Integrada en la soirée de Hyperdub en el escenario Warehouse x Dice, a DJ Haram –alter ego de Zubeyda Muzeyyen– se la pudo ver el año pasado en el Sónar junto a la incombustible Moor Mother en su proyecto conjunto de spoken word extremo 700 Bliss. En un espacio tan lóbrego, intimidante y fascinante, su set comenzó con una catarata de bajos retumbantes entre los que se colaron leves ecos orientales, haciendo honor a sus raíces. No tardó en hacer acto de presencia el drum’n’bass, ritmo renacido cual ave fénix que constituyó el eje transversal de su sesión. En medio, hip hop del ala más dura, hard house y brutal bass music. De repente, se infiltraban unas frecuencias placenteras con aroma de R&B. Pero la tranquilidad duraba poco y un criminal y veloz ritmo gabba se apoderaba del espacio sonoro apoyado en un sound system atronador. ¡Jefaza! Luis Lles
Las melódicas “Me And The Birds” y “The Twins/Romantica” dieron inicio a la sesión de slowcore del conjunto americano en el escenario Steve Albini, donde cálidas guitarras y dulces voces generaron ejercicios de tensa contención al estilo Codeine: “Mint And Chocolate” tuvo instantes de casi parón, la hipnótica “Constellations” o una “Heading For The Door” que evolucionó de un ritmo lento a un ritmo ultralento. En ocasiones combinándolo con crujientes muros ruidosos, coloreados por el jugueteo pedalero de Clay Parton, principal encargado de confeccionar texturas y flemáticos punteos, tan punzantes-triunfales (“Orbitron”) como ominosos (“Making Room”). La intrincada afinación de los instrumentos tras cada tema subrayó la meticulosidad de la banda: si bien por momentos el set podría resultar anodino a oídos menos familiarizados con la obra del grupo californiano, la traslación al directo del ambiente de sus discos fue de una admirable elegancia. Xavier Gaillard
El mastodóntico espectáculo con que los franceses volvían a recalar en la Ciudad Condal estuvo en consonancia con su preciado slot en uno de los dos escenarios XXL del festival, el Estrella Damm. El dúo, con el pretexto de su reciente (y de elocuente título) “Hyperdrama” (2024), aterrizó para ofrecer esa endiablada fórmula de baile que, con los años, ha conseguido emanciparse de la sombra de Daft Punk. Su show maximalista no fue apto para fotosensibles. Bajo un tremendo despliegue lumínico, la dupla gala encontró ese punto de equilibrio entre el house y el electro de omóplato y la electrónica melódica de aceptación más transversal. Un french house cortado con breakbeat y electro, con esas fugas coloristas normalmente señaladas con aportes vocales cercanos a la música disco. Concesiones, con incluso alguna incursión en el pop, que fueron intercalando entre sus enfoques crudos y tranceros que han guiado sus directos en otros emplazamientos y tiempos. También en lo estético parecen haber dejado atrás esas pintas de rockstar con que los conocimos. Ahora predominan los trajes –con un look que podría haber brillado en el festival de Sanremo 1978–, la sobriedad y el estatismo escénico. Sin moverse de sus torres de control propias de una sci-fi de otros tiempos, los franceses dominaron con precisión el tempo rítmico de sus acometidas bailables hasta esa última algarabía que provocó un “DANCE” remezclado con otras marcas reconocibles de su historial musical, incluyendo hasta fragmentos del “On To The Next One” de Jay-Z. Su cruz volvió a dejar estigma. Marc Muñoz
La surcoreana está sabiendo alimentar muy bien la expectación ante el que será su primer álbum con la publicación dosificada de sus singles previos, que anoche desgranó al final de un DJ set que, aun transcurriendo un poco a piñón fijo, resultó más amable –según me cuentan– que el de su último paso por Sónar. Luciendo palmito de celebridad de nuevo cuño (bolso de Guess y copa de cava –o quizá champán– bien a mano), había comenzando decantándose por el tech-house, escalando intensidad con el “Let’s Skank” de Skankman, el “What A Friend” de Floorplan, la edición rave (diría que lo era) del “Murder On The Dancefloor” de Hannah Leigh, el “Jealous” de Mochak y el “Hard House” de Klubbheads. Así que el público, muy predispuesto –el espectáculo estaba en las pantallas: proliferaban las gafas de sol y los rostros extasiados en plena madrugada–, empezó a calentarse de lo lindo en el escenario Amazon Music. Carlos Pérez de Ziriza
“¿Qué es lo que harías exactamente por un bis?”, preguntaba Pulp hace un cuarto de siglo en “This Is Hardcore”. “Esto es lo que hacemos para un bis”, responden ahora: una apoteósica gira de rencuentro, en realidad la segunda tras la de 2011, aquella que pasó por el Primavera Sound y que contó con su mítica dedicatoria de “Common People” a los indignados. Esta vez, una sección de cuerdas marcaba la expectación en el escenario Santander, hasta que la figura de Jarvis Cocker emergió en lo alto de una escalera, recortada sobre una enorme luna llena, donde empezó a entonar “I Spy”, carismático, pletórico, cinematográfico. “¿Quieren un poco de diversión? En 2024 la magia es posible”. Y sin mayor calentamiento llegó la euforia de “Disco 2000”, con explosión de confeti, seguida por “Mis-Shapes” y el quiebre nostálgico de “Something Changed”, dedicada a quien fuera su bajista, Steve Mackey, fallecido en marzo de 2023, y al también recientemente desaparecido Steve Albini. Más juguetones en “Pink Glove”, más oscuros y psicodélicos en “Weed” y “Weeds II (The Origin Of The Species)”, desembarcaron en “F.E.E.L.I.N.G.C.A.L.L.E.D.L.O.V.E.” mientras Cocker, a sus 60 años, se deslizaba sobre el escenario, saltaba sobre los monitores y danzaba con sus característicos contoneos: un anfitrión cálido y generoso, que interactúa con el público como si lo hiciera con cada uno en particular. “This Is Hardcore” sonó particularmente contundente, con el dramatismo sórdido de las cuerdas, hasta volver a la fiesta britpop. “¿Recordáis la primera vez?”, preguntaba Cocker en otro de sus reiterados guiños a Barcelona, para luego fingir terminar el set sin tocar “Common People”. “¿Nos hemos olvidado de algo?”, bromeaba, para luego regodearse en su versión extendida y presentar a la banda. Y cuando todo parecía haber terminado, reaparecieron con “Razzmatazz”. Sin nuevos temas, pero con una energía y carisma interminables: Pulp es y seguirá siendo Pulp. Susana Funes
En todo Primavera Sound debe haber un locurón programado a las dos y pico de la mañana que reviente los sesos al asistente fatigado con una ración de inconcebible virulencia ruidosa. Con “Night City Aliens”, el combo de Detroit capitaneado por el musculoso vocalista Tony Wolski regresó al festival irrumpiendo sobre el escenario Plenitude cual dopada exhalación, con su curiosa mezcla de pop y mathcore. Si bien a nivel musical muchas de sus composiciones encallaron en una fórmula redundante –melodías vocales épicas-emotivas interrumpidas por descargas de griterío y noisecore, como “Sport Of Form” o “All Futures”–, la energía del sudoroso grupo fue incontestable: más que un concierto, administraron una paliza sónica, con algunos de sus miembros arrastrándose por encima de las cabezas del público o instigando severos pogos, incluyendo una carnicería magna con “Role Models”, brutal performance al micrófono del guitarrista Randall Kupfer. Xavier Gaillard
Cundía la curiosidad por saber cómo mezclarían las canciones del sensacional “Only God Was Above Us” (2024) con los clásicos de Vampire Weekend. Ya advirtió Ezra Koenig, en su nueva visita al festival tras muchos años sin pisarlo (recuerden: la primera vez fue en 2008), que este era de los primeros conciertos en mostrar ese ensamblaje. Y lo cierto es que “Holiday”, “Unbelievers”, “Capricorn” o “Classical” –esta con los bailes improvisados del bigotudo protagonista de su videoclip y su ambrosía pianística– le añaden inventiva, complejidad, sagacidad y matices a su cancionero. También una bienvenida hondura. Para mí es, de hecho, el mejor de sus cinco álbumes, aunque suene a herejía teniendo en cuenta la combustión instantánea que aún prenden en el público canciones como “Cape Cod Kwassa Kwassa”, “Oxford Comma”, “Cousins” o “A-Punk”, con su picante africanista. Dispuestos en torno a seis lámparas circulares a media altura y combinando motivos pictóricos mironianos con imágenes históricas –y, en particular, arquitectónicas– de su imaginario neoyorquino, en formato de septeto, dieron en todo momento la sensación de que sobre el escenario Estrella Damm no podían dejar de ocurrir muchas cosas. Y todas interesantes. Hasta un duelo de saxos entre Koenig y Colin Killalea al final de la larga jam que se marcaron en “New Dorp. New York”, versión del tema de SBTRKT al que Ezra había puesto voz hace una década. Art pop de muchos quilates el suyo, demostración gozosa de que aún tienen hambre y saben divertir y divertirse. Carlos Pérez de Ziriza