la hora de tomar las fotografías que acompañan este artículo, confiesa que no disfruta demasiado de esas sesiones. Sin embargo, desde fuera se la ve posando con gracia y, siempre, con el carisma personal que adorna todo lo que hace (y dice). Cristina Plaza lleva vinculada a la música desde hace media vida. Primero, formando parte de Clovis, especialísimo proyecto junto a Fino Oyonarte –bajista de Los Enemigos–, su pareja. También fue una cuarta parte de Los Eterno, hasta que decidió emprender una carrera en solitario, funcionando tanto como Gran Aparato Eléctrico como Daga Voladora. Bajo ese nombre publica ahora “Los manantiales” (Lovemonk, 2024), un disco que no es uno más en su trayectoria, por muchos motivos.
“Llevaba mucho tiempo queriendo hacer este disco”, explica en un pequeño restaurante de la zona. “Pero por un lado necesitaba un espacio físico para hacerlo, un sitio que fuera como una isla. Luego, también requería fuerza de voluntad y eso es difícil con un trabajo fijo que te quita la energía”. Precisamente, el final (afortunado o desafortunado) de una experiencia laboral le dio ese tiempo extra que necesitaba para seguir perfilando un trabajo que es pura sensibilidad. La carta de amor a la música de una persona que lleva en ello toda la vida y que todavía transmite ilusión y una inocencia bien entendida que muestra un mundo de belleza, humor e inteligencia. “Yo voy apuntando cosas y me dedico a guardar ideas, pensando ‘molaría hacer una canción así o asá’, pero llega un momento en que te tienes que poner. Eso ocurrió hace un par de años, cuando se terminó ese trabajo. Me dije: ‘Esta es la mía, puedo permitirme dedicarme solo a grabar este disco’”. Y voilà.
Ese espacio físico anhelado tuvo una plasmación geográfica: un pequeño pueblo llamado Hoyo de la Guija, cerca de la frontera entre Ávila y Madrid, no muy lejos de Peguerinos. “Al no tener un trabajo de oficina, pude permitirme alquilarme una casa allí y buscar esa concentración que necesitaba. Allí no hay ni bar y no tengo coche, así que imagínate”. También hubo un cambio en la forma de encarar compositivamente las canciones, cocinadas a fuego lento. Lo cuenta Plaza: “He buscado probar cosas nuevas y, sobre todo, divertirme. Sin ideas prefijadas. No me gusta habitualmente atacar las cosas desde la forma, pero tengo que reconocer que aquí sí que ha habido ejercicios así. Pensaba que quería hacer un disco de rock, un álbum a lo Broadcast y ¡hasta un musical!”, confiesa.
“Los manantiales” contiene nueve canciones de las que mecen dulcemente al oído. Entre algunas de las influencias que se cuelan en las melodías, podrían aparecer Vainica Doble, Stereolab, Kikí D’Akí, The Magnetic Fields o los ya citados Broadcast. Un juego divertido el de buscar referencias, pues la propia autora apunta no haber escuchado demasiado a algunas de ellas. Lo que es indiscutible es su facilidad para conjurar melodías de serena belleza, estructuras oblicuas y la presencia de minihallazgos sonoros que sorprenden al oído. Es el caso, sin ir más lejos, del saxofón de Andrés Arregui. Instrumento sobre el que la propia Cristina señala haber tenido prejuicios en el pasado –¿y quién no?– y que sin embargo le añade nuevas texturas al sonido de Daga Voladora.
“Los manantiales” es, por tanto, una suerte de nuevo comienzo. Tras mucho tiempo compartiendo su música únicamente a través de la plataforma Bandcamp, ahora ha tenido un lanzamiento más convencional, con edición en vinilos, presencia en todos los canales de streaming y, por qué no decirlo, también una nueva ambición en su creadora. Ella lo define como dejar de lado el “autoboicot”: “Me he sentido completamente libre en este disco y esa soltura quizá se pueda ver en todas las fases. Por ejemplo, le he dado libertad al sello discográfico para que lo promocionen y hagan lo que quieran y, claro está, ojalá se vendan todas las copias”, concede.
En esa autoconfianza tiene un pequeño papel el hecho de que Luz Casal decidiera interpretar en 2018 “Quise olvidarte”, composición de Cristina Plaza. Lo rememora así la autora: “Eligió una canción que yo había escrito. Me dijo cosas muy guays. Una señora que es una estrella del rock y que comentaba que le recordaba a Carmen Santonja, que le hacía ‘hits’ como ‘Rufino’. También me hizo volverme un poco loca (se ríe) pensando que me podía dedicar a hacer canciones para otra gente y yo quedarme en casa”, dice, mientras sigue riendo. En ese sentido, para Cristina el éxito con “Los manantiales” sería que “la gente que lo escuche valore que como compositora soy buena y que le gustaría trabajar conmigo”. Cristina y Luz siguen en contacto y se mandan canciones de la primera.
También llegará el momento de presentarlo en vivo, empresa que se mueve siempre en lo que sería ideal y la sostenibilidad. Cristina no tiene claro el cómo, pero sí asegura que lo hará. “Parezco una de esas ‘influencers’ de Instagram en plan ‘muchos me habéis preguntado’ (se vuelve a reír), pero la verdad es que sí hay gente que me insiste en tocar y se me ocurrirá la manera. Imagina que de repente gusta una canción en México y… pues a México que me voy”.
La conversación con Cristina Plaza siempre fluye fácil. En algunos momentos rememora la etapa con Clovis, proyecto que estuvo a punto de dar un salto de popularidad (“nos quedamos un poco en medio de muchas cosas que estaban pasando”) y en otros confiesa su pasión por el tenis, deporte maravilloso para crear analogías. Ella cuenta una: “A veces te pones a jugar como ese tenista que parece que lo tiene todo perdido. Ya sin miedo le salen unos golpes increíbles y hasta acaba ganando”. Podría ser una metáfora de tantas carreras de largo recorrido que, ajenas a modas y vaivenes de la industria, construyen un camino recto e irreductible a fuerza de hacer canciones a su manera. Más Cristinas Plazas y más Dagas Voladoras sería una de las mejores noticias que podríamos tener. Un pequeño lujo. ∎
Quién mejor que la propia autora para recopilar una serie de influencias, directas o indirectas, que resultaron fundamentales para la elaboración de “Los manantiales”. Ahí va:

Musicales de película
El cine es probablemente lo que más me gusta en el mundo, y los musicales clásicos – “El mago de Oz” (Victor Fleming, 1939), “West Side Story” (Robert Wise & Jerome Robbins, 1961), “El fantasma del paraíso” (Brian De Palma, 1974), “All That Jazz. Empieza el espectáculo” (Bob Fosse, 1979)– son una especie de “lugar seguro” para mí. “Los manantiales” está lleno de referencias a canciones de otros, así como “Cantando bajo la lluvia” (Stanley Donen & Gene Kelly, 1952) hacía referencia a viejas melodías de Broadway.
Bajos de finales de los sesenta
Mi sonido de bajo preferido es el que se escucha, por ejemplo, en “Pet Sounds” (1966), de The Beach Boys (a cargo de Carol Kaye), o en algunas grabaciones de The Doors. Es un elemento muy distintivo en el sonido de Broadcast y que en cierto modo me obsesiona, como se puede apreciar en “Catedral”. En mi caso se trata de bajos sintéticos; los toco siempre con un teclado microKorg. Soy consciente de que ese sonido ya te coloca en un sitio concreto, pero me cuesta renunciar a ello.
Las cerillas
La segunda fase de grabación de “Los manantiales” tuvo lugar en un sótano donde arreglan teclados y se acumulan todo tipo de objetos aparentemente obsoletos. Había paquetes de cerillas por todos lados, de las que van resguardadas por una solapa de cartón. El olor a cerillas me encanta y me resultan tremendamente evocadoras.
Kurt Cobain
Como buena adolescente arrollada por Nirvana en los noventa, Kurt Cobain representa para mí todos los males que conlleva la exposición pública. Para la melodía de la primera frase de “Ceniza plateada” intenté hacer una variación de la de “In My Life”, de The Beatles, que, al parecer, sonó en su funeral. Uno de los mejores cantantes de la historia de la música, si me preguntas.
“La Isla Tortuga”, de Gary Snyder
Japhy Ryder es mi personaje favorito en “Los vagabundos del Dharma” (Jack Kerouac, 1958). No supe hasta hace relativamente poco que era un trasunto de Gary Snyder –poeta vinculado a la generación beat– y quise leer todo lo que hubiera escrito. Le tengo un poco de manía a la poesía, pero en “La Isla Tortuga” (1974) encuentro muchos momentos de verdadera plenitud.
El videoclip de “You Do Something To Me”, de Sinéad O’Connor, dirigido por John Maybury.
Rodado en blanco y negro, alterna planos de parejas bailando en una fiesta algo decadente con primeros planos de Sinéad O’Connor cantando en el escenario, con una peluca de melena larga a lo Veronica Lake. En los noventa, Sinéad era dios. Adoro las canciones de Cole Porter, y este vídeo está presente de alguna manera en “Me pasará contigo”.
Los guías turísticos
Vivo en un barrio infestado por grupos de turistas y tuctús y alucino con la cantidad de chorradas que dicen los guías a través de sus pequeños altavoces. La frase “aquí vivía un delincuente habitual” de “Cristinópolis” es algo que ya no me sorprendería escuchar el día menos pensado al salir de mi portal. ∎
Un perfecto y luminoso riff de guitarra da la bienvenida al oyente al universo Clovis. En ese punto perfecto entre la melodía y la distorsión, canciones alegres-pero-tristes (o al revés). Un proyecto verdaderamente especial que merece ser recordado.
La vertiente más psicodélica en la que ha estado involucrada Cristina. Aquí el epicentro es una figura circular de órgano con bien de fuzz al que se le van superponiendo más capas sonoras (incluidas unas voces espectrales) hasta crear un enjambre hipnótico con el que dejarse llevar. Si eres fan de Stereolab, debes subirte a este rompehielos.
“¿Ves? En realidad es lo mejor / No responder / A la menor provocación”, canta Cristina Plaza en esta pieza emblemática de su trabajo “Chiu-Chium”. Editado en casete por el sello estadounidense OST Tapes, supone una suerte de bienvenida a su nuevo alter ego. Cajas de ritmos de baja fidelidad dialogan con órganos y ruiditos psych, con la voz de Cristina en primer plano, lo que en el momento fue una gran novedad.
La composición de Plaza, en voz de Luz Casal, se convierte en un bolero desgarrador que no deja de tener un cierto tono socarrón. Para cuando llega el estribillo, casi parece una pieza de Sonido Torrelaguna de finales de los setenta. A la cantante gallega siempre le ha sentado estupendamente este universo de amor melodramático.
Aunque el proyecto Daga Voladora gira en torno a la voz de Plaza, todavía encontraba momentos para dejarse llevar por la pulsión instrumental. En este caso, una larga pieza de ambient en la que se combinan drones, texturas de teclado analógico y lo que parecen sonidos de la naturaleza o grabaciones de campo.
Durante años, la producción creativa de Daga Voladora se conocía a través de las canciones que iba subiendo de manera inconstante a su Bandcamp. A finales de 2022, llegó esta creación, particularmente evocadora y con altísimo poder de emoción. Preciosa.
Tema inusualmente movido, conducido por una sección de vientos alegre y saltarina. Pop pluscuamperfecto que por momentos podría parecer una de las grandes canciones de Los Punsetes (¿por qué no se gesta una versión?). Una nueva pantalla para Plaza que deja con ganas de saber qué es lo que puede venir en un futuro. ∎