La cercanía de su show con el que ofreció en el Paral·lel 62 barcelonés el 5 de julio y, un día antes, en el festival Vida probablemente no favorecieron los pronósticos de aforo más optimistas. La sala principal de Razzmatazz presentó poco más de la mitad de su capacidad (con las comodidades que eso comporta para el público, eso sí). Estampa que no impidió que Kae Tempest desarrollara en su plenitud ese lúcido escrutinio que distingue su música. La transición de género parece haber endurecido su exterior, amartillando los graves de su voz, pero mantiene un corazón que bombea caudales de lírica mordaz y deseos tiernos que va pregonando. Antes, calentó la víspera la propuesta lo-fi del madrileño Raúl Querido, quien repite hoy como telonero en Bilbao.
El show del londinense arrancó con el mínimo despliegue posible para escenificar las pocas pero efectivas armas arrojadizas de las que se vale desde su eclosión como una de las voces musicales y poéticas más punteras de su generación. Una tela para proyectar los contados asuntos gráficos de la noche y Poppy Roberts acompañándolo con pad, teclados, sintetizadores y hasta coros certificaban esa sobriedad escénica. En un inicio tremendamente subyugante, la voz de Kae procedía como de otro plano físico, como lanzada desde algún canal de audio. Sin embargo, en una suerte de ruptura de la cuarta pared, el cantante irrumpió desde detrás de esa tela para dejar constancia de que el hilo de voz audible era el suyo, y que además lo recibíamos en tiempo presente.
También su vestuario de traje holgado sintonizaba con esa sobriedad, esa prioridad por ir al hueso verbal y dejar fuera de la ecuación las distracciones escénicas; no las instrumentales, porque los acompañamientos, desde sus orígenes raperos a fragancias de pop sintético, con ligeros condimentos soul y jazz, estuvieron arropando y relanzando su contienda verbal. Su recital se fue también acomodando a intervalos sin apenas acompañamiento sonoro, con el público confiscado por sus consignas, reflexiones y hasta proclamas bondadosas expresadas con su endiablado rapeo. Tampoco descuidó el ritmo a lo largo de la casi hora y media de concierto.
Su voz no necesitó cambios de tono para arrebatar la atención de los presentes. Desgranó, con su habitual agudeza, los males occidentales y en particular los de su circunscripción geográfica y rango generacional. En “Europe Is Lost” volvió a activar su disparadero verbal, aquí reforzado por beats rugosos y contundentes que le ofrecía su partenaire. Normalmente los estallidos de ritmo los compensaba con intervalos más silenciosos, donde el acento radicaba en transmitir su ideario político-humanista, esperanzador y cuqui pese a todo, como en la tierna “People’s Face”.
Nada que ver con ese “Statue In The Square”, en su momento primera avanzadilla de “Self Titled” (2025), que incluye en la paleta sónica motivos instrumentales que podrían ser parte del ecosistema de Clipse o Travis Scott. Primer pico de algarabías. Volvió a la senda tranquilizada con un remanso espiritual vía “Firesmoke”. “Hyperdistillation”, también incluida en su nuevo LP, volvió a brillar por su puntería lírica. A veces encaramada a sus dotes interpretativas, recitando en prosa y aspirando al premio Tony. ¿Acaso olvidamos a veces su faceta de dramaturgo y actor?
El cierre del concierto fue avanzado con un “I Think It’s Time I Stopped The Show” impreso en la pantalla. Y fue una versión del “Freedom” de George Michael el que lo daría por terminado y sin posibilidad de bis. Se fue ganador. Sin desvelar ni transformar, no hubo salida en volandas, vaya, pero sí asombró y convenció. La sinceridad y el orgullo de los que abren camino pese a los impedimentos, su impoluta carga de verborrea como MC disciplinado, la buena sincronía sonora de su acompañante, su uso inteligente de los elementos mínimos en el escenario y sus discursos –tan beligerantes como reparadores y esperanzadores– causaron el efecto deseado. ∎