Mitski, diva inusual. Foto: Òscar Giralt
Mitski, diva inusual. Foto: Òscar Giralt

Festival

Primavera Sound (1 de junio /y 2): siempre ellas

El tramo nocturno en la tercera jornada de Primavera Sound en el Parc del Fòrum estuvo marcado por el arrollador desfile de talento femenino en la mayoría de escenarios. figuras como Mitski, Phew, Róisín Murphy, Romy o las Bikini Kill cuajaron grandes conciertos, y también actuaron Charli XCX, SZA o Princess Superstar, mientras eminencias como Channel One y Monolake hicieron notar su magisterio.

Alcalá Norte

Salieron exultantes los de Ciudad Lineal, con la satisfacción de saber que una decimoquinta Copa de Europa se añadía a las vitrinas del verdadero Club Estado del fútbol –felicidades, merengues, aunque esto ya no tiene gracia alguna–. En verdad, tampoco les hacía falta ese plus de adrenalina hooligan. Alcalá Norte son perfectamente conscientes de que están ahora mismo surfeando la ola del hype, esa cresta peligrosa de la que te puedes caer en cualquier momento a la mínima pérdida de equilibrio. No fue el caso anoche, su rock gótico se desplegó energético ante un público ávido de escuchar en directo por primera vez a estos The Cure castizos, de ver cómo sería un Robert Smith centennial inflado de torreznos. Eso sí, si en la virtualidad de las redes su chulería y actitud desenfadada caen en gracia, en directo se pueden llegar a sentir algo forzadas y cargantes –los gritos de becerro del batería animando “a la peña” no ayudaban en este sentido–. Tampoco importa mucho cuando el resto, la música y lo dionisiaco de su puesta en escena –esa corona de laureles–, engancha, justamente, sin necesidad de forzar. Si en medio del escenario Steve Albini se erigía un monolito de tres metros que recreaba el falo de hormigón que da la bienvenida al centro comercial del que la banda toma nombre, en lo musical Alcalá Norte ya han empezado a asentar su propio monolito con buenas canciones como “La calle Elfo” o “420N”, aunque la piedra angular es, evidentemente, “La vida cañón”, tema que reservaron para el climático final, haciéndose de rogar, y que dedicaron a su fan número uno, ni más ni menos que la Rosalía. Vayan construyendo esta nueva obra, que aquí estaremos, cual jubilados, observando. Anton Casas

Alcalá Norte, cañón en plena construcción. Foto: Óscar García
Alcalá Norte, cañón en plena construcción. Foto: Óscar García

American Football

Si bien para los más exagerados la lluvia pudo ser una catástrofe, en el escenario Cupra dio un marco a tono con la propuesta de American Football. Los dulces arpegios de las guitarras entrelazadas de Mike Kinsella y Steve Holmes parecían crear la melodía de las gotas cayendo, ya sin furia, pero calando hondo. Con largas instrumentaciones, sin estribillos ni mayor adorno que las imágenes de unos suburbios estadounidenses proyectadas al fondo, la banda de Illinois no es de grandes espectáculos. Cual sombras recortadas sobre el escenario, invitaban a sumergirse solo en la música, intrincada y cargada de detalles, expandiéndose desde la intimidad emo hacia los espacios del jazz, con alguna trompeta melancólica (“For Sure”) y vibráfono (“Silhouettes”). “Hola. Somos Bikini Kill”, bromeó Holmes, aunque no parecía que les hiciera mucha gracia el jolgorio que se entrometía desde otros escenarios. Su voz no ha mejorado con el tiempo, pero encaja para sus versos tristes y amargos lamentos. “Never Meant” cerró la noche con los cielos (emotivos) más despejados. Susana Funes

American Football, calando hondo. Foto: Marina Tomàs
American Football, calando hondo. Foto: Marina Tomàs

ATARASHII GAKKO!

Suzuka, Mizyu, Rin y Kanon forman este grupo japonés de canto y baile encargado de animar el inicio de la fiesta de despedida de la última noche del festival. Un pop limpio de letras inanes pero con bases de ritmos potentes y pegadizos. Coreografías y vestimenta bien pensadas, cuatro artistas con horas de trabajo a la espalda entregaron un producto de entretenimiento profesional. Así, miles de personas llenaron el escenario Cupra después de la lluvia que estuvo a punto de vaciar el Fòrum. Interactuaron con los asistentes enseñando japonés y haciendo bailar con temas como “Pineapple Kryptonite”, “Otona Blue”o “Woo! Go!”. Sus canciones pasaron por géneros como la disco music, el techno, el reguetón, el j-pop, el kawaii pop y el R&B, entre otros. en un concierto vertiginoso en el que casi no hubo respiro entre canciones. Daniel P. García

ATARASHII GAKKO!: party j-pop. Foto: Rosario López
ATARASHII GAKKO!: party j-pop. Foto: Rosario López

Bikini Kill

La lluvia no era torrencial, pero sí fastidiosa. Algo que no impidió disfrutar del concierto en el escenario Pull&Bear de una de las bandas claves de la eclosión del rock alternativo de los noventa. Kathleen Hanna, Tobi Vail, Kathi Wilcox y Erica Dawn salieron a matar con una aceleradísima “New Radio” y establecieron el tono de la actuación: un viaje a las entrañas del punk-rock primigenio mediante un glorioso amateurismo, que se ha conservado intacto durante veinte años de hiato roto solo en momentos puntuales. Canciones de riff reptante y monocorde como “Feels Blind”, que conectan directamente con las fuentes del género y, pese a lo escueto de su armatoste, tienen el carisma de una cantante que exprime melodías de tres acordes en bucle. Entre lluvia y cemento, nos hicieron sentir en un pequeño club y con ganas de tirarnos la cerveza por la cabeza. También hubo discurso feminista, claro (aplaudido de una manera bastante tibia por una audiencia de brilli-brilli más hedonista que de barricada). Antes de una furibunda “Outta Me”, Hannah se lamentó de que “en este mundo, toda fuente de placer sexual está orientada a complacer al hombre hasta que una chica ya no sabe qué coño quiere”. Las cuatro integrantes de la banda se fueron intercambiando voz, batería y guitarras, y fueron cayendo una ristra de seductores himnos de punk-rock –raca raca de acorde ramoniano, solos de guitarra breves y a la yugular, voces femeninas de bubblegum cabreado, tambores tribales– que culminaron con la iracunda denuncia del abuso infantil “Suck My Left One” y una gloriosa e incandescente “Rebel Girl” que se postuló como uno de los momentos más políticos del festival. Ricard Martín

Bikini Kill siguen rebeldes. Foto: Rosario López
Bikini Kill siguen rebeldes. Foto: Rosario López

Channel One

Si al maestro Mikey Dread, pinchadiscos original, bibliotecario del dub y encarnación de la idea de revolución a través del baile, y del baile y la celebración como catalizador de lo comunitario e incluso lo espiritual, le das casi dos horas de set sobre el asfalto de un parking, en el escenario Warehouse x Dice, pues él lo aprovecha para ponerse didáctico mientras su escudero Jah T arenga y domina a las masas, porque el altavoz hay que orientarlo siempre hacia el servicio a la comunidad, como lleva haciendo más de treinta años desde su córner del carnaval de Notting Hill. Su actuación sirvió para repasar entre subgraves la historia de la música jamaicana a través de un homenaje a la cultura rastafari y al concepto original de soundsystem, con una cronología de temas míticos cuidadosamente seleccionados, y pinchados a mano desde el vinilo y a base de preamps, llevando más que nunca la música de club a sus orígenes, que fueron desde clásicos del reggae y el dub a joyas dancehall: Burning Spear, Dennis Brown, Dub Judah, Jah Shaka… Know your roots. Diego Rubio

Channel One: comunión espiritual. Foto: Eric Pàmies
Channel One: comunión espiritual. Foto: Eric Pàmies

Charli XCX

Para Charli, el escenario es una pasarela. Llenando el Amazon Music a las dos y media de la madrugada (y saliendo un poco tarde, ya sea por la lluvia o porque le apetecía), se pasea de un lado al otro del escenario simulando que baila entre visuales recortados y superpuestos. Todo el fondo es verde en casi la totalidad del espectáculo, así como sus mechas: está claro que viene a Barcelona a presentar “brat” (2024), su nuevo trabajo aún inédito. Pese a ello, no toca demasiadas canciones que no han sido publicadas: “Everything Is Romantic”, que formará parte de su nuevo LP y todavía no se puede escuchar en plataformas digitales, se presenta como una rara avis dentro de su setlist. El bolo se hace un poco frío y se conforma en gran medida por temas colaborativos: “Welcome To My Island Remix” o “Unlock It” no faltan y, por supuesto, tampoco “Speed Drive”, su tema compuesto para la banda sonora de “Barbie” (Greta Gerwig, 2023). Por cierto: por la mañana había dado en la Barceloneta un show sorpresa, básicamente un DJ set, presentando el nuevo disco. Divismo popular. Marta España

Charli XCX: divina. Foto: Henry Redcliffe
Charli XCX: divina. Foto: Henry Redcliffe

Mitski

Algunos pensarían que el escenario Estrella Damm le vendría grande a la cantante niponestadounidense. Pero incurrieron en un error. Con una carrera alzándose en logros inesperados, incluyendo nominacion al Óscar o su bum en TikTok, Mitski demostró también disponer de envergadura para los grandes eventos. Arrancó en clave country-folk y se arrinconó pronto como cantautora de presencia magnética y silueta elegante. Su show, de despliegue minimalista, se desarrolló bajo una interpretación mímica y teatral. Aprovechó su nivel iniciático con el español para ganarse la simpatía de un público rendido a su encanto: tacto sincero y desenvoltura artística. A veces se inclinó hacia el melodrama con clase. En otros momentos buscó cierta singularidad en el honky y el country, o en ese pop exquisito que afianza con su celestial voz y su desenvoltura escénica. Un magnetismo impreso en temas que parecen emanar de otro lugar y otro tiempo, como “My Love Mine All Mine” o “Washing Machine Heart”, corte con el que cerró. No deja de sorprender que una propuesta tan desviada de modas, tendencias y de estos tiempos acelerados logre conectar con un espectro de público tan amplio. El único pero en su turno fue esa lluvia que tuvo poco de sexi –como exclamó en uno de sus parlamentos– y mucho de incordio para una música idónea para ser degustada en un plácido atardecer marítimo. Marc Muñoz

Mitski, fenomenal bajo la lluvia. Foto: Òscar Giralt
Mitski, fenomenal bajo la lluvia. Foto: Òscar Giralt

Monolake

Después de pasar los últimos años más centrado en investigaciones audiovisuales que entrelazaban su amor por la música fractal con el mapping, la programación lumínica o el láser, la verdad que da gusto rencontrarse con la versión más cruda y directa de Robert Henke. Su nuevo live, con el que este año ya le han dado la bienvenida en templos de los sonidos extremos con eco tecnológico como el Berghain de Berlín, combina sus inquietudes recientes, que aportan un pulso ambient y una pátina de implacable dron intelectivo, con viejos formatos en los que daba rienda suelta a su pasión por la cultura de club, desde el techno futurista a un minimal de las tinieblas cibernéticas. De todo hubo en ese garaje en sepulcral oscuridad, el escenario Warehouse x Dice convertido en nido de hackers: una orgía de IDM y de espasmos neuronales. Diego Rubio

Monolake: IDM con historia. Foto: Rosario López
Monolake: IDM con historia. Foto: Rosario López

Pelada

Yo salí del Primavera Sound para quemar contenedores, para qué nos vamos a engañar. El dúo de Montreal fue la chispa que me faltaba después de una jornada, la mía, esencialmente revolucionaria, que me recordó en todo momento el significado político del hedonismo y el potencial de la música –especialmente de toda la que encuentra sus roots, de una forma u otra, en un momento u otro, en la herencia jamaicana– como dinamitador de la acción social. Pelada presentaron su segundo álbum, un “Ahora más que nunca” (2023) alejado de la industria y del sistema en el que trasladan su revolución al electroclash y a la electrónica enfundada en cuero, con Chris Vargas levantando a gritos un mensaje anticapitalista, feminista y autoafirmativo sobre hipnóticas lluvias de sintetizadores modulares: “Capitalismo te mata con la presión de trabajar todo el puto tiempo sin descanso”. En cierta manera, y entre toda la ironía de marcas que sostiene las cuentas de resultados, fue poético que este fuera el concierto que cerrara el escenario Steve Albini. “Hoy, no mañana, la gente se levanta”. Diego Rubio

Pelada: antorcha política. Foto: Óscar García
Pelada: antorcha política. Foto: Óscar García

Phew

La vanguardista japonesa Phew (Hiromi Moritani) se presentó en el escenario subterráneo del Warehouse x Dice con su portátil, secuenciadores y programaciones. Dejó atrás hace mucho tiempo el punk psicodélico practicado con la banda Aunt Sally a finales de los setenta y aquel primer disco en solitario, “Phew” (1981), en el que fundió ideogramas sonoros con la métrica del krautrock; no en vano lo grabó con Conny Plank, Jaki Liebezeit y Holger Czukay. Su transición del rock mutante o “no rock” hasta lo que hace hoy ha sido meditada, dejando por el camino grabaciones con DAF, Anton Fier, Ryuichi Sakamoto, Otomo Yoshihide o Jim O’Rourke. Tan hipnótico como abrupto, su set, que podríamos definir como electrónica punk, consistió en seis temas encadenados entre sí, o un mismo corte dividido en seis partes de ritmos distintos, con espacio para la melodía cantada en el último. Phew garabateó aquí palabras con el micro, mientras que antes había incorporado en un pasaje la voz sin texto y sin ampliar, como un alarido reprimido entre sus ruidos electrónicos sinuosos y su rítmica analógica, oscura y contagiosa. Sonó alto y logró una atmósfera cercana, muy física. Quim Casas

Phew: experimentación sinuosa. Foto: Óscar García
Phew: experimentación sinuosa. Foto: Óscar García

Princess Superstar

La rueda de la nostalgia está derrapando ahora mismo en la década de los dosmil y buena prueba de ello fue el concierto de Princess Superstar en el escenario Steve Albini. Aunque, claro, lo de la rapera no es un revival per se, ya que fue precisamente ella una de las responsables de construir el imaginario Y2K del que muchas otras artistas están bebiendo ahora. Aprovechando el foco otorgado por la inclusión en la banda sonora de “Saltburn” (Emerald Fennell, 2023) de su icónico hit “Perfect (Exceeder)” –lo interpretó dos veces, al inicio y como cierre final–, la neoyorquina enchufó la máquina del tiempo para descorchar un fiestón de bases electrónicas –a excepción de ese cruce bastardo con el grunge de “Smells Like Teen Spirit” de Nirvana, momentazo–, escupiendo humor ácido y flows muy Eminem, mientras saltaba al lado de sus cuatro bailarinas –una quinta salió para un interludio voguero–. Show juguetón –nos lanzaron piruletas y dispararon con pistolas de burbujas– como fluorescente anticipo al petardeo edgy de Charli XCX. Un spring break en medio del Primavera. Anton Casas

Princess Superstar: mucho humor ácido. Foto: Óscar García
Princess Superstar: mucho humor ácido. Foto: Óscar García

Róisín Murphy

La de Róisín es la única Ley de Murphy buena. Hasta con “Murphy’s Law” nos lo recordó. Suma sacerdotisa de la ceremonia del baile, sigue siendo una mina escénica: por sus escorzos, sus contoneos, sus muecas, sus seductores guiños, su habilidad performativa, su incontinencia en la mudanza indumentaria, ya sea completamente oculta tras un velo al ritmo de “Something More” o portando del cuello una especie de pálido bebé de atrezo en otro momento de la noche. Por su derroche de clase y de distinguida excentricidad. Por su sentido del espectáculo y su dominio absoluto de las tablas. Es única. Y además cuenta con un pedazo de banda en segundo plano escénico (dos percusionistas, un puñado de multinstrumentistas –teclados, bajo, guitarras–, todo eminentemente orgánico) y brinda una forma ejemplar de combinar su temario más reciente –el estupendo “Hit Parade” (2023)– con sus clásicos. La transición de una brutalísima “Overpowered” a la exquisita finura de “Coocool” bien podría haber servido por sí sola como exposición de motivos, como declaración de principios. Ni siquiera la recurrente visita a Moloko transmite acomodo, porque minimaliza “The Time Is Now” y añade sabrosura a una “Sing It Back” que con esa frondosa percusión parece salida de alguna isla del Caribe. El tramo final, galvanizado por el momento más techhouse de su último trabajo, el obsesivo trance de “Can’t Replicate”, y apuntillado por una torrencial “Rama Lama (Bang Bang)”, fue de auténtica traca. Huelga decir que la explanada ante el escenario Estrella Damm se convirtió en una enorme pista de baile, broche perfecto para quienes con la irlandesa dieron por concluido el Primavera Sound 2024 de la mejor forma posible, regodeándose en el disfrute. Carlos Pérez de Ziriza

Róisín Murphy, exceso de reina. Foto: Marina Tomàs
Róisín Murphy, exceso de reina. Foto: Marina Tomàs

Romy

Fue salir Romy al escenario Amazon Music y parar la lluvia. Ya lo dijo ella misma, visiblemente emocionada, antes de que empezaran los arpegios trance de “Weightless”: era un buen presagio. Y sí, se palpaba en el ambiente una ansia muy viva entre el público de que pasara lo que iba a pasar: una hora de trance pop emotivo y nostálgico, puro disparador de endorfinas, con las excelentes canciones de “Mid Air” (2023) sucediéndose una tras otra para la euforia general. “Did I” sonó perfecta, “Strong” mejor aún, e incluso las menos inspiradas –“Enjoy Your Life”, por ejemplo, o la nueva, “Always Forever”– parecieron haber sido creadas para sonar en ese espacio y ese momento concreto. Excelente también la realización, sencilla pero sumamente efectiva, muy acorde con la naturalidad con que Romy ha encontrado un sitio propio al margen de The xx. Carles Novellas

Romy: encontrando su camino. Foto: Óscar García
Romy: encontrando su camino. Foto: Óscar García

SZA

Apenas hay quien tosa a los (grandes) músicos norteamericanos cuando se trata de abordar un buen espectáculo. Lo de SZA anoche me recordó un poco al obnubilante despliegue de Solange, por ejemplo, en 2017, sobre aquel escenario que se situaba frente a lo que ahora es el Santander. Aunque el repertorio y el arsenal de trucos de Solána Imani Rowe me generan más dudas. Su condición de estudiante de biología marina –en consonancia con la portada de su último disco– se evidenció con un escenario dispuesto como si fuera un muelle portuario, asediado por el mar. Un cuerpo de baile de cinco miembros le dio la réplica, aunque ella no deje de restregar su imponente carrocería sobre cualquier rincón del escenario que se le antoje. Incluso en un momento dado se columpia sobre una gran bola de demolición. Su repertorio de sensual y confesional R&B con giros neosoul y guiños a la arquitectura sonora del hip hop, íntimamente conectado a una generación que ronda entre la veintena y la treintena, abunda en medios tiempos y tersas baladas (no faltaron “Snooze”, “Kill Bill” o “Kiss Me More”, motivo de su dueto discográfico con Doja Cat), y aunque goza de una distinción que ya quisieran muchos otros exponentes del género, arrastra algunos tics que lastran el directo. Fundamentalmente el abuso del melisma tan clásico en una generación de vocalistas que se ha criado viendo talent shows, pero también cierto exceso de sacarina que desbordó en el tramo central de su set: creo que no es una boutade decir que en algún momento estuvo más cerca de Mariah Carey que de Destiny’s Child, para entendernos. Y, claro, si además tienes a Nickelback como referente confeso, tampoco ha de extrañar que tu guitarrista sea un dechado de tópicos rockistas. Quizá por eso, a diferencia de lo que me pasó con otras mujeres que coparon anoche los escenarios más grandes y concurridos del festival (y también a diferencia de lo que me ocurre con sus dos consistentes discos), su pase se me hizo un poco largo. Se fue diluyendo el impacto inicial de su fastuoso montaje. No creo que a mis vecinos circunstanciales de recinto les pasara lo mismo. Carlos Pérez de Ziriza

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