Jaume Sisa (Barcelona, 1948) era, como su vecino Joan Manuel Serrat, hijo del barrio barcelonés del Poble Sec (ambos de la calle Poeta Cabanyes). Su carrera musical fue bastante diferente, aunque sin duda de pequeños mamaron de las mismas fuentes musicales populares, que posteriormente desarrollarían de muy diferente manera.
Tras su paso por el Grup de Folk –donde en una primera instancia no fue aceptado por su pinta extravagante–, Sisa se estrenó con el single “L’home dibuixat” (Edelton-Hi Fi, 1968) y la canción “El trist i desconsolat enterrament de la meva esposa”, que se incluyó en el histórico EP colectivo “Miniatura” (Concèntric, 1969). Debutó en largo con el interesante pero efímero grupo progresivo Música Dispersa con un único álbum homónimo (Diábolo-Movieplay, 1970). Después llegó su primer LP en solitario, “Orgia” (Als 4 Vents, 1971), en el que lo acompañaron miembros de Màquina! y Música Dispersa, entre muchos otros músicos. En su momento, estos discos no tuvieron mucha repercusión aunque, como tantos otros trabajos pioneros de aquella época, han pasado a la historia como obras de culto y, sus ediciones originales, son cotizadas piezas de coleccionista.
Ante aquellas difíciles condiciones, Sisa tuvo que alternar unos cuantos trabajos pero nunca llegó a lanzar la toalla, hasta que consiguió asegurarse un lugar en el Olimpo de la canción gracias a un nuevo disco, y más concretamente a la composición que le daba título, grabado en febrero de 1975 y editado en una fecha indeterminada de aquella primavera. Era “Qualsevol nit pot sortir el sol”, una de las primeras producciones del nuevo sello Zeleste-Edigsa. El álbum fue elegido el octavo en la lista de los mejores discos españoles del siglo XX según Rockdelux (RDL 223, el del 20 aniversario de la revista).
El triunfo absoluto de este álbum y del tema homónimo fue debido a la coincidencia de diversos factores coyunturales muy favorables, como el nacimiento de la sala Zeleste, fundada por Víctor Jou en el Barrio Gótico de Barcelona en 1973, que un tiempo después se aliaba con la compañía discográfica Edigsa para presentar sus nuevos proyectos, básicamente centrados en el jazz-rock hegemónico de mediados de los setenta, aunque con matices, y englobados bajo la etiqueta de ona laietana.
Y el disco de Sisa, aunque se salía de ese esquema musical, fue uno de los primeros en ser grabados. Por otra parte, fue crucial la inspiración de Rafael Moll, programador del local de la calle Argenteria, que ejerció de patriarcal protector de Sisa y también de productor musical suyo sin tener ninguna experiencia profesional. La primera persona a quien el cantante dedicó el disco fue a un tal “R.M., músic somiatruites”, término que podría traducirse al castellano como “soñador” o “iluso”.
Todavía hay más razones para explicarse la conmoción que causó aquel disco. Por ejemplo, la reunión del sorprendente grupo de instrumentistas que trabajó en su grabación. A priori no tenían nada que ver entre ellos, aunque más o menos estuvieran vinculados al ambiente que se creaba en la sala Zeleste. Hablamos de Dolors Palau (flauta y voz), Xavier Riba (violín), Paco Pi (bajo), Quino Béjar (batería) y Manel Joseph (percusión), además de la definitiva aportación, sobre todo en el caso de la canción titular, del piano de Jordi Vilaprinyó, que también ejerció como responsable de los arreglos del álbum.
No obstante, más allá de lo que podríamos considerar como el grupo fijo del Sisa de aquella época, también deberíamos añadir unos cuantos colaboradores más, entre ellos Pau Casares, Toni Aracil, Jordi Batiste, Montserrat Soler, Toni Xuclà, Albert Moraleda, Ricard Gili, Kaito Solís, Rafael Molna, Pere Puértoles, Toni Parramón, Abili Fort, Hug Bosch, Xavier Jarque, Josep Ferreres, Emili La Chambre y el mencionado Rafael Moll. Es decir, una amalgama de gente que tanto podía proceder del extinto Grup de Folk y de la música progresiva como de la incipiente escena jazzística barcelonesa. Y un detalle más: la carpeta del álbum fue concebida por Sílvia Gubern, autora del imperecedero logo de Zeleste.
Capítulo aparte merecen las dedicatorias. Sisa no se quedó corto a la hora de hacer una lista de personas que en buena parte son definitorias del ambiente en que se movía y, también, de algunas de sus debilidades personales. Las reproducimos tal como aparecen en la contraportada del disco: “a la Banda del Rollo Enmascarado; a la tieta Antònia; a l’Orquestra Plateria; als germans Aquilino, acròbates; a diferents amigues en general i a cap en particular; a J.B,, traductor; a la Catalina de la ràdio; a V. J., habitant de la Plaça Reial; a J.P.P., cuiner xinès; a la Sra. Anna”.
Pero aquí no acaba la cosa, porque en la misma contraportada del álbum quedaba espacio para un texto firmado por Ventura Mestres, heterónimo del mismo Sisa, cuya complicadísima redacción recuerda las no menos enrevesadas palabras con que Pau Riba remató su doble disco “Dioptria” (Concèntric, 1969-1970). Por eso, para no sacar ninguna frase de su difícil contexto, me limitaré a reproducir su última sentencia; la traducción es mía: “Se nos ofrece como un traficante de abstracciones, anunciando el género ‘somnivolament’ entre las nieblas urbanas y los entoldados de Fiesta Mayor”. Mestres-Sisa se refiere a sí mismo en dichas palabras, a las que suma “somnivolament”, término inventado y por lo tanto intraducible que mezcla los conceptos de “sueño” y “vuelo”, o eso creo, y probable precedente de “galáctico”.
Si nos centramos en la composición que da nombre al disco, hay que reconocer que, sin quererlo, Sisa escribió e interpretó todo un himno generacional que todavía se mantiene bien vivo, ya que ha conocido, y a día de hoy todavía conoce, decenas de versiones de cualquier estilo –de la música coral al jazz, pasando por la rumba– y ha servido para ilustrar anuncios, sintonías y todo tipo de artefactos comunicacionales. Es decir, que ha sido una composición de aquellas que unen a unos y otros más allá de las ideologías, las creencias y los sentimientos por la sencilla razón de que todo el mundo recuerda con cariño los tebeos, los cuentos y las películas que leyó y vio durante su infancia, y más concretamente si esta transcurrió durante los años cincuenta y sesenta. Cuarenta y siete personajes –o grupos de personajes– protagonistas de tantas viejas historias fueron involuntarios testigos de aquella feliz e insólita aventura.
Pero, tal como explicaba Sisa a nuestro compañero Donat Putx en el libro “Jaume Sisa, el comptador d’estrelles” (Empúries, 2015), con la canción “Qualsevol nit pot sortir el sol” no quiso “hacer un himno ni nada por el estilo. No había absolutamente ninguna intención consciente de ninguna clase a la hora de hacer esta canción. Me parece que la escribí durante el verano de 1972 o 1973, cuando fui a recoger fruta a Lleida para ganar unas pelas. Yo siempre iba a todas partes con la guitarra y una casete, componiendo canciones y grabándolas. ‘Qualsevol nit pot sortir el sol’ era un tema como cualquier otro, no tenía una importancia especial. Todavía te diré más: esta fue la última canción del disco que grabamos, y recuerdo que con Rafael Moll no sabíamos cómo abordarla, porque nos parecía que no era del todo una canción, sino una historieta. No diría que era una broma, pero la veíamos como una canción menos seria”.
El posteriormente autodenominado “transcantautor” añadía: “Para mí, ‘El setè cel’ era una canción, ‘El fill del mestre’ era una canción, ‘Maria LIuna’ era una canción, pero esta era más bien un divertimento. Era como decir, ‘Mira, he cogido un montón de personajes, los he juntado, y se van de fiesta’. Y punto”. Pero el destino tenía reservado otro futuro para esta composición: “Decidimos que el arreglo debía ser conciso, sobrio, sin base, ni batería ni orquestación. Al final dio título al disco, pero no por nosotros. Ni Rafael Moll ni yo pensábamos que el disco tenía que llamarse ‘Qualsevol nit pot sortir el sol’, pero la canción la escuchó Víctor Jou, la escuchó Claudi Martí (de la discográfica Edigsa), la escuchó más gente y todo el mundo se quedaba enganchado”.
Donat Putx pregunta a Sisa si le sorprendió aquella espontánea reacción colectiva, y el autor de la composición responde: “Sí, sí, totalmente. Yo no lo acababa de entender. Pensaba: ‘¡Pero si prácticamente no es una canción, si tan solo hay un pianito –un gran trabajo de piano de Jordi Vilaprinyó, todo sea dicho– y un estribillo! ¡Si no tiene ni una melodía potente!’. Pero cuando la estábamos grabando todos se sorprendían, y al final se decidió que sería la canción estelar”.
Sí, la canción que da título a “Qualsevol nit pot sortir el sol” ha pasado a la historia, pero a su lado hay un puñado de composiciones que ni mucho menos pueden ser menospreciadas o ignoradas. Son canciones que nos explican cómo Sisa había ido acumulando ideas a lo largo de los años y cómo las dejaba ir de golpe, aunque quedaran más o menos escondidas o eclipsadas por el éxito de la pieza más conocida del disco. Hablo de un repertorio que, en conjunto, dio paso al nacimiento de un estilo de música del todo surrealista y a la vez profundamente casero, con abundantes detalles de las músicas populares y tradicionales, que fue bautizado con el epíteto de “canción galáctica”, un calificativo que nadie ha sido capaz de definir del todo, pero que ha creado una auténtica escuela.
Por eso también hay que rendir justo homenaje a composiciones tan alucinantes como la disparatada y anárquica “El fill del mestre”, conducida por un violín clásico que se desmelena. O la lírica, barroca y onírica “El setè cel”, otro gran himno galáctico que considero entre lo más destacado del álbum, más incluso que “Qualsevol nit pot sortir el sol”. Todo ello sin olvidar las otras cinco composiciones del disco: la melancólica “Germà aire”, dedicada a un supuesto hermano gemelo; el cuplé swinguero con que se declara a un “Maniquí”; la bucólica con ciertos aires de bolero “Cançó de la Font del Gat”, paraje cercano al hogar de Sisa que ya fue mitificado por una sardana de Enric Morera; otra declaración de amor a una mujer imposible, “Maria Lluna”, cantada con ritmo de slow rock a la italiana; así como “Senyor botiguer”, un homenaje con sabor de rumba antigua al entrañable tendero del barrio, emblema del catalanismo conservador. En definitiva, una gran colección de canciones atemporales –escritas, por cierto, en un catalán del todo académico– que en su mayoría nos hablan de personajes familiares, cercanos, cotidianos y a la vez estrambóticos y fantasiosos.
Así pues, todos estos temas, muchos de ellos por desgracia olvidados, acaban de completar el particular universo de un artista diferente y divergente –y “disolvente”, como también fue calificado por las trasnochadas autoridades políticas de la época– que bordó un disco absolutamente redondo –en el sentido metafórico, claro está– partiendo de un cancionero popular más bien ramplón o adocenado, pero del todo imaginativo, con unos aires de music hall decadente o de cabaret desastrado que precisamente tenía su cuartel en Zeleste, la sala más moderna del momento, y que por lo tanto acabó deviniendo una obra de lo más contemporánea y desafiantemente atrevida.
Aquel mismo año de 1975 se celebró el primer festival Canet Rock. La de Sisa era una de las actuaciones más esperadas, pero a última hora su concierto fue prohibido por el Gobierno Civil de Barcelona, que dictó: “No se autoriza la actuación de la cantante Lisa” (sic). Cuando llegó el momento de su frustrada comparecencia, Víctor Jou y Rafael Moll, organizadores del acontecimiento, ya habían pensado en una solución alternativa: el escenario se quedó vacío con solo un foco iluminando una silla y un micro, mientras por los altavoces sonaba a todo trapo “Qualsevol nit por sortir el sol”, que tararearon las 30.000 persones congregadas. Sin duda, fue el momento más emotivo de la noche. El mismo Sisa, que se encontraba en el backstage, confesó que se había emocionado. Y el resto de los presentes también, por supuesto.
Después de “Qualsevol nit pot sortir el sol”, Sisa continuó haciendo buenos discos, como el inmediato “Galeta galàctica” (Zeleste-Edigsa, 1976), que de hecho era una continuación del LP anterior, y el mayestático doble-LP “La Catedral” (Zeleste-Edigsa, 1977). Más adelante llegó su exitosa colaboración con la compañía teatral Dagoll Dagom, sobre todo gracias a sus composiciones para el espectáculo “Nit de Sant Joan” contenidas en el álbum del mismo título publicado por Edigsa en 1981. Y en 1984, anunció su despedida con el doble álbum “Transcantautor. Última noticia” (PDI, 1984), decepcionado con la política de las administraciones, sobre todo las controladas por Jordi Pujol y su gobierno, respecto a los cantautores, reapareciendo poco después en Madrid transformado en un decadente intérprete de boleros llamado Ricardo Solfa, alias que ya había adoptado cuando participó en el nacimiento de la Orquestra Plateria.
A la larga, y a pesar de contar con el apoyo de la compañía Nuevos Medios, esta experiencia no fue demasiado esplendorosa, y al llegar el cambio de milenio Sisa volvió a grabar en catalán, con Pascal Comelade como productor, el álbum “Visca la llibertat” (Drac-Virgin, 2000), disco que fue bien acogido como si se tratara del retorno del hijo pródigo, elegido por Rockdelux –junto a “En familia” (Elefant, 2000), de Vainica Doble– como álbum nacional del año. Así, fue subsistiendo con algunos trabajos no tan interesantes hasta que, después de publicar el memorable “Malalts del cel” (Satélite K, 2016), que ocupó el puesto 16º en la lista de los mejores discos españoles de los primeros 25 años del siglo XXI publicada en el número 400 de Rockdelux, anunció su retirada, que por lo visto hasta ahora es definitiva.
Coincidiendo con el cincuentenario de “Qualsevol nit pot sortir el sol”, la compañía Satélite K ha vuelto a publicar el disco con una cuidada edición remasterizada y limitada a 250 ejemplares, en vinilo transparente. Y aprovechando el aniversario, la misma compañía también ha reeditado en formato LP los discos “Orgia”, que incluye el single “L’home dibuixat”, además de “Sisa & Melodrama” (Edigsa, 1979) y el celebrado “Malalts del cel”, su despedida. ∎