Estos cuarenta y cinco minutos de profunda inmersión en el interior de las cuerdas vocales funcionan porque rehúyen caer en las arenas movedizas del exhibicionismo o del ejercicio de estilo. Aunque a veces utilice caminos excesivamente abstractos o desconcertantes, el objetivo principal de Björk siempre ha sido el de comunicar, estremecer y emocionar. En “Medúlla” lo hace con los mínimos elementos (voces, piano, ocasionales programaciones), pero con la misma intensidad. Es un reto con las ideas claras (
“Quería hacer un disco vocal con un fuerte sentimiento de corazón, sangre y carne. Un álbum vocal no tiene por qué ser una comida vegetariana”) y resultados de notable alto.
“Pleasure Is All Mine”, la obertura, allana el camino con una profunda melancolía y unas resonancias épicas al límite de lo permisible; respaldan, entre otros, Tanya Tagaq, Mike Patton, Rahzel, The Icelandic Choir y Mark Bell, todos presentes en otros momentos del disco. Hay oraciones de fe y esperanza (
“Show Me Forgiveness”, a palo seco), monumentos de
beats y bajos (humanos) y coros operísticos (
“Where Is The Line?”, su particular “Bohemian Rhapsody”; no es broma),
tours de force sin texto (
“Öll Birtan”,
“Mi Vikudags”,
“Ancestors”, esta última con un hipnótico piano autista) y varios
hits embrionarios en espera de remezcladores sin prejuicios (
“Who Is It”, con Matmos en la sombra y su drum’n’bass esquivo, es una bomba). El venerable Robert Wyatt brilla en
“Submarine”, capas y capas de voces en una odisea onírica con, parece, la maternidad como fondo; también provee los
samples vocales en la monumental
“Oceania”, el single, la de los últimos Juegos Olímpicos, un clásico instantáneo trufado de melodía y, no es un reproche, un encantador y evidente regusto
kistch.
“Mouth Cradle”, más pop björkiano con coros angelicales y un Rahzel imponente, contiene el único texto descaradamente político de la autora, esa ya (famosa) frase de
“necesito un refugio para construir un altar / lejos de todos los Osamas y Bushes”. El final,
“Triumph Of A Heart”, con Gregory Purnhagen en el papel de trombón humano y Rahzel secundado por el nipón Dokaka, es una celebración, con euforia rítmica y madera de
hit, del regalo que los dioses le han dado a la protagonista: su voz (
“Smooth, soft, red velvety lungs / are pushing a network of oxygen joyfully / through a nose, through a mouth / but all enjoys, all enjoys”).
Aun con el poso de álbum de transición o de refugio temporal, “Medúlla”, respirando en su irreemplazable burbuja de oxígeno puro, demuestra que Björk, como diría Tom Wolfe, todavía “lo tiene”. Y, por la salud de todos, esperemos que tarde en perderlo. ∎