Disco destacado

Kendrick Lamar

GNXpgLang-Interscope-Universal, 2024

¿Por qué arriesgar su prestigio en un grotesco beef? ¿Era solo eso, una disputa de alcance global con otro rapero, o había más detrás? Con Kendrick Lamar nunca nada es tan simple. Y su nuevo álbum, lanzado por sorpresa el pasado viernes, 22 de noviembre, a modo de buzzer beater, obligando a pararse y recalibrar el orden de las cosas, ayuda a resituar la posición actual del rapero más importante de este siglo. K.Dot se adentra en los cauces de la independencia –es su primer disco bajo su propio sello, pgLang– tras un ajetreado y provechoso 2024 que, incluso sin este álbum, ya había marcado un antes y un después en su carrera.

Incentivado por un sentimiento de odio hacia Drake ya conocido pero no explotado hasta los límites alcanzados, el mayor de los haters empezó su particular conquista con una retahíla de temas que pasaron de la abundancia lírica de “euphoria” y la advertencia soul de “6:16 in LA” a la cara más vil y retorcida psicológicamente en “meet the grahams”, para finiquitar el asunto con “Not Like Us”, un hito tremendamente oscuro e incómodo en su capacidad de transformar todo ese veneno –acusaciones de pedofilia– en algo que pueda ser coreado de forma festiva en una barbacoa cualquiera. El verdadero as bajo la manga de Kendrick fue el de demostrarle a Drake que, si quiere, también puede ganarle en el terreno del hitmaking. Y de esa idea y espíritu se nutre su nuevo álbum. Ninguno de esos temas están aquí, pero este disco queda irremediablemente asociado a una contienda que, si bien nunca de forma explícita, sigue reverberando –“I just strangled me a goat”, dice en “hey now”–. Anclado a un contexto muy concreto, entre el beef y su show de medio tiempo en la Superbowl de 2025 en el horizonte, Mr. Duckworth inhala braggadocio para reafirmar su autoridad y, en definitiva, propulsarse hacia una etapa de dominación popular que, seguramente, hasta ahora no había alcanzado. Y ya es decir.

Pero en su nuevo disco eso solo es el trampolín mediático, porque, más allá de poder entenderse como una gran y dilatada vuelta de honor, “GNX” es el álbum que la discografía de Kendrick Lamar pedía a gritos. O, como mínimo, el tipo de proyecto ideal para lanzar después de un disco tan complejo como “Mr. Morale & The Big Steppers” (2022), además de dar continuidad y consagrar el año más importante de su carrera, logros artísticos tan mayúsculos como “To Pimp A Butterfly” (2015) –ya casi una década desde aquella obra maestra imposible de replicar– al margen. Si tras ese disco vino “DAMN.” (2017), K.Dot parece repetir la fórmula en la secuenciación de su trayectoria: tras un álbum conceptual e introspectivo, lleno de capas y recovecos, ahora toca el crowd pleaser. Pero, teniendo en cuenta que “DAMN.” poco tenía de sencillo, este sí parece ser el primer intento de Lamar de buscar un contacto directo y sin ambigüedades. “This is not for lyricists, I swear it’s not the sentiments / Fuck a double entendre, I want y’all to feel this shit”, avisa desde el inicio en la amenazadora “wacced out murals”. Un movimiento refrescante, cargado de energía y libertad, sin atarse al peso de un concepto. 44 minutos en 12 canciones. ¿Su disco más accesible? Rotundamente sí, y eso es bueno, muy bueno. La calidad de K.Dot al servicio del banger siempre será bienvenida. Sus rimas aquí fluyen con soltura crematística. Parece que, más allá de la enésima autorreivindicación como el GOAT, su intención aquí sea en esencia la de rapear por el arte de rapear. Y toda esa visceralidad y agresividad salidas del ego inflamado resulta que terminan dando con el Kendrick Lamar más divertido de su carrera. O todo lo divertido que pueda ser Kendrick Lamar.

Llantas de acero.
Llantas de acero.

En su disco menos biográfico, priorizando el vibe a las grandes revelaciones, vuelve a contar con contribuciones de músicos afines como Kamasi Washington, Terrace Martin o Sam Dew, entre otros. Sounwave –su hombre de confianza– y, sorpresa, Jack Antonoff copan casi la totalidad del proyecto en tareas de producción, llenándolo de olas de sintetizadores que desembocan en las rocas del trap, los muelles del G-funk o las orillas del neosoul. SZA aparece en modo estelar en una “luther” en la que su voz y los arreglos de cuerda animan a Kendrick a dar con algo así como un R&B sin cantar y situarse en el mismo árbol genealógico que Marvin Gaye y Luther Vandross.

Ya desde su título, referencia de un modelo de coche limitado llamado Buick Grand National Experiment –el vehículo negro en el que Kendrick se apoya en la portada; el coche de sus sueños, lanzado en 1987, su año de nacimiento; uno de los más rápidos y elegantes de su época, un símbolo de excelencia, el último de su especie… ¿Se entiende el paralelismo?–, el proyecto busca explotar el ethos californiano –la cultura automovilística es seña de identidad en el hip hop angelino–. Esto es, sobre todo, un regreso sónico y emocional al origen, a Compton, a la Costa Oeste. El hyphy de “Not Like Us” se ramifica aquí para dar con varios temas, ya sea con el groove electrónico de “squabble up”, el club insidioso de “peekaboo” o los dos cortes producidos por Mustard –artífice de ese hit–, “hey now”, crudismo minimalista con progresión alienígena, y una infecciosa “tv off” en la que Lamar le regala uno de los mayores shout-outs hechos nunca a un productor con un ya icónico y desatado grito. Amor artístico de verdad en uno de los himnos más aplastantes de esta nueva colección de canciones, victorioso alley oop de cuerdas y vientos.

Un poco como lo que OutKast hicieron en “Stankonia” (2000), buscando nuevas voces alrededor de Atlanta con las que dar con un disco de puro dirty south –siempre a su manera, claro–, aquí Kendrick convoca a una buena nómina de raperos californianos underground: Dody6, Lefty Gunplay, Siete7x, Wallie The Sensei, AzChike, Hitta J3, Peysoh y YoungThreat conforman un mosaico de voces emergentes para escribir esta oda al Los Ángeles de hoy –en la que la cantante mariachi Deyra Barrera, cuyas vocales se escuchan al inicio de tres canciones, pone la necesaria representación chicana, importante comunidad de la metrópolis californiana–. Kendrick se adapta a los jóvenes raperos, a sus inflexiones y cadencias, a sus ritmos y a su lenguaje. Una vía directa para no perder el pulso de sus calles y reivindicarlas al mismo tiempo. “Who put the West back in front of shit?”, pregunta en “gnx”. Ese parece ser uno de los objetivos principales del rapero ahora mismo, devolver el foco a su estado con un disco como este, o con acciones como “The Pop Out: Ken & Friends”, el concierto que impulsó el pasado Juneteenth con tal de juntar a varias figuras de la Costa Oeste, raperos y productores, y lograr una escenificación televisada de la paz entre bandas rivales.

A Kendrick siempre se le vio como un unificador, pero, sin embargo, el beef de la infamia no juega a favor de ese relato. El rapero sabe, dice, que su arte puede curar o puede matar, y con Drake escogió la segunda opción, la vía de la violencia y la confrontación. “I’m tryna push peace in L.A.”, le dice en “reincarnated” a una figura paterna. “But you love war”, le responde esta. Un Mesías con un reverso oscuro, siempre en permanente tensión consigo mismo, consciente de sus contradicciones y su tendencia a caer en hipocresías varias.

De lo que están hechos los sueños.
De lo que están hechos los sueños.

¿Qué ha ocurrido, pues, con el ejercicio terapéutico de “Mr. Morale & The Big Steppers”? ¿Adónde ha ido toda esa introspección y humildad? “I choose me, I’m sorry”, concluía al final de ese doble álbum. Derribado el peso del complejo mesiánico, más o menos, parece que el efecto resultante, dos años después, sea un Kendrick desatado, pleno de confianza, obsesionado por sus recompensas, el Kendrick más soberbio, diabólico, orgulloso, poderoso. “Crazy, scary, spooky, hilarious” también vendrían a definirlo bastante bien. Kendrick sabe que no ha podido resistirse a la tentación de morder ese pedazo de beef con todas sus fuerzas, que ha sucumbido a la sangre como medio de expresión. En “man at the garden” expone su desensibilización –“More blood be spillin’, it’s just paint to me”– y confiesa que sus demonios internos siguen ahí, agazapados y al acecho: “Dangerously, nothin’ changed with me, still got pain in me”. Con una lenta construcción sintética, elegante y minimalista, y una escalofriante progresión final, no es casualidad que sea la canción que más evoca a “Mr. Morale”.

Ilustre géminis, las dualidades de Lamar se despliegan a lo largo del álbum con todo el esplendor de su capacidad de invocación. “Flip a coin, want the shameless me or the famous me?”. Un catálogo de personalidades que se traduce en el habitual repertorio de flows cambiantes. ¿Quién va a ser pues? En “reincarnated” multiplica la apuesta explorando en primera persona las vidas pasadas de otras leyendas musicales, arquetípicas, susurrando desde el más allá, para terminar con un diálogo entre él y su padre, que también funciona como un tú a tú entre Lucifer y Dios, con la capa extra de la verdadera reencarnación, la de Tupac Shakur vía un sample de un tema del malogrado rapero, canalizando los tonos de su voz, su ira frontal. “Mortal Man” en el recuerdo. Una canción que termina leyéndose como otra declaración de intenciones de un Kendrick Lamar que, incluso en un trabajo como este, se resiste a soltarse de la órbita histórica de la gran música negra.

Al final, por supuesto que hay capas y double entendres. “GNX” está repleto de ellos. Por supuesto que hay storytelling. Lo hay en “gloria”, desde ya una de sus mejores canciones, en la que se repite el dueto soulful con SZA para describir la evolución de una relación amorosa complicada, con, supuestamente, Whitney Alford, su esposa y madre de sus dos hijos. Pero hay un giro final que glorifica, valga la redundancia, el pen game de Kendrick Lamar. De eso va la canción, de hecho. De la complejidad que entraña su pasión por la escritura, del dolor, el amor o el poder que esta le puede dar. Y hay storytelling de manual en “heart pt. 6”, una emocionante celebración de Top Dawg Entertainment, de sus inicios junto a Ab-Soul, Jay Rock y ScHoolboy Q, con flores para Punch, Dave Free o Sounwave. Un oportuno homenaje en el primer álbum que lanza fuera del mítico sello, que se redobla como coral coming of age en la industria musical.

El Buick Grand National Experiment y Kendrick Lamar.
El Buick Grand National Experiment y Kendrick Lamar.

Ante discos como este uno no puede evitar preguntarse por el legado de Kendrick Lamar. Su herencia, obviamente, está escrita en piedra desde hace tiempo, pero la propia idiosincrasia de su obra plantea algunas sugerencias plausibles más allá de los habituales ejercicios de encumbramiento con los que se suele recibir cada uno de sus trabajos. Voy a adentrarme en el banal juego de las comparaciones, así que tomaos esto con un grano de sal: Kendrick no tiene un “Yeezus” (2013, Kanye West). No tiene, realmente, un disco que haya marcado e influenciado el devenir musical de toda una década como sí hizo, por ejemplo, aquel. ¿Se puede ser el mejor artista sin necesariamente ser el más influyente? Sí, es el caso de Kendrick. Tiene dos indiscutibles obras maestras,“good kid, m.A.A.d city” (2012) y “To Pimp A Butterfly” –añadid “DAMN.” a ese saco, si queréis–, eso está claro. Pero sus discos, más allá de dejar una profunda huella en el imaginario musical contemporáneo, son obras que gravitan solo en su propia narrativa, que reverberan solo en su propio cuerpo discográfico. Su grandeza es paralizadora a nivel generacional, distante. Nadie en su sano juicio se aventuraría a seguir el camino trazado por K.Dot en esos discos. Es imposible. Son monumentos inalcanzables. Hay nombres que se han podido acercar, más o menos, a su forma de rapear, a su habilidad técnica o su aproximación lírica –hola, J.I.D.–, pero la difícil tarea de llenar el vacío de Ye, de hacer evolucionar el género hacia espacios inexplorados, parece recaer más en otras figuras –ahí está la postulación, nunca completada del todo, de Tyler, The Creator–. Las inquietudes e intenciones de Kendrick han sido y son otras.

Lamar siempre ha sido más profético, más discursivo, que revolucionario, más preocupado por sacudir el estado del hip hop desde dentro que por escapar de él yéndose a otras galaxias musicales. La suya nunca ha sido la vía experimental, sino la de indagar y remover en una tradición muy clara, muy concreta. Muy rica, por supuesto. Y desde ahí ha construido el magnum opus que es su carrera en general. “Okay, fuck your hip-hop, I watched the party just die”, suelta en el primer corte de “GNX”, haciendo referencia a la canción que subió a su Instagram el pasado 11 de septiembre, coincidiendo con la emisión de la gala de los MTV Video Music Awards. Fecha señalada. En la foto de acompañamiento, un par de Nike Air Force 1 negras colocadas verticalmente a modo de Torres Gemelas. Ese tema venía a ser una nota al pie después del beef, quizá su canción más reveladora del año, la que da un auténtico significado al porqué de sus actos. Una granada musical lanzada hacia una industria corrupta que ensalza a figuras que K.Dot considera dañinas para el hip hop, recalcando que su cruzada no es (solo) contra Drake, sino con todo lo que este representa. Guardián de las esencias, ese malestar con el panorama del rap mainstream, pervertido por la superficialidad y las tentaciones del capitalismo más feroz, también atraviesa todo “GNX”. “How annoying, does it angers me to know the lames can speak / On the origins of the game I breathe? That’s insane to me”, expresa con frustración en “man at the garden”.

“GNX” no redefinirá los cimientos musicales del rap –tampoco lo hicieron sus dos anteriores álbumes, y sin embargo ahí están, encumbrados como clásicos instantáneos o demoledores ejercicios de confesión personal–. Ni lo pretende. Pero sí aspira a devolverle al género una ética, una pureza y un compromiso, según él, perdidos. Un disco con el que derrumbar esa distancia mesiánica para (re)encontrarse, musicalmente, con su comunidad. Reencarnado en unas formas estilísticas que apelan, desde una aproximación moderna, a una era dorada del rap de la Costa Oeste, esta es la sacudida de Kendrick Lamar, su forma de entender el hip hop en 2024 y su intento de resetearlo a su imagen y semejanza. Subid, que él conduce. ∎

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