Recuerdo que cuando salíamos de la pandemia hablábamos mucho de la ruptura de la simulación: el absurdo, un absurdo a veces desgarrador y brutal, no sabíamos muy bien cómo, se había vuelto a instalar en el día a día. Con el tiempo se nos ha ido olvidando, o más bien hemos normalizado, como hacemos con todo, que vivimos en una simulación rota, pero ahí están los glitches, visibles para todo aquel que esté dispuesto a mirar. Uno de ellos distorsionó anoche la realidad en el Movistar Arena de Madrid mientras rusowsky, sus amigos y alguna gente más, junto a una banda de seis músicos y seis coristas, daba un concierto a ratos irreal y a ratos hiperrealista que a la vez servía como gran celebración, pero también celebración extrañamente anticlimática, del legado, aún prepúber, del sello rusia-idk.
La situación en sí misma solo se explica tras un glitch: aunque Ruslán Mediavilla ya era respetado en el underground, aunque tuviera el beneplácito de las facciones musicales más cool y aunque sea innegable que la experiencia de Ralphie Choo ha allanado el camino a todos sus compañeros, incluido él, tanto a nivel mainstream aquí como en el plano internacional, era muy difícil prever una explosión de popularidad como la que ha acompañado a “malibU” este verano. Puede que fuera la comentada falta de contendientes sólidos para una canción del verano como tal, y claro que habrá ayudado, seguro. Pero “malibU” no deja de ser un Frankenstein pop entre París y Santo Domingo, una canción extraña que, como toda la discografía de rusowsky, realmente, debería ser reacia a las grandes audiencias. Y claro, glitch.
El glitch hace que el propio Ruslán –empijamado de Boltad y con look de lentejuelas entre Action Bronson y Beth Ditto, entre Elvis Presley y Sia, entre Harry Nilsson y una estrella irónica sueca de Eurovisión– glitchee: tras un arranque algo atropellado con esa samba aflamencada que es “Johnny Glamour” y una preciosa “ALTAGAMA” interpretada con vulnerabilidad a la guitarra, unos pequeños fallos técnicos lo ponen a temblar, y probablemente es consciente ahí de que en unos pocos meses ha ido estirando el aforo del viejo Palacio de los Deportes, arena mítica de la que es su casa, hasta casi llenarlo por completo para presentar “DAISY” (2025), su primer disco y el que lo ha convertido en la “revelación” tramposa de este año. Esa especie de “tener que estar a la altura” de la ocasión también hace interferencia en cierto sentido con el repertorio de rus: muchas de sus canciones son como pequeños susurros de un robot en el espacio y piden cierta introspección, no un despliegue tan riguroso. Y aunque hay un esfuerzo por situar toda esta sección más minimalista y baladera en los primeros compases, recogiendo a rusowsky en una “4 Daisy” coreada con pasión por el público o encerrándolo junto a TRISTÁN! –vestido un poco entre El Llanero Solitario, Lucky Luke y El fantasma de la ópera, a tope de aura– en un círculo que no terminó de funcionar para hacer “CELL”, lo cierto es que se echa de menos algo de dirección de escena para dotar al concierto de una cierta continuidad. Supongo que es lo mismo de lo que peca el disco, y que por ello tiene su parte de sentido, pero esa falta de puntos conectores tampoco le sienta bien al directo.
Para llenar la escena, rusowsky ha decidido apostarlo todo a una banda. A una gran banda, además, con DRUMMIE a los sintes, programaciones y flauta travesera, un teclista con vientos, un percusionista, un batería y un bajista y un guitarrista que parecen sacados de una de las agrupaciones de Perico Sambeat, además de seis coristas que tienen sentido en los momentos más flamencos, más Dellafuente y C. Tangana, pero que se ven algo perdidas mientras los músicos se desquitan con pura bachata o puro merengue, o cuando empiezan a carburar los bajos electrónicos. En general es un formato que funciona, que se ajusta bien a las locuras del músico de Fuenlabrada y a un imaginario muy detallista –y muy tropical: “Liit” hace pensar en Bomba Estéreo, y en “neo roneo” salen a cantar los mexicanos Latin Mafia–, adoptando realmente la forma de una big band de latin jazz fusión… Pero de nuevo, el glitch: rusowsky se atreve a retorcer las canciones, a fragmentarlas y a sembrarlas de distorsiones cibernéticas y regueros techno, drum’n’bass, breaks, dubstep, dariacore o rage, pero no a dejar que sus músicos se vuelvan locos ni a profundizar demasiado en ninguna de esas salidas más incómodas, más extremas. Y supongo que la razón, al final, es la misma que para todo: el glitch. El glitch que supone estar en el lugar adecuado y el momento adecuado y que no lo parezca. Probablemente rusowsky no debería haber hecho un recinto de esta categoría todavía, sino festivales como el Bilbao BBK Live, donde ha estado este año, o el Primavera Sound Barcelona, donde estará el que viene… Y del mismo modo, si no hubiera hecho este concierto, probablemente todavía no habría sentido la necesidad de dar con un formato como el que tiene, valiente por su desnudez maximalista –si es que esa contradicción es posible, que en el universo rusowsky, sí, por descontado– y por su confianza en unos músicos bien presentes. Hay algo bonito, en cualquier caso, en esa especie de salto al vacío que es montar un concierto tan grande con un disco tan arriesgado como “DAISY” y sin saber muy bien quién va a estar ahí para escuchar, aunque sepas que van a ser muchos: el espíritu caballo de Troya es algo que parecemos haber interiorizado bien en este país después de Rosalía; caballo de Troya a caballo de Troya vamos ampliando la tolerancia a sonidos más desafiantes.