Álbum

Fontaines D.C.

Romance32 County Love Train-XL-Popstock!

La trampa que ha terminado siendo la impactante y directísima “Starbuster” con “Romance” ya entre las manos –finalmente muy poco definitoria de la dirección general del cuarto álbum de Fontaines D.C. con su urgencia y un Grian Chatten casi rapeando en pleno ataque de pánico– sí define sin embargo la voluntad decididamente aniquiladora de las expectativas que adoptan los dublineses: su misión aquí no es otra que asegurarse definitivamente de que nadie ose etiquetarlos, de ir diametralmente en contra de lo que cualquier fan de las guitarras espere de ellos y de seguir afianzando su propio sonido a base de interiorizar –sin la obligación de profundizar en demasía– sonidos colindantes. Por eso “Bug” tiene esas cosas que tenían algunas canciones de The Smashing Pumpkins, que de repente algo podía recordarte a artistas tan diametralmente opuestos como Manu Chao. Así, retazos de electrónica –inspirados, dicen, en artistas como Sega Bodega o Shygirl–, de emo, un beat de hip hop o sobre todo brumas dream pop recorren de principio a fin un trabajo que en cierta manera es experimental para una banda de rock alternativo de su calibre y alcance, que incluye un Frankenstein como “Motorcycle Boy”dreamy y extraña, con esos pianillos desafinados y ese fondo que juega con distintas texturas electrónicas– y que no se explica sin Londres y sus sonidos, pero tampoco sin una cada vez más interiorizada intención global.

Si en “Skinty Fia” (2022) el quinteto no terminaba de abrazar su por entonces nueva londonalidad, dejándose llevar por la nostalgia y mostrándose en cierta manera descontentos y en posición de rechazo, “Romance” los ve desarraigarse definitivamente. Ahondar más en la vis grunge que han ido dejando vislumbrar a lo largo de los años, y en la que se subliman a sí mismos con la nirvanera “Death Kink” o en “Here’s The Thing”, un particular homenaje al rock alternativo radiofónico estadounidense de los noventa –y una canción que perfectamente podría haber producido por entonces Steve Albini– que de algún modo confirma su intención evidente de hacerse big in the U.S.A. Desarrollar y afinar su sensibilidad pop para hacerla coincidir con unas ambiciones masivas que los conectan con la tradición art rock de estadios, y que traslucen no solo en su fichaje por XL o en que hayan escogido por primera vez como productor a James Ford, también en canciones como “In The Modern World”, himno pop entre vientos que cruza a Blur con Arcade Fire sobre una cinta del “Born To Die” de Lana Del Rey. Y cambiar, además, las referencias y los localismos por lugares comunes, conformando una oda a la capacidad prevalente del amor sobre todas las cosas, la cristalera ante el apocalipsis de “El club de la lucha” (David Fincher, 1999).

Es el amor lo único liberador para la angustia de Chatten que se adueña de “Romance” en sus primeros compases, representada en la oscuridad experimental que rodea al siniestro tema homónimo o en su propia voz, forzada y distorsionada, ahogada por momentos. En el romance hay esperanza: “Maybe romance is a place for me and you”. Y con la bandera del romance iniciará su propia revolución, pero cualquier intención malrollera e incluso violenta, cualquier arranque o actitud de encare por su parte, terminará quedándose en ladrido, terminará desinflándose. Al final Fontaines D.C. son unos chicos blanditos, emocionales. Unos románticos formados a base de idealizar el escapismo y la fuga, reconciliados tanto con sus orígenes como con su condición nómada y que admiran cómo en “Akira” (Katsuhiro Otomo, 1988) el amor es capaz de abrirse camino, como la vida en “Parque jurásico” (Steven Spielberg, 1993), contra todo pronóstico, con todo en contra, en pleno fin del mundo.

Todo ese romanticismo, poético y evocador, inunda el grueso de un álbum que en general tiende a apostar por la neblina, por el sfumato, por una etérea granularidad. Por momentos incluso llegan a las intensidades del emo, con una “Horseness Is The Whatness” que convoca algunos de los experimentos más extraños y minimalistas de Arcade Fire en ese decálogo del escapismo romántico que es “Neon Bible” (2007) y los funde con los My Chemical Romance de “The Black Parade” (2006). Pero las sombras que más sobrevuelan “Romance”, y que mejor lo definen, son las del dream pop, que florece por primera vez en los británicos a través de canciones como “Desire” o “Sundowner” pero en realidad extiende sus raíces en forma de guitarras inundadas en reverb, efectos alucinógenos, coros, cuerdas o baterías en formación de marcha por prácticamente todos los temas.

Al final, por si quedara alguna duda de que para Fontaines D.C. siempre habrá algo en lo que creer y algo por lo que luchar, “Favourite” disipa todas las nubes con su homenaje obligado a la feliz melancolía de The Cure. Un destello de esperanza en la oscuridad, un caramelo, una joya de jangle pop, es también la clausura de un trabajo valiente en el que los dublineses demuestran ser una banda capaz de expandir disco a disco sus límites sonoros sin traicionar una identidad que ya se ha probado sobradamente mutante, sorprendente y en algunos aspectos –especialmente ese enfoque contemporáneo que incorpora la nostalgia tan naturalmente como si esta operara en presente– excepcional. Sin inventar nada, Fontaines D.C. se han convertido, quizá, en el grupo que mejor define hoy el mundo desde los ojos de lo que tradicionalmente entenderíamos por banda de rock. Las guitarras que mejor narran, a gran pantalla y para todos los públicos, el apocalipsis de nuestra civilización. ∎

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