Ese mensaje in memoriam ha ensalzado las virtudes de Robe Iniesta (1962-2025) como músico, cantante y compositor, pero también como letrista, literato, filósofo o humanista, y por supuesto también como persona. Destacan su cercanía, su exigencia, su papel de líder circunstancial y su forma de posicionarse ante urgencias sociales y medioambientales. Entre sus grandes distinciones y últimos hitos subrayan convertirse en hijo predilecto de Plasencia –lugar en que nació este extremeño universal– con el logro de unir en algo a PSOE, PP, VOX y Unidas Podemos, así como la inauguración en la ciudad cacereña de una avenida con su nombre y la creación de los locales de ensayo Roberto Iniesta en la antigua Iglesia de San Juan. También que el Museo del Prado utilizara en 2024 la música de “El poder del arte” para una campaña de promoción de sus fondos o la Medalla de Oro de las Bellas Artes que recibió en diciembre de 2024.
Cuando en noviembre de 2024 canceló los dos últimos conciertos de su gira “Ni santos ni inocentes” en el Movistar Arena de Madrid por un tromboembolismo pulmonar, todos temimos lo peor. Robe se retiraba de los escenarios para cuidar su salud. El propio Iniesta era consciente de que tenía que bajar el ritmo, de que todo pasa factura. Porque lo vivido no siempre ocurre en vano, también nos juega malas pasadas. Ahí quedan sus hazañas en forma de canción, como sonadas perrerías: “La carrera” o “Me estoy quitando”, mítica versión de los malagueños Tabletom.
La figura de Robe Iniesta sobresale como una de las grandes del rock en español. Llegó a la música influenciado por Leño o AC/DC, entre otras bandas, para formar Dosis Letal, el embrión de Extremoduro, que nació en 1987. Y al frente de estos amplió la manera de escribir rock en castellano creando su propio estilo, que quedó plasmado en un primer álbum maquetero – “Rock transgresivo”, autoeditado en 1989– que salió adelante gracias a las participaciones que vendieron a simpatizantes y amigos, en una forma primitiva y analógica de micromecenazgo: costaban mil pesetas cada una, seis euros, y garantizaban la adquisición del disco una vez fuera grabado y publicado.
El debut de Extremoduro, regrabado tras esa primera escaramuza maquetera y titulado finalmente “Tú en tu casa, nosotros en la hoguera” (Avispa, 1989), dejó clásicos imborrables como “Jesucristo García”, “Extremaydura” o “Amor castúo”. Tuvo mucha repercusión en el circuito underground, como sucedió por ejemplo con Kortatu, y una actuación en el programa ‘Plastic’ de TVE en 1990 los puso en el radar de algunos buscadores de nuevas sensaciones rockeras. Tras pasar por Avispa, firmaron por el sello Pasión de Paco Martín –lo cuenta nuestro compañero Jesús Rodríguez Lenin en esta Firma in da house que hemos publicado hoy– y a finales de 1991 pasaron a DRO. El fenómeno de Extremoduro había empezado y ya no iba a parar.
“Deltoya” (DRO, 1992) y “¿Dónde están mis amigos?” (DRO, 1993) elevan aún más su impacto con éxitos como “Ama, ama, ama y ensancha el alma”, “Sol de invierno” o “Pepe Botika”. Incluso publican el célebre “Pedrá” (DRO, 1995), con una sola canción de casi media hora de duración, que también es un éxito. Robe se muda a Barcelona y la banda experimenta la “era del caos” por lo anárquico de los conciertos y de la problemática vida de su líder. Con “Agila” (DRO, 1996) aterriza en el grupo Iñaki “Uoho” Antón –todavía guitarrista de Platero y Tú– para producir las canciones de un Robe muy inspirado –es el disco de “Prometeo”, “So payaso” o “Buscando una luna”–. Y llega el éxito a gran escala. En el Festimad de 1997 –por entonces la España festivalera era muy distinta y no abundaban las citas de gran formato como la del parque El Soto de Móstoles– se situaron en el cartel a la altura de los mismísimos Suede en su época “Coming Up” (1996), aunque los británicos decidieron suspender su actuación. En ese concierto se pudo vivir su consagración como banda nacional que trascendía la escena estrictamente rockera y eminentemente subterránea de la que había salido.
Extremoduro conectó con su audiencia a través de un rock original, que tiraba del hard y el progresivo y lo hacía suyo para atravesar otros registros. En cuanto a su mensaje y a las letras de Iniesta, engancha ese deje colgao, un punto salvaje, alusiones a la vida y sus miserias, a las drogas y al sexo, también llevado por la poesía en conexión con Miguel Hernández, Pablo Neruda o Antonio Machado.
Entrevisté a Robe por teléfono durante la gira de “La ley innata” (2008) y sobre el concepto del álbum me dijo que “había querido exaltar algo del individualismo, que pienses cómo es tu vida, eso con lo que has nacido y te sirve para moverte por el mundo. Me gusta hacer pensar a la gente, reflexionar sobre aquello que nos rodea”. También incidía en cómo su música ha querido explicar “las contradicciones de la vida (...) creo que siempre sacamos la fuerza para tirar pa’lante”. Luego comentó que lo suyo era rock transgresivo más que urbano “porque traspasa, porque se mueve por los márgenes, tiene mensaje y fuerza. Quiere provocar y buscar reacciones con el toque marcado de lucha y de una tradición de hacer música rock”.
La figura del placentino trasciende la música. Quiso escribir, y ya en aquel 2008 me comentó que estaba preparando la novela “El viaje íntimo de la locura” (El Hombre del Saco, 2009), de la que vendió más de 10.000 ejemplares en una semana. La inspiración a veces flaquea, por eso hay que alimentarla y regarla. Algo de eso arrastró Extremoduro en sus últimos álbumes. Aunque la principal causa de la disolución fue la pérdida de la compenetración esencial entre Robe y “Uoho”, el desarrollo de sus proyectos paralelos y el desgaste inevitable tras treinta años de carrera.
Robe enseguida emprendió una carrera en solitario, con músicos de primer nivel. Y publicó cuatro álbumes : “Lo que aletea en nuestras cabezas” (El Dromedario, 2015), “Destrozares, canciones para el final de los tiempos” (El Dromedario, 2016), “Mayéutica” (El Dromedario, 2021) y “Se nos lleva el aire” (El Dromedario, 2023), más el directo “Bienvenidos al temporal” (2018).
“Se nos lleva el aire” es la mejor despedida posible de Robe. Un álbum que figuró entre lo mejor de aquel año en algunos medios y que contiene otra vuelta, una mirada aún más amplía del rock, de su poética y de su manera de escribir. En 2004, Robe declaraba que se reivindicaba más como poeta “porque aquello que más quiero ser es poeta”. En 2008 me comentaba que “la poesía inventa el lenguaje, tiene vida propia y música. La historia que cuenta una canción es importante. Claro que la música agrada y engancha, pero el quid está en el mensaje”.
El 28 de febrero de 2025 se publicó el single “Caída libre” de Leiva, la última colaboración de Robe, una canción ideada para animar al hermano del músico madrileño, que sufría depresión. En “La vereda de la puerta de atrás”, Iniesta cantaba “que me entierren con la picha fuera, pa’ que se la coma un ratón”. Huyendo del ego, remarcando la fragilidad vital, como si no fuéramos nada, quitando importancia a la muerte y mostrando su certeza. “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Robe deja un recuerdo eterno, un legado imborrable. Se ha ido, pero su rock no muere. Los niños y gentes de todas las edades seguirán cantándole. ∎

Tras cuatro álbumes, Extremoduro despuntaron con “Agila”. Contiene una excelente colección de canciones, como “So payaso”, “Buscando una luna” (el saxo aporta empaque), “Sucede” o “Prometeo”. Puro descaro, pura extensión del rock como campo de batalla. La sensación de arrebato está siempre ahí. Tiene un punto salvaje, sin freno. Canciones que suben, bajan, cambian de ritmo, se aceleran, respiran y transpiran. Suena a urgencia vital, a exceso descomedido. Es en este “chorrazo” creativo con el que Extremoduro expande su fama. Un rock que bebe del alma, de la impaciencia, de la locura y no se amedrenta ante nada ¿Para qué? Si la vida es crisis, voy a hacer de esta mi crisis, mi mejor legado. Y qué mejor que recuperar un clásico de Tabletom como “Me estoy quitando” para terminar. Copón.

Su obra magna, representa el álbum de madurez de Extremoduro, con un concepto que investiga y trasciende su rock transgresivo. Arranca, sublime, con “Dulce introducción al caos”: en lo dulce también surge la revolución, porque se agria o reacciona. Luego suceden las alegorías al sueño, a lo interno y a lo externo, a la realidad y al final. Todo sucede en un álbum enorme: embriaga, sorprende, indaga, conmociona. Los sueños como impulso y también como demonio. Lo de fuera que también nos contamina, o nos jode. Un torbellino que no cesa. Es un disco con algo imparable, que conecta con el flujo de la vida, locura mediante, y con el rock más arrojadizo. También con una mirada a lo flamenco, porque el rock conecta con el duende y lo gitano. Un álbum que crece con cada escucha, que envejece magnífico como el buen vino.

Este es quizá el álbum de rock en español más brutal de las últimas décadas. Robe deja, sin quererlo, un último disco que es una joya máxima. Se adentra en el concepto con “El hombre pájaro” o saca el lado rock más aguerrido en “Viajando al interior”. También suena a lección de vida –o a alegato final– “Nada que perder”. Y lo combina con la paz, la calma y lo majestuoso que exhiben “El poder del arte” o “Puntos suspensivos”. Ecos de Led Zeppelin y de Gwendal en “Haz que tiemble el suelo”. Mientras que en “Ininteligible” o en “Adiós, cielo azul, llegó la tormenta” resuena la marca poderosa del rock. Incluye conciencia ecológica y un contacto con la naturaleza y los elementos. Un álbum que contiene pura alquimia para los fans de Extremoduro y que debe sorprender por su enorme reinvención del rock. ∎