Uno de los elementos diferenciadores de Mad Cool, desde los inicios del festival en la Caja Mágica, es el enfoque del tratamiento a los cabezas de cartel como si, en realidad, el festival fuera un concierto exclusivo de aquellos con bastantes teloneros. Dos horas y media llegaron a durar los conciertos en 2018 y a dos horas exactas lo bajaron después del COVID. A partir de 2023 han universalizado el setlist de los artistas más importantes en una hora y media: algo menos que lo que sería una actuación individual, pero lo suficiente como para que el público acuda única y exclusivamente a dicho concierto. Que Muse tiene uno de los club de fans más obsesivos del panorama rock es un hecho objetivo. Sumado a que la programación está cada vez más orientada a una audiencia anglo y, por tanto, los nombres de línea mediana no son necesariamente conocidos en España, gran parte del público se atrincheró en las primeras filas de la banda británica sin muchos más paseos que darse. Eso dejó un poco fríos a Mother Mother, que abrían el escenario Region Of Madrid a las seis de la tarde. Los canadienses, que han publicado nuevo disco, “Nostalgia”, hace un mes, dieron un concierto tan correcto que casi se agradecería algún error que indujera al matiz. El momento más reseñable: cuando versionaron “Hot To Go!” de Chappell Roan.
El encargado de abrir el escenario Orange era Leon Bridges, en el que era su tercer concierto en Mad Cool. Folk, R&B y mucho soul limpiamente ejecutado a través de una narrativa naturalista. Aun así, todo el mundo parecía estar a otra cosa. Justamente lo contrario sucedía en el concierto de Geordie Greep en el Mahou Cinco Estrellas, donde la escucha activa y la mirada al frente estuvieron más presentes que en cualquier otro evento. Y no es para menos: entre el jazz y el math rock, el proyecto en solitario del líder de black midi es un ejercicio tan loco como aquel, pero más luminoso. Música para maníacos anárquicos del sonido y amantes de la memoria muscular.
Iggy Pop aparece en el escenario Orange cuando, de pronto, todo se apaga. Tras dos intentos fallidos en los que no vuelve la electricidad, a la tercera va la vencida: pese a su energía obligatoriamente contenida a causa del paso de los años, obtuvo el oro en actitud. Insulta al público y se da un baño de masas bajando del escenario en “I Wanna Be Your Dog” (o le bajan, cual saco de patatas). Hay una extraña ternura en ver a un anciano gritando con el torso desnudo y, también, algo de tristeza en que un hombre de 78 años le dé un repaso a cualquier veinteañero que hable de punk.
Y hablando de falsas revoluciones, qué decir de Muse. Técnicamente impecables, levantando un festival marcado por los cortes de electricidad. A la vez, parecen los protagonistas de su propia distopía: su discurso posapocalíptico en el Region Of Madrid, inspirado en una fantasía cíborg mezclada con el sistema dictatorial de “1984” (George Orwell, 1949), roza el cinismo estético del nuevo disco de Paul Thin. Contraprogramándoles Refused, el vacío de su discurso se hacía más tangible que nunca.
Weezer pone el broche final a la jornada en el escenario Orange con sus clásicos de power pop, como si nunca hubieran salido de los noventa. Rivers Cuomo repartía clásicos hipervitaminados, una veintena de canciones que rejuvenecieron a más de uno: canciones viejas que te hacen pensar que tú no lo eres tanto. Marta España
Si algo quedaba claro de la jornada del jueves, al menos desde mi punto de vista, es que en Mad Cool hay muy poco espacio para lo alternativo. Incluso siendo programado por el festival, la forma en que este se despliega siempre termina enterrando estas propuestas, ya sea por hacerlas coincidir con los “titanes” “rockeros” –las comillas son intencionadas– o en horarios incomprensibles, o por el propio desinterés del asistente medio. Va a ser una tónica general a lo largo de los tres días, pero especialmente marcada en el primero: el escenario Ouigo, que siempre ofrece la “alternativa” a los escenarios principales, se siente tan desconectado de la estructura horaria del festival que a veces no consigue ni que un despistado tropiece y se acabe topando con un concierto increíble.
En cualquier caso, tampoco es que los hubiera en este primer día que para mí empezó con Blondshell presentando las canciones del reciente “If You Asked For A Picture” y dejando claras dos cosas: que el hype que acompañó a su debut en 2023 está ya bastante diluido y que tampoco es que ella haya conseguido estar a la refrescante altura de canciones como “Olympus”, “Kiss City” o “Salad”, que marcan los mejores momentos de su concierto. En cualquier caso, la banda es sólida en su despliegue de un indie rock que roza muy a menudo el dream pop y que ahora es más contemplativo.
Los primeros, Bright Eyes, liderados por un activo y emocionado Conor Oberst –y un poco hippie de más, también, hablando demasiado para no decir nada que lo comprometa de verdad– y con Mike Mogis y Nate Walcott en una formación completada por MiWi La Lupa, Alex Levine y Conor Elmes, dieron un gran concierto, aunque quizá demasiado festivalero para tantos años sin pisar nuestro país. Con demasiada presencia de sus momentos más enérgicos y de sus canciones más conectivas, y nada de los experimentos weird de “Fevers And Mirrors” pese a coincidir con su 25º aniversario ni de otros hitos más introspectivos de su larga trayectoria, los Bright Eyes de esta gira cumplen y complacen, pero no impresionan… y tampoco emocionan del todo.
Natalia Lacunza inauguraba el día dentro del escenario Orange de Mad Cool. La navarra se encuentra en un capítulo intermedio: “Tiene que ser para mí”, su último álbum, es de 2022 y, aunque hay un nuevo disco en camino, apenas se conocen detalles. De hecho, “Apego feroz”, el primer single de lo que se viene, se publicó el mismo viernes 11 de julio y no dudó en interpretar la canción en directo. Acompañada de Pau Riutort (su productor) a la guitarra y las bases y de Teresa Gutiérrez (Ganges) al piano, Lacunza presenta un espectáculo a medio camino entre repasar su discografía y anteceder una nueva etapa: versiona “El muchacho de los ojos tristes” (Manuel Alejandro para Jeanette), baila al ritmo de “SIMELLAMA” (su canción junto a nusar3000) con espectáculo de culturismo incluido y, para cerrar, invita a María Escarmiento a cantar “Prefiero”.
Future Islands repetían en el festival: estuvieron en 2018 y, si en 2021 no se hubiese cancelado el evento, casi seguro que también hubieran estado. “People Who Aren’t There Anymore” es su último disco (de enero de 2024) y su setlist está muy orientado a presentarlo: con el paso de los años, los matices casi guturales de Samuel T. Herring, el líder de la banda estadounidense, se han ido matizando y queda más espacio para un synthpop bien ejecutado pero sin demasiados contrastes.
Alcalá Norte tomaba el relevo de los de Baltimore en una de las pocas actuaciones nacionales del cartel (son tres los artistas españoles programados, siete si contamos a los ganadores del Mad Cool Talent). Contando con que gran parte de los nombres internacionales ni siquiera tienen un nicho importante dentro de las fronteras de nuestro país (apuesto a que a la mayoría de los asistentes españoles el nombre de Noah Kahan les resultaba totalmente desconocido), en el escenario Ouigo se condensaron todos los que cumplen con el prototipo español de perfecto festivalero. A cambio: unos Alcalá Norte más crecidos que nunca. Por fin, después de un año sin parar de girar, empiezan a verse las tablas.
En El Loop, TSHA empezaba algo más oscura que la fórmula ibicenca de sus predecesores que domina la carpa electrónica este año, pero sin proponer algo que se aleje demasiado de lo balear. La británica combina tech-house con UK garage en producciones tanto ajenas como propias, y no faltó “Revolution”, su último single, que reza: “The revolution will not be on social media”. Supongo que tampoco será en un escenario patrocinado por Iberdrola, y de ahí el gusto avainillado de casi toda la programación electrónica de la edición: ni Miss Monique, famosa por sus sesiones de YouTube, ni el techno cinematográfico de los italianos Mathame (bastante más cercano al eurodance y el EDM de lo que cabría esperar) tuvieron alguna pincelada de la subversión artística que cualquier manifestación electrónica debería tener.
Poco antes, Dead Poet Society cerraban el escenario Mahou Cinco Estrellas como el aperitivo perfecto para Nine Inch Nails. Los estadounidenses entregaron un repertorio de su heavy-indie-rock intercalando temas de “-¡-“ (2021) y “Fission” (2024). Aunque la banda se formó en 2013, parece que no reconoce nada pre-2020 como suyo, y ahora entrega un repertorio demasiado maduro para ser emo, pero con una actitud que roza el tedio juvenil. Todo ello, justo antes de dar la bienvenida a Trent Reznor: ni al pelo. Marta España
Pregúntale a muchos y obtendrás esta respuesta: Nine Inch Nails bien valía un Mad Cool. Su última actuación en el festival –desnuda, visceral– se cuenta entre las legendarias y con un cartel más flojo de lo habitual este año. Trent Reznor, Atticus Ross, Alessandro Cortini, Ilan Rubin y Robin Fick –da gusto nombrarlos así, seguidos: vaya supergrupo– venían casi con la vitola de salvadores: y claro, cumplieron sobradamente con el papel. Nine Inch Nails no da un concierto malo, y aunque la sensación de esta presentación que prescinde de la sección más electrónica que están incluyendo en su gira de arenas era la de una versión estandarizada del grupo, con sus versiones sintética y rockera más equilibradas que de costumbre, el arrojo, la precisión de los detalles y el contraste a veces brutal entre radicalidad y alivio, rabia y vulnerabilidad, de la que hace gala el quinteto es de las difícilmente replicables. A su repertorio habitual de oscuridad e intensidad industriales añadieron en esta ocasión algunas rarezas: “The Good Soldier”, por ejemplo, o una “Echoplex” marcada por una programación electrónica y con un sonido más alternativo; también un momento en el que Ross y Rubin dialogan en un breakbeat tras el arrase cibernético que es “Copy Of A”. Argumentos que una banda como esta realmente no necesita: Nine Inch Nails son aplastantes, empáticos, liberadores, reflexivos, sensibles, enérgicos. Eternos.
El resto de la programación del día dejó también algunos momentos estelares. El concierto de Hermanos Gutiérrez abriendo la jornada en el Ouigo fue uno de ellos, porque esa psicodelia desértica y fronteriza siempre le sienta bien a esas horas de la tarde y a las fiebres de insolación que provoca. O el de los británicos más estadounidenses del momento, Bad Nerves, que mezclan de una manera muy genuina el punk rock de bar de las Islas con el espíritu patinetero, y que homenajearon a la genealogía punk madrileña en su comparecencia espídica en la carpa Mahou Reserva luciendo el cantante camiseta de Biznaga.
No tan bien estuvo el concierto de Artemas en el Ouigo: imagino que ante la explosión –difícilmente explicable, por cierto– de un proyecto a priori desconocido y muy underground como el del británico de origen griego tras la que fue una de las canciones más inevitables –en el mal sentido, aunque el tema no estuviera necesariamente mal– de 2024, “I Like The Way You Kiss Me”, la decisión que hay que tomar es ignorar el hype y seguir a lo tuyo o montarte en la ola. Y Artemas ha elegido lo segundo: ¿te va la vibra oscura? Pues disfrázate y disfraza tu música del artista oscuro más exitoso del mundo, The Weeknd, y a ver si te cae algo. Y aunque al menos algo se te pegue, pues mira, tampoco estamos en esto para disfrutar de sucedáneos de The Weeknd.
Y tampoco cumplieron Kaiser Chiefs, pero porque su rock es genérico de más, y ya está, contra eso poco se puede hacer. Al menos los británicos tenían claro a lo que venían: se quitaron pronto “Ruby”, el que siempre ha sido su gran hit, versionaron a los Ramones y le dedicaron prácticamente todo el repertorio a su debut, “Employment”, en su veinte aniversario. Nostalgia de manual. Diego Rubio
Ashleys inauguraron la última jornada del festival como ganadoras del concurso Mad Cool Talent. El carisma del cuarteto salmantino-madrileño reside, ahora mismo, en lo poco rodadas que están: una actitud naíf que se funde muy bien con el sonido a lo Fresones Rebeldes del grupo. Con algún matiz de Cariño y algo de Lisasinson, lucen el próximo grupo al que Subterfuge le ofrece un contrato 360º a diez años y cinco discos. Mi consejo: no lo firméis.
St. Vincent lleva un par de meses girando por países de habla hispana. Con motivo de su paso por nuestro país, charló con Rockdelux confirmando que cantaría algunas canciones de su setlist en espanglish debido a su reciente lanzamiento “Todos nacen gritando” (2024), una traducción al castellano de “All Born Screaming” (2024). En el escenario Ouigo de Mad Cool, sin embargo, no hubo incursiones al español más allá de un “España, te amo” al final de su actuación: en el festival Cruïlla de Barcelona, un par de días antes, pedía perdón por su traducción, así que será que se ha dado cuenta de que el lanzamiento no ha gustado demasiado. La propuesta es distinta a la de su anterior paso por España, y de ahí que haya cambiado toda su banda: ahora es más rockera al estilo purista y busca algún matiz gótico, que se diluye con un sonido americano más parecido a Wilco. Su concepto del rock, sin embargo, peca de hipermasculinizante: tira su Ondas Martenot al suelo, se enrolla con casi toda su banda y juega a ser esa figura desafiante e inalcanzable propia del rock-de-machos.
Anochecía y Glass Animals tomaban el relevo en ese mismo escenario. La banda de Oxford es bastante más grande de lo que cabría imaginar (“Heat Waves”, por ejemplo, está en el Top 15 de canciones más escuchadas de Spotify) y en Mad Cool congregaron a todo ese público extranjero que no tenía ni idea de quienés eran Arde Bogotá. Una fábrica de hits de synthpop que no se sostienen tan bien en directo, ya sea por una mezcla mal nivelada, una falta de potencia vocal o una carencia de fortaleza en el grueso de los teclados. No parecen estar preparados para generar todos los sonidos de forma orgánica, y disparar un par de pistas no le haría daño a nadie.
Si St. Vincent se adapta a las normas preexistentes para poder entrar dentro del concepto de rockstar, Olivia Rodrigo genera unos códigos más inclusivos dentro del mismo espectro. Todavía poco valorada dentro de la escena y entendida, más bien, como una popstar debido a sus orígenes dentro de Disney Channel, la estadounidense se acerca más a una propuesta de revival grunge equilibrada con un arsenal de baladas que tratan el desamor con tanta desolación como mordacidad. Con una banda enteramente femenina y una actitud de fortaleza sin agresividad, es el icono perfecto de las nuevas generaciones: nada nuevo bajo el sol, pero algo nuevo en su recorrido.
He de decir que el sábado llegué a divertirme en el Mad Cool, pero quizá porque la propuesta electrónica del escenario The Loop Iberdrola estaba un poco mejor armada y ofrecía alternativas interesantes. También porque girl in red resultó ser una forma estupenda de empezar, como de costumbre en el Ouigo: más atinada que Blondshell en su reinterpretación nostálgica del repertorio de Liz Phair y con mejores temas –especialmente en un final de concierto que repasa su primera etapa, más cruda y más guitarrera–, la noruega ha abrazado, en cualquier caso, el sonido y la forma de componer de Taylor Swift tras ser telonera en “The Eras Tour”, y por ahí pierde bastantes puntos la propuesta, un poco con la misma lógica que se esconde detrás del movimiento de Artemas hacia The Weeknd. Más genuino, pero también más inane, es FINNEAS, el hermanísimo productor de Billie Eilish, con un sonido que entronca el folk confesional con el pop de sutilezas electrónicas, entre canciones propias y versiones de su trabajo con Ashe. Dio un concierto correcto y él luce una voz bonita y afinada, pero también ocupa un espacio demasiado indeterminado en el pop-rock de fórmula aparentemente alt de los últimos diez años.
En un slot incomprensible y coincidiendo con unos Justice que no daban tregua en ningún silencio, mi final del Mad Cool tenía la banda sonora, otra vez nostálgica, de Bloc Party. El regreso de los británicos a la capital tras más de quince años sin pisarla se merecía más, es cierto, pero ellos respondieron con solvencia aunque con un par de marchas menos de las recordadas: un triturado de todo su repertorio, todas sus canciones más recordadas –de la electrónica “Flux” a las asfixiantes y frenéticas “Helicopter”, “Like Eating Glass” o “This Modern Love”, himnos de la explosión indie en Reino Unido a principios de los dos mil– marcaron un actuación a la altura del mito, respuesta británica al incendio de los estadounidenses TV On The Radio. Diego Rubio