocuparse en aquellos días por lo sucedido a sus súbditos en otras tierras. Lo sucedido a trabajadores y visitantes. ¿Sabrá que “Born In The U.S.A.” no es un himno B de aquel lugar, no? Seguro que sí. Eso sería muy “cuñao”.

Pero ya, fin del chiste: qué amargo debe ser que hasta en esos extremos tu rey te ningunee y mire hacia otro lado, por mucho que venga de la estirpe de los inventores de la ambigüedad más burda. Sin entrar en demagogia y, de verdad, sin mal rollo: qué triste y cutre tal abandono y ninguneo. Y creo que un poquito cobarde, me da a mí.

Todo tiene una cara B, y así como a veces no prevés lo negativo, tampoco eres hábil para calcular el otro polo, el bueno, por lo enredado y camuflado que este viene acompañado. Quince días después de aquel expediente X llegaría el partido de vuelta. El –ahora un poco más– esperado encuentro con muchas, muchas personas. Fue en Donostia, en el estadio de Anoeta.

Allí también la épica tenía que acudir a la cita. Y tras veraniegos preparativos, en las vísperas todo se complicó horas antes del comienzo del festival, con dudas y peligro para celebrarse: problemas en estructuras por los temporales y amenazas de tormentas eléctricas que por suerte pudieron ser superadas. Otro exceso de épica, hacía semanas ya innecesaria. Ya sobraba.

Lo que no sobró (qué bien hilado) fue casi nada de lo que se vivió aquella tarde-noche, por incalculable y abrumadora que resultara. No me creo que nadie imaginara la energía que se llegaría a compartir allí. Con ese privilegio que te otorga el haber aceptado tu desventaja, todo lo negativo se convertía en estímulo. Lo sucedido días atrás como impulso extra para celebrar aquel aquelarre festivo, divertido, emocionante, sentido y abrumadoramente multitudinario (sin entrar en números ni esas cosas). Miles de almas vibrando desde los primeros acordes. Visitas a canciones que parecen hechas ayer. Toda una banda sonora original de nuestras vidas. Viva y electrizante. Con bonitos recuerdos no azucarados y sin ningún exceso de trucos: la propia energía ya era magia bruta. Cuando no tienes que ir contra nadie, porque todo en sí mismo tiene fuerza suficiente como para tumbar cualquier muro.

Por eso ahora no vale eso de que “la duda disipa la evidencia de las cosas”. Porque allí se palpó que no cabía duda alguna ni había evidencia disipada. Quedó claro que la duda esta vez no iba a golpear. Ahora queda respirar, tomar aire y saborear todo lo bueno y lo que aún queda. Nuevos regalos. El más especial, quizá, el de casa: “Paris, Texas - Irun, Mosku”. El carromato hace parada en el barrio y sus fiestas, uno de los que todavía resiste en pie a pesar de todos los envites mudos que a diario recibe por todos los frentes hipócritas y disfrazados de cualquier cosa. Como tantos otros en nuestras ciudades.

Y este es el estado de las cosas. En un puto mundo donde, a veces, el tesón trae frutos y ciertas raciones de justicia. Y que siga el buen viaje, ya el descenso del Everest. A celebrar lo vivido y saborear lo que aún queda. Con paso firme en la bajada, con la precaución del regreso, pero sabiendo que también en la vuelta está el regalo del camino. ¡Y el de la llegada al valle del río Arga, ese 4 de octubre! Por el momento… 

¡Nos vemos en el barrio! ∎

* ¡¡Nunca os hagáis policías!!
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