“Make Canela Core Again”. Como lema de merchandising de Canela Party, que este año ha vivido su 16ª edición –la tercera en Torremolinos, Málaga– es sencillamente genial. Y dice mucho de un evento que supone un desafío dentro del panorama festivalero, porque es fruto del amor por la música de cuatro colegas, porque pone a las bandas y al público en el centro y porque la apuesta es permanecer y satisfacer, no crecer y desbordarse. De hecho, supone un desafío en un contexto capitalista voraz, codicioso, superficial e ilimitado. El Canela plantea la muy interesante cuestión de los límites para el beneficio de una comunidad, escena, grupo. Que en este caso trasciende lo local, dado que el 85% del público que ha asistido a las cuatro jornadas que ha durado el festival –los días 21, 22, 23 y 24 de agosto– no es malagueño. Lo que no quita que no sea este el evento de la cultura alternativa local que más y mejor ha aglutinado a gente de diferentes generaciones, gustos y sensibilidades. Pero volviendo a la cuestión de los límites, parece que congregar a 22.000 personas –según la organización– en cuatro días, dentro del recinto ferial torremolinense, tiene una consecuencia muy positiva. Comodidad y organización amable, con punto violeta incluido. La sensación de que no todo el espacio está mercantilizado no tiene precio.
En cuanto al cartel, el festival sureño se mantiene fiel a su esencia hardcore, con sus matices habituales. Manteniendo un positivo equilibrio entre grandes referencias de allí y aquí –Superchunk, Standstill– y bandas-que-están-en-su-justo-momento –Big Thief, Protomartyr, Model/Actriz; lástima la caída, por motivos de salud, de bar italia–, descubriendo proyectos interesantes como Deeper o recuperando dolorosas bajas de 2023 como Triángulo de Amor Bizarro y Crack Cloud. El escaparate abarca indie pop noventero, post-hardcore, leyendas como Lisabö, revelaciones como Adiós Amores, egg punk, post-rock, country-folk… saliéndose de estas coordenadas con excepciones puntuales que este año han encarnado Israel Fernández, Lela Soto & Frente Abierto, Curtis Harding e Ibibio Sound Machine. La fiesta de disfraces del sábado viene a ser ya una gran sátira de esta era conspiranoica y fascistoide, además de un homenaje colectivo a la cultura pop; el alegato a favor de la causa palestina por parte de no pocos artistas ha sido, a lo largo de las distintas jornadas, inapelable. Isabel Guerrero
Papelón importante el que tienen las bandas que abren fuego en un Canela Party con vocación festiva desde el primer minuto. Amigas Íntimas, supergrupo con gente de Texxcoco, Tiburona y Biznaga, sufrieron por un ampli y por la humedad criminal, sudando un repertorio flash –su único EP– que oscila entre el guitarreo con distorsiones, las justas, y estribillos certeros como el de “La culpa”. La tirada de confeti se estrenó con el hitazo del combo, “Verano muerto”, que dio paso a un sano pique de voces a tres bandas que constituyen lo mejor del grupo.
Caída la noche, llegó el momento para Adiós Amores. ¿Cómo podía ser el directo de “El camino” (2023), con ese savoir faire entre lo yeyé y lo latino? Cuestión resuelta: el dúo se apoderó del escenario Fistro, secundado por una banda estupenda y preparada para deleitar al personal con piezas como “Caras nuevas” o “Humo negro”, que les quedó especialmente bonita. El coplerío en “La culpa” les sienta bien, tanto es así que su “¡viva la Costa del Sol!” bien podría haberlo dicho Marifé de Triana, costasoleña de corazón. “Canción de despedida”, tan La Casa Azul, sería el gran broche para un set que supo a poco.
El cuarteto de Chicago Deeper fue la primera propuesta internacional de la noche, en el escenario Jarl. Vinieron, tocaron, triunfaron. Despegando con “Build A Bridge”, primer corte de “Careful!” (2023), flamante estreno con Sub Pop donde la urgencia post-punk y cierta angustia del momento –es año electoral en Estados Unidos, eso desquicia bastante– impregna temas como “Glare”. Baterías como Shiraz Bhatti no se ven todos los días, con esa precisión al charles y trenzas a lo Willie Nelson –la humedad estaba al 86 por ciento, chico listo–, cimiento metronómico para una rítmica tan dosmiles, con arpegiados competentes y un cantante que parece émulo de Robert Smith y de ninguna manera lo es. Que pueda haber ochenterismo en trabajos como “Auto-Pain” (2020) no les resta personalidad ni coherencia estilística.
Lo que quedaba de jornada fue para La Plata. Reincidentes en el Canela, hicieron suyo el lema de este año –“estamos a gustito”– con un cantante repartiendo cariños y corazoncitos a los incondicionales de los valencianos. Cualquiera diría que han pasado siete años desde “Un atasco”, grito de guerra a estas alturas, con guitarras tan Johnny Marr que levanta pasiones y convive con baladas eléctricas de último cuño como “Ángel gris”, además de con sus últimos sencillos. Siniestrismo tocado de luz. Isabel Guerrero
En el escenario Fistro, el segundo bolo de la jornada fue el de los valencianos La Culpa. Tres discos desde 2022 y dos cantantes (Tania en el primero, Cohete en el segundo) que ya no están en la formación, reducida ahora a trío. Con la nueva voz, la del bajista Néstor (Futuro Terror), digamos que no han salido ganando: lo más discreto de una actuación que arrancaron al ritmo trotón de “Tus zapatos”. Su post-punk de onda siniestra brilló en las más poperas “Mirar desde lejos” y “Dispuesta al desastre”; en la recta final su vena más punk se desató con “Mágico trágico” y “Puñales”, esta última adelanto de su nuevo álbum, que saldrá en septiembre.
Bego, de Monteperdido, anuncia nada más salir al escenario Jarl que van a tocar “por última vez”. Lo siguiente que oímos es una de sus mejores canciones, “AÑO 2K”. Entre el público, algún niño (menores acompañados) con auriculares protectores para el sonido. Los necesita. Volumen brutal para un sonido muchacho de pop-punk muy noise con la voz de Bego sonando baja al principio; luego la subirán desde la mesa, a tiempo para sobar todas las barras del transporte público en “NUNCA NUNCA”, con la banda dándolo todo. “Vivan los okupas, viva Palestina libre”, dice la carismática cantante entre canciones. Más alusiones a que estamos asistiendo a su “último concierto, nos disolvemos. Felices de palmar aquí”. Mala idea después de un disco tan redondo como “Daño físico” (2023), que anunciaba un despegue inminente. Yo solo quiero saber, parafraseando a Joe Crepúsculo, dónde irá a parar toda esta energía. De momento, a un final que encadenó casi sin pausa su reciente “Tu nombre” con hitazos como “NO ESTOY BIEN”, “Al amanecer” –significativa versión de Los Fresones Rebeldes que revela sus raíces– y “VAS A PETAR”, himno generacional del capitalismo tardío que clavaron. Cuando Bego pensaba que habían terminado, la banda siguió sin parar: “Ay, coño, que hay otra más”. “RIP”, que motivó un importante pogo en las primeras filas al son de “hoy planto cara al futuro, hoy me ducho seguro”. Despedida con abrazos entre los músicos.
Los Punsetes tocan en prime time, con Manu luciendo camiseta de The KLF. Pedales de distorsión como prólogo mientras aparecía Ariadna con uno de sus fascinantes atuendos de autoconfección, una especie de vestido de boda de fantasía. El chorro de sonido empezó con “Opinión de mierda” y ya no paró hasta el final, encadenando canciones al estilo de sus admirados Ramones. Tocaron muy rápido y muy fuerte, recordándonos sus raíces punk ruidosas, como dijo alguien a mi lado, mientras recorrían algunos de los mejores momentos de su ya amplia discografía. Su España de los emoticones cayetanos, España ojitos tristes,“ESPAÑA CORAZONES”, fue especialmente festejada. Y que sigan tocando hoy “Me gusta que me pegues” evidencia una actitud artística firme: se la suda. Hubo también espacio para su último EP, “¡MADRID ME ATACA!” (2024), momento en que una amiga me confesaba que es fan de Los Punsetes pero muchas de estas canciones son nuevas para ella. El comentario revela cosas. Que el quinteto madrileño tiene ya 20 años aunque no lo parezca, y que nos hemos hecho mayores con ellos. Mientras, no han dejado de sacar discos hasta convertirse en un referente de varias generaciones con sus estribillos poderosos y letras satíricas francamente graciosas. Esto es lo que pienso de tu grupo, que además tiene el buen gusto de ilustrar sus portadas con dibujantes de cómic como John Pham o Johnny Ryan. Colofón en el Canela Party con “Una persona sospechosa”, tras la cual Ariadna rompió por primera vez su hieratismo para darnos muy educadamente las buenas noches.
Menos mal que los andaluces Viva Belgrado subieron al escenario Jarl bajo un lema brillante: “Poético, político, un poco espiritual”. Seduciendo de entrada, después del sí rotundo que ha despertado su “Cancionero de los cielos” (2024), un disco tan honesto que no parece actual. Cándido Gálvez exuda rabia en su fraseo, retratándose como era, a nivel colectivo e individual, en canciones como “Vernissage”, “El Cristo de los Faroles” o “Gemini”. Y sus compañeros elevan la intensidad post-hardcore –sin caer en actitudes autocomplacientes– con ecos de stoner, incluso algún guiño Pink Floyd, en un temporal de guitarras que no debería acabar nunca.
“Quiet! Mutation in progress”, rezaba la camiseta del batería de Big Thief, que hicieron del jueves “la jornada” estelar. Tenía su gracia, con una banda en proceso de cambio desde julio, cuando estrenó en Portland nueva alineación, con batería extra (Jon Nellen) y Justin Felton supliendo al bajo a Max Oleartchik. Se diluye la magia del cuarteto fundador en el inmenso talento de los tres que quedan –Lenker, Krivchenia, Meek–, que es mayúsculo. Y son cómplices para ampliar el registro rítmico de un grupo inconformista. Todo lo que era sólido lo sigue siendo. Quedó patente en los casi diez minutos de “Grandmother”, canción escrita por el trío que señala por dónde van sus tiros: folk-rock imprevisible que nos conduce por parajes diversos, como unos Neil Young & Crazy Horse contemporáneos. El confeti de turno, tocando “Incomprehensible”, los pilló de sorpresa, como diciendo “¿y esto?”. Solo con el ecuador del set (“Not”) y su cierre (“Masterpiece”) se justifica una carrera entera. Pero es que Big Thief es más que eso.
El fin de fiesta nocturno lo protagonizó Margarita Quebrada, reclamo para la facción younger del público de un festival donde las generaciones se mezclan. Sonaron temas de “Gas lágrima” (2022), su debut con Jabalina. Electrónica, urban de inspiración oscura, tanto por sus texturas como por su lírica de una autorreferencialidad juvenil inevitable en versos como “no me reconozco en los ojos de la gente” o en canciones como “Miedo” que, en realidad, atraviesan las turbulencias juveniles de toda época. Xenia los acompañó en tres temas, dentro de un set supercelebrado y coreado. Isabel Guerrero
Vuelven las guitarras noventeras vertiente emo con el dúo Meeky (Dani y Adri), que completó formación de quinteto con músicos como Álvaro Fernández, uno de los fundadores del Canela Party. Defendieron su LP “Experiencia Miguel” (2023) con buen sonido y coros contundentes en canciones como “Lugares concretos”, de comienzo tan “Cumpleaños total” de Los Planetas (que a su vez procedía de Beef y Superchunk) y alguna versión de Joyce Manor (que se cayeron del cartel de este año pero han confirmado para el Canela 2025). “¿Ni tan mal, no?”, preguntaba Adri desde la batería. Ni tan mal. “Pinta amistad” (canción de cierre). Cambio hacia el escenario Jarl, aún a pleno sol, para el cuarteto de argentinas Fin del Mundo, conjuntadas con faldas plisadas y un sonido perfecto para su post-rock melódico de letras lacónicas en el que lo instrumental manda. Canciones complejas, con paradas y contrapuntos, en un show magnético con temas de “Todo va hacia el mar” (2023) y otros nuevos de su próximo LP (octubre 2024). “La gente que trabaja detrás de esto son un amor”, agradecieron a la organización, tónica habitual en otras actuaciones (queda dicho). La tirada de confeti que anuncia el final coincidió con la hermosa “La noche” y sus versos de Alejandra Pizarnik. Nos dejaron con “El incendio” y una magnífica impresión.
Turno para la gloria local, con Orina inaugurando la jornada. El público fue cómplice con este combo punki que abraza la tradición de Tabletom –podrían descender de La Banda Trapera del Río también– pero con el batiburrillo de géneros actual. La juventud mezcla. Ribetes funk para “Guerra nuclear”, con la que comenzaron un show (“si tos esos hijoputas quieren / ni tú ni yo lo vamos a contar”) donde el spoken word de barriada de Manuel Rodríguez Álvarez –muy jefe– arremete contra el poscapitalismo sin límites (“Parkour”, o el uso idiota de la libertad). Y del cachondeo argumentado de los malagueños, a la seriedad sin imposturas de Lisabö. Su posición es rotunda: apoyar al David palestino frente al Goliat israelí. Y es que todo en la banda de Irún es maximalista, empezando por su apuesta, fundacional, por la doble batería simétrica y sus tres capas guitarreras que mecen un discurso comprometido con la belleza frente a la barbarie; recordemos el título de su entrega de 2019, “Eta edertasunaren lorratzetan biluztu ginen” (“Y tras el rastro de la belleza nos desnudamos”). No se disparó confeti –quizá sea el único show donde esto ocurre–, pero todo dios celebró el regreso de los vascos a estas tierras desde 2012. Gora Lisabö.
“Son nuestros Shellac”, me dice Antonio Mata, uno de los cuatro jefes del Canela. Cuarta visita de los canadienses METZ. El idilio que Alex Edkins (voz y guitarra), Chris Slorach (bajo) y Hayden Menzies (batería, o máquina de redoblar) mantienen con el festival dura ya once años. Su cuarta participación, en horario avanzado de la noche en escenario Jarl, no pudo empezar de manera más contundente, con la tríada “No Reservation/Love Comes Crashing”, “Glass Eye” y “Blind Youth Industrial Park”, de sus dos últimas entregas; en un repertorio que hace justicia a su carrera por lo equilibrado. Apisonadora pensada para hacer pogo, que quizá en directo pierda sus matices, si bien al final gana en contundencia, y eso siempre estará bien.
Pepet, cantante de los valencianos Finale, bebe mucha agua antes de empezar. Le hará falta, con el sol de las seis y media y el pitote que va a montar. Con pantalones raídos llenos de churretes, acomete “Navajas” encorvado, gritando con falsete infantiloide; más que cantar, trolea. El punk (quinqui) no ha muerto. Canciones de “Visión de futuro” (2020) son la excusa para pasarnos por encima cual apisonadora, con el front showman bajando del escenario para enardecer a las primeras filas. “Es amor” recibe el confeti de fin de fiesta, cantada de manera tan desfigurada como hilarante. Un espectador alemán comenta que le cuesta horrores entender al vocalista. Tranquilo, a nosotros también.
Ya de noche, Cloud Nothings se centraron en su etapa reciente, con ese giro Superchunk que les resta personalidad (unpopular opinion, quizá). Los de Cleveland presentaron su potente “Final Summer” (2024) con un sonido mejorable y la voz de Dylan Baldi demasiado plana, en un show afanoso donde miraron al pasado con piezas como “I’m Not Part Of Me”, acogida con entusiasmo.
La diversidad se agradece. Como Dame Area y su EBM contemporáneo, que cerraron la jornada. Con nuevo álbum en septiembre, el dúo electrónico de Barcelona estuvo fascinante a las percusiones; la voz y actitud punk de Silvia Kostance evocan a Dirty Princess. “Ahora es el momento, no hay futuro”, gritaba como un mantra en “La nueva era”. Tras otro impactante número de percusión, llegaba la última, “Si no es hoy cuándo es”, tralla importante para la hora que era. Las cuatro de la mañana y la gente, que había bailado todo el tiempo, no se quería recoger. Pepo Pérez
El gran pitote con disfraces de la última jornada lo abrió Yawners, el proyecto liderado por Elena Nieto, en formato trío, los tres con trajes de Spider-Man. Su pop punk noventero se puso contundente en “Paranormal” con la sólida batería de Teresa Iñesta (Repion). Parada breve tras “La estrella eres tú”, adelanto de su nuevo LP: “Esto pasa cuando se toca con tanto calor. Se desafinan los instrumentos”, dijo Elena con simpatía. Cambio veloz de guitarra para ejecutar “Rivers Cuomo” y “Suena mejor”, que demostró su propio estribillo, porque Elena la cantó mejor que en disco, signo de su capacidad. Ha aprendido girando fuera de España, tiene talento y lo sabe, pero sobre todo tiene la vocación.“¿Os podéis acercar dos metros?”, nos invitó para corear la última, “La escalera”.
Los catalanes Cala Vento aparecieron disfrazados de escudería Ferrari, guiño lógico para quien conozca su trayectoria. No era su primer Canela, ya tocaron en 2018, y esta vez empezaron con temas como “Gente como tú” y “Fetén”. Sonido máximo con lo mínimo, guitarra y batería, y esa luminosidad contagiosa de su cala imaginaria. Mirada al retrovisor con “Isabella Cantó”, muy celebrada, aunque la mayoría del repertorio salió de su soberbio “Casa Linda” (2023): “No hay manera”, “Teletecho” o esa tentación llamada “Ferrari”, con su estribillo de acordes mayores tan Cala Vento, coreada a pleno pulmón por un público enardecido. Llegada final con su versión de Sr. Chinarro, “Del montón”, y la bonita “Conmigo”. Mientras, desde el foso, Elena Yawners repartía al público banderas de meta.
Turno para The Lemon Twigs, fenómeno anacrónico en lo musical y en la puesta en escena. Ante nosotros, un grupo juvenil de los sesenta con un disco como “A Dream Is All We Know” (2024) –en “My Golden Years” los hermanos D’Addario eran The Beach Boys– e incursiones en su pasado reciente con “Foolin’ Around”. Aunque una sonorización menos plana hubiese realzado más tantas armonías vocales y canciones perfectas.
Triángulo de Amor Bizarro salieron en horario estelar disfrazados de, atención, Ayuso (Isa Cea) y Leiva (Rodrigo Caamaño). “Hola, hijos de puta. ¿Habéis comido mucha fruta? ¿Hay mucho comunista por aquí o qué?”, saludó Isa. Venían con ganas, tras su cancelación por el vendaval del Canela 2023. Comenzaron atronadores con “Robo tu tiempo” y “¿Quiénes son los curanderos?”. La vena pop de la banda gallega, reducida de nuevo a trío tras la marcha de Zippo, no llegó hasta “El fantasma de la transición”, arrolladora. “No eres tú” fue un buen cambio, con Rafael Mallo (disfrazado de rococó) luciéndose a las baquetas. Tras la brutalísima “Ruptura“, el pop volvió con “Estrella solitaria”, menos New Order que en el disco. “Este otoño cumplimos veinte años”, recordaron. Para subrayarlo, himnos generacionales como “Vigilantes del espejo” y, broche final, “De la monarquía a la cleptocracia”, con el auditorio enloquecido.
Pasadas las tres de la mañana, cambio de escenario para Show Me The Body, cuyo concepto no se pilla del todo hasta que ves el logo del grupo, tres ataúdes. El trío neoyorquino dio el penúltimo concierto de la jornada, un show rocoso de post-hardcore duro de roer pero convincente, con el banjo del vocalista Julian Cashwan Pratt como signo distintivo. Cayeron clásicas como “Metallic Taste” y una versión tremenda del “Sabotage” de Beastie Boys. Antes del confeti final, arenga en inglés de Pratt bramando muy serio: “¡Somos tres judíos anti-Estado, viva Palestina libre!”. Pepo Pérez
El desfile de disfraces del día D del Canela redobla la sensación de acudir a un festival donde el buen rollo es la ley. Pero vamos a la música, que es lo que nos ocupa aquí. Los escenarios Jarl y Fistro alojaron, respectivamente, las actuaciones de Prison Affair y Snõõper. Unos desde Barcelona, otros desde Nashville, son nombres de lo que se ha dado en llamar egg punk. Más minimales los catalanes, fueron amenazando con que “ahora viene la última” durante un set lineal en lo rítmico, menos lo-fi en directo con respecto a sus grabaciones, que parecen de casete. Peor suerte corrió el quinteto estadounidense, que presentaba “Super Snõõper”, debut de 2023. De estética chav –encuentro una conexión británica con X-Ray Spex–, se posicionaban en el lado más festivo del festival, pero un problema de sonido lastró un concierto que de por sí iba a ser breve (media hora). Hasta el confeti salió a medio gas. Una pena. La puesta en escena y los momentos coreografiados, lo mejor.
Los canadienses Home Front suelen terminar sus conciertos con una versión de Blitz, banda ochentera de oi! (“New Age”). El sábado lo hicieron en Torremolinos, con un ampli cubierto por una bandera de Palestina y Graeme McKinnon, un vocalista-torbellino andante que por momentos parece un Ian MacKaye de la vida. Y eso que las referencias del grupo son fundamentalmente ochenteras y poperas (The Cure, Echo And The Bunnymen), si bien con espíritu hardcoreta y, sobre todo, dark; su estilosa bajista llevaba camiseta de Suicide. Hablamos de canciones para corear en alto, como “Faded State”, que, frente al disfraz de los activistas contra el turismo caníbal, adquirían mucho sentido.
Respaldados en la sección rítmica por Betsy Wright al bajo y Laura King a la batería (Ex Hex, Bat Fangs), estos Superchunk son la eminencia del rock alternativo americano que un festival como Canela debe permitirse. El repaso por su discografía fue implacablemente ejecutado, el sonido los acompañó a las mil maravillas y lo demás, ya sabéis, reside en las canciones: “The First Part”, “Crossed Wires”, “Hello Hawk”, “Hyper Enough”... Hits de una energía que se creó hace tres décadas por una banda que ha salido evolucionada y reforzada con un punch a prueba de todo: ahí está ese “What A Time To Be Alive”, que Mac McCaughan utiliza como un kill fascists desde la perplejidad que provoca, en las personas inteligentes y decentes, la gran reacción derechista. A esas alturas las primeras filas eran un hervidero de fans y sudor disparado, que en “Slack Motherfucker” alcanzó el paroxismo guitarrero. A sus pies.
Otros que pasaron por el escenario Fistro fueron Crack Cloud, colectivo canadiense que en 2023 se quedó sin tocar en el festival por el incidente climático del último día. Recuperados para esta edición, se plantaron en formato sexteto, en alineación democrática sobre la tarima, aunque bajo el liderazgo de su batería-cantante, Zach Choy. “Red Mile” (2024), su última entrega, es un disco para escuchar con atención y en directo fue trasladado con dignidad: saxos embaucadores y desarrollos instrumentales que invitaban al meneo muy propio para esas horas, además. Seguro que más de uno y una escuchó “I Am (I Was)” y lo flipó fuerte.
Pasada la una y media de la madrugada, Sheer Mag, la banda de Tina Halladay, comenzó su show en el escenario Jarl. Y lo hizo con lo último, “Playing Favourites”, donde continúan cultivando su hard-rock soft –si es que se le puede denominar así– contribuyendo a la revitalización de un canon setentero (ecos de Cheap Trick en “Eat It And Beat It”, por ejemplo). Su amor por Thin Lizzy empieza y no termina con la imagen de un grupo que en directo sabe hacerlo muy bien. La vena funk, con la voz de su líder, es convincente no, lo siguiente –ahí está “Moonstruck”–, ganando en macarrismo a medida que avanza el show (“Mechanical Garden”). Los de Filadelfia se despidieron sobre seguro, interpretando “Fan The Flames”.
VVV [Trippin’you] fueron los protagonistas del epílogo de esta edición, copando –con una formación ampliada: batería y programaciones, y sonando muy competentes– el escenario Fistro, para celebración de un personal que se apresuró a darlo todo. Y eso que su repertorio, de festivo, no tiene nada; tampoco la actitud de su vocalista (“este tema es una mierda”, llegó a decir). Aunque canciones como “Destrucción” (“he cambiado la felicidad por el trabajo / he cambiado tu rostro por no sé cuántos / yo no te he perdido / tú no me has cambiado”) puedan explicar, de manera precisa, a la chavalada siniestra de esta época. Isabel Guerrero