El inicio de la cadena noise pop.
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Centro de Gravedad

“Psychocandy”, el último de los años cero

Hoy se cumplen 40 años de la publicación de “Psychocandy”, el rompedor primer álbum de The Jesus And Mary Chain. Más allá de las reediciones en vinilo que lo celebran, se impone revisar su gigantesco influjo en el rock de las cuatro últimas décadas, así como su condición de eslabón esencial en esa catártica tradición musical que conjuga agresión ruidosa e inmediatez melódica desde la segunda mitad de los años sesenta.

En su libro “Pequeño circo. Historia oral del indie en España” (2015), el periodista Nando Cruz recuerda cómo, en sus inicios, el grupo gijonés Penelope Trip aseguraba ante la prensa que la música empezaba con “Psychocandy” (blanco y negro, 1985), el primer álbum de The Jesus And Mary Chain. Así, como quien no quiere la cosa. Uno puede carcajearse, claro, ante lo que no era más que una tierna boutade adolescente; una chorradita que cualquiera de nosotros podría haber soltado a los 17 de haber tenido la mala suerte de que nos plantaran un micrófono delante. Pero, más allá de los efluvios de la pubertad, había un poso de verdad en las palabras de Tito Pintado y los suyos. “Psychocandy” fue, al fin y al cabo, una pequeña revolución: un punto de no retorno en la relación entre el pop y el ruido. Una combinación que ya había tenido escarceos, pero que hasta que los hermanos Reid no se pusieron en marcha no se convirtió en un monstruo cuyos herederos, quién lo hubiera dicho entonces, han acabado llenando pabellones.

Douglas Hart al bajo, Bobby Gillespie a la batería y Jim Reid a la voz. Primer bolo de The Jesus & Mary Chain en Londes, en el pub The Three Johns. Fue el 3 de noviembre de 1984. Foto: Jane Simon (Getty Images)
Douglas Hart al bajo, Bobby Gillespie a la batería y Jim Reid a la voz. Primer bolo de The Jesus & Mary Chain en Londes, en el pub The Three Johns. Fue el 3 de noviembre de 1984. Foto: Jane Simon (Getty Images)

Conoce a tu enemigo

Pero echemos la vista atrás. Estamos a principios de los ochenta, en East Kilbride, Escocia. Si nunca han escuchado ese nombre, no hay motivo de preocupación: es, hablando sin demasiados miramientos, el culo del mundo. A una distancia razonable de Glasgow, East Kilbride era una de esas new towns británicas levantadas tras la Segunda Guerra Mundial para realojar familias de barrios bombardeados: funcionalismo, hormigón y aburrimiento generalizado. Los hermanos Jim Reid y William Reid –voz y guitarra, respectivamente– vivían alejados no solo de la brillantina y las oportunidades de Londres, sino también de la vibrante escena local de Glasgow, obsesionada entonces con el funk blanco de Orange Juice y el sonido del sello Postcard Records. Pero los hermanos Reid estaban a otra cosa. No podían aún saber cuál era el sonido del futuro, pero tenían claro cuál no era. Las hombreras, Duran Duran o Spandau Ballet eran el enemigo. Aztec Camera y el sophisti pop eran el enemigo. Y pocas cosas definen mejor la génesis de The Jesus And Mary Chain que la idea de estar contra todo: contra lo que sonaba en la radio, pero también contra las escenas más cercanas.

Al fin y al cabo, estamos ante dos hermanos adolescentes encerrados en su habitación escuchando a The Cramps y The Stooges hasta hacer añicos sus vinilos. Fuera de las paredes de la habitación, todo era miseria thatcherista, pop servil y rock épico sin nada de roll. Si algo tenían claro los Reid era que no querían acabar como su padre, operario en una fábrica de aspiradoras. El breve paso por el mundo laboral de los hermanos –Jim en una cadena de montaje de Rolls-Royce, William en uno aún menos glamuroso: encargado de desparasitar quesos parmesanos– certificó lo que intuían: ellos habían nacido para el rock’n’roll, no para empleos mundanos. Entró en juego entonces uno de los factores diferenciales que hizo de la Inglaterra de los ochenta un extraño paraíso para inadaptados musicales: el sistema de benefits hacía posible una subsistencia, aunque fuera precaria, sin tener que preocuparse demasiado por conseguir trabajos. Como muestra la historia de tantos grupos (Pulp, Happy Mondays o The Fall, entre otros), el sistema británico de subsidios por desempleo permitió la creación de una especie de infraclase bohemia que podía, al menos, comprar tiempo para sacar adelante proyectos musicales, aunque fuera a costa de comer arroz todo el mes.

Para los hermanos Reid, salir de esa habitación implicaba darse de bruces con una realidad que no les gustaba, un mundo gris que drenaba su inspiración y sus fantasías de rock’n’roll, aunque de vez en cuando había brotes verdes. El primero había sido conocer en el instituto al cándido Douglas Hart, bajista, con quien compartían mundo referencial y junto al que desarrollaron la visión de lo que tendrían que ser The Jesus And Mary Chain. Fue viendo una fotografía de The Beatles en su época de Hamburgo cuando Hart y los hermanos Reid tuvieron una visión de cómo tendría que ser su imagen: chupas de cuero, gafas de sol y una suerte de chulería adolescente que parecía venir a la vez del Marlon Brando de “Salvaje” (László Benedek, 1953) y de Lou Reed. Los años previos a la concepción del álbum son una suerte de universidad del rock para el trío, dedicado a confeccionar cuidadosamente un canon personal de la historia de la música (The Velvet Underground, The Seeds, Sex Pistols, The Birthday Party, Nancy Sinatra, The Ronettes, Einstürzende Neubauten, 13th Floor Elevators, Syd Barrett…), consumir psilocibina, grabar canciones en su magnetofón Tascam de cuatro pistas y fantasear con una vida mejor. The Jesus And Mary Chain era, en última instancia, un grupo de estudiosos del pop, concienzudos ortodoxos de la liturgia del rock’n’roll empeñados en crear su particular iglesia.

The Jesus And Mary Chain, el 12 de marzo de 1985, tocando en Londres “In A Hole” (canción que formaría parte de “Psychocandy”).

Bobby y Alan

Toda la fantasía terminó de adquirir sentido cuando conocieron, a través de amigos comunes, a Bobby Gillespie, otro inadaptado suburbano obsesionado con el pop de los sesenta. Gillespie parecía haber llegado a las mismas influencias por su cuenta. Primero fue fan, después amigo, y llegaría a ser el batería de la banda. No era un portento de técnica, pero tenía las dos cosas más importantes: la imagen y el saber cómo tocar esas canciones exactamente, sin dar ni un solo golpe de más. Ni un redoble tonto. Puro ritmo ritual.

Faltaba darse a conocer al mundo. Y quién mejor para ello que Alan McGee. Amigo de adolescencia de Gillespie, McGee representaba un delicado equilibrio entre un cierto idealismo autogestionario y la condición de delirante tiburón empresarial. Tenía mucho en común con los Reid. Errático pero genial, creyente absoluto de la fe del rock’n’roll, había huido de Escocia en dirección a Londres para poner patas arriba la escena independiente con Creation Records. El acuerdo entre los Reid y McGee se cerró después de un primer concierto londinense en el que la banda salió al escenario particularmente intoxicada, pelea fraternal sobre el escenario incluida. Nada de eso parecía importarle. Creation y los Mary Chain iban como anillo al dedo: un sello y un grupo de obsesos de la historia del rock que tenían la sana intención de hacer temblar sus cimientos. Que buscaban el caos y el ruido.

The Jesus and Mary Chain, en el programa del Channel 4 ‘The Tube’, el 11 de octubre de 1985, interpretando “Just Like Honey” e “Inside Me”.

Pégale al ruido

En noviembre de 1984 sale al mercado su primera referencia discográfica, el single “Upside Down”. Tres minutos justos de agresión sonora sin perder en ningún momento el gancho pop. Eran The Beach Boys y los Einstürzende Neubauten tocando a la vez, todo el rato. Al mayor volumen posible. No había nada que se le pareciera ahí fuera y, sin embargo, sus influencias eran transparentes. No había más que mirar la cara B del single, una brillante y fuzzera versión de “Vegetable Man” de Syd Barrett que entroncaba con una tradición histórica. En tan solo dos caras de un disco de siete pulgadas habían conseguido cristalizar ese sueño adolescente engendrado durante años de aislamiento. Eran un nuevo y revolucionario eslabón de la cadena de artistas que amaban. Y el público respondió desde el primer momento. Que un single de una banda debutante despachara la friolera de 50.000 copias en una discográfica independiente era algo más que significativo: rozaba el milagro. Pero es que The Jesus And Mary Chain habían conectado con los desamparados del punk que habían huido durante el auge del oi! y la escena punk UK 82. De alguna manera, la banda había conseguido cristalizar un desencanto generacional que venía del rechazo a las diversas derivas que se dieron después del punk del 77.

“Never Understand”, su segundo single, cristalizaba la apuesta de la banda. Apuntaba John Leland en la revista ‘Spin’ que, de alguna manera, The Jesus And Mary Chain no hacían canciones pop ruidosas y aceleradas como podría ser el caso de Hüsker Dü. Aquí el ruido y el pop funcionaban como dos entidades que nunca se acababan de fusionar. No habitaban un territorio intermedio: estaban a la vez en el pop más meloso y en la vanguardia más cafre. Y, de nuevo, en la cara B, el guiño a su particular historia del pop: nada menos que una versión de “Ambition” de Subway Sect, los francotiradores del punk liderados por ese héroe de culto que es Vic Godard. Una vez más, se recalca esa línea que va de los girl groups de los sesenta a The Stooges y al punk del 77. El mainstream estaba engendrando un pop-rock de estadios que llegaría a una suerte de cristalización en los monstruosos conciertos benéficos Live Aid de 1985. Los Mary Chain representaban una ventana a otro universo, a un culto secreto y peligroso. Aunque la banda en sí misma fuera, en última instancia, una colección de nerds disfuncionales, proponían algo: el acceso a una dinastía oculta de rock subterráneo.

Douglas Hart, William Reid, Jim Reid y Bobby Gillespie. Diciembre de 1985. Foto: Ross Marino (Getty Images)
Douglas Hart, William Reid, Jim Reid y Bobby Gillespie. Diciembre de 1985. Foto: Ross Marino (Getty Images)

Violento caramelo

Para cuando lanzan “Psychocandy”, el 18 de noviembre de 1985, ya son estrellas, aunque sea de un firmamento muy privado. Siguen siendo una banda profundamente insular, desinteresada por lo que los rodea, obsesionada con sus propios códigos. Han fichado por blanco y negro, subsidiaria de Warner que aspiraba a picotear del incipiente mundo independiente, y tienen de intermediario con la major a nada menos que Geoff Travis, quien fuera fundador de Rough Trade. El álbum lo tiene todo: no solo sigue la línea de los dos singles que habían adelantado, sino que amplía la paleta del delirio spectoriano en la histórica “Just Like Honey” o su reverso malvado, la brillante “Sowing Seeds”. Como bien apunta Paula Mejía en su esencial “Psychocandy” (Bloomsbury, 2016) de la colección 33 1/3, The Jesus And Mary Chain incorporan lo femenino con naturalidad en el contexto del hipermasculinizado rock de los ochenta, transformando la dulzura del pop hipervitaminado de las girl bands en algo viscoso y amenazante: una suerte de pop travestido y peligroso. El disco busca deliberadamente el error, rompe con cualquier noción de lo que es correcto: no existe la agresividad controlada del punk del 77, sino que va un paso más allá. La saturación, los acoples fuera de control y las voces enterradas anticipan, de alguna manera, todo lo que será posteriormente la estética lo-fi.

La prensa británica, siempre tan dada a los epítetos épicos y a las opiniones extremas, tenía ante sí un fenómeno perfecto. ‘Melody Maker’ dijo que el álbum era nada menos que “el final de la historia”, una suerte de apocalipsis pop ante el que no cabía más que rendirse. ‘NME’ –publicación con la que habían tenido un encontronazo antes de su primer concierto londinense, dado que los hermanos Reid habían tenido la brillante idea de presentarse en sus oficinas a anunciar que el grupo había llegado a la ciudad– hablaba de una experiencia física que trascendía lo musical. El hype ya era una realidad, y los propios semanarios se habían encargado de transmitir historias casi mitológicas sobre la violencia reinante en sus conciertos: profecías autocumplidas que convirtieron cada fecha de esa época de la banda en una batalla campal decidida de antemano. La banda más peligrosa del Reino Unido lo era de una forma perfectamente deliberada y coreografiada, con una prensa que narraba y amplificaba de forma cómplice un mito.

 William y Jim Reid, ya en 1987. Foto: Gie Knaeps (Getty Images)
William y Jim Reid, ya en 1987. Foto: Gie Knaeps (Getty Images)

Alfa y omega

De alguna manera, el grupo nunca más fue capaz de estar a la altura de ese momento de ruptura. A principios de 1986 ya no estaban en la banda ni Gillespie (centrado ahora en Primal Scream, los cuales tardarían bastante en arrancar) ni McGee, empeñado en convertir Creation en un imperio. Aunque las pasiones de los hermanos Reid nunca cambiaron y ciertas fórmulas estructurales y melódicas de la banda se mantuvieron en discos posteriores, es indiscutible que la banda se transformó en algo distinto. Álbumes como “Darklands” (blanco y negro, 1987), “Automatic” (blanco y negro, 1987) o “Honey’s Dead” (blanco y negro, 1992) tuvieron triunfos y fracasos, sin duda, pero desde luego no tenían un ápice de la agresividad de “Psychocandy”. Las aristas estaban perfectamente limadas, el sonido estaba pulido y no quedaban rastros ni de acoples violentos ni de baterías tribales. Los conatos de violencia habían desaparecido para siempre y la innegable brillantez pop desechó el peligro.

Una de las innegables virtudes de The Jesus And Mary Chain es que la sencillez de sus canciones los convirtió desde el primer momento en una banda accesible, un modelo a tener en cuenta para grupos jóvenes independientemente de la pericia instrumental o la posibilidad de tener equipo caro. Tuvieron imitadores contemporáneos como Shop Assistants, The Soup Dragons o The Telescopes, que amplificaron la leyenda marychainiana original para desdén de los propios hermanos Reid, que sistemáticamente despreciaban a cualquier banda que se acercara mínimamente a sus parámetros. Incluso una banda contemporánea del prestigio y el calibre de Spacemen 3 fue víctima de la lengua viperina de los escoceses, que si bien a lo largo de la década fueron reblandeciendo su música nunca dejaron ese swagger faltón que acabaría por ser replicado con enorme éxito una década después por cierto dúo de hermanos mancunianos. Si hay una banda más o menos contemporánea que está atravesada por el sonido del álbum es, sin duda, My Bloody Valentine, que recogió el testigo de la distorsión extrema para llevarlo un paso más allá en “Isn’t Anything” (1988) y “Loveless” (1991). Los de Kevin Shields transformaron las intuiciones de los hermanos Reid en un futuro posible: de alguna manera eran un reverso utópico de la fanfarria nihilista de The Jesus And Mary Chain.

El eco de “Psychocandy” no dejó de sonar en décadas posteriores, fuera de manera directa o indirecta. Hubo bandas que directamente basaron su personalidad en The Jesus And Mary Chain, como fue el caso de los añorados Black Rebel Motorcycle Club, que no dudaban en copiar incluso outfits y peinados. Stephin Merritt, devoto donde los haya, dedicó un álbum profundamente infravalorado a homenajearlos directamente, ese “Distortion” (2008) que es el mejor disco de The Magnetic Fields tras “69 Love Songs” (1999). Bandas como The Raveonettes, The Brian Jonestown Massacre, Wavves, The Pains Of Being Pure At Heart, Alvvays, Feeble Little Horse o A Place To Bury Strangers han copiado de maneras más o menos literales a los de East Kilbride sin vergüenza ninguna. La celebérrima presencia en la banda sonora de “Lost In Translation” (Sofia Coppola, 2003) de “Just Like Honey” sirvió para cristalizar su presencia para siempre en la cultura popular.

España, por supuesto, no fue territorio ajeno a la música de los hermanos Reid. Ya a principios de los noventa se dejaron caer varias veces por nuestro país, donde habían sido acogidos con notable entusiasmo por ‘Ruta 66’ y Rockdelux. El indie español, sea en vertientes casi extintas (los mismos Penelope Trip, Automatics o El Regalo de Silvia), no se entiende sin ellos. Pero el grupo que evidentemente canaliza la influencia de The Jesus And Mary Chain en castellano es el evidente: Los Planetas, que, como ellos mismos, es un grupo de concienzudos estudiosos de la historia del pop dispuestos a romper con todo. A partir de ahí, la huella marychainiana se cuela en lugares más o menos inesperados: desde los primeros Triángulo de Amor Bizarro, que cogían de ellos la actitud confrontativa, hasta incluso los célebres Carolina Durante en “Joder, no sé”. En última instancia, Jim y William Reid lo que hicieron fue crear un lienzo en blanco en el que era extraordinariamente fácil mezclar lo dulce y lo violento, la pura esencia de la rebelión adolescente. Por eso mismo, “Psychocandy” nunca morirá, porque es la mejor boutade adolescente posible. ∎

Santi Fernández selecciona esta exclusiva playlist con 20 temas relacionados con Psychocandy: el antes y el después.

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