Los barceloneses fueron doblemente castigados –por un horario diurno y su correspondiente sol mortal en el escenario Cupra– y, sin embargo. lograron salvar el pellejo con un show simpatiquísimo que, si bien contó con ciertas irregularidades de flujo y punch ausente en un par de temas, terminó por todo lo alto con el combo disco-housero “Quiero verte bailar” (con coreografía grupal incluida) y “El house de la ciutat”. Teclados, Keytar, pandereta, trombón puntual, un invitado rapeador (en “Gasss”), voz robotizada, espejos sobre el escenario y pequeñas pantomimas (broncas y reconciliaciones simuladas entre los miembros) amenizaron un espectáculo variado de fiesta funky-jazzera (“Nadie sabe”, “Manual de autoayuda”), aires brasileños (“Chesterfield”, en la cual se fumaron unos cigarros y animaron a la gente a hacer lo mismo, ¿en broma?) y coreos a capela del público (“Manzanilla”). Xavier Gaillard
Deberían dar un premio a los disc-jockeys que se salen del cliché. DJ Python lo hace, y además con elegancia y gracia. Neoyorquino de raíces latinas, se nota que Brian Piñeyro (su verdadero nombre) tiene como objetivo hacer disfrutar al personal. Y pone todos los medios a su alcance: desde el denbow de arte y ensayo hasta el house desestructurado, pasando por el pop electrónico menos previsible, el funk brasileño, la descarga latina o, sobre todo, el reguetón deconstruido y experimental. Todo en el mismo lote, y mezclado con savoir faire, sin que se noten las junturas. Al parecer, es un apasionado de la perfumería, lo que explicaría su amor por la adecuada mezcla de ingredientes para dar con la fórmula perfecta. Con un fondo de pantalla de gaviotas, que parecían sobrevolarlo sin cesar, Python combinó en el escenario Plenitude buenos temas de Favio Alabart o Kornél Kóvacs (“Pantalón”) con creaciones propias, logrando el cenit con el furor percusivo del “Aye Ata” de Danvers. Luis Lles
La banda de Bristol no necesita calentamientos. Una vez salta sobre el escenario, en este caso el Revolut, nadie abandona hasta que el último muerda la lona con su rock hipertrofiado. Resulta de hecho difícil encontrar a día de hoy una propuesta en su género tan arrolladora y demencial, y con el carisma que desprenden cuatro de sus cinco integrantes. Joe Talbot y los suyos no entienden de reservas. Se convierten en perros de presa capaces de dejar dentelladas incluso entre los más escépticos o desencantados con el estado de las cosas en el rock. Talbot volvió a quedar sin repostaje salival por el abuso de su descomunal gruta vocal. De hecho, por un momento, parecía que de tanto sobrepasar los límites podía romper sus cuerdas vocales y dejar a la banda sin gira veraniega. Pero no fue así, siguió revolucionado con los suyos y arengando a ese fan sudoroso que se lanzaba hacia pogos propios de una batalla medieval hollywoodiense. Al lado del espídico frontman, dos guitarras completamente desbocados, si bien Mark Bowen ganaba la competición estrambótica y humorística con su vestido de lentejuelas ceñido y sus impagables poses y bailes. Aunque fueron ambos quienes se lanzaron a un crowdsurfing extremo entre su público. Una estampa registrada por la realización y con boletos para mantenerse en la memoria de muchos. Por su parte, a la mínima ocasión, Talbot izaba la bandera reivindicativa contra el fascismo y con discursos de recuerdo sobre el pueblo palestino. Su “Free for Palestine” terminó coreado por la mayoría de asistentes ante un cantante emocionado que, a diferencia de sus compatriotas Sleaford Mods, no concibe cálculos para denunciar la actual barbarie. En términos de repertorio tampoco hubo reclamaciones. Buen equilibrio entre sus clásicos y los temas del nuevo álbum. Concluyeron con traca: “Dancer”, la tremenda “Danny Nedelko” y un “Rottweiler” donde los perros de presa dejaron clavadas en la lona sus últimas dentelladas. Listón altísimo para Fontaines D.C. Marc Muñoz
Un problema técnico retrasó el arranque de la densa sesión de la introspectiva norteamericana de pelo plateado en el trasunto-del-Auditori en la sala Paral·lel 62, y aparentemente contribuyó a su anticlimático final: petó súbitamente el suministro de corriente, interrumpiendo el amorfo paisaje dronero que estaba confeccionando. Equipada con osciladores y sintetizadores modulares, Malone se mantuvo relativamente alejada de su característico minimalismo sacro –la próxima vez estaría bien meterla en una iglesia con un órgano de toda la vida–, aunque hubo resquicios litúrgicos en el sabor indostaní o atonal de algunos de los flemáticos barridos de cuerdas scelsianas que emuló con los aparatos. La cima del recital llegó indudablemente hacia la mitad, cuando esbozó una pantanosa pero rotunda melodía de cuatro notas sobre un granulado muro de ruido y texturas afiladas, para luego aterrorizar las orejas de los presentes con una especie de harsh noise sludgesco radicado en tres chirriantes movimientos reiterados. Xavier Gaillard
Si el sonido de Magdalena Bay ha evolucionado de un synthpop más estándar a la exploración maximalista, en el escenario Amazon nos transportó al centro de la crisálida de su “Imaginal Disk” (2024). Entre atmósferas, visuales y atrezo, su Mistery Tour es un viaje de transformación, repleto de capas y detalles, una mirada a través de un espejo satelital y túnel del tiempo (¿Alicia a través del espejo del siglo XXI?). Mica Tenembaum corretea con voz algo tímida al inicio, mientras va ganando matices, encanto y ojos de insecto, atravesando todas sus pasiones sonoras, a veces más ensoñadora (“Death And Romance”), o en oscura psicodelia (“Tunnel Vision”), pero sin temor a caer en ABBA (“Cry For Me”) para resurgir alada entre sonoridades de piano (“Angel On A Satellite”). “Ballad Of Matt And Mica” cerró la ceremonia. Susana Funes