Lana Del Rey: mariposa flotante. Foto: Òscar Giralt
Lana Del Rey: mariposa flotante. Foto: Òscar Giralt

Festival

Primavera Sound (31 de mayo /y 2): la aventura de los ritmos

Lana Del Rey fue la principal protagonista –infinita devoción ante la diva– en la noche de la segunda jornada de Primavera Sound. Pero hubo muchísimo más, con diversas acepciones del ritmo multiplicándose a lo largo y ancho del Parc del Fòrum: desafiantes, convencionales, inequívocamente festeras, metalizadas, superpoperas, mutantes… Cada cual pudo elegir su propia aventura, que es de lo que se trata.

Arca

La artista venezolana afincada en Barcelona ha completado un crecimiento meteórico desde sus inicios como productora diferencial para artistas de alto caché a diva del transpop y el pop rupturista. Demostró su imparable estatus en un escenario Amazon que no se le quedó grande, pese a recorrerlo de lado a lado en solitario, con la única compañía de un DJ que lanzaba las canciones desde algún punto fuera de plano. Arrancó fluvial, apegada al reguetón y a la música de baile rabiosa y no normativa. Jugueteó con su lado pícaro y sexual con un columpio BDSM y se lo pasó en grande con una pistola de humo. También convenció cuando basculaba hacia su faceta más sensible y emocional en temas de envoltorio robusto como “Reverie” o “Desafío”, que entablaron una fuerte conexión pese a las horas que marcaba el reloj. Regresó a los ritmos rotos y esquizoides para recuperar el baile y el descaro. Pero, ante todo, se resolvió con una emocionalidad dual, la que engarza el baile más desprejuiciado con la emotividad honesta de una artista sin igual que sigue definiendo el pop mutante; el del presente y el del futuro. Marc Muñoz

Arca: locura mutante. Foto: Óscar García
Arca: locura mutante. Foto: Óscar García

Barry Can’t Swim

Debe haber un motivo por el cual el músico, productor y DJ escocés Joshua Mainnie le puso a su proyecto el nombre más absurdo de todo el Primavera, pero qué más da que Barry no nade. En realidad nadie se hace preguntas porque esto es, desde el principio, un pacto innegociable con el baile. No le pides ninguna otra cosa a este show tan básico y gozoso en el que el trío –aparte del frontman con sus teclados hay una batería y una chica con otro buen set de sintes– trenza una capa con otra, hilvana tema tras tema y ahí nadie para de celebrar ese soul con dance y beats que se escucha en “When Will We Land?” (2023), debut del grupo con nominación al Best Dance Act en los últimos premios Brit. Triunfó en Coachella a principios de año y también aquí, en el escenario Cupra. Las noches del sábado están hechas para esto. Bruno Galindo

Barry Can’t Swim: dance sin frenos. Foto: Óscar García
Barry Can’t Swim: dance sin frenos. Foto: Óscar García

Brutus

Definitivamente Brutus es un trío metal, pero sus canciones son inclasificables. Casi todas ellas están formadas por fragmentos que terminan construyendo un tema. Liderado por una Stefanie Mannaerts de voz cruda, versátil y potente como sus golpes a la batería, poseen una base rítmica sólida junto al bajo de Peter Mulders, dejando al guitarrista de doce cuerdas Stijn Vanhoegaerden como acompañamiento o compartiendo labores melódicas. La banda belga es una máquina bien engrasada de cambios de dinámica –repentinos y perfectos– dentro de las composiciones: del punk al heavy metal en “Brave”, del post-punk al thrash metal y al post-rock en “Miles Away” y del heavy metal al metal progresivo y el post-metal en “Justice de Julia II”. Al terminar su turno en el escenario Steve Albini, Mannaerts se despidió antes que los otros miembros, dejándolos en un acople armónico que funcionó como outro de casi un minuto. Daniel P. García

Brutus: metal engrasado. Foto: Rosario López
Brutus: metal engrasado. Foto: Rosario López

Clipse

Tengo sentimientos encontrados cada vez que encaro un bolo de alguna leyenda del hip hop. No lo puedo evitar. Aprecio su magisterio, pero al mismo tiempo no puedo dejar de pensar en lo mucho que sus logros han sido superados –al menos en lo formal– con el paso del tiempo, algo que se aprecia más en este estilo que en otros de los que alimentan el tronco de la música popular. Recuerdo cómo a finales de los ochenta se le pronosticaba al género menos recorrido del que ha brindado en las últimas décadas, y no me queda otra que hacerme cruces. Todo aquello de lo presuntamente limitado de los ritmos y las rimas. Ja. Pero cotejo un vídeo perdido en YouTube del paso de Clipse por el Primavera Sound de 2008 mientras calibro su actuación de anoche y advierto pocas diferencias, aunque ahora rindan honores al monarca Kendrick Lamar en “Not Like Us”. Es lo que tiene vivir del nombre. Del crédito acumulado por Malice y Pusha T (quien tardó lo suyo en aparecer ayer en escena, por cierto), bien ganado a lo largo de décadas. En cualquier caso, el básico y sobrio set del par de hermanos tuvo punch y exudó autoridad old school. Fluyó con el aura de las grandes ocasiones, que por algo se anunciaba esta como su única fecha europea, y fue recibida y celebrada por un cuantioso y alborozado público en el escenario Amazon Music. Carlos Pérez de Ziriza

Clipse: nostalgia hip hop. Foto: Marina Tomàs
Clipse: nostalgia hip hop. Foto: Marina Tomàs

Demdike Stare b2b Raime

Primavera Sound siempre es espacio para celebraciones de todo tipo, y una de ellas marcaba el décimo aniversario de la primera colaboración entre los dúos británicos Demdike Stare y Raime, que siempre recorrieron, unos más hacia dentro y otros más hacia fuera, las mismas vías de electrónica gótica, ambient oscuro e implacable y ominosa IDM. Su set conjunto –o mejor, intercalado– en la Boiler Room x Cupra pasó por los tres estadios a lo largo de un intenso all night long que se prolongó hasta el amanecer. Pero, como marcan los ritmos –y las necesidades– de la noche, y más en un contexto como este festival maratoniano, el techno sirvió como hilo conductor, convirtiendo el espacio en un reducto enérgico entre tantas fiestas de la deconstrucción e invitaciones al pedo de ketamina. Diego Rubio

En el cara a cara Demdike Stare b2b Raime: deconstrucción y energía. Foto: Òscar Giralt
En el cara a cara Demdike Stare b2b Raime: deconstrucción y energía. Foto: Òscar Giralt

Disclosure

Los hermanos británicos Guy y Howard Lawrence han sido, desde comienzos de la pasada década, los principales responsables del resurgir de ritmos como el garage, el UK garage o el speed garage. Con un diseño visual tan sencillo como efectivo, Disclosure le dieron al play a su catarata de hits, que se vio reforzada en directo con percusión, máquinas y bajo en el escenario Estrella Damm. Momentos álgidos fueron la cabalgada funkoide de “In My Arms”, el deep house de “White Noise” con AlunaGeorge, “Help Me Lose My Mind” con London Grammar (por supuesto, las colabos estaban enlatadas), la poderosa mezcla de speed garage y R&B de “Simply Won’t Do” o el electrosoul de “Latch”, uno de sus temas con Sam Smith. Pero el plus de hedonismo y espíritu festivo llegó con ese cóctel de britfunk y ritmos afro que es “Tondo”, para el que contaron con un vigoroso trío de metales. ¡Fuego en la pista! Luis Lles

Disclosure: pista de fuego. Foto: Marina Tomàs
Disclosure: pista de fuego. Foto: Marina Tomàs

Hannah Diamond

Con una decena de lazos de buen tamaño repartidos por el escenario Steve Albini a modo de escenografía y las espaldas guardadas por un ágil DJ disparador de bases, la cantante, fotógrafa y artista visual británica premió a aquellos que no quisieron ir a ver a Lana Del Rey con una fiesta de dance pop muy fácil de digerir y muy disfrutable. Con la encantadora presencia de la cantante y su gran capacidad para los himnos, los mensajes de Diamond –de su primer disco,“Reflections” (2019), y de “Perfect Picture” (2023)– cabalgaron entre melodiosas fantasías sintéticas y ritmos gozosos. El público, extranjero y buen conocedor de todo aquello que sonaba, se entregó sin reservas. Hannah estuvo muy rosa –por algo “Pink And Blue”, su primer single, sigue en el repertorio–, muy girlie y a ratos un poco japonesa. Pop, muy pop. Bruno Galindo

Hannah Diamond: hyperpop de fantasía. Foto: Rosario López
Hannah Diamond: hyperpop de fantasía. Foto: Rosario López

Heavee

Me pasó lo mismo que con Mura Masa en la edición de 2023: está la Boiler Room x Cupra tan atiborrada de gente ya pasada la medianoche que no me queda más remedio que seguir lo que se cuece dentro de ella desde fuera, porque no cabe un alfiler, so pena de tirarme todo el bolo haciendo cola, y no sé hasta qué punto es fiable ese enfoque. Todo lo que ocurre ahí dentro es para sentirlo en el pecho, bien de cerca. Para sudarlo bajo su esfera, con el artista a pocos metros. O entras o te quedas un poco fuera, no solo físicamente. Y el efervescente footwork del músico y productor de Chicago demanda matices y merece mejor desglose que el que podamos calibrar desde esa concurridísima zona de paso que conecta la Boiler con el resto de escenarios. Hizo bailar a todo el mundo, eso sí. Aunque eso se daba por descontado. Carlos Pérez de Ziriza

Heavee: footwork y sudor. Foto: Marina Tomàs
Heavee: footwork y sudor. Foto: Marina Tomàs

HiTech

Los bolos de rap de madrugada en el Primavera Sound siempre son peligrosos porque son como la caja de bombones de la madre de Forrest Gump. El de HiTech cerrando el escenario Steve Albini en la noche del viernes fue de los caóticos, de los irregulares, pero al menos no de los inexistentes. Lo peligroso fueron, eso sí, las bases, una inclemente avalancha de maximalismo y clara proyección hiperconformada por guijarros de wonky, de juke, de club rap deconstruido y abstracto. Los de Detroit golpearon con todo pero sin aparente rumbo o dirección, con una aproximación que pecó de demasiado espontánea y que dejó demasiados huecos sin llenar, mientras los miembros se turnaban encima del escenario para coger el micrófono y dejaban el protagonismo al DJ, que en el fondo es la figura central de una banda que está resucitando el ghettotech y para la que lo importante es que el bass suene lo suficientemente amenazador. Diego Rubio

HiTech: maximalismo y abstracción. Foto: Òscar Giralt
HiTech: maximalismo y abstracción. Foto: Òscar Giralt

Jai Paul

El esquivo artista británico hizo su primer acto de presencia en el festival barcelonés para corroborar una entidad corpórea que algunos ponían en duda tras años de paradero cuestionado. Tras un inicio mal calibrado –especialmente su voz, que quedaba descompensada frente al sonido que emanaba de la eficiente banda que lo acompañó–, lograría imponerse con sus característicos falsetes y ese vocoder con el que cubría ciertos espacios en los que su voz se perdía. El soul-funk, synthpop y electro-funk que mastica se presumieron sensuales y chisposos sobre el escenario Cupra, con esa cortina sintética y los chasquidos metálicos que definen parte de su copyright sonoro. Por momentos se alineaba con The Weeknd y Blood Orange. En otros temas pareció tener en la mira a un Phil Collins pasado de azúcar. Pero volvió a sacar orgullo artístico y a recordar de dónde proviene su aura venerada por músicos y público con “Jasmine”, esa joya nu-soul que tantos han querido igualar. La encadenó con la no menos celebrada “BTSTU”. Superado el impacto inicial –e inevitable– que supone ver en persona al responsable de algunos de los hits más acaudalados de la última década, el directo de Jai Paul también dejó resonancia. Marc Muñoz

Jai Paul: seda y azúcar. Foto: Òscar Giralt
Jai Paul: seda y azúcar. Foto: Òscar Giralt

Lana Del Rey

Los 25 minutos de retraso sobre la hora fijada para que comenzara la actuación de Lana Del Rey en el escenario Estrella Damm no hicieron mella en los millares de asistentes. Ni una queja, ni un silbido. La mayoría ya estaban convencidos de que iban a asistir a un grandioso concierto, y así fue a nivel de puesta en escena. A Lana se le perdonó ese retraso, algo inhabitual en el Primavera Sound, porque se metió rápidamente al público en el bolsillo. Abrió con “Without You” y hasta el final de la actuación, 70 minutos después, la gente no dejó de corear todas las canciones. Sonó algo apagado, sin los múltiples matices que pueden encontrarse en los discos, aunque la voz de la estadounidense lo llena todo pese a parecer a veces un susurro. La acompañaron tres vocalistas espléndidas, que llevaron con ella algunos temas hacia un góspel-soul bellísimo: sentadas en sillas las cuatro, entonaron una magnífica “Did You Know That There’s A Tunnel Under Ocean Blvd” que fue el arranque de lo mejor del concierto… cuando llegaba a su final. Le siguieron “Norman Fucking Rockwell”, “Video Games”, la parte sucia y trap de “A&W” y “Young And Beautiful” como despedida antes de bajar del escenario y empezar a firmar autógrafos, hacerse selfis y repartir besos entre los asistentes de las primeras filas. Rostros emocionados y muchas lágrimas en los ojos: Lana Del Rey se ha convertido en un himno generacional. Consciente de ello, el concierto fue una colección de grandes éxitos: sonaron también “Summertime Sadness”, “Born To Die”, “Pretty When You Cry” y “Don’t Time”, su versión del tema de Sublime que utiliza el “Summertime” de George Gershwin. Repito, sin matices, como si la música estuviera supeditada a la representación escénica. Ahí juega ella sus mejores bazas en una mezcla de espectáculo de Broadway, película de Hollywood de los cincuenta, actuación de cabaré e imaginario lynchiano. Las tres coristas, cuatro músicos pulcros sin más, un grupo de bailarinas, coreografías con candelabros, pole dancing y nupciales, proyecciones de fondo, trajes y botas de lentejuelas, diademas, una moto cromada en medio del escenario, un columpio salido del edén imposible de “Cita en St. Louis” (Vincente Minnelli, 1944) y Lana Del Rey moviéndose como una delicada muñeca de porcelana que lanza sapos contra la cultura norteamericana. Quim Casas

Lana Del Rey: película entre susurros. Foto: Òscar Giralt
Lana Del Rey: película entre susurros. Foto: Òscar Giralt

Mabel

Las comparaciones suelen ser injustas. Más aún cuando vienen por vía sanguínea. Pero a veces son inevitables. Y lo de Mabel se me antoja tan distante (en audacia, singularidad, inventiva, personalidad) de todo lo que hizo su madre, Neneh Cherry (y ahí entra también la pionera caligrafía trip hop de las producciones de su padre, Cameron McVey), que lo único que me sugirió fue monotonía, y eso que estaba más que predispuesto a dejarme sorprender. La malagueña (de nacimiento: Alhaurín de la Torre) lleva tiempo siendo una más del concurridísimo batallón de aspirantes a diva del R&B británico, de ese pop bailable de amplio espectro que aspira a copar sus listas de éxitos, teñido de disco funk unas veces y de soul atemperado otras tantas, y su directo aún acrecienta más su escasez de punch. Su concierto en el escenario Pull&Bear me aburrió. Carlos Pérez de Ziriza

Mabel, eterna aspirante. Foto: Óscar García
Mabel, eterna aspirante. Foto: Óscar García

Mica Levi

A la responsable de algunas de las bandas sonoras más inquietantes y desasosegantes de los últimos años –como son las de “Under The Skin” (Jonathan Glazer, 2013), “Jackie” (Pablo Larraín, 2016) o “La zona de interés” (Jonathan Glazer, 2023)– no se la esperaba para un DJ set convencional. Levi arrancó con un ambient amorfo, como si especímenes desconocidos se colaran para malformar el sonido saliente. Poco a poco fue añadiendo más apuntes alienígenas y pidió la colaboración de una voz externa para desconfigurarla. Subió la temperatura del escenario Warehouse x Dice con bajos atronadores que comprometieron toda la estructura de hormigón del espacio cuando no deformaban los rictus de los intrépidos que se acercaban a las torres de altavoces. Sí se esperaba que en algún momento añadiera complementos cinemáticos a ese ambient opresivo. Poco a poco se fue abriendo a ritmos sincopados y desviados. Un techno arduo que sorprendentemente generó moderado entusiasmo entre los presentes, incluso cuando lanzó beats como ondas de calor. Un set anticlimático, marciano e indiferente a las previsiones de adaptación fácil. Marc Muñoz

Mica Levi: ambient incómodo. Foto: Óscar García
Mica Levi: ambient incómodo. Foto: Óscar García

Mount Kimbie

Formulados definitivamente como un cuarteto –quinteto en directo– con la adición de la cantante y teclista Andrea Balency-Béarn y el batería Marc Pell, Mount Kimbie convirtieron el escenario Pull&Bear en su particular nave espacial, su platillo volante, para conducir al público en un viaje motoriko y onírico, una ascensión hipnótica y constante, que les permite explotar a lo largo de su desarrollo todas sus virtudes –la melodía, la abstracción, el crujido– quizá como nunca antes, con mayor intención y detalle. Desde las neblinas kraut de “Love What Survives” –su aclamado disco de 2017– que sirven para iniciar el despegue entre recuerdos a Galaxie 500, Front 242 o Stereolab, manejando en todo momento las armonías vocales entre Dom Maker y la nueva incorporación franco-mexicana, poco a poco el trance va perdiéndose en derroteros más experimentales según se despliegan las canciones de su recién estrenado cuarto álbum, “The Sunset Violent” (2024). Y aunque “Shipwreck” o “Fishbrain” logran la ingravidez, en el fondo un irresistible y emotivo pulso pop recorre el tránsito de principio a fin, manteniéndolo siempre a ras de suelo a la altura de “Empty And Silence”. Antes de irse dejan en “Made To Stray” constatación de sus orígenes acercándose a la electrónica diluida y abandonándose a su minimalismo abstracto. Diego Rubio

Mount Kimbie, kraut y crujidos. Foto: Rosario López
Mount Kimbie, kraut y crujidos. Foto: Rosario López

Mushkaa

Se le quedó pequeña la explanada ante el escenario Plenitude. Las cifras de reproducciones en streaming que va acumulando Irma Farelo pronosticaban que su pase en Primavera Sound sería de lo más concurrido, y ella correspondió con la misma versatilidad que se deduce de su incipiente discografía. Diversidad de cadencias, de texturas e incluso de lenguas (combinando catalán y castellano) en formato de banda pop, digamos, convencional (teclado, guitarra, batería), sin la patente economía instrumental que se gasta su hermana Bad Gyal en sus conciertos. Pop, R&B, algo de dancehall y trap, lenguajes –en resumen– esenciales del más o menos nuevo pop servidos con mucha frescura en un set que me gustaría catar en un escenario más grande. Tiempo habrá en futuras ediciones, seguro. Carlos Pérez de Ziriza

Mushkaa: diversidad y frescura. Foto: Sharon Lopez
Mushkaa: diversidad y frescura. Foto: Sharon Lopez

Rels B

Sorprendido ante el numerosísimo público que tenía delante, el mallorquín Daniel Heredia (conocido como Rels B) se pasó toda su actuación en el escenario Amazon Music dando las gracias a sus seguidores, a Barcelona y, de paso, a todo el Mediterráneo. Sus canciones, de un acendrado romanticismo y con clara raíz latina, lo han convertido en un gran ídolo en toda Latinoamérica, y desde hace un tiempo también puede presumir de ser profeta en su tierra. Respaldado por una excelente banda, fue despachando temas como “pa quererte”, “Mi luz” (un reguetón soft), “cómo dormiste?”, “Un rodeoooo” o “Tienes el don”, en el que desarrolla esa mezcla de rap y R&B de sus inicios. Hubo quizá un exceso de tiempos muertos y algún que otro bajón con las baladas “Como antes” y “Shorty que te vaya bn<3”. Pero estuvo estupendo en esa suerte de híbrido de bachatón y R&B que es “Mejor no nos vemos” y con los ecos de guajira cubana en “La última canción”. Luis Lles

Rels B, a por todas. Foto: Rosario López
Rels B, a por todas. Foto: Rosario López

Sega Bodega

Hay una idea detrás del nuevo espectáculo de Salvador Navarrete, y parece estar clara: enorgullecerse de su vulnerabilidad, reconocerse en ella y ponerla en primer plano. Por eso el irlandés aparece completamente solo en el escenario Pull&Bear, situado en el centro de un círculo ritual de focos de luz y sin nada tras lo que parapetarse, ni instrumentos ni cacharritos ni una controladora, tan solo un micrófono que filtrará siempre su voz hacia la cordura o hacia el delirio, hacia el sueño o hacia la pesadilla. Es esa voz, precisamente, lo que se convierte en eje central del concierto, en sintonía con un “Dennis” (2024) –nuevo álbum del artista británico– que ahonda más en las inquietudes de la persona que en el personaje artístico de Sega Bodega. Y en su cabeza ronda adoptando diversas identidades, mientras los conflictos, los traumas, las inseguridades o las desafecciones colapsan en forma de trance cibernético –“Dirt”–, de dubstep de ambientación oriental – “Elk Skin”–, de reguetón posapocalíptico –“Cicada”–, de breaks progresivos siempre hacia dentro o de oscuros cánticos eclesiales como los que enturbian el jungle de “True”. Toda la intensidad emocional que destila el concierto, quizá demasiado introspectivo para un momento y lugar como el que le tocó, se libera cuando hacia el final invita a Eartheater a versionar a dúo y en un a capela de vocoders una versión androide del “Fade Into You” de Mazzy Star. Y los últimos momentos, propulsados por el frenetismo de “Kepko” y una “Deer Teeth” que pasa a Bicep por las pantallas del glitch, por fin podemos sentirlos como parte de una especie de celebración, aunque nada deje nunca de ir por dentro. Diego Rubio

Tirzah

Tras unos minutos paseándose entre una exagerada fumigación de humo sobre el escenario Plenitude, la inglesa finalmente se aferró al micrófono para dar un inicio crooner a su recital (“Sleeping”), un minimalismo R&B que prosiguió con “Send Me” antes de meterse de lleno, ya micro en mano y danzando muy tenuemente, en su último disco “trip9love...???”, (2023). Indudablemente, el vibe de Tirzah es específico: aquellos capaces de ingresar en el íntimo arrobo de la artista se perderían en el balanceo lateral de los cuerpos, pero los que no conectaran con esa energía subterránea padecerían una sucesión de temas narcotizantes –como “F22” o “Promises”– de fórmula monótona: notas de piano pregrabadas, beats ordinarios y una voz poco elástica. Por suerte, hacia el final del concierto llegó la triunfalmente bella “2DICUV”, con su loop de ralentizada guitarra crepitante, para romper con el esquema. Xavier Gaillard

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados