No llegaron a ser tan totémicos como Dinosaur Jr., Pixies, Throwing Muses, The Lemonheads, The Breeders y otros grupos de su zona, pero el nombre de Buffalo Tom no debería faltar en ninguna historia del indie rock norteamericano más granado de las últimas cuatro décadas. Bill Janovitz (Huntington, Nueva York, 1966) es el cantante, guitarrista y compositor principal del trío que completan desde 1987 Chris Colbourn al bajo y Tom Maginnis a la batería. Son responsables de álbumes tan recomendables como “Let Me Come Over” (Beggars Banquet, 1992), “Big Red Letter Day” (Beggars Banquet, 1993), “Sleepy Eyed” (Beggars Banquet, 1995) o “Skins” (Scrawny, 2011).
Janovitz es, además, una suerte de enciclopedia musical andante: ha estampado su firma como cronista musical en medios como ‘Allmusic’, ‘Boston Phoenix’ o ‘Boston Magazine’, y ha escrito algunos libros muy alabados por la crítica sobre The Rolling Stones –“Exile On Main St.” (2005) y “Rocks Off. 50 Tracks That Tell The Story Of The Rolling Stones” (2013)–, Leon Russell –“Leon Russell. The Master of Space and Time’s Journey Through Rock & Roll History” (2023)– o, más recientemente, sobre “The Cars. Let The Stories Be Told”, que se publicará el 30 de septiembre. Solo el dedicado al magistral doble álbum de los Stones, que fue publicado aquí por Libros Crudos, tiene traducción al castellano.
Curiosamente –o quizá no tanto– se gana la mayor parte de su jornal trabajando como agente inmobiliario en Lexington, Massachusetts. Su inminente visita con Buffalo Tom, quienes reactivaron su carrera en 2007 tras un parón desde finales de los noventa, es una excusa perfecta para charlar largo y tendido con él.
Te hablo desde una ciudad, Valencia, a la que volvéis después de 30 años; vuestro anterior concierto aquí fue en 1995. ¿Lo recuerdas?
Vagamente. ¿Fue con Teenage Fanclub?
Sí, y con un grupo español: El Niño Gusano. En Arena Auditorium, una sala que ya no existe.
Vaya. No lo recuerdo demasiado bien. Ha pasado mucho tiempo. Creo que mi mujer estaba con nosotros. Quizá ella lo recuerde mejor.
Vais a cumplir cuatro décadas con Buffalo Tom en un par de años. No sé si lo has llegado a pensar.
(Se ríe) Sí, nuestro equipo de management ha estado pensado en eso, en términos de qué podríamos hacer para conmemorarlo. No lo sabemos aún.
¿Estáis trabajando en algo nuevo?
Ahora mismo, no. Sacamos el último disco el año pasado – “Jump Rope” (Scrawny, 2024–, y últimamente tardamos cinco entre cada álbum. Es complicado, porque cada vez nos cuesta más cuadrar a los tres nuestras agendas. Y también nos preguntamos si nuestros fans están realmente esperando algo nuevo. Quizá algunos sí. Creo que se trata de encontrar un equilibrio entre la nostalgia y el mantener la frescura. Como le ocurrirá a cualquier otra banda.
Podría decirse que vuestra carrera se divide en dos fases muy diferenciadas: desde el inicio en 1987 hasta finales de los noventa, y luego cuando volvisteis desde 2007, con una perspectiva del negocio quizá muy distinta, con menos presión y dedicándote, en tu caso, a otros trabajos tan distintos como el de agente inmobiliario y escritor de libros musicales.
Sí, desde que empezamos en la música a un nivel profesional, en 1988 o 1989, hasta finales de los noventa, esta era nuestra única vocación. No era solo un trabajo: se trataba de lo que éramos. De nuestra esencia. Hablo por mí, al menos. La música era mi identidad. Ganarme la vida como artista. Pero no por el dinero. Y una vez te metes en esa dinámica de escribir y crear, es algo regenerativo. Estás metido en un ciclo de acontecimientos y la gente te presta atención. Tu energía creativa llega a su pico entre los 20 y los 30 años. Pero a finales de los noventa, con los cambios en la industria y nuestras familias asentándose, se juntaron una serie de cosas que nos invitaron a darnos un descanso. Nos hubiéramos separado si no nos hubiéramos aguantado personalmente entre nosotros, pero no era el caso. Fue como un período de ajuste vital, algo que le ocurre a mucha gente cuando media la treintena, no importa a qué se dediquen. Miras a tu alrededor, te fijas en qué hacen los demás, empezando por tus amigos. Es fácil que te confundas y necesites revaluar. Desde que volvimos con material nuevo en 2007, tuvimos claro que era por puro placer. Nada de irnos seis semanas de gira. Necesitábamos ese parón para volver a enamorarnos de esto.
¿Os sentisteis frustrados por no subir comercialmente al carro de Nirvana tras su bum?
No, aunque hay múltiples respuestas para esta pregunta. Nunca pensamos que pudiéramos ser tan grandes como Nirvana. ¿Lo deseamos? Yo creo que nuestro deseo de éxito fue más o menos el que obtuvimos en nuestro pico. Quizá podríamos haber ido un poco más allá, haber vendido tantas copias de un disco que nos hubiera permitido no tener que pensar en trabajar de nuevo en nuestra vida: decirle al dinero “que le follen”, como se dice aquí en Estados Unidos. Hubiera sido bonito. Pero nunca quisimos ser una banda para tocar en pabellones. De hecho, telonear a otros grupos en arenas no es particularmente gratificante. El nivel de éxito que siempre envidiamos, y hago énfasis en lo de envidia, es el de una sólida banda de culto al estilo de Nick Cave And The Bad Seeds o los Pixies. Bueno, cuando los Pixies volvieron en 2004 ya fue como una banda de arenas. Tener esa longevidad sin tener que preocuparte de trabajar en ninguna otra ocupación estaría muy bien. Pero tampoco sé si me apetecía estar más de dos semanas en la carretera (risas). Sí que echo de menos, en cierta medida, esa sensación de cuando la banda lo era todo para mí. Pero he disfrutado también de escribir libros. ¿Necesito ser agente inmobiliario? Supongo que lo hago solo para ganarme la vida. Al final es un equilibrio entre varias cosas. Wilco es otro ejemplo de grupo que se ha mantenido en el tiempo, pero solo quedan dos de sus miembros originales. Buffalo Tom somos los mismos desde el principio. Es importante pensar en cómo eran las cosas cuando empezamos: no había posibilidad alguna de que una banda como la nuestra se hiciera enorme. No sonábamos en las radios comerciales. Aunque cuando Nirvana triunfaron, las reglas cambiaron y los músicos como nosotros pudimos pensar en ser longevos. De hecho, hemos prolongado nuestra carrera mucho más allá de lo que nunca pensé.
¿Sentíais afinidad con otros grupos de vuestra zona como Pixies, Dinosaur Jr., Throwing Muses o The Lemonheads, más allá de que casi todos grabarais de vez en cuando en los estudios Fort Apache, con Paul Q. Kolderie y Sean Slade?
Tú lo acabas de decir: Fort Apache fue el elemento unificador. Con Lemonheads y Dinosaur Jr. es con quienes teníamos más similitud, sónicamente. Pero todos los músicos que has mencionado son amigos hasta hoy: veo con frecuencia a Tanya Donelly, vivimos en la misma ciudad y nuestras familias son amigas. Lo que me gustaba de Boston, mejor dicho, de Massachusetts, porque Dinosaur Jr. vivían a dos horas de Boston, es que acogía bandas muy distintas entre sí. Lemonheads eran una banda de rock directo muy al estilo de Buffalo Tom, pero Pixies eran otra historia. No digamos Galaxie 500. Era una escena de indie rock muy diversa. No era como la escena en torno al sello Sub Pop, cuyas bandas tenían un sonido común. El elemento unificador aquí eran las guitarras, sin duda. Guitarra, bajo y batería. Sin apenas teclados. Del disco al club, del álbum al directo. También nos sentíamos muy afines a Teenage Fanclub, que son de Glasgow, a You Am I, que son australianos, o a Bettie Serveert, que son holandeses: no tenía tanto que ver con lo geográfico como con lo que sonaba en aquel momento.
Gracias a ti he descubierto a los Moving Targets, por cierto, y se nota la influencia. ¿Os sentíais mejor en Europa que en Norteamérica? Tenemos aquí esta idea, quizá preconcebida, de que Boston es la parte más europea de los Estados Unidos.
La respuesta sencilla es que en Europa solíamos tocar ante públicos más amplios, especialmente en festivales. En España no éramos tan conocidos como en Reino Unido o el Benelux. En Bélgica tocamos en festivales enormes, como el Pukkelpop. Creo que las diferencias tienen más que ver con las ciudades. En algunos lugares de Europa nos pillaban el punto mejor que en algunas ciudades de Estados Unidos. El problema de generalizar y comparar Estados Unidos con Europa es que cada lugar es diferente. En Reino Unido siempre nos prestaron atención, mientras que en Estados Unidos nos hemos saltado zonas enteras cuando íbamos de gira: hacíamos Chicago, que es una gran ciudad para nosotros, Boston, Nueva York, algo de la Costa Oeste… Casi siempre en salas para 800 o 1000 personas. Cada vez que vamos a Bélgica nos parece tener más público, incluso ahora. Pero es complicado generalizar. No creo que tenga tanto que ver con que nos entiendan mejor en un sitio que en otro, sino con qué tipo de bandas están más expuestas en cada lugar. Es muy difícil ahora para una banda triunfar en toda Norteamérica, en comparación con los noventa, cuando Radiohead, Pearl Jam o Nirvana lo lograban. Aquí el rock viene y va del top 40. Pero el pop siempre está.
¿Cuándo y por qué empezaste a escribir sobre música?
Empecé a tener ganas en los noventa, pero no disponía de mucho tiempo. Escribiendo para ‘Allmusic’ a principios de los dos mil, cuando internet era relativamente joven. Fue también cuando empezó la serie de libros 33⅓, donde publiqué mi primer libro, sobre el “Exile On Main Street” (1972) de los Rolling Stones.
¿Empatizaste más desde entonces con los críticos musicales?
Sí, pero nunca me he considerado un periodista contemporáneo o un crítico. Nunca me han hecho encargos. Siempre he escrito desde la perspectiva del fan. Cuando empecé en ‘Allmusic’ lo hice con reseñas de canciones, tratando de describirlas, justo en el momento en que la gente podía empezar a comprar canciones por iTunes y le venía bien tener esa información sobre cortes concretos. Las descripciones eran de un par de párrafos, pero las mías se iban a los ocho (risas). Me metía a fondo, no podía evitarlo. Mi perspectiva era la del músico. Escribir sobre discos con los que había crecido, desde un punto de vista muy personal. Explicar su grandeza desde el prisma de un músico que lleva años. Y eso no significa que no apreciara a los buenos escritores rock. Especialmente a aquellos que se dedican de forma habitual.
El 30 de septiembre vas a publicar un libro sobre The Cars, leyendas bostonianas, y has escrito los dos sobre los Rolling Stones y otro sobre Leon Russell. ¿Cuál ha sido el más gratificante?
Son diferentes. El de Leon Russell fue el primero realmente gratificante, porque tuve ocasión de entrevistar a cientos de personas, entre ellos a grandes héroes particulares como Willie Nelson, Elton John, Bruce Springsteen o Eric Clapton. Y llegar a entablar cierta amistad con ellos es muy gratificante. Conectar todos esos vectores para mostrar lo que hizo Leon Russell es ya de por sí una gran historia. Con The Cars he tenido la oportunidad de trabajar con los tres miembros que aún viven, y eso es estupendo también. Es como un nuevo paso para mí porque no dejan de ser conversaciones con músicos contemporáneos, y no solo una prospección del pasado.
También participaste en un álbum de tributo colectivo a los Beatles, “Lost Songs Of Lennon & McCartney. From A Window” (2011). ¿Eres más de los Beatles o de los Stones?
Soy más de los Stones que de los Beatles. Obviamente, me encantan los Beatles, pero si tuviera que escoger, lo tengo claro. Por suerte, no tengo que hacerlo (risas).
Tengo la impresión de que con el paso del tiempo tu forma de componer también se ha vuelto más clásica. O más cercana a los clásicos del rock.
Buffalo Tom empezamos escuchando a los clásicos, pero cuando estábamos ya formados como banda oíamos a Hüsker Dü, The Replacements, Dinosaur Jr., R.E.M., Sonic Youth, Moving Targets o Throwing Muses, todos esos grupos. Eran contemporáneos. Una influencia más inmediata. Pero también sintetizaban cosas que habían llegado antes. Una de las razones por las que me encantaban Hüsker Dü, a diferencia de otras bandas que venían del hardcore, como Minor Threat o Bad Brains, que no eran mi rollo, es que dejaban que sus influencias clásicas aflorasen: el rollo folk, el pop de los sesenta… y me encantaba esa mezcla. Y lo mismo me pasaba con Dinosaur Jr.: un riff de Black Sabbath con una inflexión a lo Neil Young. Eso molaba. Yo creo que nosotros ni éramos conscientes ni hablábamos sobre esto. Pero “You’re Living All Over Me” (1987) de Dinosaur Jr. o “New Day Rising” (1985) y “Candy Apple Grey” (1986) de Hüsker Dü eran los discos que nos encantaban entonces. Y nuestra evolución desde nuestro primer disco hasta el cuarto tuvo mucho que ver con dejar que nuestras influencias clásicas emergieran: te da menos miedo sonar tradicional conforme vas creciendo. Con nuestros dos primeros discos nos acusaban de parecernos demasiado a Dinosaur Jr. y curiosamente no nos decían nada sobre Hüsker Dü, con quienes creo que teníamos más en común. O con The Replacements. Decían que no innovábamos. Que no éramos como Sonic Youth. No éramos tan innovadores como ellos, obviamente (risas). Pero tampoco lo pretendíamos. Queríamos tener nuestra propia voz, pero sin ocultar nuestras influencias. El truco también está en la producción: el primer disco de The Jesus And Mary Chain sonaba muy rompedor, pero en el fondo eran como The Velvet Underground releyendo a Phil Spector, solo que con toda aquella distorsión (risas).
Buffalo Tom teníais unas melodías muy evidentes, diáfanas.
Sí, y sé que Gigolo Aunts son muy populares en España, porque luego está todo ese espectro power pop: Matthew Sweet, bandas herederas de Big Star como Teenage Fanclub, mucho más melódicas, centradas en las armonías vocales, mucho más que nosotros… Y creo que estábamos un poco entre medias de ellos y de la generación indie rock más dura de la época.
Podría decirse que “Let Me Come Over”, “Big Red Letter Day” y “Sleepy Eyed” son los tres discos que establecen vuestra reputación, pero me ha sorprendido comprobar que en vuestro top ten de Spotify solo hay una canción del último. Quizá esté infravalorado.
No creo. He de reconocer que ya me cuesta recordar qué canciones estaban en cada disco (risas). “Let Me Come Over” fue el primero en el que encajamos todas las piezas para ser nosotros mismos. Una gran colección de canciones. Los dos anteriores, los dos primeros, son desiguales: te cuesta al menos dos álbumes aprender cómo producir un disco, y tener el dinero para hacerlo y conseguir que la gente le preste atención. Creo que “Big Red Letter Day” tiene que ver con lo que hablábamos antes de dejar que las influencias clásicas afloren: nos había gustado mucho lo que los Robb Brothers habían hecho produciendo “It’s A Shame About Ray” (1992), de los Lemonheads. Quizá sea nuestro disco más consistente, con distintas texturas. Como reacción a eso, quisimos hacer luego un disco más rápido, que captara más la energía del directo, y eso fue “Sleepy Eyed”. Como colección de canciones, tiene algunos de nuestros clásicos: “Summer”, “Kitchen Door”, “Tangerine”… Muchas aún las tocamos. Me cuesta pensar en términos de justicia y legado. Eso se lo dejo a los fans. Y a veces tengo más facilidad para acordarme de en qué disco están las canciones de mis grupos favoritos que en los míos propios (risas).
¿Qué música escuchas ahora?
Siempre escucho cosas nuevas. A MJ Lenderman, por ejemplo, aunque este podría ser de nuestra era. Mi hija mayor, que tiene 26 años, me descubrió a su banda, Wednesday. Mi otra hija, que tiene 21, escucha mucho rap oscuro, de ese que se sale del radar, pero también cantautores tan clásicos como Townes Van Zandt o Fred Neil, que son de los setenta. Ahora hay como un continuum en el que, por mucho que reneguemos del streaming por su vertiente negativa, toda la música está disponible y no hay necesariamente un filtro temporal. A mis hijas no les importa si lo que escuchan es nuevo o viejo. Descubren cosas del pasado, igual que yo descubría a su edad a bluesmen de los años cuarenta o cincuenta. Creo que ahora hay menos diques entre el pasado y el presente. ∎