Si entrara en cualquier cantina nacional, me juego el pescuezo a que más de la mitad de las comadrejas ebrias asistentes –siendo generoso– consideraría a los políticos carne de letrina. Proyecciones televisivas de la calaña más egoísta y trepa. ¿Quién podría culparlos? Lo que sabemos de los mandatarios suele dividirse entre los discursos que saltan a la comba de nuestras ideas y las vomitonas que nos invocan improperios. Existe una cojera muy maniquea en la percepción del pueblo hacia quienes lo dirigen. Son como un personaje de “Star Wars”. O pertenecen a la luz o están corrompidos por el lado oscuro. Ahora, detrás de eslóganes partidistas, descontextualizadas salidas de tono y prejuicios varios, hay un quien. Una historia tras ese objeto indefinido, capitalizado por los extremos del odio o la adoración.
Andrea Levy (Barcelona, 1984) será una luciferina encarnación del poder para algunos. También una angelical brisa de sentido común para otros. Más allá de ambos márgenes, existe una tipa melómana, dicharachera y cultureta, una tal Andrea casi a secas para quien la música es una hoja de ruta vital. Ay, menuda gratificación. Qué gozo me recorre la espina pensando en todos los que, teniéndole manía, se van a sentir más próximos a ella leyendo esta entrevista. Y lo mismo en quienes, alineándose con su ideología, la relegarán a las catacumbas del mal gusto. Aunque, de melómano a melómano, ya les advierto, esta última perspectiva se torna peliaguda. La tipa tiene buen paladar.
Con sonrisa millonaria, Levy me recibe en la Junta Municipal del Distrito de Retiro de Madrid, de la que es concejala presidenta. La visten un pantalón de cuero y una camiseta rosa de Palomo Spain. Dos besos mediante, le admiro el outfit. Asegura que ni se lo ha pensado. Pura casualidad, oye. Me enseña su despacho. La guarida. La trastienda del poder. Hago una prospección acelerada. Ni rastro de trituradoras de papel, ni caparazones de nécoras, langostas o mariscada en la papelera. Me asomo a la puerta del armario. Ningún pilingui con gayumbo paquetero oculto dentro. ¿Quizás haya alguna golosina errejona? Bicheo los cajones a lo que Andrea se da la vuelta. Tampoco. Res de res, que diría ella. Un despacho de lo más mundano. Esto no es lo que se dice en la tele de los políticos… Pienso en aprovechar la entrevista para seguir desvelando los secretos de la gruta. Sin embargo, no ha lugar. No es en esta dependencia donde vamos a llevar a cabo la charla músico-vital.
Andrea abre la sala de juntas. Larga y presidencial. Asoma la incomodidad. Temo que, como en las películas de la realeza británica, sea parte del protocolo que yo me siente en la cabeza de un extremo, y ella en el otro. ¡Hola, fondo norte! Dificultades añadidas para el interrogatorio. ¿Cómo era la parafernalia de las cucharillas y los cuchillos de postre y los de pescado? ¿Había tenedores de ensalada? Nada de eso, gracias a Dios. La concejala se acomoda en el presidio y me ofrece el asiento más próximo. Parece que la plática va a gozar de una agradable informalidad que agradezco. Y yo aterrizando con presuposiciones pecuniarias de pijo-power. Qué mal lo de dar por sentado. Qué mal la suspicacia... Las cosas siempre son más normales de lo que parecen.
Has descorchado la selección con fanatismo britpopero de ley. Pulp y Oasis. ¿Qué historia hay detrás?
Si me pides viajar al pasado, el disco “Different Class” (1995) de Pulp es de los que más recuerdo. Me acompañó desde los 15 hasta los 20, una etapa clave. Pulp fue lo primero que elegí por mí misma. Elegir solo una canción es difícil, pero me quedo con “Common People”. Esa canción me inspiró a estudiar arte en Central Saint Martins, en Londres, justo después de terminar el colegio. Quería vivir lo que contaba la canción. ¡Y luego supe que la protagonista estaba inspirada en Danae Stratou, la mujer de Varoufakis! Sin duda, este disco lo salvaría de un incendio.
¿Te sentías como la prota de la canción?
Sí, fue un momento de emancipación. Imagínate una hija única en Barcelona que de repente quiere salir de ese huevo e irse a Londres. Sola. Fue seguir un poco las pasiones, y en ese sentido las pasiones estuvieron conectadas a la cultura de mi alrededor. Por eso recuerdo que ese disco me acompañó muchísimo en la experiencia.
Vayamos ahora a Oasis. Aquí podríamos lamentar un desacuerdo, yo siempre he sido más de Blur... Y, encima, ¡has elegido “Wonderwall”!
¿Sabes por qué la pongo? Porque está trilladísima. A veces entro a un sitio de rayos UVA y suena esa canción. Pero refleja muy bien la guerra entre Oasis y Blur. La verdad, tuve antes un disco de Blur, “The Great Escape” (1995), que de Oasis, y Damon Albarn me parece que ha evolucionado muchísimo más como artista. Aun así, en ese momento, Blur era más difícil de escuchar. Sus canciones eran más complejas. Hoy suenan superactuales, como “Girls & Boys”, pero en su momento Oasis me entraba más fácil.
Ambas bandas siguen levantando pasiones.
Claro, pero también demuestran una cosa. Si el britpop se coló tanto en las orejas de una chica de Barcelona fue porque en aquel momento nuestra escena en español estaba muy desatendida. Hoy, por suerte, tenemos bandas como Alcalá Norte, Carolina Durante o Biznaga que no tienen nada que envidiar.
Hablando de género patrio, te estrenas en tu lista con “La quiero a morir”, de Manzanita. ¿Por qué?
Este es un sonido de casa, donde sonaba ese flamenco que no siempre lo tuvo fácil para ser reivindicado. Aunque hubo grandes nombres como Camarón, que ya era una estrella internacional, muchos otros surgieron desde salas más clandestinas. En Barcelona formaban parte del downtown más oculto. Tener esa conexión con Manzanita, con las casetes y discos que tenían mis padres, es un bagaje heredado que agradezco mucho.
¿Alguna canción que te marcara especialmente en esa época?
Sí, “Un ramito de violetas”, de Cecilia. Sonaba mucho en mi casa. Yo pensaba que era una canción de amor hasta que la escuché años más tarde con conciencia. Me di cuenta de la potencia de la letra, y también de la reivindicación feminista que hay en ese disco. Me da orgullo que pertenezca a mi cultura familiar.
¿Te has sentido alguna vez protagonista de lo que dice Manzanita en la canción?
Tengo la suerte de ser protagonista de una canción… Pero sí.
Hablando de eso… has escogido “Crujidos”, de Nacho Vegas.
Nacho tiene un lugar en mi vida. Fue una persona importante y esa canción refleja un momento complicado en el que estábamos juntos. Habla de una reincidencia, de un volver atrás cuando crees que vas a empezar de nuevo. También menciona el Alprazolam, que me toca en cuanto a la medicación para la ansiedad, y a esa tendencia mía, que cuento en mi libro (se refiere a “La utilidad de todo este dolor”, publicado en 2020 por La Esfera de los Libros) de querer salvar a alguien y caer yo en el intento. Es una canción que me ha acompañado, y encima pertenece a un músico que ha sido una persona muy importante.
¿Crees que la música puede salvar o sostener en momentos difíciles? También destruir, claro.
Total. La música tiene un papel salvador. Como el olor a cruasán recién hecho que te transporta, las canciones te llevan a un lugar y a un tiempo. Por ejemplo, escuché mucho el disco de Lina y Raül Refree (se refiere a “Lina_Raül Refree”) durante la pandemia. Hoy ya no puedo escucharlo más, está anclado a ese momento. La música tiene ese poder y también ese filo: puede herirte o salvarte.
¿Y qué hay de esa melancolía que mencionas? ¿Qué significa para ti?
La melancolía puede ser un lugar de mucha placidez, aunque a veces también sea peligrosa. Tiene algo de protección, de vulnerabilidad, de sentirse víctima. Pero no se puede vivir ahí siempre. Como decía Leonard Cohen, “hay una grieta en todo, por donde entra la luz”. Hay que avanzar hacia la luz.
Has puesto la siguiente en la lista “Metal Heart”, de Cat Power, ¿qué representa para ti esa canción?
Tiene esa mezcla de sensibilidad y dureza. Habla de tener un corazón de metal, pero con una sensibilidad brutal. Es algo con lo que me identifico, porque mi trayectoria política me ha obligado a parecer dura, cuando por dentro soy muy sensible. Esa contradicción me toca muy de cerca.
¿No es un poco masoquista ser tan sensible y estar en política, con tanta exposición?
Sí, la política puede volverte cínica. Tienes que hacerte fuerte cada día. Y eso duele, especialmente cuando te critican personas que ni se molestan en conocerte. Pero, después de todo, he entendido que esta es mi mejor versión. Me gusta lo que hago y no lo sabría hacer de otra forma.
Has elegido “Dancing Barefoot”, de Patti Smith, que me encanta, pero me sorprende en una política del partido conservador nacional. La madrina del punk, vaya.
Es una cantante y letrista genuina, y me resulta muy inspiradora. Y si me preguntas respecto a mi posición política, no la veo antagónica. Es más, a veces es fácil juzgar desde el presente, pero me pregunto ¿cómo hubiera reaccionado yo, por ejemplo, en la España de los años sesenta frente a Patti Smith? Y honestamente creo que en ese momento me habría dado fuerza o palabras para ser de una determinada manera. Eso es lo que te tiene que dar la cultura: instrumentos para entender y posicionarte en el mundo. Por eso me gusta.
¿Qué opinas sobre el revisionismo histórico y cómo se juzga a figuras del pasado?
Hay que tener cuidado. A veces se estigmatiza a las personas por estar en un contexto determinado. No era lo mismo escuchar a ciertos artistas en una época muy reglada. También creo que hay que tener una visión amplia y entender las circunstancias. No todo puede verse desde la perspectiva actual.
Hablando de Patti Smith o Cecilia antes, ¿qué significa para ti el feminismo?
Lo mismo te he puesto La Bien Querida, que también me encanta hablando del tema. Para mí el feminismo es sentirme protegida. El feminismo es igualdad y libertad. Reivindico el feminismo sobre todo pensando en lugares donde las mujeres no tienen derechos. Pero también creo que hay muchas sensibilidades dentro del feminismo actual y algunas me cuestan más, como considerar a los hombres un colectivo homogéneo. Así como su criminalización ciega. No vamos a ninguna parte de ese modo.
¿Por qué has escogido “Comme ils disent’”, de Charles Aznavour, o “Black Or White”, de Michael Jackson?
Quería jugar con lo anterior, precisamente, de revisar el contexto. Michael Jackson está denostado, pero fue un icono contra el racismo. Aznavour cantó sobre la vida lumpen del colectivo homosexual. Son figuras de otra época que ya luchaban con su arte, y hay que entender lo que hacían en su tiempo.
Has puesto música clásica en tu selección. ¿Qué significa para ti?
Para mí todo empieza en Bach. He tenido la suerte de ir a muchas óperas y desarrollar oído. La música clásica no me aburre, la reivindico. Está al mismo nivel que cualquier otro género. Elegí el “Réquiem” de Verdi y a Rajmáninov porque me emocionan profundamente. Son obras que me llevaría a una isla desierta.
¿Y eso de “Dame estrellas o limones”, de Family?
Porque me pone de buen humor. Es un grupo del llamado tontipop, parte del sonido pop de San Sebastián. Solo hicieron un disco y luego desaparecieron. Tiene un vínculo emocional conmigo. No todo tiene que escarbar en la llaga.
Cambio de clima, ¿crees en Dios?
No estoy bautizada, ni soy católica ni judía, pero tengo una espiritualidad vinculada a las tradiciones que viví: la Semana Santa, la Navidad… No tengo fe, pero sí creencias. Creo en los valores del cristianismo: la solidaridad, el bien común. Me sorprende que partidos que se dicen cristianos luego sean nacionalistas e integristas. Es una gran incongruencia.
Como dice Xoel López, en la canción que escoges: “esto no es amor”…
Exacto. Además, te he puesto a Xoel porque es un cantautor excepcional, que reivindica sus raíces, el lugar del que viene. Su música tiene contenido y también forma. Es de esos músicos que admiro por su humildad y cercanía. Es muy fácil conectar con él, a diferencia de otros artistas que parecen inaccesibles.
¿Te arrepientes de algo en tu vida?
Probablemente de haber dado demasiada importancia a cosas hechas para herirme. Algunas personas, incluso periodistas, me hicieron daño en momentos difíciles. Pero eso me enseñó a encontrar fuerza en la vulnerabilidad. Hoy me siento cómoda ahí, pero no desde la debilidad, sino desde lo contrario.
Y para terminar, hablemos de Bronquio, del que eliges una canción en colaboración con 41V1L. Buen volantazo, ¿no?
Quiero reivindicar que yo era fan de Bronquio mucho antes que Pedro Sánchez, que se pasó toda una campaña diciendo que lo era. ¡Pero yo estaba desde la primera maqueta! He ido a muchísimos conciertos, algunos por trabajo, otros por placer. Tengo amistades en ese mundo. Y por eso me molesta cuando la cultura se usa como herramienta de marketing político. Me repele ese exhibicionismo calculado. ∎