La voz de la conciencia en un mundo cruel. Ilustración: Pepo Pérez
La voz de la conciencia en un mundo cruel. Ilustración: Pepo Pérez

Editorial

Kendrick Lamar: larga vida al rey

Concierto de Kendrick Lamar el pasado sábado en París, dentro de su gira “The Big Steppers Tour”, que se pudo ver en streaming a través de Amazon Prime Video: extraordinario desde cualquier punto de vista. Lo explicamos aquí.

E

l pasado sábado, 22 de octubre, día en que se cumplían diez años exactos de la publicación de “good kid, M.A.A.d city” (2012), Kendrick Lamar demostró públicamente (una vez más) lo que ya sabíamos desde hacía tiempo: es el artista más destacado de la última década, el mejor de su generación; con diferencia (ya hace tiempo que superó a Kanye West, sí).

En el segundo concierto celebrado en el Accor Arena de París de su “The Big Steppers Tour” –quinta gira en su carrera; no pasará por España tras su inicio en Milán el 23 de junio y con final previsto en Auckland el 17 de diciembre–, retransmitido en directo por Amazon Prime Video (y disponible en la plataforma; realización impecable de Dave Free y Mike Carson), Lamar deslumbró con un show que, probablemente, dejó en evidencia todos los lives históricos de hip hop del mundo mundial (Public Enemy aparte; lo de Chuck D y compañía era otra cosa: esencia rock).

Con su visceralidad, energía y vitalidad acostumbradas, combinadas con su elegancia natural –consiguió que su tamaño se proyectase más allá de su altura; “Como pode o kendrick lamar o homem com 1,68 de altura ser o major do mundo”, se preguntaba la usuaria de Twitter katarina–, Kendrick Lamar y su descomunal flow rompieron el molde de lo que acostumbramos a ver en las actuaciones de hip hop. Muy pocos artistas, incluso los buenos, suelen salirse de la norma fácil de una supuesta ley del mínimo esfuerzo que, a fuerza de insistir, se ha tomado como estándar de actuación sobre las tablas en el mundo rap (aunque, por suerte, siempre hay excepciones; los implacables Run The Jewels, por ejemplo).

Con una imaginativa escenografía simple y elemental que se asemejaba a la utilizada en la gira de Rosalía (también sin músicos ni DJs en escena), pero con un muchísimo mejor aprovechamiento visual y coreográfico de los pocos y estilizados elementos dispuestos, ya fuesen bailarines (siete hombres vestidos de negro, cuatro mujeres vestidas de blanco), un piano, una cama, una silla, linternas o un cubo gigante y transparente que se elevaba con él dentro, Lamar –que, en cualquier caso, se bastaba solo para mostrarse portentoso– arrasó a todos los niveles, contagiando admiración ante lo visto. Remarco esto: es difícil asombrarse ante un concierto (o una actuación) en directo por televisión. Pocas veces ocurre. En mi caso, este show me retrotrajo al efecto experimentado disfrutando del descomunal Prince en 1988 (desde Dortmund) o a la estelar Madonna en 1987 (desde Turín), cuando en TVE se dignaron a ofrecernos sus conciertos en sus exactos momentos de gloria. También a alguna performance de una imparable Celia Cruz o un iluminado Camarón en ciertas galas televisivas. O a algunos de los recordados conciertos de “La Edad de Oro” (1983-1985). También podría valer el “Racine carrée Live” de 2015 (desde Montreal), de Stromae (disponible en Vevo). Pocas veces se logra traspasar el efecto catódico de la pantalla y recibir el impacto de las vibraciones sin estar presente en el recinto. Esta fue una de ellas. Totalmente.

Cartel del concierto retransmitido en directo desde París.
Cartel del concierto retransmitido en directo desde París.

El músico Terrace Martin decía en Twitter: “As I sit here and watch this Kendrick Lamar concert. I’m asking myself what are the rest of y’all going to do? He is the best”. Y el usuario Bauhasaurus, arquitecto, apostillaba: “Es lo mejor que le pasó al hip hop en los últimos 20 años. Musical, social, cultural, artística, narrativa y estéticamente. No alcanza ninguna escala de registro ante sucesos naturales para medirlo”.

¿Exageraciones? No, en absoluto. Como ya sabíamos de las otras tres veces que pasó por aquí –Primavera Sound 2014, Cruïlla 2015 y FIB en 2016–, Kendrick lo bordó, pero esta vez fue muchísimo más enorme, muchísimo más impactante; diría que muchísimo más trascendental: his-tó-ri-co. El golpe sobre la mesa para determinar un nuevo nivel de exigencia artística o universal. Quien quiera acercarse, si lo consigue, obtendrá la recompensa de pasar a los anales del arte musical para siempre. Porque, por supuesto, Kendrick es ya uno de los músicos más importantes de la historia.

Aparatosamente embutido en cuero, vestido con prendas tomadas de la última colección del difunto Virgil Abloh –el que fuera influyente director artístico de Louis Vuitton hasta su muerte en 2021 (y que ya había trabajado para Kanye West)–, Kendrick jugó y ganó entre sombras. Sus movimientos marciales (con un aire a la tropa castrense de los Security Of The First World de Public Enemy, pero con la esencia ética de Forest Whitaker en “Ghost Dog, el camino de samurái”) y sus casi-tropezones extravagantes (un poco, sin querer, a lo Chiquito de la Calzada) no desmerecieron ni un ápice su elegancia, ya fuese zapateando, que lo hizo, ya fuese ladeándose acompasadamente. Lamar dominó el frío escenario –gran cortina blanca y amplia pasarela también blanca, que asemejaba un desfile de moda con espectadores a los dos lados– con una facilidad pasmosa, con una autoridad y jerarquía propias de los verdaderamente grandes.

Arrancó con la frenética “United In Grief” sentado al piano y, acto seguido, echó mano de un muñeco ventrílocuo para rematar su terapia de choque antes de escuchar la voz grabada de la actriz Helen Mirren, su supuesta terapeuta, recriminándole que había estado 1855 días viviendo en su zona de confort; el período comprendido entre “DAMN.” (2017) y “Mr. Morale & The Big Steppers” (2022). Hora de espabilar, pues.

Y se lanzó con “N95”, con el público intentando cantar con él, circunstancia que se repitió en muchas de las canciones. “Follow me”, sugirió repetidamente a lo largo del concierto para que el público lo siguiese enfervorizado.

“Mr. Morale”, interpretado con Tanna Leone.

El dictamen terapéutico de Helen Mirren volvió antes de “HUMBLE.”. Y antes de “DNA.”. Hablamos de un hombre que se presentó en 2022 con una obra en la que, tras cinco años desaparecido, se abría en canal, sintiéndose frágil y explicándolo como ningún rapero había hecho jamás. El profético “Mr. Morale & The Big Steppers” es una extraordinaria cura de humildad y vulnerabilidad tras sus episodios previos: “cómo sobrevivir en Compton y no morir en el intento” siendo auténtico (o queriendo serlo), cómo procurar una banda sonora consciente para describir la Era Obama en su país o cómo lanzar temáticas que, por su filosofía existencialista, acabarían en manos del movimiento Black Lives Matter. Con su portentosa visión panorámica narrativa-cinematográfica, Kendrick, contradictorio como cualquier ser humano vulnerable, ha reinventado un género musical que se sirve del p-funk, del soul o del jazz para llevar el hip hop a la cumbre y enmarcarlo con letras de oro. En este caso, sustentado en cristianismo y psicoanálisis, poderoso torbellino interno, para nombrar lo innombrable en un doliente tono confesional (como explicaba Frankie Pizá en este brillantísimo artículo).

En su repertorio, trece piezas de “Mr. Morale & The Big Steppers”, cinco de “good kid, m.A.A.d city”, cuatro de “DAMN.” –aunque metió también intros como cuñas previas en otros temas: fragmento de “LOYALTY.” al final de “King Kunta” y fragmento de “LUST.” al final de “Die Hard”– y dos de “To Pimp A Butterfly” (2015). También interpretó, en el cierre, tres canciones de uno de sus dos teloneros, Baby Keem –de su disco “The Melodic Blue” (2021)–, junto a él; y con el otro telonero, Tanna Leone, se repartieron “Mr. Morale”, la canción que ya habían grabado en el disco.

Riguroso con él mismo, descomunalmente intenso, agitado pero sin perder el control y, al contrario que lo que muestra en sus letras, sin una sola duda sobre cómo afrontar un show mayestático, Kendrick se coronó como la estrella mundial del momento: atroz, feroz, acelerado, radiante: brutal. Llenando el escenario él solo –la mayor parte del concierto– ante 20.000 espectadores, moviéndose abruptamente pero con groove para coreografiar la magia de una letras nada complacientes, entre proyecciones y luces creando ambientes generalmente oscuros, Kendrick mostraba por momentos el carisma de Omar Little (Michael Williams, también fallecido en 2021) en “The Wire”: atención a los más de dos minutos de silencio, de pie, concentrado, atento a los rugidos del público, antes de emprender “Money Trees”, que introdujo recordando el décimo aniversario del disco que le abrió las puertas del éxito. Porque desde “good kid, M.A.A.d city”, diez años transcurridos, todo ha sido ascendente en su carrera. Y esta gira está siendo la pieza maestra que certifica su grandeza. Inconmensurable espectáculo. No se lo pierdan. Porque Kendrick es el rey de la música actual. No hay nadie mejor que él ahora mismo. ∎

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