¿Sabéis cuáles son esa clase de noches en las que cada nuevo punto de inflexión es superado por el siguiente? ¿Ese momento en el que te dices a ti mismo que el set ha alcanzado el punto de ebullición óptimo pero pronto te desmientes porque siempre hay un foco de intensidad extra con cada pieza del repertorio que va cayendo? Me ocurrió anoche con “Bourgeois Manqué”, la sexta que desgranó, esa especie de nueva “23 Minutes In Brussels” (también sonó más adelante) que se erige como
tour de force central de su nuevo álbum. Había arrancado con las también nuevas “New World Julie”,
“That’s The Price Of Loving Me” o “Dear Betty Baby” (su relectura de Mayo Thompson), también con “Flowers” de los Galaxie, primera cita con el pasado, pero a partir de entonces todo fue hacia arriba en lo que podríamos entender como un delicioso crescendo sostenido. Ahí estaba la serena melancolía de sus guitarras, su voz felina, su rol de distinguido albacea del legado de Television y The Velvet Underground que encarna como nadie, todas esas cosas que ya nos sabemos de sobra, pero sin invitarnos a la modorra ni a ninguna clase de aburrimiento. Fue una hora y media de sonido potente y cristalino. Abrumador por momentos. Abordaron “Lost World” –creo que fue la única parada en su anterior álbum, “I Have Nothing To Say To The Mayor Of L.A.” (2021)–, prácticamente un dueto vocal entre Dean y Britta, de esos que dominan tan bien, y fue directamente para derretirse. Y a continuación, una secuencia orgásmica para cualquier fan, porque pocas veces recuerdo escuchar con tal esmero y vigor esos rescates galácticos de primera magnitud que son “When Will You Come Home”, “Blue Thunder” o “Tugboat”, en los que la voz de Wareham transmuta con absoluta fidelidad a su propia herencia y aborda esas notas altas tan propias de su juventud sin que las arrugas se noten. A su lado, “Friendly Advice” y la propia “23 Minutes In Brussels” mostraron algo más de ralentí funcionarial.
El bis se concretó en la versión de “I’ll Keep It With Mine” de Bob Dylan, conducida por la voz de Britta, y el previsible cierre con la catedralicia “Strange”, sin dejar el menor resquicio a ningún reproche. El rol de teloneros había recaído antes, al igual que lo hizo el sábado en Barcelona y lo hará el viernes que viene en Madrid, en los valencianos
Gazella, quienes sufrieron algunos desajustes de sonido pero se las apañaron para dar buena cuenta, en apenas media hora, de un discurso que cada vez van haciendo más propio, entre el post-rock, el shoegaze, las dinámicas kraut, las atmósferas del sello 4AD y el runrún telúrico de cierto quejío que tiene su raíz en fusiones pretéritas de rock y flamenco. Sí, ya sé que suena a muchas cosas revueltas en el mismo tamiz, pero precisamente el reto de integrarlas todas es lo que los hace tan especiales. Me dejaron con ganas de verlos presentando su inminente
segundo álbum (disponible el 16 de mayo) con todos los honores y en calidad de protagonistas, ya que anoche apenas “Kim y Jimmy”, su último single, avanzó el giro etéreo –me recuerdan incluso a cosas como Silvania, y creo que no soy el primero en decírselo– que le han propinado a su fórmula. Primaron la rotundidad de lo que ya tienen publicado, algo que tampoco está nada mal. ∎