Zaho de Sagazan: sinfonías de baile. Foto: Marina Tomàs
Zaho de Sagazan: sinfonías de baile. Foto: Marina Tomàs

Festival

Primavera Sound (6 de junio /y 2): torres de electricidad

En su tramo nocturno, la segunda jornada de Primavera Sound 2025 en el Parc del Fòrum resonó con crepitar eléctrico y retroalimentación guitarrera –coronación generacional de Carolina Durante, renovación hardcore por cortesía de Gouge Away, orgullo de clase punk en el concierto de High Vis–, aunque Danny L Harle y Floating Points también sellaron dos sets para la historia grande del festival. Y en el apartado de rencuentros ansiados –y satisfactorios–, brillaron TV On The Radio y, sobre todo, los gigantes Stereolab. Y, por supuesto, el triunfo transversal de Sabrina Carpenter.

Amelie Lens

En plena madrugada, Amelie Lens convirtió el escenario Cupra en un templo techno con “Aura”, su nuevo show: un ritual audiovisual donde cada beat incendia el cuerpo y despierta la conciencia. No es solo un set: es una sacudida colectiva. Bombos crudos, líneas ácidas y susurros como órdenes. “You And Me”, “With Me” o “Drift” te arrastran a una rave que no busca complacer, sino liberar la emoción compartida Desde el sonido hasta el mensaje, “Aura” es liturgia feminista con energía colectiva, política del cuerpo, espacio seguro. Como en EXHALE, su sello y plataforma, aquí mandan ellas. Sin concesiones. La Lens no dirige una sesión: comanda un frente. Y el dark techno, con ella, ruge en clave femenina. Es una arquitectura de BPM, pura mecánica emocional. Laia Marsal

Amelie Lens: liturgia feminista. Foto: Óscar García
Amelie Lens: liturgia feminista. Foto: Óscar García

Carolina Durante

Una cartulina gigante diciendo lo grandes que son es lo mínimo que se mereció la actuación –triunfal, emocional– de Carolina Durante en el escenario Amazon Music, contraprogramando a Sabrina Carpenter. Ni con el ímpetu de Diego Ibáñez reprimido por dos muletas y el cansancio acumulado de una gira que está poniendo al límite sus capacidades y su aguante como nunca antes, se ve mitigado el torbellino que despiertan sus temas, leyendas urbanas ya para toda una generación. Pero esta vez, además, era especial, y sin caras conocidas con las que hacerlo –“No ha venido Barry, no ha venido Amaia…”, se encargó de recordar Diego; sí estuvo Rosalía como espectadora–, los invitados fueron un cuarteto de cuerdas y dos trompetistas: aparecieron para elevar una sentida interpretación de “Elige tu propia aventura” a las alturas evocativas y emocionales del Sufjan Stevens de “Chicago”, y ya no se marcharon en ningún momento, llevando el repertorio de los madrileños a otro nivel. Da gusto verlos evolucionar encima de los escenarios, convertirlos a base de trabajo y honestidad en su particular oficina… Y celebrar su propio legado sin tirarse demasiadas flores: que terminen con “Las canciones de Juanita” resuena especialmente en conciertos como este, demostración fehaciente de que no suenan mal, no, suenan mejor que ayer. Diego Rubio

Carolina Durante: chaval accidentado. Foto: Marina Tomàs
Carolina Durante: chaval accidentado. Foto: Marina Tomàs

Chanel Beads

Shane Lavenders lidera Chanel Beads, un proyecto de art pop que no duda en volcar la experimentación a sus enseñanzas de conservatorio. El neoyorquino opta por mezclar instrumentos orquestales como el violín y una extraña flauta con ritmos pregrabados y guitarra. Es el propio Lavenders quien deja registro vocal con alaridos nihilistas que acercan la propuesta a las de Ellery Roberts (WU LYF o LUH). O sea, un equilibrio inusual entre suavidad y crudeza. Capas instrumentales emotivas y armoniosas atravesadas por la angustia y el desespero vocal de su principal cabecilla. Y de ese inesperado encuentro, se comprobó en el escenario Schwarzkopf, la música de Chanel Beads cobra interés exponencial. Marc Muñoz

Chanel Beads: suave y crudo. Foto: Óscar García
Chanel Beads: suave y crudo. Foto: Óscar García

Danny L Harle

El de Danny L Harle en el escenario Schwarzkopf fue otro cierre para la historia del Primavera Sound, a la altura del de A.G. Cook el pasado año y poniendo en valor el peso que ambos tienen en el legado contemporáneo del pop más visionario. Su fiestón fue como un cristal fundido sometido a temperaturas bajo el cero absoluto en algún rincón del universo; una lluvia maximalista de distorsiones, aullidos de ruido y sintetizadores de helio; hypertrance, progresivo retorcido y hardcore trascendental. Pero también irresistiblemente pop en el alma, brat en su energía; sucio y deconstruido pero al mismo tiempo pegadizo, melódico, liberador. Y desprejuiciado: si en un momento abraza la sutileza con la revisión de Sega Bodega de “Bunny Is A Rider” (Caroline Polachek), en otro se pasa al digicore y al j-pop youtuber o te suelta la versión makinera de “Heaven” (Bryan Adams); y tanto da si se sirve de voces angelicales, de la euforia lírico-gabber de Ascendant Vierge (“On A Mountain”), de un acordeonista en directo o de un clásico del EDM como “Don’t You Worry Child” (Swedish House Mafia), que luego lo va a acabar llevando todo de vuelta a un redil de reluciente incomodidad, a casa. Al final, como colofón para una jornada de las que se recordarán, sonó a toda tralla en el Fòrum “Harvest Sky” de oklou y underscores. Y nos abrazamos, y gritamos, y bailamos. Might be the scenario that I feel alright in. Diego Rubio

Danny L Harle: éxtasis en la pista. Foto: Óscar García
Danny L Harle: éxtasis en la pista. Foto: Óscar García

Floating Points

Que el escenario Amazon Music alberga ahora muchas de las grandes noches que antes nos daba el anfiteatro ya quedó demostrado con la actuación de Charli XCX el año pasado –y no me quiero imaginar hoy Turnstile–, pero por si quedaba alguna duda: Floating Points. El británico agarró su cacharrería modular y dio un concierto legendario en el que se sirvió, solo en parte, solo a veces –quizá solo en espíritu, de hecho–, de los temas contenidos en “Cascade” (2024), su último trabajo, para convertir la explanada en una gigantesca pista de baile apocalíptica enfrentada con profundidad matemática, pero también para retorcer la idea de lo que puede ser una gran rave, o una experiencia colectiva basada en la euforia electrónica. Más cercano esta vez a Aphex Twin, Sam Shepherd deconstruyó ritmos amables –techno, deep house, garage, breaks progresivos– entre glitches, oscilaciones y ondas, trances modulares y abrasión experimental, habitando su propia fantasía en una especie de acceso sobreinformado à la Matrix, mientras desnudaba los bombos y los subgraves de todo adorno, de todo grosor, para servirlos con sequísima contundencia. A su lado, la artista visual japonesa Akiko Nakayama creaba en directo piezas visuales a través del uso de distintos líquidos, que un asistente proyectaba como alucinaciones acuosas y psicodélicas a través de una enorme pantalla trasera y cuatro columnas. Diego Rubio

Floating Points: euforia. Foto: Óscar García
Floating Points: euforia. Foto: Óscar García

Gouge Away

El mosh pit más severo de todo el festival probablemente se vivió en el escenario Trainline hacia el final de este bolo: la traca “Stuck In A Dream”-“Uproar”-“Fed Up”-“Hey Mercy” fue una bofetada de hardcore punk en toda regla, impartida por una banda cuyo directo es mucho más apisonador que sus grabaciones de estudio. Incluso los temas más parsimoniosos –como “Ghost” o “Newtau”, este último con un delicioso ralentizado final sludge– brillaron por su dureza, en gran parte gracias a una muy compenetrada sección rítmica. También contribuyeron a la contundencia escénica la filosa guitarra (que clavó los riffs y acordes de piezas más melódicas como “Maybe Blue” o “Deep Sage”) y el berreo brutal de Christina Michelle, que curiosamente se transformaba en una dulce vocecilla al hablar (para defender el aborto o señalar a Chat Pile entre el público). Xavier Gaillard

Gouge Away: tormenta punk. Foto: Rosario López
Gouge Away: tormenta punk. Foto: Rosario López

High Vis

Un mero atisbo a las pintas de este quinteto sobre el escenario Trainline reveló que son profundamente ingleses –y la retahíla de fuckings con acento scouse repartidos por su tatuado líder Graham Sayle lo confirmó–. El atlético cantante no paró quieto en el escenario, y en los momentos de pausa aprovechó para criticar el sistema de salud británico (y los millonarios que se forran con él) como explicación a “Mob DLA”, condenar el genocidio en Gaza (con una bandera que le arrojaron al escenario) y abogar por el amor fraternal. La música que nos ofrecieron también fue irremediablemente británica, desde el dance-punk baggy de “Mind’s A Lie” hasta el britpop de “Talking Hours” o el post-punk de guitarras Chameleons de “Walking Wires”. El combo, además, sonó mucho más agresivo que en disco: el ADN hardcoreta de temas como “The Bastard Inside” o “Altitude” se tradujo en contundentes pogos entre el público. Xavier Gaillard

High Vis: agresividad con mensaje. Foto: Marina Tomàs
High Vis: agresividad con mensaje. Foto: Marina Tomàs

SALEM

Un altar con una profanada y pálida Virgen María se elevó por encima del escenario Schwarzkopf, oficiando el esperado directo del poco prodigado dúo estadounidense de witch house, un show visual y sensorialmente impactante –una sobredosis epiléptica de blancas luces estroboscópicas, constantes nubarrones de humo e incluso lluvias de burbujas de espuma–. En lo que a la música se refiere, hicieron gala de su ya conocida gestión caótica del escenario: la secuenciación de temas fue un tanto irregular, John Holland parecía enajenado o intoxicado (y su voz, sepultada), y si bien fue peculiar que vinieran con un guitarrista que sumó ruidismo al asunto, la ausencia de synths fue desafortunada, teniendo en cuenta cuán importantes son la atmósfera y las melodías en su música. Por eso mismo, el recital fue más arrollador que envolvente; salvó los muebles el buen oficio de Jack Donoghue, que rapeó sólidamente en clásicos cavernosos como “Sick” o “Trapdoor”, e incluso aportó emotividad en la exuberante “Starfall”. Xavier Gaillard

SALEM: rito cavernoso. Foto: Rosario López
SALEM: rito cavernoso. Foto: Rosario López

Sabrina Carpenter

Anoche se evidenció aún más: en tiempos de megaestrellas sujetas a desórdenes mentales e inseguridades metabolizadas, Sabrina Carpenter es la felicidad de lo simple. Como esas pastelerías cuquis repletas de corazoncitos rosas que tanto se estilan. Como el sueño americano en su versión más elemental. Como la versión musical de Barbie, aunque ella no aportase canción alguna a su banda sonora: nada que ver lo suyo con Charlie XCX o con Billie Eilish, por cierto. Si me apuras, hasta un poco como la cantante que interpreta Miley Cyrus en “Black Mirror”. Tampoco vende otra cosa: el trato con su público es más que lícito, transparente. Yo os ofrezco esto, vosotros me lo compráis. Un trueque sin trampa ni cartón. El escenario Revolut se muestra como un plató televisivo de los años cincuenta, tanto por vestimenta de su troupe coreográfica como por su decoración o por esos vídeos que simulan añejos noticiarios y anuncios de televisión. Y su repertorio es un dechado de hitmaking moderno al que queda feo reprocharle algo, pese a que parece de manual de talent show. Es un espectáculo para toda la familia, sin trasvase alguno del underground al overground: todo está ahí, flotando en la superficie. A diferencia también de otras mujeres que podrían hacerle la competencia, ella juega la carta de la candidez sin ambages. Su catálogo de caritas de sorpresa es inagotable. En ocasiones el modelo obvio parece Katy Perry. Pero su resultón argumentario se queda un poco corto, hoy por hoy. Y su primer tramo me resultó empalagoso. Mejoró bastante a partir de su inocua versión de “It’s Raining Men”, de The Weather Girls, tras la ingeniosa simulación de un concurso de baile por parejas, porque creo que el vestido que mejor le queda (o al menos el más disfrutable en este contexto) es el de la diva disco-funk, y ahí “Juno”, “Please Please Please” y –cómo no– “Espresso”, cierre cantado, son buena munición. Carlos Pérez de Ziriza

Sabrina Carpenter: viva el kitsch revival (o no). Foto: Sharon López
Sabrina Carpenter: viva el kitsch revival (o no). Foto: Sharon López

Stereolab

Una delicia volver a reencontrarse con Stereolab y su pop modular, rock analógico, space age y krautrock duofónico. Renacidos en disco tras quince años sin publicar ningún álbum, se presentaron con la formación clásica –Laetitia Sadier (voz, guitarra, sintetizador y trombón), Tim Gane (guitarra), Joe Watson (teclados) y Andy Ramsay (batería)– y el bajista castellonense que ha girado en directo con ellos desde 2012, Xavi Muñoz. El set que ofrecieron en Amazon Music estuvo equitativamente repartido entre las piezas de este resurgir discográfico, “Instant Holograms On Metal Film”, y varias gemas escogidas de su amplio y dinámico repertorio. Abrieron con el primer tema de su último trabajo, “Aerial Troubles”, y cerraron con uno de los más definitorios y bellos, “Cybele’s Reverie”, de 1996. Cada vez que Sadier cogía el trombón de varas para esparcir unas breves pero reconocibles notas, se disparaban las cámaras de los móviles: Stereolab y sus iconografías; un respeto profundo. “Peng! 33”, “The Flower Called Nowhere” y “Miss Modular” fueron algunas otras paradas en el pasado, suntuosas y frescas en las texturas sonoras, preciosas en los coros. Del disco reciente se lucieron con el metronómico instrumental “Electrified Tennybop!” –la guitarra eléctrica en abismo rítmico, los teclados líquidos llenando el espacio, la batería imparable– y “Melodie Is A Wound”, una maravilla de space pop y tecno-kraut que no por su métrica vivaz y contagiosa se desentiende de lo que pasa en el mundo: Sadier canta que la economía de guerra es violentamente inviolable. En otro de los temas del último disco, “If Your Remember I Forgot How The Dream Pt. 1”, interpretado en francés e inglés, ella se reafirma en su pertenencia a la Tierra y en decir no a toda guerra. Pop de la edad espacial, en el siglo XXI, hipnótico, enérgico y comprometido. Quim Casas

Stereolab: motorik hipnótico. Foto: Òscar Giralt
Stereolab: motorik hipnótico. Foto: Òscar Giralt

TV On The Radio

La banda que lidera Tunde Adebimpe estuvo en la primera línea de todo aquel bullicio contagioso de la escena musical neoyorquina de principios de milenio. Sin embargo, por razones que escapan a la comprensión inmediata, su recuerdo se marchitó, a diferencia de otras bandas de la misma línea temporal. Igual no contaban con el repertorio más contagiado entre esa generación, ni con el carisma más rutilante de su promoción, pero la verdad es que el combo de Brooklyn, con David Sitek y Kyp Malone como otras piezas insustituibles de su organigrama, sigue sonando la mar de compacto y vigente. Lo expusieron en el escenario Cupra. Guitarras, bajo, batería, teclados, trompeta, pandereta como amplio fondo de armario que da cabida sin estridencias al post-punk, el soul, el art rock y todo ese rock de su huso horario, y hasta un punto de africanidad. Porque su principal activo siguen siendo el ritmo contundente y acelerado que hace galopar a sus temas, algunos incluso con categoría de himnos, como ese “Wolf Like Me” que dejó una bonita estampa entre los congregados. Le siguió poco después un “Free to Palestine” insertado en un desarrollo que terminó en una jam que basculó entre The Doors y la sección más eléctrica de la Motown. Esa herencia negra también se manifestó en temas que parecían cortados por el patrón rítmico del “Green Onions” de Booker T. & The MG’s o una brass band de New Orleans. Cerraron su paso por la Ciudad Condal con otro tema que mantiene su pegada intacta: “Staring At The Sun”. Igual que una banda que se acercó al sol pero se apagó injustamente antes de tocarlo. Marc Muñoz

TV On The Radio: retorno en forma. Foto: Rosario López
TV On The Radio: retorno en forma. Foto: Rosario López

Wet Leg

“Chaise Longue” no fue solo su canción debut, fue la primera con que provocaron al público. Con su letra descarada, ritmo pegajoso y actitud burlona, Wet Leg –la banda británica que en 2021 ya se mostró como fenómeno global– convirtió el escenario Cupra en una fiesta de irreverencia y buen rollo. Rhian Teasdale y Hester Chambers, amigas de la infancia de la isla de Wight, combinaron guitarras afiladas, humor absurdo y una estética cottage-core que abraza la nostalgia rural y la revienta con riffs. En el Primavera Sound demostraron que no son una moda pasajera. Temas nuevos como “catch these fists” hablaron del hundimiento personal y la lucha contra la adicción con una sinceridad envolvente. Pero no faltaron himnos como “Wet Dream” o “Ur Mum”, donde el feminismo y el deseo se cantan con descaro y sarcasmo. Su directo es igual de teatral que potente, y su conexión con el público, magnética. Entre pogos y bailes suaves y carcajadas, una palmera hinchable apareció flotando entre el público, intentando seguir el ritmo de la cámara para asomar por los laterales de la pantalla. Gesto divertido de un público que iluminó el ambiente con un conjuro de buena onda... aunque siempre hay algún desubicado capaz de morder la fruta negra y arruinar la fiesta, como el chico de su nueva canción. Entre vestidos vaporosos, guitarras rugientes y palmeras hinchables, el personal bailó, gritó y celebró la alegría de una banda que no tiene miedo a decir lo que piensa. Wet Leg no solo entretienen: sacuden y divierten. Y quizá, sin quererlo, nos recuerdan que la música aún puede cambiar las cosas. Laia Marsal

Rhian Teasdale, de Wet Leg: mucho más que diversión. Foto: Óscar García
Rhian Teasdale, de Wet Leg: mucho más que diversión. Foto: Óscar García

Zaho de Sagazan

Convertida actualmente en un fenómeno masivo en Francia, Zaho de Sagazan es una joven artista de la generación Z, prácticamente desconocida hasta que hace tres años fue catapultada tras su residencia artística en el festival Les Trans Musicales de Rennes. Forma parte de esa cadena tan francesa que podría comenzar con Desireless (¡sí!) y continuar con Lio y Christine And The Queens. Una combinación de varieté, electropop y french touch. Con una puesta en escena habitual en el pop electrónico (sintetizadores y percusiones digitales), Zaho de Sagazan inició su actuación con “Aspiration”, uno de los temas de su álbum de debut, “La symphonie des éclairs” (2023), con el que ha conseguido los premios al mejor álbum y a la mejor cancion en Les Victoires de la Musique, los principales premios musicales en el país vecino. En su actuación en el Cupra abusó de la interacción con los espectadores –casi habló más que cantó– e hizo saltar todos los resortes emocionales con temas como “Tristesse” o la balada que da título al álbum, que provocó incluso las lágrimas en las primeras filas del público (francés en su mayoría), ante el que se dio un baño de masas con una segunda parte de bailable tecno-pop a la vieja usanza. Una estrella (en países francófonos) que se despidió vía David Bowie con “Modern Love”. Luis Lles

Zaho de Sagazan: el espléndido toque francés. Foto: Marina Tomàs
Zaho de Sagazan: el espléndido toque francés. Foto: Marina Tomàs
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