D’Angelo en el año 2000, tiempo de “Voodoo”.
D’Angelo en el año 2000, tiempo de “Voodoo”.

Fuera de Juego

D’Angelo: príncipe del R&B renacentista

Pocos artistas han influido tanto en el devenir de la música afroamericana del siglo XXI como D’Angelo, que falleció ayer a causa de un cáncer de páncreas. Con apenas tres álbumes publicados en tres décadas, su música bebe tanto de lo mejor de las tradiciones negras como apunta hacia el futuro en la obra de contemporáneos suyos como Raphael Saadiq o Kendrick Lamar.

Ayer leíamos en ‘Billboard’ un texto escueto emitido por la familia de D’Angelo (1974-2025) para comunicar oficialmente su fallecimiento a los 51 años: “La estrella brillante de nuestra familia ha apagado su luz para nosotros en esta vida. Tras una prolongada y valiente batalla contra el cáncer, nos entristece profundamente anunciar que Michael D’Angelo Archer, conocido por sus fans de todo el mundo como D’Angelo, ha fallecido hoy, 14 de octubre de 2025”.

D’Angelo ha sobrevivido apenas ocho meses a la madre de su primer hijo, Angie Stone, y ha dejado también huérfanos a decenas de aficionados y artistas de la escena del R&B contemporáneo, que descubrieron en su música el faro que alumbró el camino por donde transitan artistas como Kendrick Lamar, Questlove, Solange, Anderson. Paak o Frank Ocean.

Pudimos verlo hace poco en el documental sobre Sly Stone “Sly Lives! (aka The Burden Of Black Genius)” (Questlove, 2025) y tiene todo su sentido encontrarlo allí junto a, por ejemplo, los productores Jimmy Jam y Terry Lewis, o a los músicos de la extinta Family Stone, porque hay una línea invisible muy evidente entre el legado de Sly y el de D’Angelo, una línea que pasa inevitablemente por Prince, por Janet Jackson y George Clinton, una línea que arranca antes, de Curtis Mayfield y Donny Hathaway, de Jimi Hendrix y los Isley Brothers, de Shuggie Otis y Marvin Gaye. D’Angelo tenía una deuda con todos ellos y quizá fue el único de sus coetáneos con el talento y el arrojo suficientes para enarbolar ese legado sin nostalgia, aunque con rabia y amargura.

Se percibe en sus discos y se percibía en sus reflexiones sobre Sly ese sentimiento de decepción y acritud, la mirada apesadumbrada, escéptica, quizá también lúcida, de quien siente el peso de la derrota sobre sus espaldas, como si toda la herencia vibrante del soul de los años sesenta, lujurioso, febril, volcánico, inocente, hubiera colapsado en una alharaca de arengas tan intrascendentes como engreídas. ¿Black Power? ¿Right On? Ya tuvimos a Obama y a Kamala, y no cesó la brutalidad policial, no cesaron el odio ni la discriminación, no cambiaron en lo más íntimo los códigos que estigmatizan a un hombre por el color de su piel o por su extracción social. Black Lives Matter.

D'Angelo en 1995, tiempo de “Brown Sugar”. Foto: Steve Eichner (Getty Images)
D'Angelo en 1995, tiempo de “Brown Sugar”. Foto: Steve Eichner (Getty Images)

En ese sentido, el D’Angelo que hemos conocido básicamente por sus discos y apariciones públicas se acerca mucho más al Sly Stone sombrío de “There’s A Riot Goin’ On” (1971) que al líder apasionado de una banda multirracial que apostaba por la convivencia y el respeto entre negros y blancos en aquel álbum luminoso titulado “Stand!” (1969). Solo Prince acertaría, ya con Sly fuera de juego, a recoger el testigo y sublimarlo, en lo musical y en lo personal, tatuándose la palabra “esclavo” mientras deslumbraba con un formidable universo creativo, donde cabían el góspel y el blues, el viejo soul, el funk lascivo, el jazz experimental, todas esas músicas que una y otra vez reivindicó D’Angelo en sus discos, especialmente en los dos últimos, “Voodoo” (Virgin, 2000) y “Black Messiah” (RCA, 2014). En ese sentido, él fue el gran nexo entre el pasado y el futuro de la música afroamericana.

Aunque no todos quisieron verlo así. Por ejemplo, Betty Wright, que reivindicó su papel protagonista: “Con todo el respeto para gente como Maxwell y D’Angelo o Erykah, creo que fui yo quien estableció un puente real e inédito entre el hip hop y el viejo soul. Un buen día, la gente descubrió a D’Angelo emulando a Marvin Gaye cuando solo tenía 17 años... Él y Erykah apuntaban directamente al hip hop. Yo no, yo procedo del funk…”. Bien por Betty, pero ella vivió y creció en otra generación. D’Angelo, más que nadie, acertó a cambiar el paso marcado por el hip hop y también por los émulos de Luther Vandross. Él supo conjugar la mirada del soul de los años sesenta y setenta con la sensibilidad del siglo XXI sin limitarse a fotocopiar esquemas estilísticos. Hizo lo que, antes que él, habían hecho Muddy Waters en los años cuarenta y cincuenta, Ike Turner y James Brown en los cincuenta y sesenta o Curtis Mayfield y Stevie Wonder en los sesenta y setenta. Tomó las tradiciones y las hizo suyas en un universo propio que crearía escuela.

Michael Eugene Archer nació en Richmond, Virginia, el 11 de febrero de 1974, hijo de un pastor pentecostal. Creció al más puro estilo de las estrellas del soul clásico, en el góspel, aprendiendo a tocar el piano en su hogar y en la iglesia, y debutando (en 1991) en una de las noches reservadas a las jóvenes promesas en el Teatro Apollo de Harlem. Luego, formó parte de una banda de hip hop de nombre premonitorio, I.D.U. (Intelligent, Deadly But Unique). Así fue él, inteligente, letal y único entre sus pares, como demostró cuando, bajo el padrinazgo del productor Kedar Massenburg, colaboró con otros talentos emergentes de la escena del R&B, como Brian McKnight, Usher, R. Kelly, Boyz II Men, Raphael Saadiq o Gerald Levert, miembros con él de una especie de supergrupo llamado Black Men United, cuyo único single, “U Will Know” (1994), fue coescrito por D’Angelo (música) con su hermano Luther (texto).

“Brown Sugar”, el tema que abre y titula su primer disco.

Al fin, debutó en solitario con el gozoso “Brown Sugar” (Cooltempo-EMI, 1995), un álbum que empequeñeció al resto de sus competidores por el trono de la música popular negra. Incapaz de emular su propio éxito, el cantante se oscureció involuntariamente durante los siguientes cinco años, que aprovechó para colaborar en trabajos de otros artistas de su misma cuerda, como Lauryn Hill y Erykah Badu o para demostrar quienes eran sus referentes, cuando versionó a Prince (“She’s Always In My Hair”) o a los Ohio Players (“Heaven Must Be Like This”).

Cinco años después, reapareció por todo lo alto con un segundo trabajo titulado “Voodoo”, en cuya portada se exhibía orgulloso, con el torso desnudo y musculoso, símbolo sexual en piezas lubricantes a la manera del primer Prince, como la gloriosa “Untitled (How Does It Feel)”. Allí lo acompañaban los músicos de su círculo de confianza, los raperos Method Man y Redman, el bajista Pino Palladino, el trompetista Roy Hargrove y el guitarrista Charlie Hunter, además del baterista y productor Questlove, otro nombre esencial en este nuevo renacimiento del R&B.

D'Angelo en los MTV Movie Awards del 2000. Foto: Frank Micelotta (Getty Images)
D'Angelo en los MTV Movie Awards del 2000. Foto: Frank Micelotta (Getty Images)

Tras un nuevo y largo período de inactividad, marcado por el alcoholismo, la dependencia de drogas sintéticas y los problemas con la justicia, D’Angelo reapareció en 2014 con su tercer LP, quizá el más sincretista y valiente, proclamado el Mesías Negro, un disco de canciones tenebristas, magnéticas, como “Really Love” o la premonitoria “Back To The Future (Part 1)”, donde cantaba: “Así que si te estás preguntando cómo estoy físicamente, espero que no te refieras a mi abdomen”.

Su amigo Raphael Saadiq, el único capaz de igualarle entre sus contemporáneos, anunció hace unos meses que D’Angelo preparaba nuevo álbum, pero no tuvo tiempo de editarlo: ayer, un cáncer de páncreas fulminante terminó a destiempo con la vida del príncipe del R&B renacentista. ∎

D’Angelo en 2014, tiempo de “Black Messiah”.
D’Angelo en 2014, tiempo de “Black Messiah”.

21st Century Schizoid Soul

D’ANGELO
“Brown Sugar”
(Cooltempo-EMI, 1995)

Su nombre artístico hacía referencia al maestro renacentista Miguel Ángel. Y aunque no le emuló en lo prolífico, D’Angelo sí anunció una nueva era para el arte del siglo XXI con este debut donde recogía las tradiciones del R&B sensual de Marvin Gaye, Smokey Robinson, Teddy Pendergrass y Prince, y lo emulsionaba en una deslumbrante colección de baladas seductoras que nunca parecían fotocopias de sus maestros, porque sabía embellecerlas con un envoltorio radicalmente contemporáneo, anunciando el futuro de la música negra.

D’ANGELO
“Voodoo”
(Virgin, 2000)

Otra pequeña obra maestra que no caía en ninguno de los vicios de los segundos álbumes –si no contamos el directo “Live At The Jazz Café”, grabado en Londres en 1995 y publicado por EMI en 1996–. Aquí, D’Angelo subía un peldaño más de lo anunciado en “Brown Sugar”, indagando en sus raíces góspel sin dejar de sonar rabiosamente actual y sin dejar de rendir homenaje a los dioses del soul que pavimentaron el camino por donde transita este disco maduro y salvaje: Donny Hathaway, Stevie Wonder, Prince, Al Green respiran en los surcos de “Voodoo” esa magia negra a la que se refiere el título de este álbum imprescindible.

D’ANGELO AND THE VANGUARD
“Black Messiah”
(RCA, 2014)

Acreditado a D’Angelo And The Vanguard, quizá un homenaje implícito al Prince que lideró The Revolution, al Jimi Hendrix de The Jimi Hendrix Experience o al Sly de la Family Stone. Aquí, a los más íntimos (Questlove, Roy Hargrove, Pino Palladino) se unen en The Vanguard el guitarrista Jesse Johnson y los percusionistas James Gadson y Chris Dave, además de la vocalista Kendra Foster, coautora de ocho de los doce temas del álbum, el más ambicioso de D’Angelo, que roza el territorio del jazz de vanguardia sin renunciar a sus coordenadas musicales. ∎

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