Una jaula de metal con un corazón de neón comanda el escenario Madrid Is Life. De pronto, ¡zas! Mujerón de ébano emperifollada emerge de la cápsula. Lizzo es una imponente constelación oscura embutida en un traje Elvis plateado del que emana una voz angelical por momentos, vudú-soul en otros. Todo el espectáculo es una reivindicación curvy. No hay una sola bailarina que no gaste talla maxi. Y oye, se menean de arriba a abajo como si tuvieran body de atletas. Escuchar a Lizzo es revivir a una reina del soul. De hecho, en la pantalla comienzan a salir nombres como Aretha, Ella o Tina antes de culminar la lista con un enorme “¡BIIIITCH!”. Y no sé si a las viejas reinas les habría molado mucho que las llamaran así... En fin, ¿qué sabré yo?, que soy más blanco que la fariña y tan aragonés como el ternasco. Ahora, lo que sí sé es que Lizzo pilota todos los tonos en temas como “Boys” o “Jerome” con la soltura con que yo desafino en la ducha. Hay cosas que no se ensayan y ese timbre afro es una de ellas. Se percibe un compromiso con el culeo por parte de casi todo el público. Muchas chicas y muchos chicos con mucha pluma intentan imitar sin éxito el twerking loco de quienes están sobre el escenario. Con “Everybody’s Gay” se alzan todos los brazos disponibles y Lizzo incluso se pone de mantilla la bandera LGTBIQ+. Creo que no ha fallado una sola nota. GA
No me duele decir que Paolo Nutini ha ido dando barrigazos que no me salpican bien desde su primer álbum. Su último disco es suave como un peluchito recién salido de la secadora. Lo abrazo, es agradable tenerlo bien apretadito en la intimidad, pero no luciría mucho. Por moñas, sobre todo. Bien, Paolo, ya que por no marcarte durante el directo en el Region Of Madrid Stage la dictadura del soft excesivo, no se te duerma el personal. Buena elección la de esos temas de rock psicodélico como “Lose It” o el muy bailongo “New Shoes”, que ponen a saltar al respetable. Un 60% de mediana edad y un 30% extranjero. Ah, y no se me olvide, es mono a rabiar el chavalito. Con las dicciones altas cantadas de un armonioso que coloca, pone a las groupies derretidas. Bueno, y a mí un poquito también, aunque puede ser del calor. GA
Los islandeses Kaleo parecen sacados de una biblioteca libre de derechos de autor para un negocio que no pueda permitirse pagar las licencias de la SGAE, tanto en actitud como en canciones. Lo más interesante que ofrecen es la nostalgia de un tiempo pasado donde el folk-rock de sombrero arrojaba luz en la monotonía mainstream, allá por 2013: pese a que Mumford & Sons, bastante más respetables en ese recorrido, tocaban a la misma hora, el escenario Region Of Madrid se veía abarrotado. Quizá fuese por el embudo que se generaba a su salida. ME
Con poco tiempo para deshojar su ya extenso repertorio como se merece y gustándose cada vez más en su papel de predicador contemporáneo, entre la decadencia y la revelación, el tejano escogió para su concierto en el escenario Ouigo la vía de “This Is A Photograph” (2022). Sus canciones –“Campfire” o “Goodbye To Good Times”, por ejemplo, o una homónima “This Is A Photograph” en dos partes que sirve para acotar el show por sus dos extremos– se ajustan más a la configuración actual de su banda, una especie de corte de los milagros de la americana en la que brillan los violines, el saxo tenor y a veces flautas con la misma rutilancia que las guitarras y ese bajo relajado abrasado por el sol. Y permiten que se desenvuelvan, poco a poco, los distintos matices de su música, dibujando una especie de wéstern beodo que, por coquetear con la frontera, termina metiéndose en pantanos chamanísticos. Faltó echar la vista atrás hasta “Singing Saw” (2016), su mejor trabajo, y una climática “Harlem River” dejó claro que la carrera de Kevin Morby puede haber llegado a ese equilibrio irreductible de los artistas asentados. Como institución de la americana que es, del rock en trashumancia, puede permitirse licencias para ir a la psicodelia o al funk, al soul o al rock’n’roll, al ruido o al paisajismo, pero su propuesta ya no excita como antes. DR
Pongamos que la diño. La casco y me voy para abajo, que es el lugar que me corresponde. Como he sido un chico malo, una bicha buenorra con cuernos me ofrece la posibilidad de renacer como me dé la gana. “¿Qué quieres ser de mayor?”, pregunta. Y yo lo tengo claro, quiero ser de los Black Keys. El apelotonamiento es masivo frente al escenario Madrid Is Life. Esto parece la primera hora de las rebajas totales de El Corte Inglés. No cabe ni un pedo. De hecho, se llega a acumular cierta tensión antes de que la música dispare. Y entonces… ¡Chas! La magia del riff sencillo con “I Got Mine”. Dos hombres contra el peligro, armados con sus gafas y sus instrumentos. Mola tener de guardaespaldas a un bajo y segunda guitarra que parecen los ZZ Top y a Frank Zappa a los bongos. De estilo, camisa holgada amarilla sobre interior blanca y gafas semitransparentes para Dan Auerbach y típico polo suelto para Patrick Carney, siempre tan sobrio. El logo de la banda en grafiti sobre sus cabezas vibra tanto con “Your Touch” que parece estar al borde del desastre. No hay tema que no emocione, aunque el combo seguido de “Howlin’ For You” y “Gold On The Ceiling” es para perder la razón. Una pareja de diablillos se proyecta en la pantalla y, bueno, casi tienta decir que algún pacto han debido hacer para ser tan buenos. En casa o en concierto, siempre The Black Keys. GA
Hay artistas con los que nunca hay que perder la fe. Y menos si estamos hablando de M.I.A. Su paso por nuestro país el año pasado –en Primavera Sound y Bilbao BBK Live– dejó tanto placer como dudas, pero su retorno a Mad Cool, además de beneficiarse de un evidente rodaje de la gira y de la libertad para soltar temas de su último “MATA” (2022) –que encajan mejor en el concepto rave que estructura este show–, nos devolvió a esa M.I.A. que, por un momento, creíamos perdida: la puta ama, vaya. Una tía capaz de vestir a sus bailarines con mantas isotérmicas simulando refugiados en “Borders”. Capaz de aparecer cubierta de dólares y de billetes de cinco euros para cantar “Paper Planes”, tirarse a nadar entre sus fans y volver al escenario sin un duro en una especie de performance sobre lo que somos capaces de hacer por dinero o por los ídolos que nos sirve el capitalismo: es como el que tira una moneda al suelo solo para ver a alguien agacharse ante él, una provocación en sí misma, una humillación incluso, pero también un acto político brutal en su subtexto al reflejar nuestras miserias. Sigue terminando con “The One”, pero sin coro mariano. Y de su trip por el cristianismo al menos nos quedamos con esta nueva faceta predicadora que la pone a conectar como nunca antes con su público: puro fuego, pasa un buen rato sumergida entre la crowd, igual que los bailarines, que van bajando por turnos a animar la fiesta mientras M.I.A. comanda su rave de ácido y psicodelia en la que cabe, cómo no, el tema del año: “Rumble”, de Skrillex, Flowdan y Freda again.. DR