Así, el setlist fue una montaña rusa llena de picos de tensión y posteriores momentos de silencio: del cielo al infierno, y de vuelta. “Willoughby’s Theme” abrió la noche como un salmo distorsionado, con un piano clásico que iba dando paso al grano que ocupó gran parte del show. Luego, “Janie” introdujo el tono confesional, si bien en “Fuck Me Eyes” llegó el primer momento de comunión real: los coros del público tapaban su voz, y por primera vez se intuía a Hayden bajo la máscara de Cain, dando paso a una personalidad nada gótica que disfrutaba pasando la voz cantante al público. “Nettles” cambió el clima: guitarras envueltas en reverberación y una estética que recordaba a Mazzy Star si hubiesen crecido en una iglesia baptista. A partir de “Dust Bowl”, sin embargo, el ambiente se volvió mucho más denso: el sonido se expandió hasta el techo y en “Vacillator” estalló del todo. El tema, mezclado con fragmentos de “Perverts” y “Houseofpsychoticwomn”, fue una pieza de noise controlado. Tras la tormenta, “A Knock At The Door” devolvió el silencio. Luego vinieron “Radio Towers”, “Tempest” y “Sun Bleached Flies”, que cerraron el bloque principal con una sensación de calma incómoda, a medio camino entre la fe, la desesperación y el revival de la cultura gótica. Los bises siguieron el mismo hilo, pero con un tono más íntimo. “Family Tree” recuperó el espíritu de “Preacher’s Daughter” (2022), el álbum que encumbró a Cain, y “Crush” y “American Teenager” cerraron la noche como guiño a su debut, un recordatorio de que, pese a toda la imaginería religiosa y el barro, Cain sabe escribir canciones pop.
Ver a la norteamericana en directo es pensar en su parecido inevitable con Florence Welch: misma teatralidad corporal, idéntico magnetismo de predicadora. Pero donde Florence busca redención, Hayden se refugia en el ruido. A lo largo de algo menos de dos horas, la artista convirtió el Teatro Eslava en una iglesia maldita de distorsión, culpa y eco metálico. Al salir, quedaba la sensación de haber asistido a algo incómodo, imperfecto y, por eso mismo, profundamente real. Al final, lo de Ethel Cain fue casi una misa antimisa, donde el doom más satánico se funde con el imaginario religioso en un ritual en el que nadie fingía ser normal. Ella intentaba esconderse entre capas de drone y distorsión, aunque no hacía falta. Todos los que estaban allí eran tan raros como ella, así que no hay nada que ocultar. ∎