Cuando uno está fondón y fuma más que una coracha, ciertas cosas de la vida que en principio no deberían entrañar dificultad alguna se convierten en una pequeña hazaña. Verbigracia, llegar a un cuarto piso sin ascensor… pero con bajos y entresuelo. Es en estas alturas del Eixample barcelonés donde habita Enric Casasses (Barcelona, 1951), poeta que ha revolucionado e influido como nadie en el actual panorama en lengua catalana. Lo ha hecho componiendo los versos reflejados en una abundante obra escrita, y también diciéndolos desde la tarima o el escenario.
Casasses –que es asimismo narrador, dramaturgo y traductor– ha merecido entre otras distinciones el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes 2020, otorgado por Òmnium Cultural. Al concederle el galardón, la mencionada entidad alabó las virtudes de una obra que “abarca desde la poesía trovadoresca hasta el surrealismo más psicodélico, haciéndolo suyo y consiguiendo un estilo propio e inclasificable con reminiscencias del movimiento dadá, el Barroco, el Renacimiento y la cultura más underground, sabiéndose reflejar también en los grandes autores de la literatura catalana”.
Es mediodía, y en casa de Enric suena una lavadora de fondo. Sobre la mesa, artículos de fumador. A lo largo de una hora larga de conversación, saldrán a colación punks y trovadores, flamencos, maestros de métrica y cómplices varios. También retales de vida, como una bonita casualidad acaecida en el Londres de los setenta.
“Yo creo”, nos dirá en algún momento, “que por mi mal oído musical me he quedado en poeta. Si no, tal vez me habría hecho cantador”. Pero aparte de palabras e imágenes, los poetas trafican con cosas como el ritmo… ¿Sería correcto decir que también hacen música?: “De alguna manera sí, evidentemente. Es famosa la respuesta de Mallarmé cuando le dijeron que Debussy pondría música a no sé qué poema suyo: ‘¿Que le pondrá música? ¿Es que acaso no la tenía ya?’”.
Con todo, Enric Casasses también ha sido músico instrumentista. En concreto, formó tocando el triángulo en la Bel Canto Orquestra de Pascal Comelade, que en una ocasión lo definió como “el Tete Montoliu” de tan equilátero instrumento. La cosa arrancó en tiempos preolímpicos: “Yo creo que en una época Pascal tenía la idea de hacer una orquesta con instrumentos de juguete y también músicos de juguete. Yo era uno de ellos. A la que Pascal conocía alguien, lo invitaba a tocar con la Bel Canto. A mí, primero me dio un xilófono… pero yo iba de culo, y eso que me había marcado con rotulador las teclas que eran. Luego pasé a los platillos y, finalmente, al triángulo”.
Las cosas siguieron así durante años, hasta que ambos artistas decidieron darle una vuelta de tuerca al juego: “Yo tocaba el triángulo con la orquesta y hacía recitales de poesía por mi cuenta, hasta que un día entramos un poema en un concierto suyo. Enseguida montamos el formato, es decir, Pascal tocando sus músicas y yo recitando los poemas que quería”. Tiempo después, el invento cristalizaría en dos discos espléndidos: “La manera més salvatge” (Discmedi, 2006) –fue pletórica su presentación en el Teatre Grec de Barcelona al año siguiente– y el CD + DVD “N’ix” (Discmedi, 2010).
No son los únicos registros en el haber del poeta. Por abarcar dos extremos temporales, citaremos trabajos con otros músicos como “El pa de navegar” junto a Manel Pugès (Zanfonía, 1999) y “Orbiten” con Don Simón i Telefunken (La Casa Calba, 2020). Pero la relación con Comelade es la más duradera y especial de cuantas ha mantenido con un músico. “Pascal es uno de los tíos más inteligentes que conozco: una conversación con él siempre te aporta algo nuevo. También dibuja y escribe. Tiene cosas muy buenas como la ‘Enciclopèdia logicofobista de la música catalana’. Y los títulos de sus temas son pura poesía. A mi siempre me intrigó uno que era: ‘Marie, un faux-cil dans la transmission’. Hasta que un día, leyendo el ‘Tarántula’ de Bob Dylan, vi que había un capítulo titulado: ‘False Eyelash In Maria’s Transmission’. Era una referencia a Dylan…”.
Entre lo uno y lo otro, Enric Casasses siente una afinidad absoluta con Comelade: “Tengo la impresión de que Pascal hace lo suyo y yo lo mío, pero que de jóvenes habíamos trabajado en la misma cantera. Él tiene su estilo y yo tengo el mío, pero la cosa siempre cuadra”.
En 1965, nuestro poeta tenía 14 años y ocurrió lo siguiente: “Mis padres compraron el primer tocadiscos. Recuerdo cuando llegaron con el aparato y dos discos pequeños: uno de Louis Armstrong y otro de Georges Brassens. Algo después apareció un Ray Charles muy cañero. Y enseguida comencé a comprar discos de los Kinks o de los Beatles. Después de comer, antes de regresar al colegio, me ponía el ‘Face To Face’ de los Kinks y salía de casa con energía”. Su tema preferido del mencionado álbum era “Dandy”: “Oía lo de ‘dandy, dandy…’ y pensaba ‘mira, como yo’… Yo qué sé, flipaba mucho”. Casasses se ríe cuando recuerda que una crítica publicada en la época hablaba de “la violencia de las guitarras” refiriéndose a este álbum.
El grupo de los hermanos Davies le interesó especialmente porque en sus canciones “no había tanto ‘yo-yo-yo’ como en otros grupos de la época. Contaban historias como la de este dandi o, en ‘Sunny Afternoon’, de un tío que se lo ha vendido todo y no sé qué. Lo veo un poco como music hall inglés… la ironía, el explicar historias, eso fue lo que me entró más”.
El anteriormente mencionado Georges Brassens también hizo mella en aquel joven: “Brassens es mi maestro de métrica. Miras sus versos y son perfectos. Yo había empezado a aprender francés con los turistas de L’Escala a los 6 años, cuando me hice amigo de un niño. La segunda lección de francés fueron los tebeos de Spirou que pillaba en una librería de la esquina. Y la tercera fue Brassens”. Del cantautor de Sète destaca “la gracia con la que dice las cosas, la actitud que pone, el amor y el humor que van juntos, todo ello dicho con una métrica y una perfección retórica magnífica”.
En la conversación afloran también los nombres de Brigitte Fontaine, Higelin, Areski Belkacem, Brel, Léo Férre… “Soy un afrancesado como reacción contra el franquismo español”, indica. “Me pasé a ‘Le Journal de Spirou’ para dejar de lado ‘Mortadelo y Filemón’. Cuando leía tebeos y cosas para niños del franquismo todo tenía un aire caliente, sudado, viscoso y repelente. Por eso empecé a leer cosas que al menos venían de otro lado y eran más abiertas”.
En esas primeras audiciones de adolescencia, Enric Casasses halló también una pista determinante. “Un día escuchaba una cosa de Pete Seeger y mi tío dijo ‘esta canción’ –era ‘A Hard Rain’s A-Gonna Fall’– ‘es de un joven que se llama Bob Dylan que dicen que es bueno’. Fui a la tienda de discos a preguntar por este tío y al principio me contestaron que no tenían nada. Pero al cabo de un rato me dijeron ‘bueno, espera un poco’. Sacaron de la trastienda un ejemplar de importación de ‘Bringing It All Back Home’ y les pedí si podía escuchar un trocito del disco. El primer tema era ‘Subterranean Homesick Blues’, y después de escuchar solo un par de acordes lo compré. Fue un regalo para mi hermana, pero como los dos vivíamos con nuestros padres…”, sonríe, antes de valorar la concesión del Nobel al norteamericano: “Hombre, el Premio Nobel tiene un valor relativo. De vez en cuando hay cosas muy buenas y a veces otras que, mira… Pero está bien que se lo dieran. Dylan es un escritorazo. Las referencias históricas y literarias que hay en su producción de las últimas décadas es bestial. Y, por otro lado, la creatividad de sus primeros años es una explosión innegable”.
Enric Casasses es un dylaniano de pro para quien la dimensión mundial de la obra del trovador no es incompatible con el localismo estadounidense, como enfatizó en un artículo publicado en la prensa barcelonesa coincidiendo con la última visita del músico a la ciudad. “Gracias a Google puedo descifrar referencias a personas concretas muy conocidas en Estados Unidos que eran, por ejemplo, un locutor de la tele”. El ultralocalismo como trampolín para alcanzar lo universal ha sido reivindicado por artistas como, por ejemplo, Salvador Dalí. ¿También lo reivindica nuestro interlocutor? “Mira, cada creador es un experimento diferente”, considera de entrada. “Pero yo creo que en general tener un lugar que conoces bien, en el que hablar desde dentro y en su idioma, es una cosa rica. Lo cual no significa que no pueda haber otras actitudes, que también existen y son muy potentes”.
El mundo es un pañuelo, y Barcelona uno no muy grande. Lo digo porque resulta que Enric Casasses era primo del añorado Pau Riba, a quien vio actuar por primera vez en una reunión familiar cuando este aún no había sacado ningún disco: “Era en casa de mis abuelos. Cantaba una canción que hablaba de ‘un capellà cap allà cap a Capellades’ o algo así, y pensé ‘¡mira este!’”.
Aún así, la relación entre ambos no se estrechó hasta unos años después, tras la audición del segundo volumen de “Dioptria” (Concèntric, 1970). “Escuché la canción del ‘jardinet dels lliris’ (se refiere a “Simfonia núm. 3 (D’un temps, d’uns botons)”) y me subió la inspiración. De modo que le escribí una carta bastante larga medio contándole la vida: le decía que estaba en la Universidad y tal… y al final de la carta le preguntaba dónde estaba exactamente ese ‘jardinet dels lliris’”. No tardó en llegar la respuesta de Pau Riba, que en aquel momento vivía en Formentera: “He perdido la carta que me mandó”, se lamenta el poeta. “Era muy bonita. Había un dibujo del símbolo pirata hecho con tinta de colores y acababa diciendo: ‘Bueno, eso de la Universidad no será tan importante como para que no vengas a pasar un par de semanas a Formentera’. Y, claro, fui a visitarlo…”.
El paso de Enric Casasses por la universidad fue fugaz: se matriculó un año en Matemáticas y el siguiente en Filosofía y Letras, pero en ambos casos no pasó del primer curso. En cambio, cimentó una sólida amistad con Pau Riba, de quien sigue hablando en presente. Además de su importancia e influencia en nuestra canción, destaca de él “su espíritu”, que ha sentido vivo en fechas recientes en el transcurso de un tributo al artista acaecido en el Convent de Pontós, un centro creativo sito en el Empordà en el que siempre pasan cosas bonitas. “Hubo un momento en que la banda empezó a empalmar canciones de Pau en un ‘medley’, y fue fantástico. Estabas bailando y de pronto oías a toda la gente cantar: ‘maaama-neeeeeen!’. Todo el público estaba en un estado de euforia, una exaltación y una alegría enormes”. No puede haber mejor legado.
El bonito día que Franco estiró la pata, Enric Casasses estaba en Inglaterra, en calidad de miembro de “la última hornada del exilio. Me acusaban de pertenecer a grupos anarcos. Y, bueno, en algunos grupos sí que estuve más o menos implicado, aunque yo no pasé de tirar cuatro panfletos y hacer una pintada un día. Los militares, para putearme, me querían mandar hacer la mili en la Policía Territorial del Sahara, que entonces era español”, nos sitúa.
Tras la muerte del dictador, permaneció en la isla hasta que pudo acogerse a la amnistía. Y lo cierto es que el poeta no recuerda para nada con amargura los tres años que pasó expatriado: “Primero estuve una temporada en Francia, hasta que estuvieron listos los papeles para pasar a Inglaterra, donde quería ir porque tenía alguna amistad. Fue una época muy buena, aquella, muy enriquecedora”. Recuerda a un colega que, por las noches, “siempre ponía música clásica o T. Rex, sobre todo ‘Solid Gold Easy’, aunque en realidad a este grupo lo descubrí bien post mortem”, ironiza.
Entre todas las aventuras vividas en la isla, una noche inconcreta, encontrándose en Londres, ocurrió que “por puta casualidad vi un concierto de los Clash cuando todavía no habían sacado su primer disco. Estaba con un colega, fuimos allí para ver qué era esa onda nueva de la que hablaban… y me topé con esa indumentaria punk que no había visto nunca, esa manera de vestir entre nazi y Rimbaud, entre lo feo y lo guapo. Ya te digo, fuimos al concierto por casualidad, y allá estábamos dos hippies colgados…”. Entonces, ¿era hippy Casasses?: “Bueno, me lo empezaron a decir los punks…”.
El debut discográfico de los Clash, en 1977, ya le pilló en Barcelona, coincidiendo con “el momento no de descubrir, pero sí de entrar a fondo en los trovadores… Y vi que no había diferencia entre lo uno y lo otro. Podemos hablar de calidad literaria, de música y de lo que quieras, pero lo de los trovadores eran canciones y lo de los grupos punk eran canciones. Técnicamente es lo mismo: versos, sílabas, rimas asonantes o disonantes, a veces un refrán al final de cada estrofa… ¡Es lo más viejo del mundo! La pintura ha evolucionado mucho, pero la canción es la de siempre. Ha evolucionado en cuanto a arreglos e instrumentación, pero en cuanto a la forma de la letra, la estructura, estamos igual”. Moraleja: “En los trovadores ya está todo”.
La lavadora de Enric ya hace rato que centrifuga cuando hablamos de otro de sus paisajes vitales: Gràcia, donde vivió a mediados de los ochenta, cuando este barrio barcelonés todavía no había sucumbido a la actual gentrificación y tomaba vida un underground de música experimental –Macromassa, el sello G3G…– con el que ha estado siempre en contacto. En paralelo, en esa época también tuvo “una entrada muy fuerte con la rumba y el flamenco, aunque es cierto que últimamente no estoy tan metido como antes”.
Situados en esta coordenada, señala su admiración por el Rey Peret, especialmente “con la producción en catalán que tiene, que en conjunto no es mucha, pero es magnífica”. Se refiere a temas como el divertidísimo “De cap a la palla”, el “El mig amic” o una “Estem fotuts” de la que le placen especialmente “unos arreglos que para mí son layetanos, además de que la canta riéndose todo el rato, aunque sin que nunca resulte forzado. Cantar llorando es más habitual, pero riendo ya cuesta más…”, reflexiona. En esta fascinación pesa lo suyo el manejo del idioma por parte del artista gitano: “Peret tiene un catalán brillantísimo. Me interesa el léxico, claro, pero sobre todo su acento, la manera como pronuncia, que no es de escuela ni de filología. Es natural, es de la calle, y es bueno”.
Saltando al flamenco, muestra también el poeta su fascinación por El Cabrero, cantaor que ha visto en directo varias veces: “Un día fui a verlo a un parque de atracciones, Isla Fantasía o un lugar así. En realidad era un concurso con niños y niñas que imitaban a Michael Jackson o a Lola Flores, y El Cabrero solo cantaba un poco en el intermedio. Salió él solo con la guitarra, cosa rara, y al poco rato se levantó de la silla para dar instrucciones al técnico de sonido que había en un lateral del escenario. Y al regresar, dijo: ‘Ustedes perdonen, es que a veces el cencerro impide que uno oiga sus propias palabras’. Menuda metáfora…”.
“Para mí”, prosigue, “El Cabrero es una especie de anarco andaluz con una energía que me gusta mucho. Eso sí, no va de buscar nuevas formas. No es como Camarón, Pata Negra, Enrique Morente o El Lebrijano, que hicieron experimentos musicales muy buenos. Él canta el fandango como se había cantado siempre, pero lo interesante en su caso es precisamente la actitud y el contenido de lo que canta”.
La lavadora ya está en silencio. Habrá que ir a comer. ∎
Peret “De cap a la palla” (de “De cap a la palla”, 1981)
Sham 69 “Is This Me Or Is This You?” (de “That’s Life”, 1978)
Ovidi Twins i La Primitiva de Dub “Grills” (de “Animalets”, 2013)
Adrià Puntí “L’amor i l’humor” (de “La clau de girar el taller”, 2015)
Georges Brassens “La complainte des filles de joie” (de “Le temps ne fait rien à l’affaire”, 1961)
T. Rex “Rip Off” (de “Electric Warrior”, 1971)
Blay Tritono “Montblanquet” (de “Clot 20”, 1976)
Chris Knox “The Pulse Below The Ear” (de “Beat”, 2000)
Bob Dylan “False Prophet” (de “Rough And Rowdy Ways”, 2020)
El Cabrero “Sabiduría” (de “A mí me llaman Cabrero”, 1980)
The Kinks “Dandy” (de “Face To Face”, 1966)
Orchestra Fireluche & Pau Riba “Per què fer res” (del EP “Ataràxia”, 2019)
Brigitte Fontaine “Cet enfant que je t’avais fait” (de “Brigitte Fontaine est… folle”, 1968) ∎