Álbum

The Afghan Whigs

How Do You Burn?Royal Cream-BMG, 2022

Sin intensidad, no vale la pena vivir. Sin pisar a fondo el acelerador, es absurdo deambular por este valle de lágrimas y gozo. Tanto el primer corte del noveno álbum de The Afghan Whigs (tercero de la segunda etapa que emprendieron en 2012), esa andanada de rock turbopropulsado en clave prácticamente stoner (“I’ll Make You See God”: casi medio millón de plays en Spotify, no sabemos si por haber servido de avance o por figurar en el videojuego “Gran Turismo 7”, o por ambas cosas a la vez), como el propio título del disco, confesamente inspirado en el adiós al malogrado Mark Lanegan (1964-2022), quien tuvo tiempo de aportar aquí algunas voces, hablan muy a las claras del carácter indómito de una banda que siempre se movió con comodidad entre los extremos emocionales: visceralidad, muerte, amor, celos, alcohol, adicciones, pecado, redención. Abrasarse antes que apagarse. Coordenadas que a estas alturas afilan con más oficio que inspiración, aunque Greg Dulli sepa tanto por viejo como por diablo y se afane muy bien en reescribir a fondo sobre plantillas que –para qué engañarnos– tocaron su pico en aquella imbatible trilogía formada por “Gentlemen” (1993), Black Love” (1996) y 1965” (1998). Tan memorable que algunos no necesitamos googlear ni apenas pestañear para recordar sus años de publicación. Por algo fueron el gran verso suelto de la generación grunge, junto a (cómo no) los Screaming Trees de Lanegan.

Dicho esto, hay aquí razones sobradas para que el fan de cualquier etapa previa de los Whigs se solace bien a gusto. Por mucho que sus discos en solitario (el último fue el apreciable “Random Desire”, de 2020) o sus aventuras al frente de The Twilight Singers o The Gutter Twins (otra vez Lanegan) aporten más vetas a un discurso bien reconocible, es junto al bajista John Curley (único superviviente de la formación original) y compañía con quienes Dulli puntúa más alto. Aún. Más de tres décadas después. Con la guitarra de John Skibic supliendo con eficiencia a la de Rick McCollum. El ardiente soul-rock de “Catch A Colt”, con unos impresionantes coros a cargo de Susan Marshall (The Mother Station), enlaza con la instantaneidad de aquel “1965” en el que ella misma ya tuvo un papel destacado. La voz de Marcy Mays (Scrawl) comparece en “Domino And Jimmy” para reeditar el espíritu de aquella descomunal “My Curse”, escalofriante punto álgido de “Gentlemen”, aunque aquí contraponiéndose de forma más serena (la edad manda) a la de Dulli al estilo de duetos mixtos como el que formaron Bobby Gillespie y Jehnny Beth el año pasado, como pareja sentimental que se canta las verdades del barquero. Y el espléndido cierre que es “In Flames”, cabalgando a lomos del piano eléctrico de Mr. Dulli hasta estallar en un torrente de soul-rock desbordado, es otro clásico instantáneo a archivar junto a “Faded” (1996) o “What Jail Is Like” (1993). Palabras algo mayores.

Otros pasajes son algo más previsibles en su formulismo, pero cumplen su cometido sin estridencias. Son la cinemática e intrigante psicodelia noir de “The Getaway”, el góspel-rock reptante y sinuoso, marca de la casa, de “Jyja”, el aire de misa pagana que exuda “Take Me There”, el cumplidor medio tiempo de “A Line Of Shots” (demasiado estándar para ser single, en mi opinión) y esa espléndida balada que es “Please, Baby, Please”, digna de alguien que siempre tuvo a Marvin Gaye, Barry White y Al Green o en lo más alto de su peana y supo cómo ahormarlos a un contexto de rock erizado que se sacudía los peajes post-hardcore para aquilatar un método que nadie más ha sabido o podido imitar.

Ojo a sus conciertos del 22 de octubre en Madrid y 23 en Barcelona, porque ahí sí que no toman prisioneros. ∎

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