“Lo siento, gente, pero anoche me jodí la voz gritando en el concierto de Charli XCX”, dice Dorian Electra mientras interpreta al piano una versión íntima de “Career Boy” y le pide al público –poco, pero identificado y fiel– que la coree por ella, y que encienda las luces de sus teléfonos. Todo sucede después de un interludio en forma de cabaret, y antes de una explosión hyperpop que termina
makinera. Es un buen resumen para un concierto que lleva tanto el estadio como el teatro en vena, y que los invoca allá por donde pasa: el artista norteamericano,
sad and evil, se plantó en La (2) de Apolo con prácticamente el mismo show con que reventó la noche del sábado en el Parc del Fòrum el escenario Amazon Music –que en esta edición, reformulado, ha confirmado estar a la altura de los dos principales, ofreciéndole posibilidades únicas a artistas de la segunda línea–, dando el concierto más multitudinario de su carrera. Los mismos candelabros gigantes decoraban ambos lados del escenario, y el mismo círculo de luces servía como telón de fondo para un espectáculo que hace honor a la palabra y que se despliega en fases, entre interludios bizarros –el padre de Electra sale a hacer de payaso triste y a repartir camisetas mientras hace
lipsync de “Vesti la giubba”, el famoso “Ridi pagliaccio”–, cambios de vestuario y fluctuaciones sonoras. Y aunque su propuesta se asiente en general sobre una versión mutante y maximalista del pop electrónico, siempre apunta a referentes que han servido como puentes entre sus distintos géneros y el universo del
stadium rock: Pendulum con el jungle, Prodigy con el big beat, Skrillex con el brostep, 100gecs con el hyperpop, Lady Gaga con el diva pop.
Diego Rubio