Imponente, como siempre, desde hace cuarenta años. Foto: Christian Bertrand
Imponente, como siempre, desde hace cuarenta años. Foto: Christian Bertrand

#1 CONCIERTO INTERNACIONAL 2024

El poder y la gloria de Nick Cave & The Bad Seeds: you’re beautiful

Con 67 cumplidos, se presentó ayer Nick Cave en el Palau Sant Jordi de Barcelona para dar a conocer en directo su notable último disco, “Wild God”. Como en él es (siempre) habitual, estuvo extraordinario a lo largo de dos horas y media de actuación. Hoy hará lo propio en Madrid (WiZink Center).

Han transcurrido cuarenta años desde su primer concierto entre nosotros. Fue el 23 de noviembre de 1984 en la sala 666 de Barcelona. Yo estuve allí. Lo acompañaban Blixa Bargeld (que, casualidades de la vida, tocó ayer con Einstürzende Neubauten en la sala Apolo, a unos tres kilómetros de distancia), Mick Harvey y Barry Adamson. Nada más y nada menos. Al día siguiente, 24 de noviembre, fue el turno de Madrid: Rock-Ola.

Pero estamos en 2024 y han pasado muchísimas cosas desde entonces. Sobre todo le han pasado a Nick Cave. Con traje de oficinista elegante, camisa blanca y corbata, como un artista de otra época, cantando y balanceando su largo cuerpo de 1,89 para acercarlo al público, descorchó anoche el recital de Nick Cave & The Bad Seeds con la pesarosa “Frogs”. Colchón ambient electrónico e insistente coro para puntear sus declamaciones. Empezó acordándose de Caín y Abel y acabó con el respetuoso guiño al “Sunday Mornin’ Comin’ Down” de su admirado Kris Kristofferson. En “Frogs”, la acción transcurre en domingo, llueve, hace frío y… Dios está presente. Mensajes con “Amazed of love, amazed of pain” parpadearon desde las pantallas, y, en este arranque de show, se le oyó cantar “Jumping for joy, jumping for love”. A pesar de la devoción que muchos fans sienten por el australiano, no se llenó el Palau Sant Jordi (unos 9000 espectadores); de ahí la instalación de la cortina que reducía la pista y anulaba la grada de la parte frontal del escenario, elemento que, curiosamente, facilitó que se escuchara nítidamente el sonido de todos los instrumentos y la voz, algo no demasiado habitual en el pabellón olímpico. “Thank you, Barcelona. Gracias”, dijo al acabar este tema y muchos otros.

Antes habían teloneado The Murder Capital, irlandeses de Dublín que, por momentos, parecieron australianos y que, ante poco público, también se aprovecharon de la sorprendente buena acústica del local. Con dos álbumes de rock intenso, publicados en 2019 y 2023, demostraron tablas, vitaminas post-punk y poder de intimidación. Con la gravedad en la voz de su cantante, James McGovern, dejaron muy buen sabor de boca, como ya había ocurrido en anteriores visitas (Primavera Sound 2022, Bilbao BBK Live 2023).

El predicador de sí mismo. Foto: Christian Bertrand
El predicador de sí mismo. Foto: Christian Bertrand

Pero todo tomó otra dimensión con Nick Cave, que presentó “Wild God”, el tema titular de su nuevo disco, en segundo lugar. Al piano y con sus rimas forzadas: “pillage”, “village” y “courage”; después, “mirage” y “large”. Tras un deambular discreto de inicio, la canción se fragmentó a partir de la entrada apoteósica de los coros aullando a todo pulmón para renacer pletórica y gloriosamente exagerada en un portentoso desenlace final, la segunda parte al completo, que contagió vida espiritual terrenal (Bring your spirit down”, se leyó en las pantallas) y dio verdadero significado a ese “Dios salvaje buscando lo que todos los Dioses salvajes buscan”. Cave, en su salsa, lanzado, iluminado. La barba de Warren Ellis, en pie, desde su guitarra. Primer momento de comunión con el público de los muchos que se vivieron a lo largo de la noche.

Casi en todos los temas, Cave anunció los títulos de las canciones antes de que empezasen a ser tocadas. El góspel y la orquestación elevaron e inflamaron “Song Of The Lake”, que introdujo en modo recitado un spoken word profundo que sonó elegíaco y luminoso a un tiempo, repitiendo “nevermind nevermind” (agitando los brazos)… hasta dejar caer la bomba que latía interiormente: “Aunque él había encontrado el Cielo, sentía el rastro del Infierno sobre su vieja y mortal alma”. Predicador de su propia fe.

La primera recuperación ajena al último disco llegó con “O Children”, la composición que cierra el doble álbum “Abattoir Blues / The Lyre Of Orpheus” (2004). La presentó como una canción que lo ha perseguido a lo largo de su vida. La hizo con la intención de proteger a sus hijos pequeños, confesó, del mundo que hemos construido. Su tono folk años setenta se expandió con el violín de Ellis. Cave empezó al piano, que abandonó para volver, poderoso, al frente del escenario. Dirigiéndose al público, clamó “beautiful”, eufórico, al finalizar.

Siguió con “Jubilee Street”, de “Push The Sky Away” (2013). Dedicada a una prostituta llamada Bee, la letra rememora lugares sórdidos de Brighton, antes de la regeneración de la ciudad. Furia desenfrenada al final, pura eclosión. Al piano, martillando las teclas. Puro torbellino. Muchísimo mejor que en disco, donde la canción no luce tanto.

“Voy a hablaros de una chica”, dijo, para presentar “From Her To Eternity”, de su álbum de debut. Aldabonazo en toda regla. Catarsis sostenida por un bajo demoníaco (el de Colin Greenwood, de Radiohead, por cierto). Cave se acercó al público y se dejó tocar. Cantó con furia, como poseído; gran performer, siempre: ahora y hace cuarenta años, cuando la publicó.

La calmada “Long Dark Night”, que se apoya en San Juan de la Cruz para secuenciar su particular oscura noche del alma –que podría ser la que, tormentosamente, ha vivido en los últimos tiempos tras la muerte de dos de sus hijos–, reutiliza “long trailing hair”, descripción ya usada en “Wild God”, para dar entidad bíblica a sus dioses y hombres de aspecto antiguo (a lo Warren Ellis, a quien presentó con deleitación y a quien cedió el protagonismo para que se luciese con su violín). Canción folk acancionada años setenta, otra más, Cave la cantó al piano con maneras de crooner implorante.

Warren Ellis y su bíblico aspecto. Foto: Christian Bertrand
Warren Ellis y su bíblico aspecto. Foto: Christian Bertrand

En “Cinnamon Horses” mostró, como quien no quiere la cosa, un par de tesoros dignos de ser estampados en camisetas por delante y por detrás: “I said we can’t love someone / without hurting someone” y “Because love asks for nothing / but love costs everything”. Al piano, tranquilo, de vuelta de todo, reflexivo, lanzando mensajes al mundo: “Le dije a mis amigos que la vida era buena, que ese amor perduraría si pudiera”. Palabra de Nick Cave en una balada de largo desarrollo con pulsión sentimental en su tono y con los coros multiplicando el efecto emo.

“Tupelo”, de “The Firstborn Is Dead” (1985), otra pieza de resistencia de su mejor repertorio, sonó pletórica, a la altura de la idealización y mitificación que imaginó Cave a partir del día que nació Elvis Presley. Esa base de funk sucio latiendo antes de la explosión sideral del nuevo mundo que se avecinaba con el rock’n’roll, con la batería de Larry Mullins (ex-Swans) activando golpes de psychobilly deconstruido, conmocionó de nuevo. Los Bad Seeds se completaron con George Vjestica a la guitarra, Jim Sclavunos a la percusión y Carly Paradis a los teclados.

“Conversion” fueron dos en una. Tras la pausada y mística exposición a la belleza inicial, con Ellis al mando con su armonio de bolsillo, o lo que fuese eso, arrancó fieramente, en la segunda fase, tras los coros góspel, y se convirtió en lo que podría parecer una canción de Arctic Monkeys en su fase música negra. La bestia Cave se soltó y la espiritualidad, la que sea, la que le ha dado al australiano una nueva vida después de la tragedia, explosionó en una celebración que sonó a orgía entre llamas redentoras. “You’re beautiful”, nos repitió como un martillo pilón, vociferando como un demente.

A continuación, la pieza de cámara “Bright Horses”, de “Ghosteen” (2019), con el mismo fondo de hilo de voz que “Conversion”, la anterior, gentileza de un Ellis que sonó, como en la grabación, castrato. En este milagro de resurrección, una especie de “Ordet (La palabra)” (1955) de Dreyer, hubo emoción al cantar, en recuerdo de su hijo Arthur, fallecido a los 15 años, y se percibió, desplegándose invisible entre el público silencioso, máximo respeto.

“Joy”, no obstante, certificó el final del duelo. Solemnidad en la repetición de frases para suplicar misericordia. La visita de un fantasma (“This flaming boy”: ¿Arthur?) trajo el anuncio de las buenas nuevas: “We’ve all had too much sorrow, now is the time for joy”. Adiós a la tristeza y bienvenida la alegría. Conectó con los saltos de júbilo de “Frogs”.

En plena forma a sus 67 años. Foto: Christian Bertrand
En plena forma a sus 67 años. Foto: Christian Bertrand

La implorante y dolida “I Need You”, de “Skeleton Tree” (2016), la presentó, probablemente compungido, solo al piano, sin banda de acompañamiento, antes de afrontar “Carnage”, del disco con Warren Ellis de 2021, cuyo inicio –“I always seem to be saying goodbye / And rolling through the mountains like a train”– es, según confesó Cave en su web, de lo mejor que ha escrito en mucho tiempo.

En la nuevamente lluviosa y electrónica en su pálpito mántrico “Final Rescue Attempt”, utilizó la demoledora frase “After that nothing ever really hurt again” –que, con una pequeña variación, ya había aparecido en “Conversion”–, para concluir con el mensaje más puro que puede darse: “And I will always love you”. Cave bailó desenfadado mientras Ellis ejecutaba su solo de violín.

Conocida a nivel mayoritario por estar incluida en las bandas sonoras de “Scream” (Kevin Williamson, 1996-2023) y “Peaky Blinders” (Steven Knight, 2013-2022), la célebre “Red Right Hand”, de “Let Love In” (1994), avivó la vehemencia de los espectadores con cánticos propios de un partido de fútbol. Sobrado, Cave metió con calzador de nuevo su speech de “You’re beautiful. Stop”.

La descomunal “The Mercy Seat”, de “Tender Prey“ (1988), con su crescendo inapelable, sonó como lo que es: una de sus cumbres históricas. Ya con el traje empapado de sudor, con dos manchas en su espalda que asemejaban un par de alas –a lo “El cielo sobre Berlín” (1987), película de Wim Wenders en la que participó–, y ya sin corbata, Cave, desatado, se mostró radiante en el desafío que supuso interpretar un tema tan obnubilante, casi marcial.

Volvió a “CARNAGE” –el único disco con dos temas en el repertorio del concierto (al margen de “Wild God”, claro, del que rescató nueve de sus diez títulos: solo faltó el que cierra el álbum: “As The Waters Cover The Sea”)– con “White Elephant”: ritmo motorik con eco electrónico y final apoteósico a lo góspel con Janet Ramus, Wendi Rose, Miça Townsend y T Jae Cole, coristas de primer nivel que otorgaron profundidad y poderío vocal desde la retaguardia, además de bailes y vistosidad, durante todo el concierto. Cave concluyó de nuevo con “You’re beautiful. Stop”.

Adorable. Foto: Christian Bertrand
Adorable. Foto: Christian Bertrand

Ya en los bises, “O Wow O Wow (How Wonderful She Is)”, que tiene un punto Bon Iver por el trémulo Auto-Tune que distorsiona ligeramente la voz, fue un homenaje reglado a la que fuera pareja de Cave entre 1977 y 1983, en los tiempos de Boys Next Door y principios de los Bad Seeds, Anita Lane, que falleció en 2021 (no “el año pasado”, como dijo en la presentación). Una muerte que afectó mucho a Cave, como explica en el libro de conversaciones con Seán O’Hagan “Fe, esperanza y carnicería”. El entrañable mensaje de voz de la propia Lane inserto en la canción recordó anécdotas de cuando componían canciones juntos. Porque no olvidemos que, entre otras gemas, participó en la letra de la seminal “From Her To Eternity”. Vimos en pantalla imágenes de películas caseras de ella, joven y radiante.

Siguió “Papa Won’t You Leave, Henry”, de “Henry’s Dream” (1992), trepidante rhythm’n’blues de extremo rock tribal y magma creciente. Quedó para el final, con toda la banda en comandita, “The Weeping Song”, de “The Good Son” (1990), con la variante de la incorporación persistente del violín de Ellis (que no estuvo en su día en la grabación porque todavía no había empezado a colaborar con los Bad Seeds; ni tampoco hubo violín en el registro original). Cave cedió el micro a un espectador para enseñarnos a aplaudir jugando y seguir el ritmo. Fin del concierto.

Volvió él solo para, al piano, interpretar “Into My Arms”, de “The Boatman’s Call” (1997). La compuso, como él mismo ha confesado, en un centro de rehabilitación y se ha convertido, con el paso del tiempo, en una de sus obras más populares. Según la letra, no creía en un Dios intervencionista ni en la existencia de los ángeles, o eso decía entonces. Pero sí creía en el amor. “But I believe in love”, cantaba y cantó. En 2024 sigue creyendo en el amor, pero también en un Dios adaptado a sus necesidades. Gran concierto, claro. Por no decir extraordinario, que lo fue. El de un artista imponente que ejerce su labor desde su particular cielo protector. ∎

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