Fontaines D.C.: el medio y el mensaje. Foto: Òscar Giralt
Fontaines D.C.: el medio y el mensaje. Foto: Òscar Giralt

Festival

Primavera Sound (7 de junio /1): exquisiteces de ayer y hoy

En el primer tramo de la tercera y última jornada de Primavera Sound en el Parc del Fòrum –más la apetecible programación de Auditori goes to… en dos salas de la Ciudad Condal– convivieron maestros de cualquier canto como Salif Keita, proyectos resucitados 40 años después –el del Música Esporádica– y grupos de rock que están definiendo los contornos del género desde que la década comenzó, como Fontaines D.C. o Black Country, New Road. Además, pudimos disfrutar del feliz estado de las cosas que vive la música española con Amaia, restinga o Judeline.

Alan Sparhawk

Media parte para el nuevo Alan Sparhawk, agitado en el escenario Trainline, vestido con una camiseta de Prince, activando las cajas de ritmos y transformando su voz con el Auto-tune sobre el ritmo incisivo marcado por el bajo de Cyrus Sparhawk, su hijo, y la batería de Eric Pollard, miembro de la banda paralela que tuvo Sparhawk, Retribution Gospel Choir. Cayeron seis temas de su último disco en solitario, “White Roses, My God” (2024), entre ellos “Get Still” y “Brother”. Primitivo, subyugante… o entras en la extraña fantasía de su voz tratada –y su forma de moverse en el escenario, tan distinta a los hieráticos tiempos de Low– o te quedas fuera, no hay un punto medio. Pero a partir del séptimo tema, “Screaming Song”, procedente del álbum que acaba de publicar con la banda de folk y bluegrass Trampled By Turtles, Sparhawk dejó que su voz se escuchara sin ningún filtro, agarró la guitarra eléctrica, abandonó los ritmos pregrabados, se quitó la camiseta para quedarse en peto campestre y mostró un denso formato guitarra-bajo-batería. Siguieron “Poor Man’s Daughter”, de Retribution Gospel Choir, coronado con un largo arrebato de electricidad noise, y “Stranger”, otro corte con los Turtles, muy en la línea de los densos bucles eléctricos de Neil Young. Terminó con un tema nuevo, “No More Darkness”, una reconciliación intimista consigo mismo que habla de la necesidad de dejar atrás las sombras ominosas y alejar el dolor. Pero no hay solo sombras personales, por lo que se despidió pidiendo que no haya más guerras ni más genocidios. Quim Casas

Alan Sparhawk: nueva vida. Foto: Óscar García
Alan Sparhawk: nueva vida. Foto: Óscar García

Amaia

Emocionada –comprensible: Barcelona es ya su segunda casa, y el Primavera, su evento fetiche– y algo nerviosa, Amaia mantuvo el tipo lo justo para desplegar su último álbum ante el público del Cupra, nutrido de españoles muy familiarizados pero también de curiosos sorprendidos: el suyo es un pop que en cierto sentido sirve para definir el festival, extraño, oblicuo y tan contemporáneo y artístico como folclórico y popular, y es bonito que tenga su espacio. El concierto en sí tiene margen de mejora simplemente porque ella quizá pretende abarcar mucho para un formato tan reducido como el de los festivales, pero en los mejores momentos es pura orfebrería: cuando se aferra con violencia y exageración al piano para hacer “La tarara” mientras se proyecta la conducción temeraria que es su ideología musical en las pantallas, cuando silencia al anfiteatro para atacar “Ya está” al arpa, cuando pone a las nuevas generaciones a cantar “Santos que yo te pinte” de Los Planetas en una versión que ya ha hecho completamente suya, cuando saca a un coro a celebrar la misa pop de “Tengo un pensamiento”. Es con eso con lo que hay que quedarse, y más que suficiente para estar orgullosos. Amaia es el presente y el futuro del pop en castellano. Diego Rubio

Amaia: orgullo pop. Foto: Marina Tomàs
Amaia: orgullo pop. Foto: Marina Tomàs

Black Country, New Road

Segunda era, año uno. Pese a la marcha del cantante Isaac Wood de la formación, y el pertinente ajuste tras la salida de una pieza importante, el combo inglés se mantiene entre las propuestas más sugerentes de la última hornada post-punk británica, aunque de eso quede poco en su actual agenda. No temen abrazar el cabaret de Kurt Weill, la orfebrería pop de The Beatles, bandas sonoras de un Hollywood extinto, melodías en repetición a lo Michael Nyman o Wim Mertens, y hasta cierta esquizofrenia jazz-pop. Personalidad y recursos instrumentales incontables, como demuestra un tercer disco, “Forever Howlong” (2025), que secuestró la totalidad del repertorio interpretado en el escenario Amazon Music. Signo inequívoco del paso de página de su anterior etapa. Ni mejor ni peor, simplemente otro avatar. Marc Muñoz

Black Country, New Road: bucolismo ilustrado. Foto: Óscar García
Black Country, New Road: bucolismo ilustrado. Foto: Óscar García

Christian Lee Hutson

Para desafíos contra contextos adversos, el de este cantautor de Missouri. Con la única ayuda de guitarra acústica y una compañera al violín, sus tonos susurrantes y reconfortantes tuvieron que lidiar contra los elementos anticlimáticos de su entorno. Sus atmósferas cálidas y melancólicas las impulsa desde el folk-country. Una voz impotente pero que se encontró demasiado desabrigada en el escenario Cupra, y fuera de este. Un directo que requirió de algún estímulo extra para mantener el interés y suscitar la adhesión del público que resistía la canícula. Marc Muñoz

Christian Lee Hutson: country-folk y sudor. Foto: Marina Tomàs
Christian Lee Hutson: country-folk y sudor. Foto: Marina Tomàs

Destroyer

Dan Bejar se presentó en Paral·lel 62 ante una gran expectación, que había agotado el papel y colmaba la sala, y con motivo. En formato septeto, y con la excusa de presentar el reciente “Dan’s Boogie”, Bejar y los suyos ofrecieron un concierto preciosista, elegante y sutil, que demuestra que la producción del canadiense mantiene una lógica interna que permite todo tipo de yuxtaposiciones sin perder la coherencia. La mitad del repertorio estaba conformado por canciones de “Dan’s Boogie” (sonaron “The Same Thing As Nothing At All”, “Bologna”, “Sun Meet Snow”, “Cataract Time” y “Hydroplaning Off The Edge Of The World”), que quedaron perfectamente integradas junto a clásicos de su producción como “Times Square”. Ante la actitud antishow característica de Bejar, que parece autoboicotear su actuación y estar deseando que acabaran las partes cantadas para lanzarse a beber, apoyado en el palo de micro, que es como su báculo, se corre el riesgo de quedarse en la anécdota y minimizar la esencia. Pero solo era necesario cerrar los ojos y escuchar lo que sonaba para apreciar que un concierto de Destroyer es un esfuerzo, aparentemente fácil, de ofrecer una creación repleta de matices, sugerencias, puntos de fuga y sorprendentes revelaciones. Lejos de las apariencias, la actuación es la crónica desesperada de una gran ambición. La de ofrecer una hora de una belleza inaprensible, que nos permita huir de la mediocridad para, por un momento, creernos que somos mejores. No está nada mal para un concierto matinal, en los márgenes del Primavera. Óscar García

Destroyer: muchos matices. Foto: Óscar García
Destroyer: muchos matices. Foto: Óscar García

Euskoprincess

Ajustada camiseta roja, bolso dorado, falda con tapetes de encaje, y una cola de vestido de novia: así se presentó sobre el escenario una muy enérgica Euskoprincess: “Aquí son bienvenidos las tías con polla y los tíos con toto”, anunció mientras dos espasmódicos chavalines danzaban coreografiados a ambos lados. La vasca, que estrenaba disco ante el reducido pero entusiasta público del Schwarkpoft, vino acompañada de su fiel productor Mattin, e impartió un carismático recital de twerking y movimientos lascivos que comprendió los beats serenos de “Mala fama”, la vocecita naíf de la airosa “Ziku”, la trepidación estrafalaria de la porrera “El moto y la mota”, el reguetonero alegato por el consentimiento en el sexting “D1ck P1c”, o el final makinero (con headbanging de melena incluido) de “Euskañol”. Simpática y categórica (“un cerdo siempre será un cerdo”, sentenció al presentar uno de los temas), a la de Hernani quizá le falten algunas tablas, pero desde luego de actitud va sobrada. Xavier Gaillard

Euskoprincess: muy sobrada. Foto: Marina Tomàs
Euskoprincess: muy sobrada. Foto: Marina Tomàs

Fontaines D.C.

Fontaines D.C. presentó un set de 17 canciones impecablemente arregladas y ejecutadas junto a una declaración política muy clara. En lo musical, los arreglos en vivo les permitieron sonar limpios y precisos con versiones de sus temas que parecieron mejor acabados y más potentes que en estudio. “Romance”, también el primer corte de su último disco homónimo, abrió el espectáculo con una interpretación que por momentos recordó el post-punk de Depeche Mode. Sin embargo, el público del escenario Revolut solo pareció unirse al concierto en el siguiente tema, “Jackie Down The Line”, que corearon espontáneamente, lo que permitió generar esa intimidad característica entre la banda y su público, haciéndose más patente en aquellas baladas con un toque emo como “Big Shot”, “Bug” o “Favourite”, donde los suspiros y susurros de Grian Chatten adquirieron más afectividad. Pero los asistentes también corearon himnos como “It’s Amazing To Be Young”, “Boys In The Better Land” o “Starbuster”. Por otro lado, las visuales, aunque sencillas, enriquecieron la escena con una iluminación en rojos y verdes, juegos de cámara que proyectaban escenas del mismo show quirúrgicamente sincronizadas con la música y un letrero con el nombre de la banda que cambiaba de colores. Más allá de las banderas palestinas en escena y entre el público, la primera declaración política explícita fue en “Sundowner”. No obstante, “I Love You” fue la canción que dedicaron por su letra a Palestina, con la leyenda free Palestine” proyectada en todas las pantallas. Daniel P. García

Fontaines D.C.: romance rock. Foto: Òscar Giralt
Fontaines D.C.: romance rock. Foto: Òscar Giralt

Glass Beams

No es muy habitual, pero lo de los músicos enmascarados es una constante que se repite de tanto en tanto. Los últimos llegados a esta corriente son Glass Beams, un trío australiano liderado por Rajan Silva, multinstrumentista de ascendencia hindú, lo que explicaría su tendencia a las sonoridades exóticas y orientales. Sus enigmáticas máscaras doradas de pedrería añaden una nota cool a una música refinada que conecta de forma clara con ese rock enraizado que practican Khruangbin, una referencia obvia, pero también con otras bandas de querencias asiáticas como Saigon Soul Revival, Dengue Fever o incluso Cornershop, aunque en su caso se trata de música instrumental. Iniciaron su actuación en el Estrella Damm con “Mahal”, el ondulante tema de psych-funk oriental que da título a su EP para Ninja Tune. El problema es que ese patrón acaba convirtiéndose finalmente en una fórmula, que lastra y homogeneiza en exceso el conjunto. Afortunadamente, fueron incorporando después frecuencias ácidas, guiños al flamenco y al Morricone de los wéstern e incluso ecos de los Byrne & Eno de “My Life In The Bush Of Ghosts” (1981). Luis Lles

Glass Beams: máscaras y enigmas. Foto: Òscar Giralt
Glass Beams: máscaras y enigmas. Foto: Òscar Giralt

Isabella Lovestory

Isabella Lovestory volvió al Primavera Sound dos años después de su anterior visita, con nuevo álbum a la vuelta de la esquina, “Vanity”, cuyo título parece apuntar hacia la propia concepción de lo que la hondureña viene tiempo generando con su propuesta artística, entendiendo esa vanidad como algo positivo, liberador, absolutamente anárquico, y que en su show tomó forma como una virtud colectiva más que un marca superficial. Un DJ enmascarado salido del Far West y un unicornio (hinchable) la escoltaron en un show tan sexi como guasón, lo que la segunda parte del “Joker” de Todd Phillips debería haber sido: una telenovela llena de maullidos orgásmicos con banda sonora de neoperreo, eurotrance y club deconstruido con la que cortocircuitar los cánones –de belleza, de género, de clase– establecidos. En definitiva, fue un abordaje heterodoxo de otro canon, en este caso musical, el del reguetón y el pop latino, y mostró a Isabella Lovestory como figura clave de esa exploración en la actualidad. De forma simbólica, Nick León, uno de sus aliados musicales, recogería su testigo en el escenario Plenitude By Nitsa para seguir reformateando las formas en las que bailamos hoy en día. Anton Casas

Isabella Lovestory: vive en latino. Foto: Rosario López
Isabella Lovestory: vive en latino. Foto: Rosario López

Judeline

Vanguardista es la propuesta escénica que ofreció la gaditana bajo el sol de tarde que bañaba el Estrella Damm: una pirámide de barras de metal donde se encaramaron unas bailarinas, la presencia intrigante de un performer perruno de cara desquiciada y metal en las cejas, con el que interactuó a lo largo del show (sentándose sobre él, festejándolo, abrazándolo), y un provocador y peculiar outfit de trapos y cableados rojos. El recital empezó flotante y etéreo con “Bodhitale”, “angelA” e “INRI”, aunque el asunto se puso relativamente más marchoso con “mangata”, “Canijo” o “Brujería”, e incluso hubo también tiempo para callbacks folklóricos (“4 angelitos”, o la festiva “Joropo”). La artista, que se pronunció muy agradecida de poder volver al Primavera Sound a lo grande (“un sueño”, confesó emocionada), incluso tocó la guitarra en la onírica “Zarcillos de plata”, una de las cumbres del directo. Aunque el apartado conceptual podría cargar o confundir a los no iniciados, logró defender con bastante solvencia el intimismo intrínseco de sus canciones. Xavier Gaillard

Judeline: ceremonia del sur. Foto: Marina Tomàs
Judeline: ceremonia del sur. Foto: Marina Tomàs

Maria Somerville

A los elementos consabidos: dream pop con aspiración post punk –o eso se dice, aunque yo no soy capaz de ver semejante idea–, guitarras etéreas, bajos profundos y atmósferas envolventes, hubo que añadir en la sala Apolo, en horario matutino, uno definitorio: el tedio. El sopor. Después de una introducción tan larga como prescindible, que invitaba a desandar el camino, apareció en lontananza un destello de algo sugerente. Fue “Spring”, uno de sus cortes más logrados en disco, que asomó con la promesa de un clima a lo Mazzy Star. Pero no. La interpretación fue hierática, casi paralizante. La belleza se perdió en una ejecución opaca y morosa. Le siguieron “Corrid”, “Sea Forever”, “Projection” o “Stonefly”, donde lo intentó con mayor ímpetu, cierto refuerzo en los bajos, incluso una base rítmica más decidida. Y aunque logró imprimir un sonido creciente, no rompió en ningún momento la sensación de letargo tan bien instalada. Todo esto formaba parte de la presentación de “Luster” (2025), un disco que, en estudio, sí justifica la atención: conectado con paisajes e ideas, con pasajes sugerentes y texturas profundas. Pero en directo se dispersa, se diluye, divaga. Incluyó también piezas de su anterior trabajo, como “This Way” o “All My People”, con el que cerró. Extendido, climático, sí. Pero no lo suficiente como para salir de allí con la impresión de haber presenciado un concierto notable. Jaime Casas

Maria Somerville: demasiado sopor. Foto: Sergi Paramès
Maria Somerville: demasiado sopor. Foto: Sergi Paramès

Música Esporádica

La presencia de Música Esporádica en la programación de Primavera Sound era, ciertamente, toda una sorpresa y la curiosidad por comprobar qué había sucedido con esa música y esos músicos superlativos era mucha, aunque lo intempestivo de la hora de la actuación (las 13:00) jugaba en su contra. Sin embargo, unos 200 curiosos –entre ellos, gente con camisetas de Einstürzende Neubauten, Shellac y Triángulo de Amor Bizarro, y no todos de la quinta de los músicos que hace cuarenta años crearon el disco homónimo– se acercaron hasta la sala Paral·lel 62 para comprobar de qué eran capaces. Y la realidad ha superado lo esperado. La música que crearon en 1985 y que en su día desconcertó a muchos oyentes, hoy ya no “asusta”, sino que suena tan actual como si se hubiese generado hace unos meses. Han pasado muchas cosas en este tiempo, pero lo cierto es que el significado de lo que podemos considerar vanguardista se ha diluido tanto que aquello que lo era hace cuarenta o cincuenta años lo sigue siendo, por lo poco que se ha seguido avanzando en cuanto a apertura de nuevos caminos para la creación. En la entrevista publicada hace unos días, prometieron “calcar” el disco, pero lo cierto es que la sonoridad que alcanzaron en directo sobrepasa las limitaciones de los ordenadores, los móviles o los equipos de sonido con que hoy se escuchan los discos, y encontrarse con la REALIDAD tal cual es supuso todo un descubrimiento de matices insospechados (de una riqueza posible gracias a la enorme calidad y versatilidad de estos músicos). Jesús Rodríguez Lenin

Música Esporádica: reivindicación histórica. Foto: Óscar García
Música Esporádica: reivindicación histórica. Foto: Óscar García

Nick León

El Plenitude se convirtió en un club de Miami con la cromática sesión de este ascendente DJ, con sus gafas de sol, cigarrillos y posado despreocupado. Delante de una pantalla que ofrecía imágenes urbanas nocturnas e instantáneas naturales (desde olas y bosques hasta tortugas y mariposas), el mezclador destacó por su orgánico revoltijo de estilos –techno puro, tribalismo, perreo y otros ritmos latinos– y la incorporación de loops variopintos –sonidos de teléfono, instrumentos de viento, notas de sintetizadores futuristas, y un catálogo importante de voces, rapeos y gritos humanos, con especial énfasis en el idioma español–. Particular mención merece su gestión de beats: tanto la variedad de texturas (entre lo metálico-quirúrgico y lo tradicional o incluso congotrónico) como sus dinámicas interacciones y acumulaciones en capas. Refrescante y explorador, el joven productor coloreó las convenciones del pinchaje de baile sin salirse de la ortodoxia establecida. Xavier Gaillard

Nick León: plenitud exploradora. Foto: Rosario López
Nick León: plenitud exploradora. Foto: Rosario López

restinga

Dice la RAE que restinga es una lengua de arena situada bajo el agua y a poca profundidad. Algo que evoca serenidad y naturalidad, dos características que se pueden aplicar perfectamente a Herminia Loh Moreno, marroquí de Tetuán afincada en Sevilla, que utiliza restinga como su nombre artístico. Ataviada con un sencillo vestido blanco a la manera de las fiestas del Magreb, y acompañada con batería y teclados, ofreció en el escenario Trainline un estimulante ejercicio de sincretismo al alternar darija (árabe marroquí) y castellano, y al combinar bedroom pop, UK garage, reguetón y pop urbano de forma asobrosamente natural. Su tema “Abrazaditas” es un perfecto ejemplo de ello, una de las cumbres de un concierto que terminó con “Free Baby”, el tema que da título a su primer álbum, reconstrucción de una cancion infantil marroquí en la que colisionan la rítmica gnaua con el arab bass, que convierten a restinga en una suerte de M.I.A. magrebí. Con una autenticidad desarmante, dedicó el concierto a sus amigues, que habían venido a apoyarla. Paafraseando a Riad Satouff, próxima parada: los y las árabes del futuro. Luis Lles

restinga: arab bass. Foto: Òscar Giralt
restinga: arab bass. Foto: Òscar Giralt

Salif Keita

Empezó de repente. Sin avisar. Sin preludio. Solo una voz y una guitarra. Pero no cualquier voz. No la llamada “voz dorada de África”, sino una voz única: profunda, grave, temblorosa y poderosa a la vez. Una voz que paraliza, que deja al público petrificado. Como si uno se encontrara, de pronto, ante Édith Piaf, Billie Holiday o Ella Fitzgerald. Una impresión tan fuerte que no se olvida. Era mediodía en la sala Apolo, pero aquello parecía una ceremonia privada, no anunciada. Salif Keita apareció solo en el escenario y abrió con un clásico, “Folon”. Luego llegaron “Tass” y “Aboubakrin”, composiciones nuevas incluidas en su disco “So Kono” (2025), grabado en una habitación de hotel en Japón. Son canciones recientes, pero tienen el alma antigua de algo que ha estado siempre ahí. Suenan al futuro por cómo se nutren de la tradición. Poco a poco fueron entrando los músicos. Una formación mínima y colosal. Badié Tounkara al ngoni, un instrumento que en sus manos suena al mundo, dibujaba líneas melódicas imposibles. Una guitarra de inspiración flamenca, pero a años luz de cualquier flamenco conocido vivo, tocada con un magisterio casi inigualable. Y la percusión, que al irrumpir elevó todo a una dimensión aún más intensa. A riesgo de parecer exagerado, confío en el buen criterio del lector: aquello superaba cualquier categoría que no sea la de experiencia transformadora. La banda improvisó, jugó, se dejó llevar. Temas como “Tu vas me manquer”, “Laban”, “Awa” o “Soundiata” sonaron reformulados, con libertad y hondura. También apareció “Proud”, más griot que canción, más manifiesto que lamento. No fue un concierto al uso: fue una conversación entre la música de Salif Keita y el instante, un diálogo acústico íntimo que parecía ocurrir fuera del momento presente. En el tramo final, el clásico “Africa”, también incluida en “Folon... The Past” (1995), dio paso a una celebración improvisada. Cerró el concierto, corto –una hora justa–, como una invocación ritual, con griots crecientes y envolventes. La voz de Keita flotaba por encima de todo, mientras los músicos sostenían el momento con una belleza y entrega que rara vez se ven en directo. A sus 75 años, Keita no se retira. Regresa. Se reinventa. Y lo hace desde lo más esencial: la voz, el recuerdo y el latido profundo de una de las músicas esenciales de África. No fue simplemente un concierto. Fue un privilegio. Uno que nadie explicó, pero que todos los presentes creo que entendimos perfectamente. Jaime Casas

Salif Keita: gigante. Foto: Sergi Paramès
Salif Keita: gigante. Foto: Sergi Paramès

Xenia

Pese a su juventud, Xènia Rubio lleva configurando desde 2019 un sonido que se adhiere a las múltiples diversificaciones que el pop urbano español ha tomado desde la eclosión de Rosalía. De hecho, su propuesta no está a muchas manzanas de la de Judeline (programada en la misma franja horaria pero en escenario mayor) u otras artistas influenciadas por “El mal querer”. Una contundente caja rítmica que parecía tomar elementos de Ralphie Choo y del colectivo rusia-idk. También en su elección no culpable de la música máquina, sobre la que aplica una voz afable. No tuvo una papeleta fácil con el sol justiciero en el Cupra, pero forma (con el añadido en el set de coreografías con dos talentosas bailarinas) y fondo anticipan regalías de manera regular. Marc Muñoz

Xenia, nueva vuelta de tuerca del pop urbano español. Foto: Rosario López
Xenia, nueva vuelta de tuerca del pop urbano español. Foto: Rosario López
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