Entre 1967 y 1971, Sly & The Family Stone, el grupo liderado por Sly Stone (1943-2025), fue mucho más que una banda. Era un manifiesto en movimiento: multirracial, mixta en género, políticamente punzante y musicalmente innovadora. Himnos como “Everyday People”, “Stand!” o “Family Affair” no solo dominaron las listas, impusieron una nueva visión de la música popular abierta al riesgo, al mestizaje y a la celebración. Stone –Sylvester Stewart en la partida de nacimiento; falleció ayer en Los Ángeles a los 82 años– no solo inventó un sonido –lo que él llamó “psychedelic soul”–, sino que diseñó un modo de estar en el mundo: audaz, colorido, expansivo.
Pero el vértigo del ascenso tuvo un precio. Y fue altísimo. Desde muy temprano, Stone comenzó a depender de una combinación destructiva de cocaína y barbitúricos. Las giras se convirtieron en una ruleta rusa: retrasos, cancelaciones, shows de apenas 20 minutos. En los estudios, todo se volvía cada vez más errático. Columbia Records instaló una unidad de grabación en su casa con la esperanza de que eso desbloqueara su creatividad. Solo generó más aislamiento, más fiestas, más descontrol. El propio Miles Davis, que lo admiraba profundamente, salió espantado tras visitarlo: demasiada droga, demasiados guardaespaldas armados, ninguna música.
Con apenas 30 años, Sly Stone había dejado de ser un artista fiable, pese a haber dado forma con su banda a discos esenciales como “Stand!” (Epic, 1969), “There’s A Riot Goin’ On” (Epic, 1971) o “Fresh” (Epic, 1973) . Pronto dejó también de ser una figura pública estable. En los años ochenta y noventa, su nombre aparecía más en notas policiales que en secciones culturales. Se le vio viviendo en una furgoneta. Fue demandado por impagos. Su familia lo evitaba. Su círculo desapareció.
En 2006 tuvo un breve regreso en la entrega de los premios Grammy. Y en 2023 Auwa Books publicó su autobiografía, escrita con ayuda del periodista Ben Greenman, “Thank You (Falettinme Be Mice Elf Agin)”, más como gesto de cierre que como redención. No es un libro revelador: hay escasa autocrítica y mucha mitomanía. La sombra de lo que pudo ser lo envuelve todo. Porque Sly Stone no fue una víctima pasiva. Tuvo oportunidades, segundas y terceras, y no las quiso. Muchos quisimos creer en su regreso, como si todavía fuera posible una última reinvención. Pero la historia ya estaba escrita: Stone no abandonó la música, simplemente se fue borrando de ella.
Este año hemos podido ver la película documental “Sly Lives! (aka The Burden Of Black Genius)” (Questove, 2025), que permite el acercamiento a su figura y reivindica su enorme ascendiente. Porque su influencia sigue siendo abrumadora. No se entiende a Prince, D’Angelo, Erykah Badu, Kendrick Lamar o Anderson .Paak sin pasar por su legado. El funk con vocación cósmica, el groove lleno de grietas, la lírica comprometida con ritmo de celebración: todo eso viene de él. Miles Davis lo escuchaba compulsivamente durante la gestación de “Bitches Brew” (1970), y “On The Corner” (1972) es, en parte, su reflejo jazzístico. Sly Stone sobrevivió a todo. Y ese hecho, en sí mismo, tiene algo de prodigioso. Pero su historia no tiene final feliz. Es la historia de un artista que cambió la música y luego se perdió en sí mismo. Que ofreció una promesa colectiva y acabó recluido en su mundo privado, inaccesible.
Nos quedan sus discos, sus himnos, y la certeza de que, en algún momento, supimos que el futuro de la música sonaba así. Brillante, desbordante, libre. Y que era él quien lo cantaba.
Descanse en paz, Sly. Aunque nunca volviste, seguimos esperándote. Mañana le dedicaremos un artículo retrospectivo. ∎