El culto de Florence + The Machine. Foto: Pablo Asenjo
El culto de Florence + The Machine. Foto: Pablo Asenjo

Festival

Cala Mijas revalida su apuesta

El festival malagueño parece consolidado con tan solo dos ediciones –entre el 31 de agosto y el 2 de septiembre han pasado por su recinto 110.000 personas, según datos de la organización– gracias a una línea artística clara que conjuga a clásicos pop de este siglo con nuevos valores, tanto foráneos como nacionales.

El festival Cala Mijas salió airoso de su primera edición, tras sufrir una especie de contraprogramación repentina en 2022 con la celebración del primer –y único– Andalucía Big Festival una semana después de la cita mijeña. La reválida ha rozado el sold out, con 110.000 asistentes en los tres días que ha durado el festival del recinto Sonora Mijas, en plena Costa del Sol. Emplazamiento en el que para la ocasión se han redistribuido los escenarios a modo de triángulo, si bien las distancias entre unos y otros siguen siendo razonables. En el capítulo movilidad se ha dado prioridad a las lanzaderas, con lo que no se han producido los atascos del año anterior. Los accesos, eso sí, son manifiestamente mejorables visto lo visto el viernes, con el embotellamiento de gente que se produjo en la entrada a la hora de Amyl And The Sniffers, ay. En general el festival sigue siendo bastante disfrutable y placentero, aunque siempre podrán mejorarse aspectos como la zona de restauración, que, en horas punta, estaba muy saturada; el personal trabajaba a destajo para atender las horas del hambre. La comida ha pasado, por cierto, a estar a precios absolutamente prohibitivos.

Este festival podría ser –muchos lo piensan, y me incluyo– lo que en su día pudo ser el FIB en lo que a propuesta estética se refiere, con el rock y la electrónica como leitmotiv principal pero sin el componente alternativo de antaño, claramente sustituido por bandas indie mainstream de largo recorrido como Lori Meyers y por proyectos incipientes que, sin saber si serán flor de un día u otra cosa, de momento lo están petando: La Plazuela y Judeline o Ethel Cain y Kevin Kaarl en el capítulo internacional. No faltan grandes nombres de la música independiente que continúan su carrera de directos y poseen un público bastante fiel o, cuando menos, curioso, como M83 o Metronomy. En el capítulo de headliners –Arcade Fire, Florence + The Machine, Arca, Underworld, Siouxsie– ninguna bala falló a excepción de The Strokes, que, pese a brindar un concierto casi decente, sufrieron un problema de sonido muy serio que los mantuvo inaudibles para buena parte del público. Un fallo técnico de gran calado que no se debería repetir. IG

Jueves, 31 de agosto

Arcade Fire

Como si de un púgil y su crew se tratara, Win Butler y todo Arcade Fire realizaron una de las entradas más espectaculares de concierto que servidora haya visto. Bajando la pendiente arenosa del recinto Sonora Mijas, se les podía ver desde las pantallas colocadas en los laterales del escenario Sunrise: con un punto desafiante, por qué no decirlo. En un show festivalero, con todas las concesiones al pasado posibles: porque los de Montreal reinaron a comienzos del siglo XXI y, con toda la cancelación que se les quiera aplicar, ahí siguen. “Age Of Anxiety II (Rabbit Hole)” abrió la pista de baile y el epílogo vocal de Régine Chassagne –corazón haitiano de esta fanfarria– señaló el momento más inspirado de “WE” (2022), al que volverían con “The Lighting”, en ambas partes, con esa urgencia desesperada que los caracteriza. Antes, “Afterlife”: New Order en sus fueros estéticos. Y después, momento karaoke con “No Cars Go”. El espectáculo de la multinstrumentista Chassagne –la magia disco de “Sprawl II”– junto con los pilares de siempre –Richard Parry, Tim Kingsbury– constituyen un reverso feliz de Butler, que exteriorizó cierta rabia situacional en el directo. Los versos de “Wake Up” (“Now that I’m older / My heart’s colder”) sintetizaban en cierta forma un estado de desgracia. Aunque a juzgar por la entrega de los fans no era tal. Son Arcade Fire y esto no es Estados Unidos. IG

Régine & Win: el motor de Arcade Fire. Foto: Pablo Macías
Régine & Win: el motor de Arcade Fire. Foto: Pablo Macías

Baxter Dury

Rebelde por derecho, el anti crooner británico se presentó en Cala Mijas con uno de sus mejores trabajos recientes bajo el brazo y lo aprovechó con autoridad y el respaldo de una banda descomunal. Beodo y meditabundo, provocador, entre el recitado urbano y una profunda y engolada melodicidad, dio cabida a nuevos clásicos como “Leon” o “Celebrate Me” y a clásicos de antaño como “Miami”, “I’m Not Your Dog” y la impresionante “Cocaine Man”: oscura y reptante, como despertándose de un letargo, crece y deambula de un modo parecido al que consigue hacerlo todo el concierto, mecido por el empaste de las voces masculinas y femeninas y por la colisión casi ácida de los instrumentos. Si Sleaford Mods y Richard Hawley se encontraron en algún momento por el camino, de los rastros surgió Baxter Dury. DR

Baxter Dury, a su manera. Foto: Pablo Macías
Baxter Dury, a su manera. Foto: Pablo Macías

IDLES

Puntualidad británica –sirvamos al tópico, no al rey, siguiendo el republicanismo de Joe Talbot– para IDLES, que subieron al escenario Victoria con la alta credibilidad que los precede, fruto de años como currelas. En la parte de atrás había ganas de volumen nada más empezar “Colossus”, del disco que nos familiarizó con su rol: combativo sin amargura. A golpe de consignas líricas escupidas por los fans, con un cimiento de timbales que parece hormigón armado, riffs sostenidos, el legado ochentero travestido en hardcore de bar con la mala hostia reconcentrada –“I’m Scum”– que solamente se puede acumular cuando tu juventud ha sido una-puta-mierda: “I’m lefty, I’m soft”. Y el pedal es su mejor amigo, como muestra esa pareja de guitarristas poseídos que son Mark Bowen y Lee Kiernan. Con “Mother”, el pulso de la banda era imparable y a esta cronista le costaba quitar los ojos del baterista Jon Beavis. Eso sí, aquí se desangra la formación entera hasta llegar a la inmigrant song por excelencia, “Danny Nedelko”, el himno anti-fascistoide que tú y yo necesitamos. ¡Puño en alto! IG

Puño en alto: IDLES. Foto: Pablo Macías
Puño en alto: IDLES. Foto: Pablo Macías

James Holden

Un escenario que no se ha movido con respecto a la edición anterior, la primera del Cala Mijas, es el de La Caleta. Una islita en sí misma, con su código abierto –live let live–, donde un artista old school como el británico James Holden desplegó su directo flanqueado por otros dos músicos complementando los beats con percusiones y vientos, que asomaban en temas como “Trust Your Feet” –ese crescendo de órgano, oh sí– o “Common Land” y su hermoso apéndice jazz. Psicodelia electrónica con melodías envolventes –“In The End You’ll Know”– para rozar el existencialismo… sin dejar de mover los pies. IG

James Holden, envolvente. Foto: Pablo Asenjo
James Holden, envolvente. Foto: Pablo Asenjo

Juicy BAE

Ya se sabe: ni la hora tempranera beneficia en general a las propuestas de corte más urbano ni ayuda la actitud de Juicy BAE, desganada y apática pese a una presencia escénica destacable, un sonido envolvente y seductor entre el dembow y los suspiros electrónicos y una nómina de temas cuando menos interesante a la que asoman algunas de las ideas más originales de nuestro underground reciente, incluidas varias piezas de su reciente “Antes de conocerte (Parte I: Premonición)” (2023). DR

Juicy BAE: más que premonición. Foto: Pablo Asenjo
Juicy BAE: más que premonición. Foto: Pablo Asenjo

Moderat

De más a menos, Moderat volvieron a decepcionar en Cala Mijas con otra demostración de que han entrado en un impasse de frialdad impropio de una banda con tanta atención por lo emocional. Suenan compactos, intensos, diluidos y perfectos, contundentes cuando se les exige más pegada y logrando encajar “Neon Rats” entre lo más lucido de su repertorio, incluidos temazos incontestables como “Reminder” o una “A New Error” que llegó de primeras, sin previo aviso. Pero la tanda final de temas de su último trabajo, “MORE D4TA” (2022), manda la nave en caída libre hacia el abismo mientras Apparat, cada vez más desconectado de sus compañeros, le echa las culpas a las luces de los VVV [Trippin’you]. Ver para creer. DR

Moderat en horas bajas. Foto: Soledad Villalba
Moderat en horas bajas. Foto: Soledad Villalba

Nicola Cruz

Tenía su punto aquello de rehuir un poco a Arcade Fire, pero no supo leerlo un Nicola Cruz que, amparado simplemente en la calidad de sonido del escenario La Caleta, envolvente y recordando aún más al escenario Basoa de Bilbao BBK Live que le sirve como inspiración, se limitó a servir su habitual registro de techno sin mordida como colofón para una apertura más tántrica y psicodélica, que encajaba con el hilo de la programación que en general presenta el escenario para esta edición. También os digo: tronando de fondo “No Cars Go” es difícil que uno mantenga la concentración. DR

NIcola Cruz, sin mucha mordida. Foto: Pablo Asenjo
NIcola Cruz, sin mucha mordida. Foto: Pablo Asenjo

Pabllo Vittar

Con una fantasía escénica entre el eurodance, el favela funk sin complejos, el freestyle y el pop eurovisivo, el brasileño Pabllo Vittar puso patas arriba Cala Mijas con la propuesta más irreverente y divertida sin más –ni menos– de la jornada. Una batería de estilos dance con el hedonismo y la libertad de expresión como principales hilos conductores, en la que caben colaboraciones de Major Lazer, Anitta o Charli XCX junto a menciones a Lady Gaga, y que resultó ser algo incomprendida entre la línea artística del festival. DR

Pabllo Vittar, sin complejos. Foto: Soledad Villalba
Pabllo Vittar, sin complejos. Foto: Soledad Villalba

Siouxsie

Siouxsie no quiso fotógrafos en el foso y no se entiende bien por qué. La del Contingente de Bromley, séquito de los Sex Pistols allá por 1976, no es que tenga o retenga, como dice el refrán. Lo tiene, y punto. Sus movimientos sobre el escenario se van ralentizando pero mantienen toda la carga de personalidad, lo que ya de por sí es un espectáculo. La voz no es un derroche al principio, precisamente: interpreta “Israel”, a la que le sigue “Arabian Knights”, dado que el set es inequívocamente banshee, para deleite de los siniestros locales y guiris allí congregados. En “Dear Prudence” queda claro quién manda aquí: los brazos en jarras, el grupo supersólido, los visuales completamente prescindibles e indignos de una artista de imagen tan poderosa, por otro lado. La traca final, no consecutiva, compuesta por “Spellbound” –la de Budgie es una de mis baterías favoritas ever–, “Happy House” y “Hong Kong Garden” justifican este regreso temporal de la diosa post-punk. IG

Siouxsie, reina. Foto: Óscar L. Tejeda
Siouxsie, reina. Foto: Óscar L. Tejeda

Tamino

A veces la belleza te encuentra a ti –ni siquiera la buscabas, como exigía Ramón Trecet– y no tienes más que rendirte a ella. Estremece escuchar en directo a Tamino-Amir Moharam Fouad en el escenario Sunset. Canciones como “The Longing” o su celebrada “Indigo Night” –donde cada nota cuenta– y el belga de origen egipcio, que cambia la guitarra por el laúd árabe –como guitarrista es soberbio, por cierto–, dando suficiente pábulo a una banda que lo arropa con arreglos suaves y lechos de timbal. Sufrirían algunos ajustes de sonido en el escenario –la jornada estaba arrancando–, si bien el show mantuvo el interés de un personal seducido por el influjo de “Habibi”, de su estreno de 2018, el que nos descubrió a un Buckley reencarnado. IG

Seducción Tamino. Foto: Pablo Asenjo
Seducción Tamino. Foto: Pablo Asenjo

Vera Fauna

“Venimos desde las murallas de la Macarena”. Así de bonito se anunciaron los sevillanos Vera Fauna, combo perfecto para el escenario Sunset, mejor colocado en esta ocasión, evitando los rigores del sol de tarde. “Los años mejores” (2023), su última entrega, exhibe encanto desencantado –fraseo delicioso el de Kike Suárez–, el de una juventud lastrada por los curros (de mierda) y los alquileres (peores). Pop de medios tiempos, funky marítimo con imágenes líricas que son tesoritos y el que ya es un himno millennial contra la explotación laboral: “Casa Carreras”. Cinco minutos más… IG

Plantando cara: Vera Fauna. Foto: Pablo Asenjo
Plantando cara: Vera Fauna. Foto: Pablo Asenjo

VVV [Trippin’you]

Mientras Moderat congregaba a la mayor parte de los asistentes, algunos fans/valientes/conocidos/curiosos optaban por VVV [Trippin’you]. Los madrileños tienen experiencia en esto de los festivales y se les notó arrojo y seguridad sobre el escenario Sunset, donde predominó el rojo oscuro casi negro. Con la teclista Elinor Almenara convaleciente –tenía fiebre, según confesó uno de sus compañeros–, amortiguando con maneras pop un sonido machacón –neobakala, lo describen ellos– de raigambre siniestra. Y trallazos como “Ya no tienes miedo”, diseñados para moverse en plan shoegazing. Dentro de esa paradoja postural podía verse a su vocalista Adrián Bremmer sentado en el suelo, con las piernas colgando al borde del escenario. Mucha actitud la de este trío. IG

VVV [Trippin’you]: neobakala gótico. Foto: Pablo Macías
VVV [Trippin’you]: neobakala gótico. Foto: Pablo Macías

Viernes, 1 de septiembre

Acid Arab

Más “acid” y menos “arab” en esta gira en soporte de “٣ Trois” (2023), el colectivo franco-argelino se presentó en Cala Mijas en formato trío –con Kenzi Bourras acompañando a Guido Minisky y Hervé Carvalho– para repasar sus últimas canciones, alternando pasajes de techno amable y meditaciones deep house con cantos de almuédano y sonoridades de Oriente Medio y del norte de África. El guion que siguen deja poco espacio a la improvisación, pero sabe desplegarse fingiendo una sutil progresión, induciendo poco a poco un envolvente trance electrónico que culmina en “Stil”, su gran clásico. DR

Amyl And The Sniffers

Rugieron fuerte Amy Taylor y sus “olfateadores” desde el escenario principal de Cala Mijas, demostrando por qué son una de las bandas de aquel punk-rock de bareto avasallador y marrullero tan genuinamente australiano más en forma del circuito. Mucho de los Stooges por aquí y algo –sobre todo en la fierísima actitud de su cantante– de los Hole de Courtney Love por allá. Se centraron en su segundo trabajo largo, “Comfort To Me” (2021), exhortaron al riot y nos estallaron su vaso en la cabeza a base de puñetazos como “Hertz”. Incontestables. DR

Amyl And The Sniffers: punk-rock de marca. Foto: Pablo Macías
Amyl And The Sniffers: punk-rock de marca. Foto: Pablo Macías

Cariño

El tiempo pasa por todos. Para bien o para mal. En el caso de Cariño, entre idas y venidas, al final parece que para muy bien. El trío madrileño, reconvertido en cuarteto para el directo con la definitiva adición de un batería, dio en Cala Mijas uno de esos conciertos que calan poco a poco, que dejan poso y que demuestran que estamos ante uno de los grupos más sólidos del pop en castellano de la actualidad, al nivel de Cupido. Lo avalan temas como “Si quieres”, “Canción de pop de amor” o “Bisexual”, el nivel de su último lanzamiento –“Aún me acuerdo de todo”– y, sobre todo, una capacidad de adaptación constante aunque sutil a los códigos sonoros que manejan los nuevos oyentes, del hardcore al pop japonés o el dembow. Fue de lo mejor de la jornada, pero no lo supimos hasta el final. DR

El paso firme de Cariño. Foto: Pablo Asenjo
El paso firme de Cariño. Foto: Pablo Asenjo

Compro Oro

La parroquia del escenario Sunset a primera hora es discreta. Compro Oro fueron conscientes de ello y atacaron sus canciones con rigor rítmico, cómodos. Tocando sus últimas composiciones –“Estarantos” salió en 2022– y ahondando en coplas de desamor y maldición como “Claveles”, los de Almería se han apuntado al Auto-Tune incluso, aunque en el directo no se percibió. La sección rítmica, apoyada por percusiones, es la mayor fuerza motriz de un grupo que puede recordar a Los Especialistas –pionerísimos en esto del mestizaje– y otros proyectos ochenteros con cero prejuicios para el desgarro. La copla ya no es lo que era, y eso está bien. IG

Compro Oro: otra copla. Foto: Pablo Asenjo
Compro Oro: otra copla. Foto: Pablo Asenjo

Junior Boys

El flâneur del pop electrónico Jeremy Greenspan y los suyos plantearon un show pausado y sin estridencias, fieles al espíritu de su último disco: ¿combatiendo la tesis de Greg Milner en “El sonido y la perfección” (2015)? Tiene toda la pinta. Tal era la apuesta contra el volumen alto que, muy al principio, los ecos del escenario electrónico La Caleta, tan próximo, podían colarse insidiosamente. Pero Junior Boys iban a lo suyo, sorteando algún momento de sonido deficiente para recordar al personal que son una pequeña grandeza: “Count Souvenirs” y “So This Is Goodbye” tienen dieciséis añazos y bien que aguantan. Con este último tema, además, la cosa fue poniéndose más electrónica, más interesante en su negociado pop, enfilando hacia un final sumamente agradable. Texturas para saborear con calma, falsete discreto en “Parallel Lines” y el remate de “Big Black Coat” para acabar high, dejando un reguero de buenas sensaciones. IG

Junior Boys: aquí hay clase. Foto: Pablo Asenjo
Junior Boys: aquí hay clase. Foto: Pablo Asenjo

Kevin Kaarl

Si Mumford & Sons hubieran salido de Chihuahua, sonarían parecido a como lo hace la banda de Kevin Kaarl, fundiendo la tradición local del folclore mejicano con los códigos globales del folclore de tradición yanqui. Épica contenida, canciones de amor universales de las de corear a pleno pulmón y a veces demasiado azúcar para los calores de la tarde, pero una ambición de llenar arenas que cuando menos hay que respetar. DR

Kevin Kaarl: radar universal. Foto: Pablo Asenjo
Kevin Kaarl: radar universal. Foto: Pablo Asenjo

Lori Meyers

Lo que ha llovido desde que el Primavera Sound de 2004 programó a unos desconocidos Lori Meyers en el Mercat de les Flors… o diluviado. El diluvio universal del éxito, esquivo para tantísimas bandas, cayó sobre los granadinos, megaestrellas de festival que la noche del viernes aterrizaron en el Cala Mijas haciendo valer su estatus de rockstars de Loja. Hubo hasta foto con el presidente Pedro Sánchez, que se pasó por el festi, carnaza cruda para los enemigos de los “enemigos de España”. Sonando como un cañón, con una puesta en escena visual espectacular, comenzaron con “Seres de luz” –una pieza de su último LP, que tuvo poco peso en el repertorio; algo normal, habida cuenta de su colección de hits–, que encadenaron con “Luces de neón”. Pronto quedó clara la capacidad para construir melodías que ya son patrimonio de un indie mainstream que, convenza más o menos, emociona a una monumental cantidad de gente. Kora se unió a Noni en “No me merecía la pena”. “¡Cómo lo están petando las mujeres!”, me decía mi amiga Victoria, que es de las que añora a los Lori Brincos de “Tokio ya no nos quiere”. Como dice la letra, “todo esto es culpa de la gente”. ¿Y quién es esta cronista para no alegrarse? IG

Lori Meyers y su fórmula segura. Foto: Pablo Asenjo
Lori Meyers y su fórmula segura. Foto: Pablo Asenjo

M83

Existen muchas maneras de estar en un escenario y reconozco cierta debilidad por artistas con el comportamiento de M83. Se nota mucho cuando los músicos quieren estar ahí y anhelan entenderse con el público, sea este el suyo habitual o el circunstancial, como suele pasar en los festivales de gran escala (hasta con los grupos estelares, como era el caso). En este sentido, empezando por la disposición sobre el escenario Victoria –agrupada, cálida, perfecta–, siguiendo por su synthpop expansivo –repleto de matices y voces masculinas-femeninas en las que el delay hacía su trabajo elevándolas hasta el infinito– y terminando por la sucesión de temazos del calibre de “Oceans Niagara”, el show no alberga más calificativo que per-fec-to. El repertorio, ejemplar, fue distribuyendo con tino hits como “Midnight City”, donde los cambios de melodía y la supervisión de voces, el solo de saxo, conducen a un estado de melancolía y suspensión de aliento. Anthony Gonzalez y la formación para la ocasión, compuesta por cuatro personas más, sintieron la ovación de un público que reconoció su esfuerzo. Brillantes. IG

Brillantes: Anthony Gonzalez y M83. Foto: Pablo Macías
Brillantes: Anthony Gonzalez y M83. Foto: Pablo Macías

The Strokes

Hora de headline, suena a todo trapo el “Vamos a la playa” de los turineses Righeira que parece tendencia este verano (¡quién lo diría!):: Pony Bravo, trendsetters en el Canela Party. Han pasado más de dos décadas desde “Is This It” (2001) y The Strokes lo han sido todo en este puto tiempo: next big thing, hype, bluff. Se les ha odiado como se odia a unas estrellas incipientes que parecían reunir un paquete de ensueño: influencias, canciones, estilo. Pero la evolución de los neoyorquinos es la que es y su carácter de glorias cool de principios de siglo supone un reclamo fundamental para quienes somos coetáneos –La Riviera, Madrid, 2001: yo estuve allí–, así como para los churumbeles rockeros, que serán pocos pero no hacen ascos a los riffs de tradición Television y al estilo lacio perdonavidas de estos cinco. Dicho esto, lo que pasó en el Cala Mijas el viernes fue un despropósito, y no se puede culpar a la banda porque la realidad de los monitores en el escenario y la de fuera son dos mundos paralelos que corren sin encontrarse. Y un festival de esta envergadura creo que no debería permitirse casi media hora de show inaudible. El público –cabreado como es natural– silbaba y gritaba “¡NO SE ESCUCHA!” sin cesar, mientras la banda seguía tocando “What Ever Happened?” y “Last Nite” en versión transistor ochentero de playa. A Julian Casablancas no se le entendió una mierda lo que hablaba con el low fi de rigor en la voz y lo que llevara encima –meet me in the bathroom, ya sabéis–, aunque a la hora de cantar fue otra cosa: su encanto decadente sigue en pie, chicos. También el del resto –Moretti, Nikolai, Hammond Jr. y Valensi–, que, a la mitad del concierto, con “You Only Live Once”, volvió a demostrar por qué lo suyo fue una sensación. En el bis –“Hard To Explain”, “Is This It”– excluyeron “The Modern Age”. No te lo perdonaré jamás, Julian. IG

The Strokes: despropósito a su pesar. Foto: Pablo Macías
The Strokes: despropósito a su pesar. Foto: Pablo Macías

Underworld

No se trata de dar clase ni de sentar cátedra. Lo que pretenden Karl Hyde –espídico, bailongo y siempre en comunión con la base y con el público– y Rick Smith es un homenaje a la forma en que Underworld entendieron el baile y la cultura rave, no solo como una invitación hedonista al divertimento y la fiesta, sino también como un acto de rebelión personal, vital, social y política. Hay poco de actualización en su repertorio, de hecho, más allá de algunas versiones más o menos contemporáneas de temas clásicos como “Juanita”. Y todo es un repaso a algunos de sus hitos más conocidos, incluidos –cómo no– sus temas para “Trainspotting” (Danny Boyle, 1996): “Dark long - Dark Train” y la climática “Born Slippy - Nuxx”, que puso el broche de oro. Pero se echan en falta, para tanto revisionismo, algunas muestras del que sigue siendo su mejor trabajo, “Dubnobasswithmyheadman” (1994). Una evidencia que no solo lastra el ritmo del show, aunque no su ánimo festivo, sino también su vocación retrospectiva. DR

Underworld: tirando de clásicos. Foto: Pablo Macías
Underworld: tirando de clásicos. Foto: Pablo Macías

Sábado, 2 de septiembre

Arca

La venezolana –que cerraba uno de los escenarios principales, el Victoria, así como el propio festival– reunió a sus fieles ya un ratito antes, mientras The Blaze repartía lo suyo en el escenario Sunrise. Con toda la parafernalia que compone su show. A saber: mesa de DJ que parece un altar coronado por claveles rosas en contraste con el famoso columpio masoquista y la plataforma para parapetarse tras unas pantallas de plástico donde, en ciertos momentos, corre sangre de pega. La pasarela trasera y los visuales –los mejores que posiblemente se han visto en estos días, con la sombra y la imagen real de la artista proyectada/recortada en la pantalla– completan un cuadro subyugante, duro y por momentos extrañamente poético, suponemos que por voluntad estética de la propia Alejandra Ghersi, que comenzó, como está haciendo en tantos shows, en modo DJ. Supercómoda, lo que con su atuendo y coreografías se antoja un milagro. Después de media hora larga fue cuando atacó “Prada”, ese reguetón espectral que contó con medio minuto de inmisericorde descarga de agua en el recinto del festival. A Ghersi le pareció lo más. “Ha sido precioso”, comentó con verdadero entusiasmo a quienes tuvieron los arrestos para quedarse al cierre de la velada, encadenada con “Rakata” y la versión de su compatriota Safety Trance, “El alma que te trajo”. Broche extremo, con la electrónica deconstruida y las tonadas favoritas de la diva fluida –que no hace ascos al folclore– en un festival donde el eclecticismo es ley. IG

Es especial: Arca. Foto: Pablo Asenjo
Es especial: Arca. Foto: Pablo Asenjo

Belle And Sebastian

Los de Glasgow son esa clase de gente que, haciendo lo que sabe hacer desde siempre –un pop impecable, atemporal, de inigualable personalidad–, deleita a sus seguidores en cada disco y no menos con cada concierto. El de Belle And Sebastian es un show poseedor de una extraña dimensión individual –dado el charming natural y el protagonismo de Stuart Murdoch, ¡su sentido del humor!– y colectiva debido a las propias características de la banda, su multinstrumentación y altas exigencias vocales. Eran nueve personas las que se subieron al escenario Victoria, acompañadas a última hora, como suele ser habitual, por la “invasión controlada” de bailarines del público. Entre tanto, asistimos a un repertorio de ensueño que combate el desencanto vital. En este sentido, “Another Sunny Day”, “She’s Losing It” o “Step Into My Office, Baby” son infalibles. También la sixties y animada “So In The Moment”, del estupendo “Late Developers” (2023), con el guitarrista Stevie Jackson cobrando protagonismo vocal, al igual que Sarah Martin en “I Didn’t See It Coming”. Podrían tocar lo que les saliera del pie y seguiríamos sonriendo. IG

Belle And Sebastian: escoceses sin fallos. Foto: Pablo Asenjo
Belle And Sebastian: escoceses sin fallos. Foto: Pablo Asenjo

Duki

El argentino, ídolo nacional que ha trascendido ya más fronteras de las antes imaginables para un rapero de la tierra del Río de la Plata, desplegó su “fórmula Valtteri Bottas” –del anonimato del currante al podio mundial– acompañado solo de un DJ –una fórmula que gana en energía a su formato de banda en detrimento de la grandilocuencia: todo ventajas– y respaldado por un sonido aplastante, megatrones y cañones de fuego. Importan, pero no son fundamentales: al final lo que sustenta el show es su presencia escénica dominante, versátil y arrolladora. Da igual que se ponga más trapero o más rockero, más orgánico o más digital, que recite a capela, que repase clásicos de su primera etapa o nuevos hitos contenidos en ese “Antes de Ameri” (2023) –impresionante “Rockstar 2.0”– que sirve como percha. Da igual que se acerque al reguetón, que se deje llevar por el fan service haciendo sonar las voces de Bad Bunny en “Hablamos mañana” o de Quevedo en “Mi nena remix”. Que suelte de repente bajos de los que atraviesan el pecho o que se marque un break discotequero en plan slap house o el jersey club “Don’t Lie”. En todos los terrenos flexea y destaca, sacándole brillo a uno de los repertorios más sólidos que se presentaron en el festival, con “Goteo” y “Malbec” como algunos de los momentos más disfrutados. DR

Duki: a la cumbre. Foto: Soledad Villalba
Duki: a la cumbre. Foto: Soledad Villalba

Ethel Cain

Ethel Cain tiene fans en España, país en el que ha actuado por primera vez. Estos se dieron cita en el Cala Mijas, que la programó a una distancia espacial y horaria diríase que estratégica con respecto a su mentora, Florence Welch. El repertorio, corto, estaba formado por siete cortes de su último álbum, “Preacher’s Daughter” (2022). Abundaron los sonidos pregrabados: pianos, bajos, incluso las voces secundarias de la estadounidense. Su educación baptista impregna un imaginario donde la adolescencia se vive como un período de extrema supervivencia, exorcizado en canciones pop como “American Teenager” o “Gibson Girl”. A pesar de la intensidad del concierto y la evidente conexión con sus admiradores, se echaba de menos una banda menos precaria para esta puesta de largo española; por momentos, la delicadeza de Cain como intérprete era inaudible. No concedió bis alguno, sino que se despidió con “Sun Bleached Files”. Show corto. IG

Ethel Cain: breve e intensa. Foto: Pablo Asenjo
Ethel Cain: breve e intensa. Foto: Pablo Asenjo

Florence + The Machine

Para dar tanto, primero hay que tomar. Es lo que hace Florence Welch en todos sus conciertos, mirando fijamente a los ojos a sus fans, sosteniendo la cara y las manos mientras ellos la elevan, juntando su frente con las suyas. Absorbiendo, como Nick Cave, la energía que le entregan para mantenerse en pie entre un repertorio intenso y descarnado que naufraga en las aguas de la ansiedad, de las adicciones, de la soledad, del patriarcado y, en general, de las propias vulnerabilidades y fortalezas. En ese toma y daca ritual y energético suele terminar emergiendo la luz, pero los últimos acontecimientos y desgracias acaecidas durante la era de “Dance Fever” (2022) han ensombrecido la propuesta y Welch aparece en Mijas imponente y perturbadora, más grave y menos enajenada de lo normal, sombría, como una bruja oscura tratando de contener entre murmullos la tormenta que se avecina mientras el viento no para de arreciar. Ophelia emergiendo del río, Cathelyn Stark convertida en Lady Corazón de Piedra y buscando justicia para el género femenino. “King”. “Hunger”. “Big Love”. No es hasta “Morning Elvis”, después de las primeras carreras por el foso y de fundirse completamente con el público, cuando empieza a conducir el concierto hacia la luz en brazos de una batería de clásicos que incluye su inolvidable versión de “You’ve Got The Love”, “Cosmic Love”, una “Kiss With A Fist” que conecta con la energía rocanrolera de su nuevo álbum o esa “Dog Days Are Over” que es santo y seña de los años dos mil. Ni un último tramo más errático –con poca chicha entre tanta ceremonia y demasiado agradecimiento–, ni un repertorio que deja de lado demasiadas grandes canciones –como “Spectrum”, “Only If For A Night”, “Drumming Song” o “What Kind Of Man”–, ni un nivel vocal por debajo de lo normal –e inmenso en cualquier caso, supliendo las carencias con virguerías varias y cantos que se acercan al irrintzi– fueron capaces de restar un ápice a su enorme poder comunional –sublimado en “Shake it Out” y en “Rabbit Heart (Raise It Up)”, con final a lo “Get Lucky”, que sirvieron como ofrenda final– y a esa forma sobrehumana e inexplicable que tiene para abrir canales energéticos. Por eso Florence + The Machine, aun en una de sus noches difíciles y aun sin Isabella Summers en las filas, protagonizaron un concierto que solo puede dar una de las mejores formaciones del mundo. Una absolutamente única, comandada por la voz de toda una generación. DR

Florence + The Machine: ¿la voz de una generación? Foto: Pablo Asenjo
Florence + The Machine: ¿la voz de una generación? Foto: Pablo Asenjo

José González

Fruto de la diáspora argentina en Suecia a consecuencia del golpe militar, José González creció amando a Silvio Rodríguez. Ningún escenario puede quedar grande a un trovador de su veteranía y hondura, dado el dominio de la guitarra que exhibe –“guitarra criolla”, la denominaron unas compatriotas durante el concierto– y la dulzura de su voz. La gira que ha recalado en el Cala Mijas está al servicio de “Veneer”, su primer LP, del que se cumplen veinte años en 2023. Sentado y solo en una elegante silla, únicamente estuvo acompañado en “Broken Arrows” por el trompetista Javier Romero, congregó a admiradores de siempre, de los que buscan –buscamos, de hecho– algo de orden y sentido en la profundidad dentro de la era de la suprema superficialidad. González sigue ahí para conducirnos hacia el cementerio del bosque imaginario –el Skogskyrkogården de Estocolmo existe: es de verdad– yendo a la raíz de lo importante: “Don’t you know that / I’ll be around to guide you? / Through your weakest moments”, canta en “Crosses”. Charlando a posteriori con Manuel Bellido –otro veterano: periodista, en este caso–, me confesaba que era la primera vez que veía al sueco y que le había recordado vívidamente al primer John Martyn, íntimo de Nick Drake. Aunque a estas alturas este artista recuerde a sí mismo, incluso cuando se apropia, de qué manera, de composiciones ajenas. “Heartbeats” y “Teardrop”, reducidas a su esencia misma, adquieren una nueva dimensión. Como siempre. IG

José González: la sencillez como (gran) arma. Foto: Soledad Villalba
José González: la sencillez como (gran) arma. Foto: Soledad Villalba

Judeline

La salida de guion más llamativa del concierto de Judeline en Cala Mijas fue la aparición de su padre para cantar junto a ella una tonada venezolana, momento muy emotivo que resonó a lo largo de la jornada en forma de varias demostraciones de amor paternofilial. El resto fue más o menos como hemos ido viendo a lo largo de todo el verano, desenvolviendo poco a poco las pistas de lo que está por venir –“Canijo” cerrando el set por todo lo alto– y afinando siempre un poco más su personal quejío transoceánico, que reconcilia el cante gaditano con el R&B electrónico. Otra baldosa más en un camino de descubrimiento para una artista que aspira –a su ritmo, con su tempo– a convertirse en una referencia de nuestro pop. DR

Judeline: un paso más. Foto: Pablo Macías
Judeline: un paso más. Foto: Pablo Macías

La Plazuela

A ver, César Luquero dijo que los viéramos si pasaban por el barrio. Eso debió de pensar la masa de gente –miles de personas, compae– que el sábado llegó al Cala Mijas antes de lo normal solo para no perderse el show de La Plazuela presentando su debut discográfico largo, “Roneo Funk Club” (2023). Manuel Hidalgo “El Indio” y Luis Abril “El Nitro”, amigos desde chaveas, fueron la sensación de la jornada. Esto queda fuera de toda discusión. Con toda la crew vestida para la ocasión, a medio camino entre gang de The Warriors y estrictos canis –permítanme el malagueñismo, aunque estos son de Graná–, al primer tema levantaron la plaza merced al encanto de la voz rasgá de Manuel (tiene ángel este tío, es así). Probablemente el dilema –y es problema mío, lo reconozco– se sitúe entre el deseo de escuchar más de “La primerica helá” –bebiéndose a chorros la herencia del gipsy-rock de Las Grecas y la rumba gitana con un descaro y una fuerza arrolladoras– y la realidad, de un eclecticismo muy bestia. Son hijos de su tiempo, claro. Un calimocho fuertecito de funk y electrónica con arengas de andalucismo, ecos de Ketama, rock andaluz y pop ochentero pegamoide más el ubicuo Auto-Tune –“Tu palabra”– o un número bakalao que, de cara al live, lo peta. Menos mal que con “La vuelta”, una colombiana, robaron más de un corazoncito. El mío, por descontao. IG

El funk club de La Plazuela. Foto: Óscar L. Tejeda
El funk club de La Plazuela. Foto: Óscar L. Tejeda

Metronomy

Quizá descompuesto, separado por canciones, el último disco de la banda de Josh Mount tenga todo el sentido. Pone a Metronomy en registros distintos, sin tanto synth, sin tanto groove y sin tanto funk, abrazando una versión de sí mismos más sobria y expansiva. Y es bonito y muy interesante que puedan vestirse otras pieles. Pero hilando como lo hizo su concierto en el Cala Mijas no solo les hace parecer por momentos un grupo anodino –en “Insecurity” o “Right On Time”, por mucho guitarrazo que añadieran–, sino que complica conectar con su parte más gamberra. Obvio que son una banda excelente que mejora siempre en directo y a la que es difícil ver conciertos regulares. Y obvio, por tanto, que “The Bay” o “The Look” sonaron increíbles y más aún “Corinne” o “The End Of You Too”, de un “Nights Out” (2008) del que siempre faltan canciones. Pero igualmente lo es que estuvieron con una marcha menos de lo habitual, así como el esperpento de “It’s Good To Be Back”, híbrido sonrojante entre “Ritmo de la noche” y ese “Everything Now” que supuso, de algún modo, el principio del fin para Arcade Fire. DR

En modo sobrio: Josh Mount y Metronomy. Foto: Pablo Macías
En modo sobrio: Josh Mount y Metronomy. Foto: Pablo Macías

Niños Luchando

El que fuera líder de Aurora, Javier Bolívar, descubrió que había más vida musical después de este proyecto. Así que fundó Niños Luchando. La tarde del sábado demostraron ser músicos con experiencia, creciéndose en un escenario del que aprovecharon cada posibilidad, tanto con la puesta en escena –de geometría variable, con batería y cantante y bajista enfrentados, de perfil al público– como en el propio sonido: considerable groove, programaciones y sintes envolventes e interpretación vocal queda y profunda, bendecida por una óptima sonorización y una respuesta entusiasta. “¡Descubrimiento!”, se escuchó gritar a una chavala. Anoten su estreno largo, “Territorio” (2023). IG

Niños Luchando: geometría variable. Foto: Soledad Villalba
Niños Luchando: geometría variable. Foto: Soledad Villalba

The Blaze

Están bien los festivales porque a veces te resitúan en un mismo contexto a artistas que previamente no tenías relacionados. A mí me pasó con The Blaze. De pronto, entre tanta ambición post-todo, entre esa seriedad como gravísima de engole emocional, entre tanto bucle de monótona intensidad, me recordaron a M83. Y después, a través de ellos, hice el clic con Empire Of The Sun. Y lo entendí todo. El trick del dúo francés es hurgar en los corazoncitos con el mínimo esfuerzo posible, facilitando la experiencia comunitaria que pretenden convocar pero olvidando quizá que la emoción se pierde cuando se convierte en una constante, igual que se pierde el efecto de los estupefacientes a base de uso y costumbre. Suenan muy bien y hacen mejor lo que hacen, ese techno melódico con tintes de house progresivo y ambición panorámica y cinematográfica. Pero sus manías los encorsetan demasiado y, por encima de todo, la canciones de “JUNGLE” (2023) quizá no estén a la altura. DR

The Blaze: experiencia comunitaria. Foto: Pablo Asenjo
The Blaze: experiencia comunitaria. Foto: Pablo Asenjo
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