A mediados de los 90, el sueño londinense de Björk se acercaba a la pesadilla. No fue por ningún giro sorpresa, sino por un proceso acumulativo: “Había estado actuando como una niña durante los últimos cuatro años en mi búsqueda de estímulos”, reconocía en declaraciones recogidas por Mark Pytlik en el libro “Björk. Wow And Flutter” (2003). Por el camino había amasado un puñado de relaciones fallidas –el fotógrafo de moda Stephane Sednaoui, Tricky, Goldie– y protagonizado cierto altercado con una periodista en el aeropuerto internacional de Bangkok; todo ello, unido al éxito sorpresa de “It’s Oh So Quiet”, la había propulsado a primera línea de la prensa amarillista en Reino Unido.
“Homogenic” (One Little Indian, 1997) empezó siendo una terapia en forma de canciones, un ejercicio de, ante todo, distensión y creatividad reparadoras. La idea era grabar el álbum en su casa de Maida Vale, en un estudio improvisado para la ocasión. Cuando se veía con energía para hacer cosas, Björk daba un toque al ingeniero Markus Dravs y este se acercaba a trabajar en tratamientos iniciales. Ya durante la gira de “Post” (One Little Indian, 1995), Dravs había recibido llamadas de la artista para hablar sobre su siguiente paso estilístico, que incluiría beats crujientes y violentos como una erupción volcánica. De aquellas sesiones emergieron esbozos de “5 Years” –un tema de ruptura ya oído en la gira de “Post” con el título de “I Dare You”–, “Bachelorette”, “Jóga” y “Alarm Call”.
Björk vio su buena racha rota en septiembre de 1996, cuando el fan obsesivo Ricardo López se vengó de su relación con Goldie tratando de hacerle llegar una bomba de ácido sulfúrico –que la policía interceptó, por suerte– y quitándose después la vida ante una cámara. Después de ver cómo un circo mediático instalaba su carpa en el jardín de casa, la artista aceptó la oferta de Trevor Morais, su batería de gira, para pasar unos días en su estudio El Cortijo, en la malagueña Sierra de Ronda. A la vez que escapaba del ruido, podría aprovechar para sacar a Raimundo Amador la guitarra española de “So Broken”, tema sobre el incidente López que finalmente no encajó en el estricto esquema sónico de “Homogenic”.
Lo que iban a ser solo unos días fueron, después del tradicional viaje a Islandia por Navidad, algunos meses de retiro malagueño en la buena compañía de amigos productores, todos rendidos a la depurada visión de Björk para este álbum. El título –cerca de “homogeneous”, u “homogéneo”, primer título de trabajo– ya indica la búsqueda de “un único sabor”, como solía decir a la prensa, en contraste con los constantes cambios de vestuario de “Debut” (One Little Indian, 1993) y, más en concreto, “Post”.
Nostálgica de su verdadero hogar, Björk buscaba un retrato sónico de Islandia, una especie de nueva música nacional que recogiera su contradicción fundamental. Como explicó en la revista ‘Oor’ en septiembre de 1997: “En Islandia todo gira en torno a la naturaleza, 24 horas al día. Terremotos, tormentas de nieve, lluvia, hielo, erupciones volcánicas, géiseres… Todo muy elemental e incontrolable. Pero al mismo tiempo, Islandia es increíblemente moderna; todo es hi-tech”.
Ese contraste se resuelve en “Homogenic” a través del matrimonio nada forzado entre beats rugosos, distorsionados, y violines y chelos de las máximas cercanía y calidez. La electrónica puede sonar, además, a volcán en proceso de erupción, como la orquesta en ciertas obras del compositor clásico islandés Jón Leifs. Las cuerdas serían más como la nieve cayendo. En el centro de este paisaje natural está esa voz sobrenatural.
Aunque Dravs marcó el camino desde los días londinenses y Howie B y Guy Sigsworth hicieron también importantes aportaciones, “Homogenic” acabó siendo, ante todo, una colaboración con Mark Bell, de LFO, descrito por Björk en el libro de Pytlik como su mayor influencia junto a Stockhausen, Kraftwerk y Brian Eno. No era la primera vez que sus caminos se cruzaban: Björk había tomado prestada una demo de LFO como base de la cara B “I Go Humble”; Bell había remezclado, además, “Possibly Maybe” para el disco de remezclas “Telegram” (One Little Indian, 1996).
Pero “Homogenic” fue el (verdadero) comienzo de una hermosa y creativa amistad. “Solo quiero hacer ruidos que la hagan feliz”, le dijo Bell a Sigsworth, según recoge Emily Mackay en su maravilloso ensayo sobre el disco para la serie “33 1/3” de Bloomsbury. Y los encontró, encontró esos ruidos. A veces del modo más misteriosamente inspirado: Bell grabó el intrigante traqueteo de caja de ritmos Roland TR-909 de la inicial “Hunter” en una sola toma en directo, enredándose con astucia e intuición entre voz, línea de bajo y acordes. Hasta la fecha nadie ha logrado una fusión de clásica con electrónica a la altura de “Jóga”, equilibrio progresivo e ideal entre las cuerdas del Icelandic String Octet y el mutante groove volcánico depurado por Bell. A la altura de “Pluto”, los amigos se lanzaban a un clímax digital hardcore que sonaba a nuevo comienzo o, como dijo Björk en ‘Ray Gun’, a “destrozarlo todo para poder empezar otra vez”. Con temas así quedaba claro que la artista no quería ser, ni mucho menos, del gusto de todos, sino ahondar en sus instintos sin mirar atrás.
Conocida por su fidelidad a la esperanza, Björk se había atrevido a incluir en “Post” su primera canción verdaderamente triste, “Possibly Maybe”, en la que cantaba: “Por mucho que disfrute de la soledad / No me importaría, quizá / Pasar un poco de tiempo contigo / A veces, a veces”. En esta ocasión no tenía miedo a dejar de ser vista como la amiga exótica y díscola con quien todos querrían pasar cualquier sábado noche. Ya desde la portada –icónica colaboración del fotógrafo Nick Knight, el modisto Alexander McQueen y la estilista Katy England–, Björk cambiaba su actitud habitual para abrir paso a la reserva.
Los mensajes de rabia, desafío y tristeza se suceden a lo largo del disco. “Traeré los bienes de vuelta / pero no sé cuándo”, canta en “Hunter” a una industria que le exige un ritmo de trabajo y una agenda particular. En “5 Years”, que estrenó en directo unas semanas después de cortar con Tricky, se declara “cansada de cobardes / que dicen que quieren amor / que luego no saben manejar”. Justo después llega “Immature”, estrenada poco después de su ruptura con Goldie: “¿Cómo pude ser tan inmadura / de pensar que él podría reemplazar / los elementos que me faltan?”. En la casi final “Alarm Call”, incluso se le escapa un taco: “No soy una jodida budista –canta–, pero esto es iluminación”.
“Alarm Call” es, en realidad, un himno positivo sobre el poder liberador de la música. Y “Homogenic” no va solo de frustración, sino también de curación. Lo demuestran la terapéutica “All Neon Like” (“No te enfades contigo mismo / te curaré”) y, sobre todo, la calma después del Ragnarök de “Pluto”, es decir, “All Is Full Of Love”, oda a la amplitud del amor que en el álbum suena en versión aérea de Howie B. La versión (más rítmica) usada en el icónico vídeo de Chris Cunningham –después inspiración de los créditos de “Westworld” (Jonathan Nolan y Lisa Joy, 2016)– era superior, sea como sea.
Con algo del atrevimiento de “Homogenic”, Björk parecía dispuesta a ser algo menos popular y vivir más tranquila. Misión conseguida: el álbum no vendió como sus antecesores. Los críticos, mientras tanto, siguieron con el crush y llevaron a su favorita a posiciones destacadas en las listas de mejores discos de 1997: incluso el tercer puesto tanto en el mensual británico ‘Mojo’ como en Rockdelux.
También siguió siendo música de músicos. En una entrevista con ‘Spin’ en 2006, Thom Yorke habló de “Unravel” como “una de las canciones más bellas que jamás he oído”. Björk debía haber compartido gira con Radiohead por Norteamérica en 1998, pero el proyecto se canceló debido a las dificultades de pasar de una disposición escénica a otra. Lo que no evitó la influencia de Björk sobre “Kid A” (2000): “Creo que todos estábamos un poco envidiosos de cómo Björk había sido capaz de reinventar la música”, declaró el guitarrista Ed O’Brien en una entrevista con ‘MC2’ a finales de 2000.
Ya en la órbita del hip hop, desde Missy Elliott hasta Travis Scott encontraron samples ideales en “Jóga”: recuperen el remix extended de “Hit Em Wit Da Hee” y “No Bystanders”, respectivamente. Existe, además, cierto consenso sobre la posible influencia de “Homogenic” en el giro electropop, introspectivo y minimalista de Kanye West en “808s & Heartbreak” (2008), con el desamor como fuente de inspiración ya desde el título. Tampoco es difícil imaginar el impacto del disco sobre la joven Arca, que después de experimentar con similares texturas mutantes y crujientes devolvería el favor a Björk ayudándole a producir “Vulnicura” (2015), del que hablaremos un poco más adelante.
Pensando menos en soundwriting que songwriting, algunos temas del álbum han alcanzado casi categoría de estándar: “All Is Full Of Love” fue objeto de versiones por los artistas más diversos, de Death Cab For Cutie a la soprano Renée Fleming; “Hunter” y “Unravel” tuvieron versiones inesperadas de, respectivamente, los rockeros de estadio Thirty Seconds To Mars y el indie folkster Bobby Birdman.
Pero si hay que rastrear influencias de “Homogenic” en la música posterior, resulta fácil dar con ellas, sobre todo, en territorios de la propia Björk. Desde aquel disco aprendió a encontrar inspiración en la limitación, en los sabores únicos: de ahí el marco indietrónico, de electrónica miniaturista y doméstica, de “Vespertine” (One Little Indian, 2001); el uso de la voz humana como instrumento en “Medúlla” (One Little Indian, 2004), o la unión de ritmos tribales con viento-metal en el denso “Volta” (One Little Indian, 2007).
Eso por no hablar, claro, del disco hermano de “Homogenic”, “Vulnicura” (One Little Indian, 2015), también basado en el binomio cuerdas-electrónica y con un componente aún más alto, si cabe, de exorcismo sentimental: era una especie de diario póstumo de la desintegración de su relación con el artista Matthew Barney, padre de su hija Ísadóra. Escrito a base de víscera, sin planes preconcebidos, como me explicó en entrevista con el ‘Dominical’ de ‘El Periódico de Catalunya’: “Si planeas componer algo que pueda salvarte, quizá no funcione. Parecerá una contradicción, pero no lo es. Si algo va a salvarte, será porque lo has hecho sin intención de que así sea. Y son cosas que suceden una vez”. Dentro de 18 años, hablemos de “Vulnicura” ∎