En un festival grande como es el Bilbao BBK Live, donde se puede elegir entre más de un centenar de propuestas, existen en realidad muchos festivales, muchos itinerarios, muchos calendarios, de tal forma que puedes no coincidir en ningún concierto, o casi, con otros asistentes. Los medios generalistas, los despistados y los borrados seguirán insistiendo en el lado más frívolo del cartel, que por otro lado suele coincidir con el mayoritario de un público que en esas dimensiones se mueve más por inercia, propia o ajena, que por otra cosa. Pero sería injusto no reconocer al macrofestival bilbaíno la valentía de una letra pequeña o mediana que te puede sorprender con visionarios innovadores de la negritud como Obongjayar, lumbreras del jazz contemporáneo como Makaya McCraven, promesas de la nueva ola post-punk como Heartwoms o English Teacher, figuras históricas de culto en el caso de Sparks, exquisiteces pop como Japanese Breakfast, émulos del soul clásico como Jalen Ngonda o del folk intimista como Jessica Pratt. Y esta nómina siempre se puede ampliar, claro está.
Pero, evidentemente, para superar los 115.000 asistentes entre las tres jornadas, según cifras oficiales, los que tiran del carro tendrán que ser mediáticos, ya sean veteranos como Pulp o Kylie Minogue o más contemporáneos como Raye, Michael Kiwanuka o Amyl And The Sniffers. Y por supuesto todo ese plantel comercial que no hace falta ni mencionar y que además me suele costar retener. También contribuye, tanto a lo uno como a lo otro, la aportación local y nacional, tan diversa como para juntar a Sal del Coche con Amaia, Hidrogenesse con Carolina Durante, Amateur con Hinds, Judeline con Hofe, Nathy Peluso con Mirua o rusowsky con Maria Arnal.
Mención aparte para esas cosas que se suelen colar en las conversaciones de ascensor y que aquí te pueden chafar el día o la noche. Que si nubes negras, que si alertas naranjas, que si avisos amarillos, que si brotes verdes... Todo un abanico de colores para perderse. Pero nuestro asunto es la música con sus tormentas interiores y otras alertas a descubrir. Ahí va un resumen. Javier Corral “Jerry”
Nueva escapada al bilbaíno monte Kobetas con cierta sensación déjà vu. Todo está en su sitio habitual, hasta el Basoa, el bosque convertido en pista de baile, al fondo de todo. Lugar de finales inciertos, es nuestro inicio. Allí, Fafi Abdel Nour –DJ nacido en Siria y criado en Países Bajos– calienta motores con house a medio gas generando atmósfera –nada de drops– y subiendo los BPM de forma casi imperceptible. Al cabo de una hora introduce ritmos rotos y electro, y es imposible no romper a bailar, pero hay que alejarse de allí volando para no quedar atrapado.
En la olla a presión que una vez caída la noche es el escenario Basoa, la DJ australiana C:C DISCO!, un apellido delator, apuesta por los temas vocales de house poderoso o temas con riff reconocible –como el “Caravan” de Oleg Poliakov– decidida a hacer del jueves otro sábado. La sustituye a los mandos la holandesa Carista, que recoge el guante y tira de house, eurobeat de raíz noventera, con bajos atronadores para tener a una buena multitud bailando con todo. Hay que recalcar en este punto que el sonido en este espacio es excelente y los DJs –de todo tipo de música electrónica– de primer nivel. Un punto diferencial de este festival con otros de su estilo.
Muy cerca, en la icónica carpa a dos aguas del festival, el pamplonica Hofe –colaborador de la extinta Chill Mafia– también busca el baile en el escenario Johnnie Walker, de una forma más expeditiva, con su mezcla de música urbana y pop con actitud punk. Se hace acompañar por una bajista y un percusionista que ayudan a densificar la base de temas como “2 Esku 2 Laban” o “Si no te lo kiero decir” que suenan decididamente after-punk. Frente a la indolencia de otros colegas de escena el chaval es un “guindilla”, no para un segundo: agita, canta, grita, baila y el público –más joven que en otros conciertos del día– no puede más que saltar y cantar con él.
Al son, de épico inicio, de “Pressure” –una sintonía para “Rocky” (John G. Avildsen, 1976) si el protagonista hubiera sido Apollo– abre su actuación en el escenario Nagusia KAYTRANADA. Al acercarnos a la llamada, comprobamos con decepción que en el escenario solo está el músico canadiense tras una mesa de DJ, sin visuales ni bailarines. Alterna temas propios con algunos ajenos. El sonido es impecable pero es inevitable pensar que en sus álbumes, de elegante música negra, promete mucho más. Escasa inversión en su producción de directo.
Habría resultado casi paradójico comenzar la ronda con una banda tan unida al rock setentero a la vieja usanza como Wunderhorse, pero no hubo lugar. La enfermedad de uno de sus miembros suspendió el concierto e hizo cambiar horarios y escenarios vespertinos. Ya con Japanese Breakfast en el escenario Nagusia volvió todo a su ser. El sexteto de la coreano-norteamericana Michelle Zauner, que también dirige cine, aprovechó su hora de escena para dar un buen repaso a los distintos cuerpos que componen su pop muchas veces quitapenas (“Mega Circuit”), otras ensimismado y envolvente (“Picture Window”), que, cuando parece acercarse a lo previsible, encuentra un oportuno desvío a través de arreglos de violín, saxo, teclados o el gong que ella misma golpea (“Paprika”). Zauner posee encanto. En su voz de dulzura, en su sonrisa angelical, en su simpática manera de dirigirse al público, en su baile divertido, en su vestido blanco, en su concepción de un dream pop que cuando se suelta alcanza cimas de shoegaze (“Diving Woman”) que le sirven para cerrar un concierto tan entretenido como sofisticado y sutil, sin que nada pareciese forzado ni esforzado.
A mediodía, el festival suele ofrecer una serie de conciertos gratuitos en el centro de Bilbao bajo el nombre de Bereziak. Sr. Chinarro actuaba en la bonita pérgola del paseo del Arenal. Buen sonido y comienzo con temas de sus tres últimos trabajos, dos de su EP “David” (2025) de versiones de David Berman en Silver Jews y Purple Mountains y media docena de sus clásicos pos-2005; mención especial para “Ángela” por el guiño al Arenal en la letra y una gran versión en directo de “Babieca”. Raudos, acudimos a la plaza de Jardines de Albia, a diez minutos. La Plata ya está a pleno rendimiento; con los cinco miembros del grupo muy juntos en un pequeño escenario. “cerca de ti”, de su último trabajo –“Interzona” (2025)–, suena realmente bien en directo, elegante y contundente. “Agua clara”, cantada por la bajista María Gea, delicada y vaporosa. Sus primeros hits como “Un atasco” desatan el baile de un público conocedor. Menudo aperitivo.
En el escenario Repsol, donde tenía que salir rusowsky, no hay nada montado y los técnicos evalúan la posibilidad de celebrar el concierto. Se ha concentrado numerosísimo público joven que celebra con un grito colectivo cuando ve que se monta todo el instrumental en un abrir y cerrar de ojos. Lo acompañan un DJ y dos músicos que entran y salen tocando teclados, bajo y guitarra acústica. La locura se desata cuando aparece Ralphie Choo para interpretar a dúo “BBY ROMEO” y “GATA”. La mayoría de la juventud presente se sabe todas las canciones, hasta las recientes como “SOPHIA”, de su reciente “DAISY” (2025), y uno no puede más que alegrarse porque, pese al gancho pop y las conexiones con la música latina en boga, hay en sus temas una producción rozando géneros como el chillwave y el bedroom pop, no tan masivos. Todo un fenómeno.
En Bilbao llueve. Y el viernes tocaba. A media tarde de manera tenue y silenciosa, al compás podría decirse de la actuación de Jessica Pratt. La cantautora californiana se acompañó de otros cuatro músicos, todos sentados y alineados de frente, en la parte trasera del gran escenario Nagusia, dando aún más sensación de oasis entre su propuesta delicada e intimista y lo que se presupone de un gran festival. De hecho, no recuerdo una audiencia tan escasa, y por lo tanto atenta, en un espacio tan enorme. Evidentemente esos pocos cientos de asistentes sabían que lo que les esperaba era una música extrema en su finura y sutileza. Incluso una joven se atrevió a pintarla en su cuaderno, un detalle tan estrafalario en ese contexto como bello y memorable. Con “World On A String” comenzó su evocación contenida y sedosa de un folk sereno, salpicado a menudo de bossa y los hipnóticos apuntes de trompeta, saxo, percusión o teclados, siempre ajustados y tímidos, casi como pidiendo permiso por acompasar su voz, singular, etérea, atemporal. Solo casi al final, con “Life Is”, que inicia su último álbum, “Here In The Pitch” (2024), se apeló a cierto sentido rítmico por los golpes de batería que saludan la canción.
Muy distinto, ¡cómo no!, se presentaba el asunto de Sofie Royer, una cantante, teclista y violinista treintañera de Viena, aunque nacida accidentalmente en California, de padres iraníes y austriacos. En su directo hay cierta indefinición, a veces le puede su formación clásica y ortodoxa, sobre todo cuando introduce el violín en un contexto de synthpop-rock que quiere ser acelerado y se queda en atropellado. En otros momentos se olvida de los instrumentos y se convierte en una frontwoman que apela a un pop sensual de acento centroeuropeo, y algo funky. Juraría que cantó a veces en alemán y también defendió con gracia y soltura un clásico francófono de la deliciosa Lio, “Sage comme une image”, que también ha grabado en su tercer álbum, “Young-Girl Forever” (2024).
En el escenario Repsol, en el que el festival ha renovado un proyecto innovador para reducir la huella de carbono que permite que funcione con energías renovables mediante un parque solar y generadores eólicos, nos espera Jalen Ngonda. Formación de quinteto con él simultaneando guitarra y teclado, y soul de época, aquel que nos recuerda su apogeo en los sesenta y setenta de la Motown o Stax, en el horizonte. Jalen, originario de Maryland pero crecido en Liverpool, es menudo y posee un bello falsete de tenor que acompasa perfectamente una música bailable, sensual, emotiva, fiada siempre a la melodía y el feeling de las canciones. Cuando acierta es una bendición y el público lo agradece con bailes y sonrisas.
Y al tercer día se ajustó. Me refiero a la temperatura, porque no apareció ni el calorazo del jueves ni las lluvias del viernes. Madrugamos buscando la brisa de los donostiarras Amateur, es decir los históricos Mikel Aguirre e Iñaki de Lucas, con la sorpresa de Fino Oyonarte (Los Enemigos) al bajo y Karen Ortiz de Guinea a las teclas, acordeón y segunda voz. En familia y en escenario grande, con un sonido impoluto y la perfecta vocalización de la voz grave de Mikel que permitía seguir todas las letras de las bellas e impávidas “Claro de luna”, “El huerto provenzal”, “Será verdad” o “El golpe” junto a la nueva “Pompeya” o el rescate de “Vapor de carga” de la época de La Buena Vida, a la vez que recordaban a sus antiguos compañeros (el siempre añorado Pedro San Martín en especial) y reivindicaban que aquellas viejas canciones vuelvan a estar disponibles en las plataformas (falta todo lo del sello Siesta).
Ese mismo escenario San Miguel sería ocupado después por la cantautora de origen sudafricano Alice Phoebe Lou, que en marzo de 2024 visitó el atrio del Museo Guggenheim en solitario. Esta vez venía arropada por cuatro músicos, lo que le permitió desenvolverse con otra soltura, sin los nervios de entonces, y desarrollar su cálido pop tradicional y vistoso de matices folkies y ligeras incursiones en el blues, el jazz e incluso en la era Tin Pan Alley. Como le ocurrió la tarde anterior a Jessica Pratt, actuar en un espacio tan grande restó la cercanía requerida a su propuesta.
Donde poco antes habían actuado Hidrogenesse, ahora aparecían Sparks. No solo se trata del grupo más longevo y activo de la historia del pop, es que sigue siendo único. Y maravilloso. Russell Mael pletórico de voz y movimientos a sus casi 77, con un traje imposible y estampado que solo a él le puede quedar medio bien. Su hermano Ron al teclado, este agosto cumple 80, impávido, hierático en todo el concierto, excepto esos esperados segunditos en que se marca su baile lunático con kimono negro y txapela. También de negro los cuatro músicos que los secundan colocados detrás de ellos (ojito con el joven guitarrista de la izquierda, absoluto robaplanos con sus bailes y movimientos sexis). “So May We Start”, como en la película “Annette” (Leos Carax, 2021), sirve para arrancar la fiesta de un concierto siempre compacto, eléctrico, bailable, resplandeciente, paladeable canción a canción. Una única pega: solo duró unos 50 minutos. Suficiente para gozar de un repertorio basado en grabaciones recientes, el melodrama sofisticado de “Drowned In A Sea Tears”, el techno industrial de “The Girl Is Crying In Her Latte”, la grandiosidad reivindicativa de “Please Don’t Fuck Up My World”, junto al tecno-pop histórico de “Beat The Clock”, la maravilla onda Pet Shop Boys en homenaje a Sinatra “When Do I Get To Sing My Way” o su gran hit de 1974 “This Town Ain’t Big Enough For Both Of Us”.
Como por arte de magia, en un suspiro pasamos de la luminosidad de Sparks a la oscuridad de Heartworms. El proyecto de la londinense Jojo Orme con su esbelto vestido negro, su mirada amenazante magnética hasta la turbación, sus contorsiones arties y unos rasgos que mezclan orígenes pakistaníes, chinos y daneses. Hija musical de Siouxsie, Joy Division o incluso los primeros Marilyn Manson o Nine Inch Nails, vislumbramos una futura estrella del post-punk que busca reflejo en un gótico posindustrial con algún que otro desarrollo o acabado entre shoegaze y electroclash (“Jacked”, que le sirve de excitada y excitante despedida). Se presentó en dúo junto a un contundente batería, ella a la guitarra y el resto pregrabado. La próxima, que sea con banda completa.
La noche se extendía cálida y virtuosa con el percusionista Makaya McCraven y su jazz contemporáneo, una preciosista y texturizada combinación –estimo bastante precisa, envolvente y personal– de jazz, funk, raíces folkies o post-rock, de aire tan estándar como innovador y que en disco se prolonga aún más a sonidos electrónicos. En formato de cuarteto, con bajo, guitarra y trompeta, el parisino afincado en Chicago, conocido como “científico del beat”, hijo a su vez de otro batería de jazz que llegó a tocar con Archie Shepp y una cantante folclórica húngara, apeló a estos instantes de realidad musical cara a cara en unos tiempos peligrosos y con exceso de pantallas. Todo un lujo para el disfrute de unos pocos. Javier Corral “Jerry”
Última jornada. Citando al gran Dominique A, “hasta que el cuerpo aguante”. Encontrarse de inicio con un grupo favorito allana el camino. Hidrogenesse –en pleno proceso de terminar su nuevo álbum musicando poemas de Álvaro Pombo, del que tocaron el single reciente “Imaginado es todo”– realizó un concierto más directo, con un sonido potente y con menos matices que en otras ocasiones, adaptándose al entorno de un festival. Alternaron algunos de sus hits como “Eres PC eres Mac” o “No hay nada más triste que lo tuyo” –con emocionante dedicatoria al fallecido DJ local Félix Daniel– con otras más de fan como la sinuosa “El árbol”. Manifestaron la emoción por compartir escenario con sus adorados Sparks, que tocarían después en el mismo escenario.
Los Pirineos parecen ser una frontera más sólida que el propio océano Atlántico. L’Impératrice, banda gala con más de tres millones de oyentes en Spotify no son muy conocidos por estos lares. Su propuesta, en cambio, suena familiar, puro french touch. Les vale el “Get Lucky” de Daft Punk y “Magic Fly” de Space para construir una carrera. La nueva cantante del grupo, Louve, se desenvuelve bien en temas como “Me da igual” o “Voodoo?”. La banda es eficiente, pero falta ese ingrediente especial que distingue a los elegidos.
Había cierta incertidumbre y cejas enarcadas, entre los asiduos al festival, ante el hecho de que una megaestrella del pop comercial de décadas pasadas como Kylie Minogue fuera la cabeza de cartel del sábado. El hecho es que, ya de salida, demostró ser el concierto con mayor poder de convocatoria de esta edición. Y lo que se vio en el escenario sorprendió a más de uno, una puesta en escena muy profesional con banda de cuatro miembros y tres coristas al fondo. Y la australiana, espléndida sin recurrir a disimular su edad, al frente de un grupo de bailarines. Sonido apabullante –a la banda se sumaba sonido de producción– y una ristra de hits euforizantes, tirando de sonido Filadelfia y música disco. Es cierto que no está sobrada de voz y que las excelentes coristas la cubrieron en todas las subidas de tono y estribillos, pero su magnetismo –contabilizamos ocho cambios de vestuario– y canciones como “In Your Eyes”, su versión de “The Loco-Motion” –Carole King y Gerry Goffin para Little Eva–, “Can’t Get You Out Of My Head” o la todavía reciente “Padam Padam” pavimentaron su triunfo.
El ambiente cerrado de la carpa del festival era el sitio idóneo para el desenfrenado techno-punk de los londinenses Fat Dog. Su debut en LP, “WOOF.” (2024), no alcanza a reflejar lo que ofrecen en directo, de sonido más orgánico y denso, en formato banda y con un líder magnético como Joe Love, bajando del escenario a pie de público desde el primer tema. Una especie de Shaun Ryder al mando de un combo que convoca a favoritos de la ruta valenciana como Front 242 o The Sisters Of Mercy con energía a lo The Stooges –salvando la sideral distancia– y que no tiene reparo en tirar de cierto mal gusto, épico progresivo o techno-ska para subir a tope las revoluciones. El refinamiento no es lo suyo, pero el desenfrenado pogo que absorbía a cada vez más incautos dejó constancia de que venían a ganar por lo civil o por lo criminal.
En el segundo escenario más grande del recinto, The Blessed Madonna ofreció un set de DJ rodeada en el escenario por un centenar de danzarines fans para dar sensación de Boiler Room. Abajo, en el lado del numeroso público, no era tan fácil bailar, y más con la disposición de estar todos mirando hacia las pantallas para simplemente ver a la productora estadounidense manipulando las ruedas y controladores de su mesa. El sonido y el brío de su disco house celebratorio ponían de su parte, pero si alguien prefiere sentirse como en un club y bailar como un maldito es mejor adentrarse en el Basoa. A estas horas el prestigioso DJ alemán Roman Flügel imparte una lección del mejor techno de las últimas décadas, sin pantallas ni exhibicionismo. Suenan misiles como “Voodoo Fire” de Voodoo Transmission y todo el mundo baila sin levantar el cuello para ver quién está a los mandos. Una señora sesión de baile. Donde empezamos el jueves, terminamos el sábado, y colorín colorado… Pepe Nave