Firma in da house

La noche en que me hice una foto con Brian Wilson

Nuestro colaborador Luis Lapuente, artífice de este sentido Fuera de Juego sobre Brian Wilson que publicamos ayer, tuvo el buen criterio –y el arrojo: lean– de programarlo hace veinte años en el festival que dirigía en una de las localidades más grandes de la sierra madrileña. También de tratarlo, aunque fuera durante pocos minutos, en la distancia corta. Aquí hace memoria sobre esa inolvidable jornada veraniega.

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omentaban quienes le trataron o le vieron de cerca en el FIB del verano de 2004 que Brian Wilson (1942-2025) a veces parecía ausente, que no recordaba los textos de muchas de sus canciones, que de repente en escena le asaltaban algunos de sus viejos tics, de sus manías. En todo caso, el concierto de Brian en Benicàssim marcó un punto álgido del festival y pareció constatar que ¡al fin! se hacía justicia en España al talento apabullante del gran genio del pop. Las crónicas del certamen castellonense hablaban de una noche mágica ante más de 30.000 espectadores, que, eso sí, se quedaron con las ganas de escuchar “Love And Mercy” o el repertorio de “Pet Sounds” (1966) y “SMiLE” (2004).

Mientras leía aquellas noticias, andaba enfrascado en los trabajos a pie de obra de la segunda edición de nuestro propio festival, el Vía Jazz, en la localidad madrileña de Collado Villalba, que programé y dirigí durante sus cuatro primeras entregas (solo hubo una más), y por donde pasaron a lo largo de esos años artistas como Chick Corea, Solomon Burke, Al Green, Caetano Veloso, Jeff Beck, Elvis Costello & Allen Toussaint, Roy Hargrove, Chic, Isaac Hayes, B. B. King o Bob Dylan.

Parece, pensé, que ha llegado el momento de apostar por Brian Wilson, ahora que al fin su genio es reconocido por los aficionados españoles, ahora que llena el recinto del FIB y que anuncia la esperadísima grabación oficial (¡por fin, después de tantos años!) del legendario “SMiLE”, el disco perdido de los Beach Boys.

Dicho y hecho, el autor de “Good Vibrations” se había convertido en un asiduo de los festivales europeos veraniegos, así que en unos meses nos pusimos manos a la obra para cerrar con su oficina de management una actuación para el Vía Jazz del año siguiente, donde actuaría arropado por The Wondermints, casi una maravillosa banda de tributo que interpretaba sus canciones y las de su antigua banda mejor aún que los propios The Beach Boys. La guinda que preparamos para la noche del 7 de julio de 2005 fue ni más ni menos que Terry Callier, telonero de lujo de Brian en un cartel compartido, entre otros, con Marianne Faithfull, Gilberto Gil, Carlinhos Brown y Candy Dulfer.

Brian Wilson y “Louis” Lapuente, momento para el recuerdo.
Brian Wilson y “Louis” Lapuente, momento para el recuerdo.

Por problemas de aforo no podíamos vender más de 8000 entradas, pero visto el éxito cosechado por Brian en Benicàssim, parecía pan comido colgar el cartel de “no hay billetes”. No pudo ser: apenas se acercaron a ver a Brian (y a Terry, de paso) unas 1500 personas, aunque la entrada para ambas actuaciones costaba solo 20 euros. Fue la amarga confirmación de algo que muchos sospechábamos: los macrofestivales, y más si cuentan con atractivos playeros, tienen su propio público, al que poco le importa si va a disfrutar con Brian Wilson, con Eminem o, rizando el rizo, con, glups, Raphael.

Eso sí, el pinchazo en taquilla se vio compensado por uno de los mejores conciertos que recuerdo, tanto en lo tocante a Terry Callier como a Brian y sus devotos Wondermints, que bordaron un repertorio inmaculado, lleno de obras maestras, entre otras, “Wouldn’t It Be Nice”, “Sail On Sailor”, “Heroes And Villains”, “California Girls”, “Good Vibrations”, “God Only Knows”, “Little Saint Nick”, “Our Prayer”, “In My Room” y un apoteósico segundo bis que culminó con “Love And Mercy”.

Para rematar la faena, el día anterior había apalabrado con el mánager de Brian que seis personas podrían (podríamos) entrar a saludarle al camerino, poco antes de su actuación. Recuerdo que entre ellos vinieron a la cita dos buenos amigos, Vicente Fabuel (dueño entonces de la tienda de discos Oldies, de Valencia, también colaborador de Rockdelux) y Manuel Torresano (que entonces dirigía Siesta Records y ahora hace lo propio con la distribuidora Music As Usual) y, uno a uno, fuimos entrando emocionados al camerino para charlar un minuto con Brian, hacernos la foto de rigor y pedirle que nos firmara un disco. Fue un momento mágico e irrepetible, que procuré alargar lo que pude sin cansar a aquel hombre afable que me observaba con gesto agridulce, a ratos extraviado, quizá conmovido en su interior ante nuestro nerviosismo, conscientes como éramos de que jamás íbamos a olvidar aquella breve conversación que mantuvimos con un genio.

Desde entonces, atesoro como un regalo mi copia firmada y dedicada de “Pet Sounds” y guardo como uno de los recuerdos de mi vida esa extraordinaria noche en que me hice una foto con Brian Wilson. ∎

Dedicatoria eterna.
Dedicatoria eterna.
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