2024/ Series

Con pocas sutilezas y una brocha gorda que no deja de ser sui géneris en su retrato de la Feria del Renacimiento de Texas, la miniserie documental avanza en sus tres episodios a partir de la trama de sucesión que acontece en esta anacronía fantasmal, con intrigas “palaciegas”, puñaladas por la espalda, gatillazos económicos y liderazgos de cartón piedra. Y una clara herencia shakesperiana: en la estructura, el tono tragicómico, la coralidad de personajes o el gusto por los antihéroes. A medio camino entre “Succession” (Jesse Amstrong, 2018-2023) y “Tiger King” (Eric Goode y Rebecca Chaiklin, 2020-2021), imposible no pensar también en David Foster Wallace y sus cartografías de esa forma de vida estadounidense con querencia por lo XXL. Anton Casas

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La cuarta temporada de “Slow Horses”, aunque no es tan adrenalínica como la anterior, mantiene sin duda el nivel de esta serie liderada por Gary Oldman, un thriller de espías muy, pero que muy británico, donde la mugre, los secretos de Estado y los muertos se acumulan para diversión del espectador episodio tras episodio. Sin duda lo atípico de sus personajes, perdedores e insoportables, hace que la serie se mantenga mejor que nunca. En este caso la trama gira en relación a un atentado en Londres y al oscuro pasado de la familia Cartwright –abuelo e hijo–, ambos miembros del MI5 y que ocultan un inesperado vínculo familiar relacionado con un ejército de asesinos de la CIA. Una trama loca, sin duda. Daniel V. Villamediana

Sacado el padre –“Succession” (Jesse Amstrong, 2018-2023)– de la ecuación, estos aspirantes a vendedores de almas, capaces de cualquier tropelía para subir en el ascensor social, han dado un empujón tremendo en su tercera temporada. Tenemos un parricidio, el lanzamiento a bolsa de una compañía greenwashing liderada por un cabronazo emprendedor (Kit Harington) y diversas turbulencias financieras, pero el brillo llega desde las inclemencias dramáticas personales que han ido fatigando a los personajes. Muchos daban por agotado el cóctel de sexo, drogas, carnaza emocional y degüellos inmisericordes, pero esta temporada ha demostrado que hay caudal para seguir destripando las miserias del mundo bursátil y empresarial. Marc Muñoz

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Por mucho que se disfrace de thriller de espionaje, es, en realidad, una historia de amor. La química de la pareja protagonista es instantánea, pero esto no tiene nada que ver con la atracción voluptuosa de Brangelina. Este matrimonio Smith enamora (y se enamora) por su inquebrantable amistad; son compañeros de cama y de trabajo, sí, pero ante todo son colegas de bromas. Funciona como un reloj suizo gracias a un trabajo de guion y actuaciones que rebosa encanto e inteligencia. Secuencias de acción que encajarían perfectamente en “Misión: imposible”, diálogos pop y unos valores de producción que hacen pensar que quizá estamos dando por muerto demasiado pronto a la Peak TV. Álvaro García Montoliu

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La segunda temporada de “We Are Lady Parts” (2021-) vuelve a hacer ruido, y del bueno. Esta historia de una banda punk liderada por mujeres musulmanas sigue combinando humor afilado con momentos emotivos que te tocan donde menos te lo esperas. Amina encara nuevos retos personales y artísticos, mientras las relaciones del grupo se entrelazan con más profundidad. La serie da un salto extra con cameos como el de Malala Yousafzai y Meera Syal, sin perder su chispa. La banda sonora sigue siendo un espectáculo, vibrante y única, al ritmo del ingenio de Nida Manzoor, que demuestra un control absoluto del guion y la dirección. “We Are Lady Parts” se reafirma como una joya televisiva, auténtica e imprescindible. Anna Enguix

¿Hasta dónde puede alcanzar la estupidez del hombre? Este es el tema central de la serie. Tras verla, la pregunta queda respondida con rotundidad: no, la estupidez no tiene límites, o al menos no los tiene en el Estado de Florida. La serie juega con el término “Florida Man”. Se trata de un meme que lleva existiendo por internet desde hace años y se refiere a aquellos hombres que llevan a cabo acciones irracionales o maníacas y que aparecen de forma demasiado habitual en este Estado del sur. La serie se hace eco de algunas de estas historias que parecen más bien leyendas urbanas y hace hablar a sus protagonistas. Daniel V. Villamediana

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Territorio perfectamente conocido, especialmente para los seguidores de la clásica “Batman. La serie animada” (1992-1995), que cocreó Bruce Timm, aquí de nuevo a los mandos. Tenemos, eso sí, a un Bruce Wayne más joven, dando sus primeros pasos, a la manera de la última película de Matt Reeves, que ahora ejerce de productor ejecutivo. También a un Batman, el gran misterio, que en esta ocasión apenas recurre a gadgets, sino al elemental miedo de la noche. Timm vuelve a la estructura episódica y el gusto noir de la Gotham art decó, pero se aleja de su predecesora de formas excitantes con un quiebre sencillo y elegante: el hombre murciélago da un paso al lado y en su lugar encontramos las historias de origen de los villanos. Marcelo Criminal

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“Sunny” se adentra en este legado de la ciencia ficción de robots con un enfoque fresco y una estética fascinante. Hay comedia, ciencia ficción y también thriller de conspiración. Podríamos esperar que se centrara en la inteligencia artificial y que se abordara como una amenaza al estilo de “Black Mirror” (Charlie Brooker, 2011-), pero se adentra más en una atmósfera similar a la de “Her” (Spike Jonze, 2013). Transmite calidez, alejándose de las representaciones tecnológicas frías y observando si crecen los vínculos afectivos entre su protagonista y la intrigante IA, Sunny. La propuesta perfecta para saciar el apetito de “Severance” (Dan Erickson, 2022-). Ana Dara Peña Giraldo

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Tres años han hecho falta para que viera la luz esta segunda temporada y no hay duda de que la espera ha merecido la pena. Con una animación a la altura de filmes como “Spider-Man. Across The Spider-Verse” (Joaquim Dos Santos, Kemp Powers y Justin K. Thompson, 2023), “Arcane. League Of Legends” resulta impresionante. Si en la primera temporada la estética todavía era heredera del juego en que se basa, la segunda destaca por un sentido más cinematográfico con influencias del cómic. Sus escenas de acción derrochan creatividad. También en esta temporada el personaje de Jinx, primero ingenuo y ahora una terrible vengadora, hacen de esta una obra más oscura y profunda. Daniel V. Villamediana

Staples siempre ha denostado a los raperos que romantizan la vida en la calle y la reducción a estereotipos cómodos en la industria del entretenimiento “negro”. De este modo, su serie se puede relacionar con facilidad con “Atlanta” (Donald Glover, 2016-2023). La particularidad es la forma en que Staples trabaja la ficción minimal desde el sustrato confesional y autobiográfico. El centro de interés es su figura, pero cada episodio crea una historia de género distinta. La singularidad de su carácter posibilita la complejidad expresiva y artística: energía vital que puede derivar en introspección, todo conjugado desde la fluidez de tono en el retrato cotidiano y a la vez extraño, humorístico y ambiguo de un día cualquiera. Gonzalo de Lucas

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Primera incursión en el universo de las series del director de cine Xavier Giannoli –“Las ilusiones perdidas” (2021)–, que aquí retrata con ritmo trepidante una de las grandes estafas a la Hacienda francesa. Lo que empieza en desfalco y alegrías acabará en ajustes de cuentas y muertes turbias. Quedan de manifiesto la pantomima política y financiera en la sostenibilidad y la restitución ecológica, y la falta de regulación en los mercados de este capitalismo voraz. También refleja la diferencia de clases. De ejecución fina, “Sangre y dinero” te vapulea en el desenfreno capitalista y te consigue atrapar con sus múltiples quiebros. Andrés Castaño

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Música. Familia. El IRA. Adicciones. Religión. Gánsteres. Skins. Cójanse estos siete elementos –pueden añadirse algunos más–, mézclense con mucho criterio y se tendrá a grandes rasgos lo que es “This Town”. La serie de Steven Knight deja en sus seis episodios un reguero de certezas políticas, ya que el IRA y la fuerza policial inglesa actúan de manera muy parecida. La música juega un papel fundamental, algo normal teniendo en cuenta el contexto de los personajes y la trama de la creación de una banda. Esta misma idea es un factor dramático. El soundtrack es bueno, pero mejor resulta el sentido dialéctico de determinadas canciones. Quim Casas

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¿Es posible filmar la Historia sin transformarla en un anodino producto comercial? Esta nueva adaptación de la famosa novela homónima escrita en 1975 por James Clavell logra hacer creíble y tangible el Japón del principio del siglo XVII mediante un retrato polifónico bellamente contextualizado. Hay una investigación rigurosa detrás, algo que se percibe a la hora de recrear el ambiente y también los movimientos de los actores, que cambian según el contexto y su rango social. Otro acierto es que esta vez el navegante inglés protagonista no se convierte en el salvador de Japón. Occidente, dueño actual de las imágenes, no se empeña en dominar así también este pasado ficcionalizado. Daniel V. Villamediana

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“La realidad supera a la ficción” en esta serie documental de tres capítulos sobre el albor de la música –electrónica– popular en nuestras tierras. Retrato de toda una época, desde los ochentas con los primeros discos de mix hasta la explosión de la pachanga, la fiebre latina y los “triunfitos”. Aunque las prácticas gansteriles de sus protagonistas tienen mucho del cine negro de los hermanos Coen, la serie va más allá y, en una imitación de esos Max-Mix a los que acaban rindiendo tributo, aporta frescura y desparpajo a la narración con un montaje nervioso en el que hay mucho de remezcla, reciclaje y corta y pega. Todo ello rematado por unas reconstrucciones rayanas en el delirio. Álvaro García Montoliu

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“El caso del Sambre”, apabullante miniserie francobelga, se centra en el juicio al violador más longevo de la historia de Francia. Tanto la estructura multifocal del relato como la matriz visual que Jean-Xavier de Lestrade aplica al registro de las mujeres abusadas inviste de dignidad a todas aquellas víctimas que durante tres décadas fueron abandonadas por las instituciones. La nueva propuesta del creador de “The Staircase” (2004) está a océanos de distancia del true crime al uso para convertirse, antes que nada, en un estudio sobre la relación que la sociedad mantiene con los delitos de violencia sexual. Enric Albero

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Los ocho episodios de “Ripley”, creada por Steven Zaillian, reniegan o subvierten las convenciones. Asume riesgos. Íntegramente en blanco y negro, esta adaptación libre de “El talento de Mr. Ripley” (1955) se mira tanto en la novela original de Patricia Highsmith como en la obra de Alfred Hitchcock. De hecho, ambos creadores compartían su visión del mal. Ripley es aquí un superviviente estadounidense en la bella y decadente Italia de los tiempos de la dolce vita, y Andrew Scott le confiere al personaje un aire más atrevido, menos romántico que Alain Delon, menos existencial que Dennis Hopper y menos distante que Matt Damon. Quim Casas

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Parece un retrato minucioso de personaje pero es el de una circunstancia. Colectiva, además. Porque si el fisco, efectivamente, somos todos, “Celeste” vendría a ser la parte por el todo, una miniatura que desde los presupuestos de un “thriller tributario” –astucia con que se anuncia la serie– hace de Carmen Machi el pedazo maltrecho de dignidad que todavía puede ser esta península nuestra, este país con el ánimo por los suelos pese a su temperamento y pese a los ritmos calientes y pese a quien pese. Quien dice comedia lo mismo está diciendo desdicha, infortunio, una piel de plátano, y quien dice thriller taciturno dice aquí noir clásico, modélico, bien pochado, de individuo solano y pesaroso por nuestra condición, porque un día va y resulta que la ha comprendido, que sabe lo que somos. Rubén Lardín

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Tras una primera temporada dedicada a Joan Crawford y Bette Davis durante la gestación de “¿Qué fue de Baby Jane?, la segunda temporada de “Feud” (2017-) se centra en Truman Capote. Es un producto atípico, perfecto e imperfecto al mismo tiempo, que se mueve en círculos temporales. El argumento central es el conflicto con sus amigas de la alta sociedad. Lo realmente interesante es cómo se retrata la fascinación de Capote por ese mundo que no era el suyo y en cuyas redes quedó atrapado. Otro de sus hallazgos es cómo habla sobre el poder de la palabra y cómo esta afectó a la vida no solo del escritor, sino de los que lo rodeaban. Daniel V. Villamediana

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Resulta muy pertinente que el formato sea de serie en cuatro capítulos porque, sin cargar las tintas en lo dramático o en los golpes de efecto, la intensidad de los triunfos y los reveses del destino a lo largo de los aproximadamente quince años que duró el sello desde su primer éxito es tan impactante y está tan llena por sí misma de cliffhangers emocionales que solo cabe seguir y seguir hasta vivir las casi cuatro horas de metraje sin desperdicio. Utilizando los elementos más comunes, “Stax. Soulsville U.S.A.” consigue un resultado excepcional. Como documento musical, social y humano, no tiene precio. Ricardo Aldarondo

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Más de media docena de series. A las que ahora se suma esta “Landman. Un negocio crudo” (2024-). ¿Hay un exceso de series de Taylor Sheridan? Puede ser. ¿Estamos empachados? ¡Ni de coña! Si las últimas ficciones a cargo del cowboy de oro de la televisión actual resultaron irregulares, esta historia sobre las dinámicas de poder en las explotaciones petroleras de Texas recupera la fórmula mágica del gran autor de telenovelas para adultos: tramas explosivas desvergonzadamente adictivas, el carisma de un reparto de viejas estrellas (ojo a Billy Bob Thornton) y la musicalidad de unos diálogos llenos de one-liners dignos de etiqueta de botella de bourbon. Paula Arantzazu Ruiz

El mayor desafío estructural de la serie radica en dar voz a los protagonistas del conflicto irlandés, enmarcando la narración en el Proyecto Belfast del Boston College, un estudio sobre el peso de la memoria, las decisiones radicales y las cicatrices imborrables de un conflicto brutal. Toma su título de un poema de Seamus Heaney donde el autor señala los opresivos silencios de The Troubles, al tiempo que critica la mirada indiscreta de los forasteros, en especial la de los medios sensacionalistas. Esa tensión entre la palabra y el silencio constituye el núcleo del relato: historias que no se cuentan, secretos que condenan. Álvaro García Montoliu

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¿Qué es querer?, se pregunta Alauda Ruiz de Azúa en su primera miniserie. Toda la polisemia que encierra este verbo se despliega a lo largo de cuatro capítulos a partir de la historia de una mujer que denuncia a su marido por violación continuada durante los 30 años del matrimonio. No vamos a avanzar detalles de una serie en la que las dudas sobre la trama –sembradas por un par de protagonistas capaces de imprimir a sus personajes los grises y los matices que se dan en unas circunstancias tales– son su gran virtud. El tercer episodio, dedicado al juicio, está construido con una precisión sobresaliente. También es ahí cuando aparece el horror amparado por la institución matrimonial. Paula Arantzazu Ruiz

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Sin renunciar a sus marcas de estilo y apoyándose en el guion de Sara Cano y Paula Fabra, Sorogoyen deslumbra con este retrato naturalista de una pareja a lo largo de diez nocheviejas consecutivas. Independientemente del catálogo de referencias que puedan detectarse (Richard Linklater, Marco Tullio Giordana, Andrzej Zulawski, Rossellini o Bergman), aquí lo importante es observar cómo la mirada autoral se amolda al relato y el modo en que su estructura elíptica exige la participación de la audiencia. La división de la serie en dos partes delimita el paso del drama romántico a una indagación de corte existencial mucho más profunda. El pluscuamperfecto trabajo actoral, con Iria del Río y Francesco Carril al frente, hace el resto. Sin duda, el mejor trabajo de Sorogoyen hasta la fecha. Enric Albero

Viene a recordarnos que lo que impera es el consumo desenfrenado de “historias”, y que la ficción, la docuficción, el documental o la telerrealidad necesitan, para su subsistencia, de una explotación constante de la realidad y de la vida. Si en los trabajos anteriores de Fielder esto se hacía patente por la vía de la megalomanía y su autocomentario simultáneo, nunca fue tan radical como en su primera serie ficcional. Lo que el espectador espera nunca llega: no nos encontramos frente a una narrativa lineal que poco a poco se revela, sino ante un artefacto que postula el enrevesamiento como fin. Esto no significa que la serie no tenga nada que decir, sino todo lo contrario: parte de su magia es su insistencia en obligarnos a seguir mirando pese a los deseos viscerales de apartar la vista. Noah Benalal

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“Larry David” (2000-2024) construye una de las vidas ficcionales que mejor representan el devenir del siglo: un ocioso multimillonario instalado en la amplificación obsesiva de los problemas de su ombligo –y que en una sociedad de servicios no solo carece de empatía, sino que la sabotea o dinamita– de forma creciente con la edad. El talento artístico visionario de David es recobrar desde el cuerpo instalado en ese privilegio las energías subversivas del slapstick, atrofiadas por la corrección y el perfeccionamiento formal, y sin hacer el menor esfuerzo por corregirse; mientras Larry se coloca en el mal lugar, desnuda el lugar incómodo de los demás.

Esta última temporada se concentra en la emoción de la fiesta de despedida con sus colegas, y lo hace celebrando de nuevo a Larry como gran preceptor de una forma antisentimental de la vida. Su complejidad artística está en la decisión de crecer hasta el final como mala hierba social, en una maduración disidente que lleva al límite en su postura fílmica –el garabato informal– y el tono actoral: la pulla improvisada entre cómicos. Larry ha contado cómo pudo soltar ante Richard Lewis, ya enfermo terminal, la frase “¿cuándo te mueres?”, por la amistad real que mantienen. Solo ahí brota esa clase de entendimiento profundo que por el dominio o la imposición de los disimulos, las máscaras y los intereses sociales casi nunca vemos captada por la cámara; la de una amistad viva y real, expresada con lenguaje tácito y cómplice, y nunca sobreactuada. Gonzalo de Lucas