Josh Homme y el saber sonar de Queens Of The Stone Age. Foto: Jordi Vidal
Josh Homme y el saber sonar de Queens Of The Stone Age. Foto: Jordi Vidal

Festival

Mad Cool, música para las masas

Sexta edición de Mad Cool, que estrenó su tercera sede entre el 6 y el 8 de julio en el Nuevo Recinto de Festivales de Madrid. Muchísimo público acudiendo a la ecléctica llamada de un cartel confeccionado con vocación mainstream, que sin duda ha demostrado su eficacia y ha dejado para el recuerdo un puñado de grandes conciertos.

El festival madrileño celebró una exitosa sexta edición con más de 200.000 asistentes –según datos de la organización– y sorteando algunos fallos en el diseño de su nuevo recinto y el horario más ajustado de su historia. Edición apuntalada con un plan de movilidad excepcional y una propuesta que, guiada por el rock, demostró que el secreto para el futuro de este tipo de grandes eventos está más en asegurar un espacio para las nuevas vías que en depender de viejas glorias ¿Tiene una maldición Madrid con los macrofestivales? Pues no, vaya tontería, pero desde luego sí un historial cuando menos complicado. Desde las catástrofes en Festimad, la implicación del Summercase en la trama Gürtel o la broma bizarra que siempre fue Rock In Rio, soñar con la consolidación de Mad Cool como festival bandera de la capital… pues cuesta. Más cuando lleva ya seis ediciones y tres cambios de recinto. Y más aún cuando hasta con el reciente Primavera Sound, con su experiencia y su saber hacer, se sufrió con un plan de movilidad absolutamente insuficiente para la magnitud del evento. Si ellos no han podido, ¿podría alguien? Y, bueno, tras los tres días de Mad Cool y los más de 207.000 asistentes que han pasado por el Nuevo Recinto de Festivales de Madrid, rebautizado sobre la bocina como Iberdrola Music, podemos decir que esta vez, por fin, al menos parece haber una base sobre la que empezar a trabajar. A la tercera va la vencida, dicen, y a ver si es verdad. Porque el recinto tiene posibilidades y tamaño suficiente como para que los escenarios no se molesten y como para albergar una gran cantidad de personas. El problema, este año, tenía más que ver con la distribución sobre plano de un espacio que no se supo aprovechar adecuadamente. Primero, la inexplicable situación de un número exagerado de casetas publicitarias –incluido un bingo-tómbola– provocó la formación de pasillos estrechos, especialmente entre el escenario Madrid Is Life y el Región de Madrid, totalmente colapsados en los momentos de mayor afluencia del festival. Y después, la decisión de contar con una zona única de baños y situarla en el medio… La idea era ofrecer un hub para todos los escenarios, situados de manera periférica, pero el hecho de no tener accesos laterales, tan solo en extremos, y de que estos fueran distintos para entrar y para salir y para hombres y mujeres provocó, además de varios paseos larguísimos para mear, un absoluto sinsentido de aglomeraciones y la consecuente –y lógica, por otro lado– escena de cientos de personas aliviándose frente a una valla.

Estas circunstancias –unidas a la falta de camareros en momentos críticos del festival y a un horario demasiado ajustado que hacía imposible disfrutar de un número más satisfactorio de propuestas y que daba un poco la sensación de coitus interruptus, sobre todo tras los cierres electrónicos– hay que tomarlas más como toque de atención que como dramón, en una edición que también estuvo marcada por un sonido excepcional en la mayoría de escenarios, especialmente el Región de Madrid, que además albergaba la programación más alternativa. Disfrutamos de grandes conciertos como los de Lil Nas X, King Princess, Sam Smith, Lizzo o Jamie xx y, por encima de todo, de un plan de movilidad envidiable que contaba con lanzaderas de buses propios hasta Atocha y que logró involucrar al Metro de Madrid con un servicio de trenes con frecuencia de cinco minutos entre el festival y Sol, con paradas en Legazpi y Embajadores. Este año Mad Cool al menos ha demostrado tener una dirección clara. Y eso ya es motivo para celebrar. Ahora solo queda seguir mejorando. DR

Jueves, 6 de julio

City And Colour

Son las seis de la tarde y a más de uno amenaza con darle una insolación. Peligrosa esta mezcla del Mad Cool Stage. Se abrazan la modorra siestera y el indie aletargante de City And Colour bajo un lorenzo que canta a la nuca de los pollos melosos. Por suerte nadie la palma. Lo que sí se ve es un impulso casi descontrolado por tumbarse, cerrar los ojos; soñaaarrr... Y soñar bonito. Porque aunque temas como “Astronaut” o “Sleeping Sickness” tienen un ramalazo muy cortavenas, son cuchillas bañadas en chocolate. La banda luce un rollito entre Lynyrd Skynyrd y Leiva. Su directo es más animado que los temas de estudio, salpimentado de riffs y acoples que animan canciones como “Hard, Hard Time”, lo que no quita que sea un concierto para escuchar sentado. GA

City And Colour: mejor sentados. Foto: Jordi Vidal
City And Colour: mejor sentados. Foto: Jordi Vidal

Honey Dijon

Hay varias razones por las que mostrarse apenado ante pinchadas como la de Honey Dijon cerrando la jornada en The Loop: en primer lugar, el sonido, que no acompaña la energía y la pegada que requiere una sesión de este calibre, sustentada fundamentalmente en house de alta intensidad, deep y tech y, valga la redundancia, Hi-NRG. En segundo lugar, la propia configuración del festival, con cierres como este coincidiendo de pleno con cabezas de cartel como Lil Nas X o propuestas ya clásicas como Franz Ferdinand: no había prácticamente nadie viendo a la de Chicago, y el intercambio de energía entre DJ y público es básico para mantener el ritmo. Y en tercer lugar, que no todo es culpa de Mad Cool: que los artistas, quizá ya a sabiendas de estas movidas, vengan con su pincho y con su sesión absolutamente prediseñada, en este caso calcada en mucho, muchísimo, a la que ofreció recientemente en Sónar. Es decir, dejando claro su papel protagonista en la producción del “Renaissance” (2022) de Beyoncé –con “Unique”, por ejemplo, o una renovada versión de “Move”–, homenajeando a Tina Turner –y de paso a Bowie– o atravesando una fase de disco intenso y otra más amapiano inundada de influencias africanas. DR

Honey Dijon: energía no correspondida. Foto: Alfredo Arias
Honey Dijon: energía no correspondida. Foto: Alfredo Arias

King Princess

Con la contundencia rockera de las estrellas del pop de los noventa y una actitud muy grunge –pero también con un punto Janis Joplin muy interesante, que en el apoteósico final con “Ohio” se queda flotando entre Hole, Gwen Stefani y Alanis Morissette–, con la voz rota, sacada a trompicones de la boca tras la barrera de los dientes, siempre apretados, King Princess dio, abriendo el escenario Región de Madrid, uno de los conciertos del festival. Ni calentando estaba yo todavía mientras ella invitaba a un fan a cantar –bastante bien, por cierto– “The Bend” a dúo. De vínculos va un poco el hilo de su espectáculo, descarnado, desnudo, emocionalmente intenso. Emula a una versión angelical de Nick Cave bajándose al público, cediéndole el micrófono, mirándolos fijamente a los ojos, acariciándolos, abrazándolos, juntando la piel de sus mejillas entre lágrimas y grititos ahogados. Y consigue poner a todos a cantar a coro los momentos más reposados, más contemplativos, como esa balada a guitarra que es “1950”. Tuvo que detenerla durante un momento para asegurarse de que estaba todo el mundo bien después de algún susto en las primeras filas, antes de que todos los instrumentos comenzaran a sumarse en un precioso crescendo; después de todo, demasiada pasión para las seis y media de la tarde. DR

King Princess: todo pasión. Foto: Sergio Morales
King Princess: todo pasión. Foto: Sergio Morales

Lil Nas X

Hay una estructura hinchable digna de los desiertos de Star Wars en el escenario del Madrid Is Life Stage. Es algo muy fálico. Comienza la música y sale una fila de tipos sacados de Wakanda, con trajes blancos de volantes en las perneras. La cosa va del dorado primigenio y la homosexualidad sin tapujos, que para algo Lil Nas X descorcha con “MONTERO”, la canción de “Call my be your name”. El juego se hace estético por momentos, por ejemplo cuando una cobra metálica –tipo dragón en el año nuevo de Chinatown– se hace con el escenario. Luego llega “SCOOP” y el meneo se trabaja a los fans. Todas las canciones están envueltas de una coreografía de lo más vigilada. Hasta las miradas son frágiles destellos de una idea que planea en la canción que interpreta. El conjunto orbita sobre un africanismo primigenio que mece al cantante, a los bailarines, a los espectadores y hasta a los de seguridad con canciones como “Panini” o “THAT’S WHAT I WANT”. Un conjunto cuidado a rabiar y con mucho orgullo (entiéndase de todas las formas posibles). GA

Lil Nas X: la vida es queer. Foto: Andrés Iglesias
Lil Nas X: la vida es queer. Foto: Andrés Iglesias

Lizzo

Una jaula de metal con un corazón de neón comanda el escenario Madrid Is Life. De pronto, ¡zas! Mujerón de ébano emperifollada emerge de la cápsula. Lizzo es una imponente constelación oscura embutida en un traje Elvis plateado del que emana una voz angelical por momentos, vudú-soul en otros. Todo el espectáculo es una reivindicación curvy. No hay una sola bailarina que no gaste talla maxi. Y oye, se menean de arriba a abajo como si tuvieran body de atletas. Escuchar a Lizzo es revivir a una reina del soul. De hecho, en la pantalla comienzan a salir nombres como Aretha, Ella o Tina antes de culminar la lista con un enorme “¡BIIIITCH!”. Y no sé si a las viejas reinas les habría molado mucho que las llamaran así... En fin, ¿qué sabré yo?, que soy más blanco que la fariña y tan aragonés como el ternasco. Ahora, lo que sí sé es que Lizzo pilota todos los tonos en temas como “Boys” o “Jerome” con la soltura con que yo desafino en la ducha. Hay cosas que no se ensayan y ese timbre afro es una de ellas. Se percibe un compromiso con el culeo por parte de casi todo el público. Muchas chicas y muchos chicos con mucha pluma intentan imitar sin éxito el twerking loco de quienes están sobre el escenario. Con “Everybody’s Gay” se alzan todos los brazos disponibles y Lizzo incluso se pone de mantilla la bandera LGTBIQ+. Creo que no ha fallado una sola nota. GA

Lizzo: todo a lo grande. Foto: Jordi Vidal
Lizzo: todo a lo grande. Foto: Jordi Vidal

Machine Gun Kelly

La primera vez que escuché a este menda y vi su foto pensé: “¡Coño! Si es Tommy Lee en la película ‘The Dirt’ sobre los Mötley Crüe”. Nada más lejos... Machine Gun Kelly logra unos híbridos adictivos que vuelan del hip hop al pop punk y que defiende con galantería en directo. El espectáculo nada en sus venas. Ha sabido captar lo importante de la estética. La pirotecnia, por ejemplo. Desvirga la escena del Mad Cool Stage con unos molones pantacas galácticos. Parece que se ha envuelto las patas en papel albal. Se coloca en lo alto de una pirámide de cubos morados a unos cuatro metros de altura. Más vale que el nene no vaya colocado porque el armatoste se abre por la mitad, dejando al tipo en un ligero espagat. Se esfuerza por hablar en español. Nos recuerda que se llama “El pistolero”. Buen rollito. Como regalo para España, canta “Danza kuduro” (Don Omar). Ay, ¡menudo lío llevan los gringos con lo hispano! “Maybe” hace saltar al personal descontroladamente. Desde los traperos a las adolescentes y sus madres, todos corean el tema y los siguientes “F*ck You, Goodbye” o “Drunk Face”. Me da que mami no pilota muy bien el inglés… Sea como fuere, Machine Gun Kelly da un espectáculo a la altura de la flipada de su nombre. GA

Flipando con Machine Gun Kelly. Foto: Alfredo Arias
Flipando con Machine Gun Kelly. Foto: Alfredo Arias

Nova Twins

Mucho más sintéticas de lo esperado, con ese bajo todoterreno que tanto parece un sinte retrowave como una guitarra en pleno incendio, las británicas Nova Twins se presentaron en el escenario Ouigo en la hora más overbooked del festival con su bomba atómica: parece rock, pero en el fondo tiene mucho más que ver con el hip hop, lo que las sitúa en una línea sucesoria en la que figuran bandas como Rage Against The Machine o The Fever 333. En su cóctel molotov sirven trazas de brostep, de nu metal, de grime rabioso y hasta de R&B, jugando siempre en una liga maximalista y apostando por el más es más. Riot y fuego, riffs frenéticos bañados en gasolina electrónica, una sorprendente versatilidad y energía para tirar una carpa entera con “Choose Your Fighter”, pese al calorazo acumulado bajo el techo. No se extrañen si también las ven en un Resu. DR

El cóctel molotov de Nova Twins. Foto: Sergio Morales
El cóctel molotov de Nova Twins. Foto: Sergio Morales

Paolo Nutini

No me duele decir que Paolo Nutini ha ido dando barrigazos que no me salpican bien desde su primer álbum. Su último disco es suave como un peluchito recién salido de la secadora. Lo abrazo, es agradable tenerlo bien apretadito en la intimidad, pero no luciría mucho. Por moñas, sobre todo. Bien, Paolo, ya que por no marcarte durante el directo en el Region Of Madrid Stage la dictadura del soft excesivo, no se te duerma el personal. Buena elección la de esos temas de rock psicodélico como “Lose It” o el muy bailongo “New Shoes”, que ponen a saltar al respetable. Un 60% de mediana edad y un 30% extranjero. Ah, y no se me olvide, es mono a rabiar el chavalito. Con las dicciones altas cantadas de un armonioso que coloca, pone a las groupies derretidas. Bueno, y a mí un poquito también, aunque puede ser del calor. GA

Paolo Nutini, niño bonito. Foto: Alfredo Arias
Paolo Nutini, niño bonito. Foto: Alfredo Arias

Robbie Williams

Está canoso el tahúr del pop, pero no decae un ápice su jovialidad. El duendecillo con antenas de soplillo y cresta mullet es tan payaso como siempre. Con su traje ancho dorado de lentejuelas recorre las tablas del Mad Cool Stage jugando incansable con su público. Da el sagrado pistoletazo de salida con “Hey Wow Yeah Yeah”. Tiene problemas para cantar al principio de “Monsoon”, tras lo cual declara: “Son secuelas del COVID, no la edad, hijoputas”. Nos has pillado Robbie, bien aclarado. Es un cachondo entrañable. Se debe al público, hasta admitir haberse dejado manosear el pizarrín en Alemania. Ataca con “Strong”. A la gente le cuesta entrar en la canción y Robbie no se corta. Les da el culo y dice: “Venga, coño, que soy jodidamente famoso”. Ahora sí. Provocados, con un sutil “no hay cojones”, los españoles se alzan en armas y hasta tararean arameo si hace falta para completar los silencios. Vacila con cantar una canción de Take That, pero pasa a mejor vida al entonar un himno de quien pisará el mismo escenario en dos días, Liam Gallagher. Se oye “Don’t Look Back in Anger”. Todo el mundo la canta como si fuese un hit de Robbie Williams. El músico se confiesa ahora como la versión más feliz que jamás ha sido y da comienzo “I Love My Life”, que viene acompañada de una eyaculación de confetis largos multicolor. La liga de temazos no se detiene, para darle matarile al bolo con “Angels”. GA

Robbie Williams te invita a su fiesta. Foto: Jordi Vidal
Robbie Williams te invita a su fiesta. Foto: Jordi Vidal

The 1975

The 1975 son británicos, pero Matty Healy, realmente, podría pasar desapercibido en un colegio mayor de alto standing de Nueva York: pega tragos tontos a una petaca, se enciende un piti cuando le da la gana, le pide la sudadera de Sigur Rós a una fan y no se la devuelve… Supongo que por eso tiene tan encandilados a medios como ‘Pitchfork’. Más allá de bromas, The 1975 son una banda con muchísima personalidad pese a andar algo faltos de fuelle en su presentación desde el escenario Región de Madrid. Les beneficia, en cierta manera, la hora algo tempranera y un escenario más reducido, lo que permite amplificar ese balance entre la intimidad y la euforia que con tanta delicadeza maneja el quinteto –octeto en directo, aunque a veces no se perciba–. Y consiguen sacar adelante un show exquisitamente diseñado: la banda, de hecho, es lo que sucede en la cabeza de su líder, sentado en el salón de su casa barruntando su depresión mientras las guitarras hacen el amor bailando en el aire y el saxo las mira y las aplaude excitado. Al final, después de versiones deslucidas de grandes canciones como “It’s Not Living (If It’s Not With You)” y de confirmar en directo el bajón de fuerza de su más reciente trabajo, Healy saca un mando a distancia y apaga el concierto y las pantallas, dejándonos un sabor agridulce en la comisura de los labios. DR

Matt Healy y The 1975: algo agridulce. Foto: Sergio Morales
Matt Healy y The 1975: algo agridulce. Foto: Sergio Morales

Viernes, 7 de julio

Angel Olsen

La delicadeza de Angel Olsen no fue del todo entendida. En primer lugar, porque el sonido de Puscifer explotaba en los momentos de silencio (que no fueron pocos) del show de la americana. Por otra parte, el escenario Region Of Madrid, por estar al límite oeste del recinto, proyectaba uno de los pocos espacios de sombra disfrutables, como un oasis en el desierto, lo que hizo que acudiera bastante público no interesado que incluso mostraba la espalda al escenario. La artista presentó las canciones de “Big Time” (2022) bajo una estética eminentemente yanqui y evidenció que su show es un poco más débil que cuando vino a presentarnos “My Woman” (2016). Así, pese a equivocarse en “Shut Up Kiss Me”, esta fue su canción más esperada, en la que bromeó inicialmente explicando que era un tema recién compuesto. El mejor momento de su concierto junto a una “Sister” que interpretó por petición popular después de darle a elegir al público: solo quedaba tiempo para dos canciones cortas o una canción muy larga. ME

Angel Olsen: la vida te da problemas. Foto: Jordi Vidal
Angel Olsen: la vida te da problemas. Foto: Jordi Vidal

Bombay Bicycle Club

Todo fue un poco desastre en el retorno de Bombay Bicycle Club a nuestro país tras casi diez años de ausencia: salieron diez minutos tarde, el sonido se cortó durante una de sus mejores canciones –el clásico “How Can You Swallow So Much Sleep”– y no consiguieron darle continuidad a un repertorio brillante pero deslucido. Quedaron sobre todo recuerdos nostálgicos con “Shuffle”, esa joyita que los situaba en la facción experimental del indie plácido y con ambición pop. “Overdone” y “Luna”, con sus armonías vocales y su brilli-brilli con aires exóticos, nos recordaron lo bueno que era “So Long, See You Tomorrow” (2014) en aquel momento en que también lo reventaban Foals. Para el final, y después de tantos altibajos, el subidón de “Always Like This”, por desgracia, supo a demasiado poco. DR

Jack Steadman y Bombay Bicycle Club: demasiado tarde. Foto: Sergio Morales
Jack Steadman y Bombay Bicycle Club: demasiado tarde. Foto: Sergio Morales

dEUS

Tierno. Atmosférico. Con un puntito excéntrico dentro de sus progresiones tirando a trilladas. dEUS es como su nombre, tres partes de lo mismo y una gorda de originalidad. Al verlos salir a escena en el Ouigo, te imaginas a cinco padres de extrarradio montándose una banda. Lejos de llamativas estéticas, dejan la bizarrada a lo musical. Su recorrido es el esperado. Temas muy noventeros de onda chill como “Instant Street” y noventeros de onda alternativa como “Fell Off The Floor, Man”, en los que se dejan las pestañas. Destacar el espectacular violín eléctrico, que despunta como una sirena nuclear en “Suds & Soda”. El público durante el encuentro es escaso, pero muy motivado. Se ve que se trata de una vieja banda fetiche. Esa que recomiendas flipado, diciendo: “Joder, ¿no conoces a dEUS?”, cuando sabes perfectamente que la respuesta es “no”. Y así, con el desdén del sabio alternativo, concluyes: “Pues no sabes lo que te pierdes”. GA

dEUS, al grano. Foto: Sergio Morales
dEUS, al grano. Foto: Sergio Morales

Jacob Collier

A un niño muy nervioso y algo travieso, de unos doce años, lo llevan sus padres a una tienda de instrumentos para que toque todos y elija el que más le gusta, porque le van a apuntar al conservatorio. Lo de Jacob Collier es ver eso desde la perspectiva del dependiente de la tienda, exceptuando la ejecución soberbia pese a un piano no muy bien sonorizado. Sobreestimulación constante por parte de alguien que en su plano más inocente disfruta del sonido y una (no tan) sorprendente versión de “Somebody To Love” (Queen): un concierto muy divertido para quien disfrute de los colores en un plano sinestésico. ME

Jacob Collier: inocente diversión. Foto: Alfredo Arias
Jacob Collier: inocente diversión. Foto: Alfredo Arias

Kaleo

Los islandeses Kaleo parecen sacados de una biblioteca libre de derechos de autor para un negocio que no pueda permitirse pagar las licencias de la SGAE, tanto en actitud como en canciones. Lo más interesante que ofrecen es la nostalgia de un tiempo pasado donde el folk-rock de sombrero arrojaba luz en la monotonía mainstream, allá por 2013: pese a que Mumford & Sons, bastante más respetables en ese recorrido, tocaban a la misma hora, el escenario Region Of Madrid se veía abarrotado. Quizá fuese por el embudo que se generaba a su salida. ME

Kaleo: Islandia acústica. Foto: Sergio Morales
Kaleo: Islandia acústica. Foto: Sergio Morales

Kevin Morby

Con poco tiempo para deshojar su ya extenso repertorio como se merece y gustándose cada vez más en su papel de predicador contemporáneo, entre la decadencia y la revelación, el tejano escogió para su concierto en el escenario Ouigo la vía de “This Is A Photograph” (2022). Sus canciones –“Campfire” o “Goodbye To Good Times”, por ejemplo, o una homónima “This Is A Photograph” en dos partes que sirve para acotar el show por sus dos extremos– se ajustan más a la configuración actual de su banda, una especie de corte de los milagros de la americana en la que brillan los violines, el saxo tenor y a veces flautas con la misma rutilancia que las guitarras y ese bajo relajado abrasado por el sol. Y permiten que se desenvuelvan, poco a poco, los distintos matices de su música, dibujando una especie de wéstern beodo que, por coquetear con la frontera, termina metiéndose en pantanos chamanísticos. Faltó echar la vista atrás hasta “Singing Saw” (2016), su mejor trabajo, y una climática “Harlem River” dejó claro que la carrera de Kevin Morby puede haber llegado a ese equilibrio irreductible de los artistas asentados. Como institución de la americana que es, del rock en trashumancia, puede permitirse licencias para ir a la psicodelia o al funk, al soul o al rock’n’roll, al ruido o al paisajismo, pero su propuesta ya no excita como antes. DR

Kevin Morby: fotografías de americana. Foto: Jordi Vidal
Kevin Morby: fotografías de americana. Foto: Jordi Vidal

Men I Trust

La de Men I Trust era posiblemente una de las propuestas más interesantes que Mad Cool programó para el viernes (escenario Ouigo) porque, aunque encajen en esa línea “40 principales británica” por la que cada vez se decanta más el festival, el dream pop del trío canadiense (en directo, quinteto) sobresalió entre el resto de la programación. A destacar sus desarrollos inusuales y el halo vaporoso que inundó la atmósfera, impecablemente sonorizados en una carpa en la que difícilmente se podía conseguir esa finura. ME

Men I Trust: el vapor canadiense de Jessy Caron. Foto: Alfredo Arias
Men I Trust: el vapor canadiense de Jessy Caron. Foto: Alfredo Arias

Mumford & Sons

De la banda subida al Mad Cool Stage diré que parecen ir todos en pijama. ¿Por qué no? Los pitillos ya están muy vistos. Son maromos de cartel decimonónico. El pelo, el bigote, la barba… Es curioso, la peña se divide entre los saltarines entusiasmados-frívolos y los hipersentidos que hasta lloran, tamaña es su emoción. Dios, se siente uno en una película romántica de Zac Efron. Marcus Mumford, otro majete que se esfuerza por hablar español y preguntar “¿qué tal están todos?” con el acento de tu tío pedo mandándote a por birra. Me abstengo de mencionar pijadas musicales. Tienen el bolo trabajado hasta en las cuerdas que se le saltan al banjo. Y, ya sabéis, mucho acústico, mucha cuerda sobre bombo. Algún piano se cuela para amplificar la emoción, pero poco más. Porque, seamos sinceros, desde la requetefamosísima “Little Lion Man”, que tocan casi nada más empezar, hasta “Lover Of The Light” todas se parecen. Es como si no hubiera tema en el que no te fueses a dar la vuelta y cruzar una mirada con el amor de tu vida. Ese al que le pedirás matrimonio con una de sus canciones y una de sus canciones sonará en vuestra boda y será la canción que os haga llorar durante el divorcio mientras vuestros hijos escuchan death metal. Por si fuera poco, una constelación de estrellas multicolor viste sus espaldas en la pantalla. Para rematar, “I Will Wait” y fuegos artificiales dorados en forma de estrella-palmera. Personal de limpieza, mis disculpas por el estropicio, pero es que me deshago… GA

Mumford & Sons: pastel inofensivo. Foto: Jordi Vidal
Mumford & Sons: pastel inofensivo. Foto: Jordi Vidal

Puscifer

Simplemente una banda de rock o una agencia secreta gubernamental para desenmascarar formas de vida alienígena camufladas entre nosotros –sugieren que una de ellas fue Wendy O. Williams, icono punk y mítica vocalista de Plasmatics–, estos men in black comandados por Maynard James Keenan y Carina Round, ambos con los micros anclados a un brazo mecánico adherido a su cinturón, dejaron en el escenario Madrid Is Life un concierto correcto en el que rock industrial y progresivo, funk, grunge, influencias setenteras o electro se funden con tibieza en una amalgama algo indeterminada. Ni demasiado electrónica ni demasiado industrial, ni demasiado experimental ni demasiado arty, ni demasiado robótica ni humana por completo. Los bajos, la armonía entre las voces, la pulsión reptante y sintética de algunas canciones, conectan más con Radiohead o con los experimentos de David Bowie que con otros compañeros –más cercanos geográfica y estilísticamente– del rock alternativo del cambio de milenio, emulando a unos flemáticos Nine Inch Nails. Y demostrando que Puscifer siempre fue el proyecto más diferencial del también líder de Tool y A Perfect Circle, en el que logró el balance entre su propia progresividad arty y su agresividad pretenciosa. Pero la sensación global es un poco de “valle inquietante”, como si el alien interior de Keenan estuviera a punto de salir de su réplica antropomórfica y empezara a notarse en la cara, asomando un gesto extraño tras el carmín corrido de los labios. DR

Puscifer: gótico americano. Foto: Sergio Morales
Puscifer: gótico americano. Foto: Sergio Morales

Queens Of The Stone Age

Cañamera buena nada más empezar con “No One Knows” en el escenario Madrid Is Life. Mamá, qué estilazo me lleva Josh Homme. Está de anuncio de una barbería modernosa. Para Queens Of The Stone Age el escenario se ha vestido con una sobria composición de estacas con neones rojos y blancos y verdes y amarillos y… bueno, todos los tóner de la impresora. La banda parece haberse impuesto la perpetua resurrección del público, pues no contentos con descorchar fuerte siguen con “My God Is The Sun” y “Smooth Sailing”, que pone a la peña a menearse. “Bailar y beber y fiu fiu, mi amor. Estoy mucho feliz. Ricooo” son los guiños lingüísticos de Homme hacía sus fans españoles. Qué majos son cuando lo intentan. Mencionar el pilotaje superdotado del guitarrista Troy Van Leeuwen, a quien se la refanfinfla cargar con el slide incluso a la hora del punteo. Afortunadamente, la edad no le pasa factura a los falsetes de Homme. No digo que colara en los Bee Gees, pero, en lo que respecta a sus motivados agudos de juventud, aún resiste. No despistan tampoco la nueva hornada de temas con las geniales “Emotion Sickness” o “Paper Machete”. Ni las míticas, a las que todo cristo se suma con “Make It Wit Chu”. No se ve hombro estanco. Este cadereo cura la escoliosis, hasta el despiporre glorioso de “Go With The Flow”, con la que dicen ahuecar. Ah, pero, antes de marchar, una más, “Song For The Dead”. El tema enloquece al más rancio. Se han roto incontables nucas. Y, ahora sí, buenas noches, motherfuckers. GA

Queens Of The Stone Age: Josh Homme y Michael Shuman en una buena noche. Foto: Jordi Vidal
Queens Of The Stone Age: Josh Homme y Michael Shuman en una buena noche. Foto: Jordi Vidal

Ralphie Choo

El madrileño trajo al escenario Mahou Maestra un show calcado al que estrenó en Sónar el mes pasado, porque para qué más: con este espectáculo se abrirá camino entre lo más selecto de nuestro país y parte del extranjero, es solo cuestión de tiempo. Un glitch entre lo orgánico y lo ultradigital, con una tormenta de efectos lidiando como puede con un cuarteto de cuerda, una guitarra y, por momentos, una flauta travesera. La promesa de lo que está por venir. Ni una cantidad indecente de acoples pudieron con él; de hecho, ni con su forma inteligentísima de entender la música contemporánea, reconciliando tradición y vanguardia, oscuridad y luz, y referencias como Frank Ocean, Calvin Harris, Rosalía, Burial, C. Tangana, Kanye West o Playboi Carti. Al final, y de la mano de su fiel compañero y amigo rusowsky, tumbó el escenario por petición popular con la maximalista “VALENTINO”, un collage explosivo de tech-house, plugg, big beat y hardcore techno. DR

Ralphie Choo: entre lo orgánico y lo digital. Foto: Alfredo Arias
Ralphie Choo: entre lo orgánico y lo digital. Foto: Alfredo Arias

Romy

A la cantante y guitarrista de The xx se le está alargando el lanzamiento de su trabajo en solitario, que ya está terminado y saldrá, por fin, después del verano. Mientras tanto, está embarcada en su particular máster en deejaying. Se nota la evolución entre sus distintas pinchadas, más ojo en su faceta de selector y más confianza y habilidad en sus mezclas, ofreciendo una especie de trabajo de I+D en torno a las referencias de lo que será su debut más allá del trío de Bristol, un homenaje al progressive, al dance y, en general, a la música electrónica británica y europea de finales de los noventa y principios de los dos mil. Entre clásicos y temas propios, como en una especie de mini listening party, pinchó un remix del precioso “Beso” entre Rosalía y Rauw Alejandro o el reciente “It Goes Like (Nanana)” (Peggy Gou) que deberían estar pinchando todos los DJs que tengan algo que ver con el house, la Hi-NRG o el dance en general. DR

Romy: poquito a poco. Foto: Sergio Morales
Romy: poquito a poco. Foto: Sergio Morales

Rüfüs Du Sol

Lo de Rüfüs Du Sol en una programación como esta encuentra el equilibrio perfecto en el falso eclecticismo del cartel, y digo falso porque a cualquier macrofestival se le exige algo de electrónica para cuando empieza a aproximarse el cierre. Analizando la fagocitación que en los últimos años la industria está haciendo de la cultura rave, el trío australiano encaja perfectamente en un techno disfrutable para el que no sea experto en el género y lo suficientemente orgánico para que los rockeros no lo tiren por la borda. Muy elegantes en lo suyo sobre el Region Of Madrid, son capaces de despistar a más de uno: si James Hunt no interpretase con ese protagonismo su set de percusión, nadie dudaría de la importancia del techno progresivo dentro de su propuesta. Desde luego, un final muy nutritivo y que casi hace que se te olvide la jornada poco vanguardista y prácticamente nada estimulante si no formas parte de la cultura fan. ME

Rüfüs Du Sol: techno nutritivo. Foto: Alfredo Arias
Rüfüs Du Sol: techno nutritivo. Foto: Alfredo Arias

Sam Smith

Muchísimas razones avalaron el concierto de Sam Smith en el escenario principal de Mad Cool como el mejor de la jornada del viernes. Por encima de todas ellas, su necesidad: esto es una fiesta de la libertad, de la expresión personal, de la identidad y, en fin, del amor que todos compartimos en nuestras vidas. Puede parecer naíf, o populista, algunos incluso dirán que provocativo. Pero no, el británico sabe regular todos sus excesos en brazos de una honestidad arrebatadora. Mientras se desnuda, física, artística y emocionalmente, le viste una discografía envidiable que de primeras deslumbra con “Stay With Me”, “I’m Not The Only One”, “Like I Can” y “Too Good At Goodbyes” –casi nada–. Es esto lo que verdaderamente lo empodera, como corrobora una banda espectacular con coro góspel de clase mundial y un equipo de baile que va del street dance a la danza contemporánea mientras sus miembros se seducen, se sonríen y se morrean con pasión. Una infinidad de cambios de look –a cada cual más victoriano, haciendo guiños a clásicos drag pero quedándose siempre en la alcoba, como exponiéndose en enaguas– va estructurando las distintas fases del espectáculo: hay momentos valle, claro, con algún desvarío escénico entre tanta performance, pero se resuelven con sabrosura en momentos más electrónicos –“Dancing With A Stranger”– o directamente house –“Promises” o “Latch”–, ritmos de herencia jamaicana –“Gimme”–, guiños a las grandes divas del pop –incluido un snippet instrumental de “Like A Prayer” (Madonna) en plan ópera rock– o una espiral disco con “I’m Not Here To Make Friends” o “I Feel Love” (Donna Summer). Sobre un escenario dominado por una gigante escultura de oro a lo Botero –carnosa, sensual, sugerente y curvilínea– y siguiendo el camino de baldosas amarillas que fueron construyendo Elton John y George Michael, Sam Smith termina su concierto en Mad Cool poniendo en pugna lo sagrado con lo profano: después de unos cantos gregorianos, aparece vestido de virgen coronada de espinas para cantar “Gloria”. Suena “Unholy”, con sus bajos trap e industriales y su oscuridad desentonada, se despoja del velo y entra en modo full BDSM. Los fachas, ¿qué tal? ¿Bien? DR

Sam Smith: reivindicación. Foto: Alfredo Arias
Sam Smith: reivindicación. Foto: Alfredo Arias

Spoon

Si se pudiera elegir, a ningún grupo le apetecería abrir un festival, pero hubiésemos agradecido que Spoon disimularan un poco. Pese a ello y después de tres décadas de trayectoria, la banda de Texas ha generado (por mérito propio) suficiente cupo de adeptos, que son capaces de someterse a una potencial insolación y muy misericordiosos con la formación: no hay mayor ciego que el que no quiere ver. Un concierto, en el escenario principal, cuyo peso radica más en el mito que en el presente, anti carpe diem, en el que por supuesto cualquier tiempo pasado fue mejor: “Do You” o “Inside Out” eclipsan cualquier canción de su nuevo álbum, “Lucifer On The Sofa” (2022), del que abusaron. Tengo la sensación de que Britt Daniel y los suyos estarían encantados de explicarle a una joven melómana lo que es la música “de verdad”. O a lo mejor, simplemente, tenían un mal turno en el cartel. ME

Britt Daniel y Spoon: no fue el momento. Foto: Alfredo Arias
Britt Daniel y Spoon: no fue el momento. Foto: Alfredo Arias

Tash Sultana

Que la electrónica mueve masas no es ningún secreto, pero no deja de alucinar hasta qué punto un solo humano sobre un escenario domina al vulgo. Así empieza Tash Sultana en el Region Of Madrid, quien se planta frente a miles de personas más chula que un ocho, sola, y lo clava. ¡La mujer orquesta! Tan pronto te hace un riff slow-funk con la guitarra como te toca el saxo a lo John Zorn, la batería a lo Ringo, la flauta de Jethro Tull y, mezclándolo todo, se pone a cantar encima un blues morrocotudo. Vaya espectáculo de artista. Huele los cambios de tono e improvisa encima, haciendo mutar temas como “Notion” o “Jungle”. Pero cansa tanta autonomía. Una banda pistonuda acaba por armonizar su voz y la preciosa Fender azul rockabilly, sus armas de batalla predilectas. Tash Sultana es la clase de artista que, te mole o no, merece ser admirada en directo. Palabra de Galo. GA

Tash Sultana, esa fiera. Foto: Sergio Morales
Tash Sultana, esa fiera. Foto: Sergio Morales

The Black Keys

Pongamos que la diño. La casco y me voy para abajo, que es el lugar que me corresponde. Como he sido un chico malo, una bicha buenorra con cuernos me ofrece la posibilidad de renacer como me dé la gana. “¿Qué quieres ser de mayor?”, pregunta. Y yo lo tengo claro, quiero ser de los Black Keys. El apelotonamiento es masivo frente al escenario Madrid Is Life. Esto parece la primera hora de las rebajas totales de El Corte Inglés. No cabe ni un pedo. De hecho, se llega a acumular cierta tensión antes de que la música dispare. Y entonces… ¡Chas! La magia del riff sencillo con “I Got Mine”. Dos hombres contra el peligro, armados con sus gafas y sus instrumentos. Mola tener de guardaespaldas a un bajo y segunda guitarra que parecen los ZZ Top y a Frank Zappa a los bongos. De estilo, camisa holgada amarilla sobre interior blanca y gafas semitransparentes para Dan Auerbach y típico polo suelto para Patrick Carney, siempre tan sobrio. El logo de la banda en grafiti sobre sus cabezas vibra tanto con “Your Touch” que parece estar al borde del desastre. No hay tema que no emocione, aunque el combo seguido de “Howlin’ For You” y “Gold On The Ceiling” es para perder la razón. Una pareja de diablillos se proyecta en la pantalla y, bueno, casi tienta decir que algún pacto han debido hacer para ser tan buenos. En casa o en concierto, siempre The Black Keys. GA

The Black Keys: peligro, todavía. Foto: Jordi Vidal
The Black Keys: peligro, todavía. Foto: Jordi Vidal

Sábado, 8 de julio

Cupido

Sobran caracteres para explicar lo de Cupido. Pioneros y visionarios a su modo, hoy tan solo han de disfrutar de su rotundísima consolidación en el digno oficio del pop dejando que cale –poco a poco, concierto a concierto– la realidad de que son una de las mejores bandas de la historia del pop en castellano, aunque muchos quizá no estéis preparados para esta conversación. Se ponen (escenario Region Of Madrid) coreables y un poco populacheros alargando en plan cumbia la preciosa “Autoestima”, sacan una kiss cam para jugar con el público y, canción a canción, pese a algunos desajustes de sonido iniciales, van solidificando su sonido, que se va adentrando en sus canciones más adultas a través de una especie de city pop a la canaria, filtrando desde su playa influencias ochenteras, latinas, pop new wave, soul o psicodelia. La suma de “La santa” y “La pared” –las dos antes de “No sabes mentir”– los colocó entre lo más granado de este Mad Cool; vaya dos pedazos de canciones. DR

Cupido en la liga del gran pop. Foto: Jordi Vidal
Cupido en la liga del gran pop. Foto: Jordi Vidal

Jamie xx

La luz y la oscuridad. La eterna lucha de un Jamie xx que ofrece su mejor versión cuando es capaz de hallar el equilibrio. Después de varios pasos recientes por nuestro país bastante luministas, seguramente impulsados por el mood de la pandemia, el británico ofreció por fin –cerrando la última jornada del escenario Region Of Madrid, el mejor del festival– una de sus grandes noches, esas en las que los contrastes son solo las distintas formas que adopta la luz según el ángulo desde el que mires el cristal. Sobre un lienzo de dubstep purasangre –ondulante, reptante, profundo, introspectivo y diluido–, pinta trazos de break, de 2step o de future garage según necesite tenebrismo, emoción, euforia o intensidad: pincha “CUUUUuuuuuute” de Rosalía y la funde con “idontknow”. Abraza el drum’n’bass e incluso una IDM aphextwiniana. Deja un remix en clave break progresivo de “Loud Places” que trasciende subiendo una escalera de Jacob de sintetizadores. Y va soltando aderezos dance, sutiles amapianos, estallidos disco que culminan en un “Ritmo de la noche” alargado de más, pianos houseros, escarceos con la Hi-NRG y hasta guitarras españolas en plan balearic. Todo trufas y pinceladas para empastar sus sencillos más recientes, que vertebran el show. Hacia el final, cuando la luz parece haberlo inundado todo, Jamie vuelve a la senda subterránea, se acerca a un sombrío techno melódico con “Breathe” –un unreleased propio que lleva rulando desde la pandemia– e invoca el glitch a través de uno de los tracks del año, “Figures” (Glowal), mediante esos sintetizadores fantasmagóricos y operísticos rebotando en frenesí dentro del temporizador de una bomba de relojería. “Gosh” y su extrañeza anticlimática, una aproximación personal del gqom entre bajos apocalípticos y líneas de sinte alucinadas, pusieron el cierre perfecto para una pinchada sencillamente espectacular. DR

Jamie xx: entre la luz y la oscuridad. Foto: Jordi Vidal
Jamie xx: entre la luz y la oscuridad. Foto: Jordi Vidal

Kurt Vile & The Violators

Esperar más de Kurt Vile & The Violators es no conocer a Kurt Vile. Cuando decidió partir peras con Adam Granduciel y abandonar The War On Drugs, hace más de diez años, lo hizo persiguiendo siempre el menos, dejándole en bandeja toda ambición maximalista. Para él, cualquier más siempre es menos. Y sus conciertos son la prueba viviente: slacker, secos, planos, totalmente desnudos, minimalistas y apocados, es la fuerza del oficio y el respeto por las cualidades hipnóticas y espirituales del rock lo que los sitúa en su propio nivel. La voz nasal del de Pensilvania comanda sobre el Region Of Madrid una máquina sonora precisa y furiosa que no se despeina cuando abraza el rugido ni vaguea cuando invita al viaje reflexivo. Cabalga con seguridad y buena velocidad de crucero sobre infinitos bucles guitarreros entre las paredes de un desfiladero de ruido, hasta llegar al clímax de “Pretty Pimpin” y la brutalidad noise de “Hunchback”. Y ya está, no esperen más de un concierto de los Violators, pero tampoco esperen menos. DR

Kurt Vile & The Violators: ni más (ni menos). Foto: Sergio Morales
Kurt Vile & The Violators: ni más (ni menos). Foto: Sergio Morales

Liam Gallagher

Esperadísima la llegada de la parte más frondosa, que no por ello la más fértil, de ese Oasis que ya es desierto desde hace casi catorce años. La victoria del City en la Champions League no parece haber cuajado aún en la reunión musical seguramente más esperada desde que Lennon le hizo un corte de mangas a los Beatles. Aunque es precisamente con unos cánticos del United como empieza el bolo, mientras en las pantallas del escenario principal aparecen una serie de adjetivos como “profeta”, “héroe”, “amante”, “mito”, etc., para acabar, muy irónicamente, con “humilde”. Entonces sale Liam Gallagher. Se le ve considerablemente cebón. Como un Elvis pasado. Sus manos hacia atrás van dejando el descaro elegante para anclarse en el visionado de obras por parte de un septuagenario. Carga su característica cortavientos de hincha que encapucha a la altura de “Once”. La voz la mantiene digna en ese particular beso al micrófono, como un crío tímido abalanzado sobre su aniñado amor, que lo caracteriza desde sus inicios. Las canciones de Oasis levantan la moral como una vieja gloria apartándose de la jubilación para volver a pelear. Berrea cuatro cosas en un inglés que se entiende tanto como el español de un gaditano profundo. Por suerte aparece “Stand By Me”, de la que no le hace falta ni cantar el estribillo, ya se encarga el público. Se rasca la cabeza, muerde la pandereta, limpia el sudor y adopta, con regularidad, una pose de Dios altivo con mentón elevado. Sí, Liam se cree divino. Y, oye, qué cojones, tal vez lo sea. O lo fue… Ahora casi diría que canta por compromiso. Sobre todo porque es Oasis, y no Liam, el que emociona con “Cigarettes & Alcohol”, “Wonderwall” y el remate de “Champagne Supernova”. GA

Liam Gallagher, el descaro. Foto: Jordi Vidal
Liam Gallagher, el descaro. Foto: Jordi Vidal

Lusillón

Lo mejor de las carpitas de Mahou a las seis de la tarde, con un calor inclemente en el julio madrileño, es la sombra y el aire acondicionado, porque lo que es el sonido… bueno, ya tal. Se sienten los retumbes del escenario principal, enturbiando en el caso de Lusillón una propuesta íntima y muy sutil que, pese a jugar con lo infantil, demuestra una acidez y mordacidad lírica muy en sintonía con artistas de nuestro underground como rebe o irenegarry. Pop cuqui con aires de dormitorio en temas de brillantísimo chill como “Un vermut contigo” o momentos más pop soul como la sorprendente “Hace un día horrible”, muy mejorada en directo. Pero también experimentos en sus márgenes, como “Me quiero ir” y “Me gustaría gustarte” o la bachata “Brillo en los dientes”, dan forma a una propuesta sólida que llegó al festival tras colocarse entre los ganadores del certamen Mad Cool Talent. DR

Lusillón, pop cuqui. Foto: Sergio Morales
Lusillón, pop cuqui. Foto: Sergio Morales

M.I.A.

Hay artistas con los que nunca hay que perder la fe. Y menos si estamos hablando de M.I.A. Su paso por nuestro país el año pasado –en Primavera Sound y Bilbao BBK Live– dejó tanto placer como dudas, pero su retorno a Mad Cool, además de beneficiarse de un evidente rodaje de la gira y de la libertad para soltar temas de su último “MATA” (2022) –que encajan mejor en el concepto rave que estructura este show–, nos devolvió a esa M.I.A. que, por un momento, creíamos perdida: la puta ama, vaya. Una tía capaz de vestir a sus bailarines con mantas isotérmicas simulando refugiados en “Borders”. Capaz de aparecer cubierta de dólares y de billetes de cinco euros para cantar “Paper Planes”, tirarse a nadar entre sus fans y volver al escenario sin un duro en una especie de performance sobre lo que somos capaces de hacer por dinero o por los ídolos que nos sirve el capitalismo: es como el que tira una moneda al suelo solo para ver a alguien agacharse ante él, una provocación en sí misma, una humillación incluso, pero también un acto político brutal en su subtexto al reflejar nuestras miserias. Sigue terminando con “The One”, pero sin coro mariano. Y de su trip por el cristianismo al menos nos quedamos con esta nueva faceta predicadora que la pone a conectar como nunca antes con su público: puro fuego, pasa un buen rato sumergida entre la crowd, igual que los bailarines, que van bajando por turnos a animar la fiesta mientras M.I.A. comanda su rave de ácido y psicodelia en la que cabe, cómo no, el tema del año: “Rumble”, de Skrillex, Flowdan y Freda again.. DR

M.I.A.: gran guerrera. Foto: Alfredo Arias
M.I.A.: gran guerrera. Foto: Alfredo Arias

Primal Scream

No sé si es Bobby Gillespie o Patti Smith con un traje setentero de brillantinas plateado quien se impone en mitad del escenario Region Of Madrid, pero poco importa. Desde el descorche con “Movin’ On Up” se saborea un lujoso espectáculo musical. No hay que cansarse de repetirlo: ¿que el rock’n’roll ha muerto? Primal Scream te patea la tontería con canciones como “Can’t Go Back” o “Suicide Bomb”, impecablemente puestas a punto y con entrega total por parte de cada miembro. Desde el coro de negras vestidas de blanco, el flow tipo The Cramps en el bajo de Simone Marie Butler, el look de Elton John pasado de rosca con teñido negro de bote y alisado japonés del teclista –sustituyendo al fallecido Martin Duffy– hasta las pintas de sadomasoquista alemán con camiseta de tirantes, boina y pantalón de cuero del saxofonista, todo jugó a favor de hacer al público reverenciar a la banda. Una música, la de Primal Scream, que aún sigue destilando cierto apetito por la revolución. De cuando se creía firmemente que la música podía cambiar el mundo. En definitiva, una realización brutal y un cariño enérgico colocan a los escoceses en el palmarés de mejores bolos del festival. GA

Primal Scream: Bobby Gillespie expendiendo energía. Foto: Jordi Vidal
Primal Scream: Bobby Gillespie expendiendo energía. Foto: Jordi Vidal

Red Hot Chili Peppers

Que Flea salga haciendo el pino en el Mad Cool Stage es lo mínimo que se puede esperar, además de ver que los Red Hot Chili Peppers no han cambiado sus pintas en cuarenta años. Pantalones piratas, camiseta ancha, cuando no directamente sin ella. Flea sigue demostrando ser uno de los mejores con sus solos bombásticos de dedos desquiciados. Se tira al suelo y toca tumbado sin miedo a que la falda enseñe sus gayumbos. Su slap es único. Como también lo es la calidad de John Frusciante. Por otro lado, Anthony Kiedis, con su actual bigotito y unos pantalones cortos con brillantina de playboy, va regulín a ratos. Se le oye flojo y lleva chula la pata izquierda, lo que hace perder energía al directo. Al principio, la banda lo tiene fácil. “Around The World” y “Snow” hacen entrar al público en el bolo, despertando un “¡Oh!” emocionado. Luego empieza el pastel. Canciones de los últimos discos como “Here Ever After” o “Tippa My Tongue”, que más que otra cosa aburren al personal. Por suerte, el rapeo de Kiedis parece onomatopeyas estrelladas las unas contra las otras y deja espacio para los clásicos “Californication” y “By The Way”, para la que Flea saca un bajo de Los Ángeles Lakers. Sorprendentemente, y a pesar de acabar con el imprescindible “Give It Away”, otros himnos se quedan en el cajón, como “Under The Bridge”. En fin, que será por las expectativas, pero, en general, un bolo tirando a blandito. GA

Red Hot Chili Peppers: ni sí ni no. Foto: Alfredo Arias
Red Hot Chili Peppers: ni sí ni no. Foto: Alfredo Arias

Sylvan Esso

Curiosa la parejita yanqui-hippie sobre el Mad Cool Stage. Ella con pelo mordisco de burra y alto riesgo de cangrejear vista la solera. Él con pintas de alquimista loco mezclando mejunjes mientras asalta la mesa de mezclas, espídico. Amelia Meath canta con la dulzura del algodón de azúcar y entona a la perfección. El discreto público no enloquece pero sí se deja llevar por su potente voz. He de confesar que su electrónica trance entra más a las seis de la mañana que a las seis de la tarde, pero el desfase horario no les hace cojear. Resuelven el bolo con pasión y gracia, repasando temas como “Rewind” o “Die Young”. GA

Amelia Meath y Sylvan Esso: resolutivos. Foto: Alfredo Arias
Amelia Meath y Sylvan Esso: resolutivos. Foto: Alfredo Arias

The Hu

Empiezo con una curiosidad que habla por sí misma: cuando The Hu arrancaron su ritual mongol de conquista en el escenario Ouigo solo había ante ellos una modesta congregación de fieles dispuestos a darlo todo por la recuperación de la gloria perdida del imperio de los khanes. Pero pasaba el tiempo y la carpa se llenaba más y más de personas con camisetas de los Red Hot Chili Peppers; así debía de andar yendo la cosa en el escenario principal. Disfrutaron –acalorados, eso sí– de un concierto más normativo de lo que cabría esperar, en el que se pierden las particularidades de la banda en estudio en favor de un sonido más neutral, que se asemeja en mucho al metal industrial –y un poco anexionista también– de bandas como Rammstein, por mucho que su configuración vaya en contra de esta idea: realmente son dos grupos diferentes superpuestos, un cuarteto de metal y otro de música tradicional mongola con instrumentos como el morin khuur, el tsuur o el tovshuur. El canto difónico –lo que entorila eso, madre–, de hecho, sí que supone su elemento más diferencial y los acerca del mismo modo a una especie de interpretación propia del death metal y su canto gutural por sus posibilidades tonales, explotando los armónicos más graves. Así que al final, si no los miras, podrían ser mongoles, pero también podrían ser noruegos, finlandeses, jedis de una galaxia muy, muy lejana –han participado en la banda sonora de la saga de videojuegos “Star Wars Jedi”– o dioses nórdicos en el Ragnarök de “God Of War”. DR

The Hu: ritual mongol desde Ulán Bator. Foto: Sergio Morales
The Hu: ritual mongol desde Ulán Bator. Foto: Sergio Morales

The Prodigy

Elección ideal para dar matarile al festival. The Prodigy caen como agüita de mayo tras el letargo de los Red Hot CHili Peppers. Por si fuera poco, dan el pistoletazo de salida con “Breath” y “Omen”, auténticos martillazos de energía que excitan al respetable como si le hubieran disparado dardos de cafeína pura. Maxim Reality demostró saber ser capitán de un barco que ya no puede contar con el hacha del mítico Keith Flint, al que se le hizo un homenaje con su contorno dibujado en neón (inconfundible el pelo) en las pantallas. El escenario, de orden apocalíptico, con una cuenta atrás al día del juicio final, se va plagando de luces en forma de abanico pasando del verde al rojo, pero sobre todo el verde. Rob Holliday entra varias veces en desquicie, se pone la guitarra entre las patas y por detrás de la cabeza y, vaya, que lo vive y lo hace vivir. Hasta parece soltar una raba discreta, sin inmutarse, antes de volver al ruedo. Está claro, incluso sin tener ni idea de las canciones, uno puede gozar The Prodigy como si tu madre te los hubiese puesto en la cuna. Su big beat y ese hardcore techno tan suyo hacen que, de haber algún cansancio, este se queme brincando. Tanto, que varios pogos se abren camino cerca del escenario. Trincheras musicales que dejan tantos cardenales como veces dice “fuck” o “fucking” Maxim a lo largo del concierto. Así, a bote pronto, yo diría que unas quinientas. Tirando a la bajo. En definitiva, despidiéndose con las maravillosas “Invaders Must Die” y “Out Of Space”: espectacular. GA

The Prodigy: invasores. Foto: Sergio Morales
The Prodigy: invasores. Foto: Sergio Morales

Years & Years

El pop electrónico divertido de Years & Years logra atraer a un buen número de adeptos al escenario Madrid Is Life. Fardonas gafas de Zoolander o de la hormiga atómica para Olly Alexander, quien con unos pantalones vaqueros cortos y botas de corsario se apodera de la tarima desde el principio. Los ramalazos dance de los dos mil siguen causando sensación, y cabe imaginar que muchos desearían entonar las caderas en temas como “Take Shelter” o “Hallucination”, pero se resisten en vista del calor. No así Alexander, que debe tener las huellas dactilares borradas de tanto restregárselas por el pecho. Es el histrionismo gay hecho cuerpo, bailando sobre un coro de voces negras que visten los estribillos con sabiduría fónica. Al final, con el sol algo más bajo, “King” culmina el espectáculo con una devoción brutal. GA

Olly Alexander y Years & Years: danzando con orgullo. Foto: Alfredo Arias
Olly Alexander y Years & Years: danzando con orgullo. Foto: Alfredo Arias
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