Lo de Orina es un despropósito. No un despropósito en el sentido de que su música sea un desatino, todo lo contrario. Porque tino, en el impacto de sus argumentos y en el ensamblaje punk de sus influencias musicales, tienen mucho. Pero cuando tienen un propósito en mente, parece que todo sale por donde no lo habían previsto. Hoy publican “Mea culpa”, su primer álbum.
Primero, cuando Orina decidieron tocar juntos y acabó de cantante alguien que no era del grupo, alguien que solo había ido a filmar. Los malagueños empezaron en 2019 cuando Víctor Lara (bajo), Adrián L. Caminata (guitarra) y Kike Domenech (batería) se juntaron con sus instrumentos para ver qué salía en el Centro Social La Casa Invisible. “Queríamos experimentar, hacer música ruidista… Y como Manuel hace videoarte, lo invitamos para eso. Pero a Adri se le ocurrió que podía coger el micro”, cuenta Víctor. “Y empezaron a salir cosillas y nos dijimos ‘tíos, esto podría ser una banda, ¿no?’”. Manué Rodríguez, el camarógrafo convertido en un vocalista que imprime muchísima personalidad al grupo, unas veces arrastrando perezosamente las frases y otras lanzando dardos rabiosos sin concesión, lo recuerda así: “Yo lo empecé haciendo muy tímido, muy bajito… Porque además, como no teníamos un duro para pagar un local, ensayábamos en la sala de conciertos que tiene La Invisible, una zona abierta, y la peña pasaba todo el rato por allí. Y pasaba una vergüenza… Lo primero que hice fue decir tonterías en el micro, pero bajito”.
Después, ya con el cuarteto asentado, tras publicar el EP “Orina” (Autoeditado, 2020) y varios singles en digital, anunciaron que se separaban. Adrián se iba a Italia y no tenía sentido seguir sin él. “No sabíamos cuánto tiempo se iba, o si se quedaba a vivir allí”, explica Kike. Estábamos ya en 2023 y Orina contaban en su haber con bombazos que no han incluido en el disco: “Es que las canciones de ‘Mea culpa’ llevan ya cociéndose un buen tiempo”, aclaran. Prepararon el terreno temas antiguos como “Poli en chándal”, “Hail Kitty”, “Salud, dinero y amor” o “Parkour”, no incluidos en el álbum. Esta última, con letra prestada de una especie de fanzine hecho por un niño que Manuel encontró en la basura. Una práctica que también les sirvió para hacer la letra de “Begoña”. “Yo, de toda la vida, he hecho collage. Y tenía un archivo muy grande de cosas de la basura, porque una de las cosas que tenía en mente era reproducir las texturas del suelo en la pared, para que la gente viera el suelo de frente, en vertical. Me dedicaba a recoger cosas y pegarlas, y de tanto coger cosas, pues aparecieron temas interesantes para las letras”.
Pero ese proyecto de separación también resultó fallido. “Lo íbamos a dejar porque, por cosas de la vida, cada uno tiraba para un lado. Pero teníamos un concierto ya apalabrado antes de decidir que nos separábamos. Era con Sandré, en La Trinchera de Málaga. Así que estuvimos manteniendo la formación de cara a salvarlo, porque además éramos los promotores y había que cubrir los gastos. Pero me subí al escenario pensando que hasta ahí”. El plan era ese: bolo de despedida, y después, cada uno para su casa. Pero no. Porque en ese directo les echaron el señuelo: les propusieron tocar en el festival Canela Party de 2024. “Y pensamos ‘carajo, por el Canela merece la pena intentar seguir’. Antonio Mata, del Canela, y sus colegas fueron los que salvaron la vida a Orina”. “Y el sello Desorden Sonoro, que también se interesó por nosotros”, añade Víctor. Porque ese concierto de despedida también les sirvió para encontrar discográfica, la que ahora publica su álbum de debut.
Tocó archivar el post de la desintegración y reformar el grupo de urgencia. “Con Adri fuera de España, nos tocó darle vueltas a cómo podíamos hacer para seguir dando conciertos. Y pensamos que, si éramos más, podríamos tocar aunque faltara uno, y además hacer rotaciones”. Ahí fue cuando se convirtieron en sexteto. Porque a partir del Canela se unieron Paul Martín (segundo bajo, ya que el sonido de Víctor está a caballo entre el bajo y la guitarra), que venía de la banda Mal Viaje, y Antonio Mérida (sintetizadores), productor urbano que trabaja con El Virtual y Anadie. Y con esa formación publican ahora “Mea culpa” (Desorden Sonoro, 2025).
El disco, producido junto a Sixto Martín de La Trinidad, que además toca la guitarra resonadora en “Perdí mi centro”, es un cóctel muy ecléctico con resonancias post-punk de sonido penetrante, a veces hipnótico, a veces salvaje y despiadado. Once cortes en los que puedes encontrar bucles a lo Spacemen 3 o Loop, pero también ecos de Dead Kennedys, PiL, Talking Heads, los primerísimos The Cure… Lo que está claro es que un espíritu punk sin ataduras vertebra su música, aunque por ahí aparezcan además rock, psicodelia, jazz, toques latinos o aires surf. También hay humor en las letras, sí, aunque un humor desencantado. Y en esa concepción del grupo que insiste en las micciones. Pero Orina no son un grupo de risa en absoluto. Su costumbrismo frustrante refleja con precisión esa precariedad vital a la que no son ajenos sus componentes.
“Ser pobre es de por vida”, me dicen, a modo de despedida (además de ser una frase de su canción “Moreno albañil”, primer avance del álbum; a la que siguieron “Cúcaro” y la titular “Mea culpa”, que fue nuestra Canción del Día hace semana y media). Y eso que ellos usan como epílogo de nuestra conversación puede resumir perfectamente el brutal “Mea culpa”, uno de los discos más interesantes del año. ∎