La rueda de prensa de presentación de Primavera Sound en 2018 se preveía icónica. Pero seguramente no en el sentido en que luego lo fue. Con la presencia de tres nombres que ya tenían vitola de estrellas –Bad Gyal, C.Tangana y Yung Beef–, fue una discusión hiperhormonada entre estos dos últimos la que generó uno de esos momentos definitorios a nivel generacional. El de Madrid y el de Granada acabaron monopolizando el evento de presentación del festival con un interesante debate sobre el paradigma discográfico alrededor de la música rap: el feudocapitalismo digital defendido por C. Tangana versus la aparente independencia industrial de Yung Beef y su sello, La Vendición. Lo que vino después fueron acciones brillantes de marketing, algunos temas de regalo y una reflexión mucho mayor: el hip hop ya no era una cosa de andar por casa en España.
Además de ser –los tres, también Bad Gyal, a la que en ocasiones se olvida injustamente al recordar ese momento– los grandes protagonistas de este evento del festival musical más importante en España y de los más relevantes a nivel global, lo que sucedía en esos años era algo aún mayor: los chavales y las chavalas que hacían rap ya no eran eso, chavales, sino superestrellas. Cada uno en su registro y cómodos en sus palos, a lo largo de estos años empiezan a desarrollarse trayectorias desde el underground hacia el mainstream, con nombres que hoy en día amasan millones de reproducciones y sólidas (y pingües) carreras.
Podemos citar ejemplos como Kidd Keo. Entre finales de 2015 y 2016 comienza a ofrecer singles en YouTube que atraen la atención de propios y extraños, como “RELAX” u “Okay”, en los que defiende una fórmula sencilla pero a la vez no tan común en España: llevar el trap más puro a una declinación spanglish bien ejecutada –pasó la infancia en Canadá, según él mismo afirma– y con una combinación de espíritu callejero y chulería que sin embargo resuena fácilmente en quien ha llevado una vida de clase media. Su propuesta caló especialmente bien entre la generación más joven en aquel momento. Desde 2017 podemos empezar a citar la influencia de otra responsable de la explosión de este género, Nathy Peluso, publicando singles con la inestimable presencia de ODDLIQUOR –capital para entender también la modernidad sonora del rap en España– en terrenos de avant-garde como “Oreen Ishi”. Peluso iría evolucionando hasta territorios más comerciales y latinos, con cortes como “La sandunguera”, incluido en el EP del mismo nombre lanzado en 2018, que le abriría la puerta del circuito de festivales grandes y su posterior llegada a la música pop, donde está instalada en la actualidad.
Las Islas Canarias siempre han sido una rara avis dentro del panorama musical español, y especialmente en todo lo que tiene que ver con el rap. Una escena vibrante, muy influenciada por el reguetón y otros sonidos por sus lazos de inmigración-emigración con Latinoamérica, con una profunda cultura musical norteamericana seguramente impulsada por su industria turística, amén de otros motivos. Allí existe una vasta nómina de artistas que no siempre trascienden hasta la península y, aunque lo hagan, son injustamente borrados de la memoria colectiva.
A mediados del lustro que nos ocupa en este episodio, llegó un colectivo para acabar con eso. Hablamos de BNMP o Broke Niños Make Pesos. Herederos de los Toska Runners, y formado por nombres como Cruz Cafuné, Ellegas, Choclock e Indigo Jams, en 2017 lanzaron dos referencias. Un larga duración anclado en la tradición de la mixtape, “Pa’l coche” (BNMP, 2017), que incluía palos como el viral “Mi casa” o baladas muy smooth como “Loba”. Y el EP “El Dorado” (Finesse, 2017) junto al colectivo Finesse (en el que encontramos nombres como Jesse Baez), más cercano al R&B y que contaba con cortes como “Rihanna”. A partir de ahí, una trayectoria ascendente a ambos lados del charco, que tiene en la primera referencia larga de Cruz Cafuné el momento diferencial. En 2019 “Cruzzi” protagonizaba junto a Don Patricio otro tema viral que lo situaba todavía más arriba en el mainstream, “Contando lunares”. Y hay que mencionar también la incalculable impronta de otro colectivo canario, Locoplaya. Especialmente la aportación creativa de un artista como Bejo, capital para entender el ensanchamiento estético y sonoro del hip hop en esos años (y posteriores) y que quizá no ha sido siempre lo valorado que se merece por el carácter aparentemente ligero y naíf de su música, restando valor a la profundidad de su creación y a sus datos para rapear; sirva como prueba esta canción con C. Terrible.
Dicho esto, volvamos a Cruz Cafuné y su primer álbum. Hablamos de “Maracucho bueno muere chiquito” (MÉCÈN, 2018). Un álbum conceptual y narrativo, inspirado en la fórmula empleada por el “Good Kid m.A.A.d. City” (2012), de Kendrick Lamar, en el que se cuenta una historia –aderezada con skits de conversaciones y llamadas telefónicas– mitad de amor, mitad narración oral de una vida común en las Islas en la que la coyuntura económica obliga a la delincuencia menor. Todo ello en un envoltorio que incluye canciones para el club, canciones muy raperas y canciones intimistas. Uno de los álbumes más redondos y profundos del rap en español, que le dio una nueva madurez al género y permitió a Cafuné continuar la carrera hasta ser hoy una de las voces más destacadas y propias de la escena.
En este disco juega un papel importante Dano –del que ya hablamos en la segunda entrega de esta serie– en una especie de figura de productor ejecutivo. Pero no es esta la razón por la que lo mencionamos ahora. Ya cerrando la década, publicó un trabajo que sacudió los cimientos del rap español. Hablamos de “Istmo” (Ziøntifik-MÉCÈN Ent., 2019), un disco que apuntaló la vuelta del rap más clásico, pero actualizado a los códigos y gustos del público mayoritario ya por aquel entonces, y acompañado de un mayor contexto artístico, bien a través de la conceptualización creativa –por ejemplo la portada o sus títulos– o del documental que acompañó al disco, dirigido por Gonzalo Hergueta.
También en esos años hubo álbumes imprescindibles para entender el punto actual, no tanto a nivel comercial, pero sí conceptualmente. Hablamos de ejemplos como “Causas perdidas” (Ziøntifik, 2017), de Nethone, posiblemente el MC que mejor uso haya dado al recurso del storytelling en este país. O de “Banzai” (Autoeditado, 2017), de Gata Cattana (1991-2017), una obra ya atemporal en su lanzamiento y aún más eterna tras el fallecimiento de la artista cordobesa. También trabajos como “Un perro andaluz” (Space Hammu, 2019), de los malagueños Delaossa y J. Moods. O la vuelta a la escena de Israel B y su trabajo junto al dúo de productores LOWLIGHT, concretado en EPs como “Hielo” (Lowlight, 2018). O “Presidente” (DNC, 2020), de Foyone.
Mientras el trap se desdibujaba y escupía una heterogeneidad estilística sin precedentes en la escena urbana, cuestión que abordaremos en la siguiente entrega, el rap seguía aprendiendo de la diversidad y confirmando una marcha imparable hacia su nueva edad dorada. ∎