Como es propio en melómanos de generaciones anteriores a los zoomers, comparten pasión por los álbumes completos, alejándose del modelo actual de canciones digitales sueltas. Desde el principio tenían muy claro con qué elementos trabajar: un sonido totalmente acústico, interpretado por personas en directo, sin secuenciadores ni electrónica. La formación incluiría batería, contrabajo, guitarra, piano y la posibilidad de un trío de cuerdas. Este planteamiento de producción orgánica, inspirada en el pop de los años sesenta y setenta, mezclando influencias de bossa nova y el pop marca Parade, fue el hilo conductor del disco. El proceso compositivo fue colaborativo: cada uno aportaba canciones e ideas y trabajaban mano a mano sobre ellas para llevarlas a un punto distinto del que habrían alcanzado por separado. Parade pone como ejemplo la canción “El primero”, originalmente suya, a la que Nacho aportó un rasgueo de guitarra que transformó la pieza. La dinámica recuerda a la de Lennon y McCartney, donde cada uno enriquecía la concepción del otro. A pesar de tener Antonio su propio estudio (Intonarumori), decidieron grabar en Granada con el productor Jaime Beltrán, con quien Nacho ya había trabajado y en quien confiaba. Parade admite que le gusta el sonido que consiguieron allí y que, a pesar de costarle el soltarse y ceder control, la experiencia de grabar en casa ajena, con la inmediatez y espontaneidad que ello implica, fue muy positiva y enriquecedora.
En la funda interior del vinilo, Nacho confiesa que ha sido un viaje vital y personal. “Partía de un momento convulso, en el que necesitaba reorientar tanto mi vida íntima como mi faceta artística. Estaba muy vulnerable a qué cosas podía o quería… necesitaba enfocarme en algo que no hubiera hecho antes”, especifica. El encuentro con Parade llegó en el momento adecuado, permitiéndole enfocarse en algo nuevo y distinto. Los dos creen que, a pesar de haber hecho cosas relevantes en la música española, siempre han estado “en un carril aparte”, buscando sus sitios sin encasillarse en ninguna corriente. Parade, en su espacio, cita “Un’avventura” de Mogol para Lucio Battisti como inspiración, pero aclara que para él esto “no es solo una aventura, sino que tiene una intención de continuidad”. Mostrándose abiertos a futuras colaboraciones, parecen conscientes de que cada uno seguirá sacando discos en solitario antes de volver a juntarse más adelante. Ahora lo importante para ellos es mantener la camaradería y la complicidad compositiva, independientemente de los proyectos individuales.
Nacho cuenta que canta sobre lo que vive y siente, capturando los momentos de amor en su vida cotidiana y destacando la importancia de desconectar o saber disfrutar del silencio. Análogamente, Parade encuentra su paraíso en casa o en lugares tan cercanos como Altea, Xàbia y Calp. Reflexionando sobre la dificultad que tendrá una máquina con Inteligencia Artificial para imitar la organicidad y la emoción incomparable de música humana, se atreve a opinar: “La mayor parte de lo que se crea ahora está hecho por personas que no son músicos, aunque tengan bastante talento, ¿vale? Utilizan muy bien herramientas o bibliotecas digitales en ordenadores personales y cajas de ritmo. Pero cojan un concierto de, por ejemplo, Nina Simone y verán que eso es incomparable. O dile tú a cualquier IA que haga de Jonathan Richman, pese a lo básico que parezca; es algo imposible”. Parece claro que buena parte de su obra es una alerta “para llamarme a mí mismo la atención”.
Nacho admite ser protestón y Parade, en cambio, haber evolucionado hacia una actitud más zen y de aceptación de sus circunstancias, pero coinciden en que lo justo sería poder hacer la música que desean y siempre compartirla. En cuanto a doctrinas para estos tiempos, Parade cree en la utopía, pese a escribir sobre distopías tecnológicas, tanto como en la capacidad de mejora humana. Mientras que Nacho, que solía desconfiar de la gente, ha recuperado la esperanza “gracias a viajar con la música y conocer la bondad”. Se aprecia cierta frustración por la dificultad para llegar a más público y la precariedad de la industria, valorando la conexión íntima con sus seguidores y la satisfacción de hacer la música que desean. Nacho, sin añoranza, ansía un mayor reconocimiento y concluye, advirtiendo que sería como abrir otro melón: “Mi ilusión es pertenecer a todo, no estar encasillado, poder ser simplemente un intérprete o alguien que hace su propia música. Es ahí hacia donde me he dirigido, pero la parte más complicada es hacer de esto tu vida y sustento… Seguramente no debe haber mucho más que eso”.