FKA twigs: cuerpo de baile. Foto: Óscar García
FKA twigs: cuerpo de baile. Foto: Óscar García

Festival

Primavera Sound (5 de junio /1): surtido de delicias vespertinas

Durante la primera jornada de Primavera Sound a pleno rendimiento en el Parc del Fòrum, en su tramo de tarde y primeras horas de la noche, vimos más de un concierto sensacional, de los que dejan huella. Del rodillo post-flamenco de Frente Abierto a la exhibición hors catégorie de FKA twigs, pasando por el salvajismo de IDLES y, antes, en la programación de Auditori fuera del recinto, la experiencia que supone vivir un concierto de Moritz von Oswald y su espectáculo “Silencio”. Pero hubo más, y también bueno, repartido por todos los escenarios del recinto.

AMORE

Vestida de blanco en transparencias, AMORE llegó al escenario Estrella Damm bucólica, como si caminara entre prados. Con voz acariciadora, aunque traspasada por algún efecto y solo sus pistas como banda, presentó el álbum “Top Hits, Ballads, etc” (2025). Su pop elegante, de acogedoras atmósferas, vuelos electrónicos y ricas armonías vocales encajó más juguetón y minimalista en temas como “Llora que te llora”, “Last María On Earth” y “Peléame”, mientras tres bailarinas creaban figuras en el suelo que una toma cenital convertía en cuadros en pantalla. Cautivó con “Querió Lona”, empuñando postizas, quizá como un guiño a sus raíces, y recuperó “Disneyland Paris” en clave drum’n’bass. Pero la mayor acogida fue para su revés más trapero, como la fresca y poliamorosa “Fight” y el cierre de “Favorita”. Susana Funes

AMORE: muy fresca. Foto: Óscar García
AMORE: muy fresca. Foto: Óscar García

Beabadoobe

Acababa de cumplir los 25 años hace dos días y, por supuesto, lo comentó en su actuación para alborozo de sus numerosos fans. Nacida en Filipinas y criada en Londres, Beatrice Kristi Ilejay Laus suele citar entre sus influencias a Smashing Pumpkins, Elliott Smith, The Moldy Peaches o Pavement... pero en realidad suena a Avril Lavigne y a Alanis Morissette recauchutadas y puestas al día. O mejor, como una Miley Cyrus para la generación Z. Sin duda, le vino un poco grande el Estrella Damm, uno de los escenarios principales del festival. Pero canciones como “Further Away”, “the perfect pair” o sobre todo su hit “Take A Bite” –que fluctúan entre el grunge-pop, el bedroom pop y el folk-pop– sonaron frescas y, sí, primaverales. Claro que nadie está obligado a la trascendencia. Así que lo suyo fue como una agradable exhalación. Luis Lles

Beabadoobe: agradable. Foto: Óscar García
Beabadoobe: agradable. Foto: Óscar García

Cassandra Jenkins

Solucionados los iniciales problemas de sonido, Cassandra Jenkins comenzó su actuación en el escenario Amazon Music con “Devotion” y lo bordó hasta nueve temas después con “New Bikini”. Acompañada por guitarra, bajo, batería y el instrumento menos sustituible en su repertorio, el saxo, revisó sobre todo su último disco, “My Light, My Destroyer” (2024), del que tocó cinco canciones. Algunas, como “Delphinium Blue”, sonaron en directo menos atmosféricas que en la grabación. Otras, caso de “Only One”, resultaron algo más intimistas que en el álbum. Una hora de dream pop-folk bien aquilatada. La sorpresa más grata fue la capacidad de Jenkins para integrar en sus delicadas texturas melódicas los arrebatos de la guitarra eléctrica. Adam Brisbin, con un gesto corporal a la contra del resto de la banda, incluso tuvo destellos de las seis cuerdas enfebrecidas de Ira Kaplan en “Hard Drive”, una de las mejores canciones de la autora neoyorquina, procedente de su álbum anterior, “An Overview On Phenomenal Nature” (2021). Quim Casas

Cassandra Jenkins: sutileza bajo el sol. Foto: Marina Tomàs
Cassandra Jenkins: sutileza bajo el sol. Foto: Marina Tomàs

Ciutat

Los barceloneses fueron doblemente castigados –por un horario diurno y su correspondiente sol mortal en el escenario Cupra– y, sin embargo. lograron salvar el pellejo con un show simpatiquísimo que, si bien contó con ciertas irregularidades de flujo y punch ausente en un par de temas, terminó por todo lo alto con el combo disco-housero “Quiero verte bailar” (con coreografía grupal incluida) y “El house de la ciutat”. Teclados, Keytar, pandereta, trombón puntual, un invitado rapeador (en “Gasss”), voz robotizada, espejos sobre el escenario y pequeñas pantomimas (broncas y reconciliaciones simuladas entre los miembros) amenizaron un espectáculo variado de fiesta funky-jazzera (“Nadie sabe”, “Manual de autoayuda”), aires brasileños (“Chesterfield”, en la cual se fumaron unos cigarros y animaron a la gente a hacer lo mismo, ¿en broma?) y coreos a capela del público (“Manzanilla”). Xavier Gaillard

Ciutat: gran fiesta. Foto: Marina Tomàs
Ciutat: gran fiesta. Foto: Marina Tomàs

CMAT

La irlandesa Ciara Mary-Alice Thompson no tiene vergüenza. Ni la conoce. ¿Complejos? Ni uno tampoco. Su descaro recuerda al de Lilly Allen, Lola Young y toda esa tradición de díscolas estrellas femeninas surgidas de las Islas Británicas: nos muestra su trasero a modo de presentación, derrocha procaz sentido del humor, se pone el mundo por montera. Alude a la nutrida parroquia irlandesa y se rodea de una banda de rednecks celtas, si eso es posible: algún sombrero de cowboy y un violín prominente, y dos de ellos, guitarra y teclista, se dan un (barbado) morreo ante el alborozo generalizado. En lo mollar, la suya es una suerte de fórmula countrypolitan de canciones resultonas y poco más. Cruce de cables entre Nashville y el condado de Meath, con frecuente mensaje LGBTQ+. Petó las costuras del recinto ante el escenario Cupra –a reventar– como yo personalmente no había visto desde el paso de Caetano Veloso hace once años. Se notan las nominaciones a los Brit, Ivor Novello y Mercury Prize. Carlos Pérez de Ziriza

CMAT: sin complejos. Foto: Óscar García
CMAT: sin complejos. Foto: Óscar García

DJ Koze

El alemán Stefan Kozalla, más conocido como DJ Koze, ha terminado siendo uno de los más longevos y reconocidos productores del panorama electrónico germano. Procedente de la activa escena de Hamburgo, comenzó su trayectoria con una clara cercanía a la onda trance, progressive house y emotechno. Pero en los últimos años, y sobre todo en su reciente y magnífico álbum, “Music Can Hear Us” (2025) –que incluye la colaboración de Damon Albarn en el magnético tema “Pure Love”–, ha ido derivando hacia una corriente más étnica, meditativa y hippy de la electrónica. Algo que se apreció claramente en su set del festival en el escenario Plenitude. Muy bien acompañado por unas imágenes de animales tratadas con colores lisérgicos, Koze estableció una excelente conexión con el público y, sin abandonar en ningún momento su filiación con el progressive, se zambulló en un marasmo de percusiones selváticas y ritmos afrolatinos. Luis Lles

DJ Koze: lisergia electrónica. Foto: Rosario López
DJ Koze: lisergia electrónica. Foto: Rosario López

DJ Python

Deberían dar un premio a los disc-jockeys que se salen del cliché. DJ Python lo hace, y además con elegancia y gracia. Neoyorquino de raíces latinas, se nota que Brian Piñeyro (su verdadero nombre) tiene como objetivo hacer disfrutar al personal. Y pone todos los medios a su alcance: desde el denbow de arte y ensayo hasta el house desestructurado, pasando por el pop electrónico menos previsible, el funk brasileño, la descarga latina o, sobre todo, el reguetón deconstruido y experimental. Todo en el mismo lote, y mezclado con savoir faire, sin que se noten las junturas. Al parecer, es un apasionado de la perfumería, lo que explicaría su amor por la adecuada mezcla de ingredientes para dar con la fórmula perfecta. Con un fondo de pantalla de gaviotas, que parecían sobrevolarlo sin cesar, Python combinó en el escenario Plenitude buenos temas de Favio Alabart o Kornél Kóvacs (“Pantalón”) con creaciones propias, logrando el cenit con el furor percusivo del “Aye Ata” de Danvers. Luis Lles

DJ Python: volando alto. Foto: Rosario López
DJ Python: volando alto. Foto: Rosario López

FKA twigs

Creo que es justo reconocerlo: “EUSEXUA” (2025) es para FKA twigs el equivalente a lo que fue “RENAISSANCE” (2022) para Beyoncé. Ese disco lúdico, versátil, recreativo y bailable con el que engrasar su argumentario, llegar aún a más público y poner a todo el mundo a bailar. También ese disco por el que ninguna de las dos habrá redefinido ningún lenguaje ni habrá pulverizado barrera genérica ni estilística conocida. Sin transgresión alguna. No puede ser casual que anoche, en el escenario Estrella Damm, al igual que ocurría en el séptimo álbum de la norteamericana, el guiño más explícito fuera al “Vogue” de Madonna. Al mismo tiempo, es ese trabajo que lo tiene todo para que Tahliah Debrett Barnett exhiba en público su condición de estrella global. Aquí ya no hay ni la sutileza de anteriores visitas ni aquella extraña singularidad de tintes casi alienígenas en modo minimalista que se gastaba en ediciones como la de 2019, pero sí el poderío de una artista más total, en un preciso show distribuido en tres actos con coreografías infartantes y derroche de orgullo clubber, y con un concepto escénico –apenas una estructura metálica cuadrangular, una puntual barra de pole dancing que sigue dominando como si durmiera junto a ella– que por momentos me recordó a los espectáculos de marcialidad contagiosa de la mejor Janet Jackson. Un directo irreprochable, que da muestra de su crecimiento y madurez en escena, aunque personalmente lo que más me gustó (y que me apedreen sus fans irredentos) fue precisamente su tramo más desnudo: ese tercer acto en el que, sin fastos ni alharacas, sin guardia de corps, brilla solo su voz como intérprete al servicio de clasicazos (ya) como “Two Weeks” o “Cellophane”. Carlos Pérez de Ziriza

FKA twigs: otro club es posible. Foto: Óscar García
FKA twigs: otro club es posible. Foto: Óscar García

Frente Abierto

Poco a poco, el flamenco está dejando atrás su pasado como refugio de puristas para convertirse en el mejor laboratorio de experimentación de la música española. Su actual afición por el riesgo está generando propuestas tan deslumbrantes como Frente Abierto, que, mucho más allá de ser considerado como un Omega 2.0 (con una formación como esta resulta inevitable citarlo como referencia), se precia de llevar el flamenco a la estratosfera sónica. Delante de una pantalla que escupía imágenes de la Guerra Civil y el universo gitano en el escenario Schwarzkopf, el siempre brillante Raúl Cantizano a las guitarras flamenca y española, David Cordero (Úrsula et al) con las máquinas y las bestias pardas de Orthodox (expertos en aplastar doom contra free jazz) unieron fuerzas con un enorme y torrencial Israel Fernández (muchos recordamos todavía su paso por Primavera Sound hace dos años junto a Diego del Morao) y Lela Soto (de la saga de los Sordera) para construir un entramado en el que las soleares se vuelven stoner y en el que los tangos maridan con el hardcore. El final, ruidoso y por bulerías, fue intenso y flamígero. Narcosis flamenca. Luis Lles

Frente Abierto: Israel Fernández en los campos del doom metal. Foto: Rosario López
Frente Abierto: Israel Fernández en los campos del doom metal. Foto: Rosario López

IDLES

La banda de Bristol no necesita calentamientos. Una vez salta sobre el escenario, en este caso el Revolut, nadie abandona hasta que el último muerda la lona con su rock hipertrofiado. Resulta de hecho difícil encontrar a día de hoy una propuesta en su género tan arrolladora y demencial, y con el carisma que desprenden cuatro de sus cinco integrantes. Joe Talbot y los suyos no entienden de reservas. Se convierten en perros de presa capaces de dejar dentelladas incluso entre los más escépticos o desencantados con el estado de las cosas en el rock. Talbot volvió a quedar sin repostaje salival por el abuso de su descomunal gruta vocal. De hecho, por un momento, parecía que de tanto sobrepasar los límites podía romper sus cuerdas vocales y dejar a la banda sin gira veraniega. Pero no fue así, siguió revolucionado con los suyos y arengando a ese fan sudoroso que se lanzaba hacia pogos propios de una batalla medieval hollywoodiense. Al lado del espídico frontman, dos guitarras completamente desbocados, si bien Mark Bowen ganaba la competición estrambótica y humorística con su vestido de lentejuelas ceñido y sus impagables poses y bailes. Aunque fueron ambos quienes se lanzaron a un crowdsurfing extremo entre su público. Una estampa registrada por la realización y con boletos para mantenerse en la memoria de muchos. Por su parte, a la mínima ocasión, Talbot izaba la bandera reivindicativa contra el fascismo y con discursos de recuerdo sobre el pueblo palestino. Su “Free for Palestine” terminó coreado por la mayoría de asistentes ante un cantante emocionado que, a diferencia de sus compatriotas Sleaford Mods, no concibe cálculos para denunciar la actual barbarie. En términos de repertorio tampoco hubo reclamaciones. Buen equilibrio entre sus clásicos y los temas del nuevo álbum. Concluyeron con traca: “Dancer”, la tremenda “Danny Nedelko” y un “Rottweiler” donde los perros de presa dejaron clavadas en la lona sus últimas dentelladas. Listón altísimo para Fontaines D.C. Marc Muñoz

IDLES: el ruido y la furia. Foto: Marina Tomàs
IDLES: el ruido y la furia. Foto: Marina Tomàs

julie

El trío californiano julie abrió su concierto en el escenario Trainline con samples de violines y apostando por un sonido totalmente diferente al del estudio. Si bien los elementos compositivos se mantuvieron junto a las influencias post-punk, noise y grunge, el pedal Big Muff de la guitarra y la saturación de la ganancia sobre el volumen del bajo y la batería entregaron un directo casi con sordina. Así, la banda se prodigó en pequeños paisajes sonoros entre canciones y, dentro de ellas, en secciones melódicas de corte más indie que dieron paso a una especie de oscuro dream noise, más gótico en “catalogue” y más abstracto en su éxito “fluffer”, donde la voz solo fue parte del paisaje sonoro. Muros de sonido, los justos: “skipping tiles” y en el cierre con “through your window”. Escasas fueron las canciones de su último álbum. Daniel P. García

julie: indie californiano. Foto: Rosario López
julie: indie californiano. Foto: Rosario López

Kali Malone

Un problema técnico retrasó el arranque de la densa sesión de la introspectiva norteamericana de pelo plateado en el trasunto-del-Auditori en la sala Paral·lel 62, y aparentemente contribuyó a su anticlimático final: petó súbitamente el suministro de corriente, interrumpiendo el amorfo paisaje dronero que estaba confeccionando. Equipada con osciladores y sintetizadores modulares, Malone se mantuvo relativamente alejada de su característico minimalismo sacro –la próxima vez estaría bien meterla en una iglesia con un órgano de toda la vida–, aunque hubo resquicios litúrgicos en el sabor indostaní o atonal de algunos de los flemáticos barridos de cuerdas scelsianas que emuló con los aparatos. La cima del recital llegó indudablemente hacia la mitad, cuando esbozó una pantanosa pero rotunda melodía de cuatro notas sobre un granulado muro de ruido y texturas afiladas, para luego aterrorizar las orejas de los presentes con una especie de harsh noise sludgesco radicado en tres chirriantes movimientos reiterados. Xavier Gaillard

Kali Malone: noise problemático. Foto: Rosario López
Kali Malone: noise problemático. Foto: Rosario López

Kate Bollinger

El escenario Revolut se convirtió a media tarde en un refugio anticlimático gracias a la presencia de Kate Bollinger con formación de cuatro. La cantautora estadounidense practica ese folk-pop que no resulta fácil de defender a esas horas, y menos en un escenario tan concurrido de un evento de tales proporciones. Y, sin embargo, logró captar la atención, incluso para la camada “brat”. Con su voz apaciguadora de conflictos, siempre y cuando no intervenga IDLES, y esa sonoridad sedosa, se echó de menos algo de variedad en una propuesta demasiado lineal. Esta sí apareció en los últimos compases con la entrada de un órgano para dar lustre a una hermosa balada en la que la de Virginia pudo demostrar su profunda sensibilidad como intérprete. Marc Muñoz

Kate Bollinger: sedosa. Foto: Marina Tomàs
Kate Bollinger: sedosa. Foto: Marina Tomàs

Magdalena Bay

Si el sonido de Magdalena Bay ha evolucionado de un synthpop más estándar a la exploración maximalista, en el escenario Amazon nos transportó al centro de la crisálida de su “Imaginal Disk” (2024). Entre atmósferas, visuales y atrezo, su Mistery Tour es un viaje de transformación, repleto de capas y detalles, una mirada a través de un espejo satelital y túnel del tiempo (¿Alicia a través del espejo del siglo XXI?). Mica Tenembaum corretea con voz algo tímida al inicio, mientras va ganando matices, encanto y ojos de insecto, atravesando todas sus pasiones sonoras, a veces más ensoñadora (“Death And Romance”), o en oscura psicodelia (“Tunnel Vision”), pero sin temor a caer en ABBA (“Cry For Me”) para resurgir alada entre sonoridades de piano (“Angel On A Satellite”). “Ballad Of Matt And Mica” cerró la ceremonia. Susana Funes

Magdalena Bay: oscuridad ensoñadora. Foto: Eric Pàmies
Magdalena Bay: oscuridad ensoñadora. Foto: Eric Pàmies

Moritz von Oswald

La puesta en escena de “Silencio” (2023) en la sala Paral·lel 62, dentro del ciclo “Auditori Goes To…”, planteó con un golpe seco de inteligencia creativa las diferencias y similitudes entre el sonido humano de las voces del coro Vocalconsort Berlin –cuatro sobre el escenario y seis más repartidos en el anfiteatro– y la producción electrónica –techno, dub minimal, antiambient–. Moritz von Oswald, solo en escena, rodeado de sintetizadores clásicos, teclado, gongs, caja y platillo, ejecutó en directo poco, pero pareció un mundo: casi todo estaba secuenciado. No importó, porque sus ideas y su sonido característico brillaron con fuerza y aplomo. Lo fundamental sucedía en otro plano. Las voces, dirigidas desde la platea por una directora con batuta firme, seguían las adaptaciones del compositor finlandés Jarkko Riihimäki, que trasladó al formato vocal las tensiones electrónicas ideadas por von Oswald. El resultado no fue una fusión, sino una fricción: materia acústica enfrentando materia sintética; música acusmática –la que solo tiene sentido escuchada en altavoces– de elevación máxima. Ecos de “Persepolis” (1971) de Xenakis, de Ligeti (en su etapa vocal de los años sesenta y setenta), de “La création du monde” (1982) de Parmegiani o de las bandas sonoras de Popol Vuh para Werner Herzog no como citas, sino como temperatura estructural para calibrar un momento en directo del que te acuerdas toda la vida. Von Oswald, afectado por un ictus, operaba con una sola mano, pero con una visión total. Lo que en el disco es abstracción, aquí se volvió arrolladora presencia física. Ningún efectismo. Sobriedad radical. Una densidad vehemente que no gritaba con ideas plomizas, porque se impuso con un genio que te hace pensar en Moritz von Oswald como un compositor que ya juega al lado de las luminarias de la música contemporánea. Sencillament inolvidable. Jaime Casas

Nourished By Time

La música de Nourished By Time a veces parece existir en ese límite entre lo hortera y lo posmoderno, una difusión en boga en esta época de nostalgias y resignificaciones, de trampantojos y coartadas: sería fácil agarrarse a todas sus bondades para obviar que el concierto que Marcus Brown dio en el escenario Schwarzkopf fue mucho menos pasional de lo que se podría esperar. Acompañado por teclista y guitarrista, el músico de Baltimore no logró servir del todo su coctelera de sonidos ochenteros. La agitó. Pero algo se derramó. Casó synthpop y groove, esbozó muchas cosas –quizá lo mejor fue cómo se llevó el hip house de “Daddy” a una efectiva descomposición dance-rock–, pero quizá ninguna de forma impoluta. Acaso ese es su encanto. Aunque hay en su imaginario la idea de algo más grande, más cuando se perciben, por momentos, ciertos dejes por buscar la contundencia del Prince domador de estadios. Tampoco brilló en su show esa desinhibición íntima que se le presupone a esa vertiente bedroom pop, cada vez más olvidada, mientras que las agradables derivas house –llegó a sobrevolar la idea de Brown conviviendo con Derrick May y Sueño Latino– se vieron un tanto frustradas por un desempeño vocal más propio de un crooner R&B descafeinado, que no etéreo. Con todo, la narcosis se fue al instante con el dance-punk de “9 2 5” –tema de su próximo álbum–, cantado en modo diva disco ahogada en probióticos; o al final del set, con ese pequeño hit pop que es “Hell Of A Ride”, la prueba de que, en cualquier caso, Nourished By Time ya tiene lo más importante: buenas y grandes canciones. Anton Casas

Nourished By Time: coctelera ochentera. Foto: Rosario López
Nourished By Time: coctelera ochentera. Foto: Rosario López

sistema de entretenimiento

El trío de Mollet lanzó un ataque sin prevención contra lo popular y la corrección. Su electro punk guasón y líneas melódicas de autos de choque fue ganando consistencia a medida del transcurso de su show en el escenario Trainline. Las bromas internas y externas del trío fueron cuajando, así como una música que en otro tiempo de la historia musical española hubiera gozado de mayor resonancia. Aun así, sin batería pero con laptop y caja de ritmos, guitarra y bajo, el trío logró ganarse al público congregado con sus canciones de inmediata combustión. Ahí sonaron “Sarah Connor” como buena toma de un repertorio que filtra la cultura pop desde la incorrección y el no servilismo. Una broma entre colegas de recreo que va adquiriendo volumen. Marc Muñoz

sistema de entretenimiento: punk con guasa. Foto: Marina Tomàs
sistema de entretenimiento: punk con guasa. Foto: Marina Tomàs

This Is Lorelei

Para presentar en el escenario Schwarzkopf su pequeña perla de bedroom pop “Box For Buddy, Box For Star” (2024), Nate Amos optó por un formato híbrido: el trío de guitarra eléctrica, bajo y batería era complementado por elementos pregrabados de violines, teclados, guitarra acústica, beats o piano, una configuración que brindó resultados mixtos. Por un lado, “I’m All Fucked Up” perdió su peculiar encanto Ween-esco, y a la muy Elliott Smith “Two Legs” le faltó cierta intimidad mágica. Por otro, brillaron el melodismo épico de “Dancing In The Club”, interpretada como en la versión de MJ Lenderman, y el country-rock bailongo de “An Extra Beat For You And Me”. Igualmente puede decirse que la actitud slacker de Amos, rasgueando y cantando medio aburrido, sin modificaciones vocales, sumó a la vez que restó, dependiendo de cómo se mire. Xavier Gaillard

This Is Lorelei: modo slacker. Foto: Marina Tomàs
This Is Lorelei: modo slacker. Foto: Marina Tomàs

Ultralágrima

Los valencianos Marcos Silvy-Legilois e Ignacio López disponen su entidad sonora como Ultralágrima hacia ese emo-pop en estado de gracia de nuestro territorio, que aboga por una masculinidad hipersensible. Con o sin ayuda de Auto-Tune y de las voces pregrabadas, ambos se turnan para cantar al acople de bases y líneas melódicas de enjundia. No extrañaría que en su biblioteca digital aparezcan SALEM o Crystal Castles entre los más reproducidos. Porque ese recogimiento íntimo al que aluden sus letras y melodías queda violentado por metralla bass y electro. Y a esas horas madrugadoras de la jornada en el escenario Schwarzkopf tuvo especial mérito que se desenvolvieran con fortuna en ambas lides. Tanto en la íntima como en la abrupta maximalista. Marc Muñoz

Ultralágrima: ambivalentes. Foto: Marina Tomàs
Ultralágrima: ambivalentes. Foto: Marina Tomàs

Yawners

El concierto de Elena Nieto, Yawners, en el escenario Amazon comenzó con “Un día genial”, tema que también abre el disco que presenta en esta gira, “SUPERBUCLE” (2025). La mitad de las canciones del show pertenecían a su nuevo lanzamiento, cuyas letras hablan en general de cuestiones cotidianas o biográficas, como “Merienda-cena” o “Las horas pasan”, a través de melodías indie pop. Sin embargo, temas como “The Friend Song” o “Rivers Cuomo”, más antiguos, crudos y grunge, generaron un fuerte contraste que se fue matizado con composiciones de sus otros álbumes como “No me digas” o “Suena mejor”. La banda cerró con “Un día horrible”, otorgándole al directo el mismo sentido de circularidad que posee el disco. Quizá la interpretación vocal sin matices en “Dolor de pecho” y “1 de Enero” pudo ser un punto bajo. Daniel P. García

Yawners: merienda cruda. Foto: Óscar García
Yawners: merienda cruda. Foto: Óscar García
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