Recuerdos del Vietnam que fue su actuación en la apoteosis del último Canela Party, la presentación de Dame Area en la maleante madrugada del escenario Trainline fue, básicamente, todo lo contrario: un despliegue de fuerza y reivindicación, de sonido oscuro y contundente, de reverberación industrial. El dúo formado por el catalán Viktor Lux Crux y la italiana Silvia Konstance arrolló a una audiencia modesta pero fiel, y capturó a los curiosos con una amalgama que parte del punk enérgico y bailable pero que realmente tiene mucho más que ver, en el alma, desde el tuétano, con la rave italiana y la vanguardia experimental. Lo mejor de todo: un setlist sorprendente que mutó para la ocasión hacia una zona extrañamente festiva dentro de su marca intensa, desesperada y opresiva, y que dejó grandísimos momentos en las interpretaciones, prácticamente seguidas y adheridas por una plancha de ruido, de “Devoción” y “Tempo senza luce”. Dame más como estos, por favor. Diego Rubio
La inicial “Satanic Royalty” y la final “Unholy And Rotten” fueron dos de las pocas piezas de tempo medio que ofreció el power trio enmascarado de Cleveland: enmarcaron una paliza –sin ornamentos y prácticamente sin tregua– de acuchillador speed metal oscurecido; una sudorosa invocación a los espíritus de Venom, Warfare y Motörhead (quienes, recordemos, se pasaron por el Primavera Sound en 2006). Athenar, el líder, no paró de brincar de un extremo al otro del Trainline sacudiendo su bajo, gesticulando con la mano y declarando a gritos lo animalesco de la música; el Comandante Vanik repartió con técnica precisión un vendaval de riffs y solos; y entre el público subsistió durante todo el bolo un pogo fragmentado y decadente que reflejaba a la perfección la música. Sí, muchas de las canciones suenan igual, pero con trallazos como “Fucking Speed And Darkness”, “Nuclear Savior” o “Expect Total Hell”, que clavaron en directo, absurdo sería quejarse. Xavier Gaillard
Jason Pierce fue fiel a su cita con Primavera Sound, festival en el que ha planteado a lo largo de los años conciertos desde el intimismo acústico hasta la exaltación con orquesta y coros. Pierce vino en esta ocasión para interpretar íntegramente el segundo álbum en estudio de Spiritualized, “Pure Phase” (1995), de hecho acreditado a Spiritualized Electric Mainline. Es sin duda una de las obras que mejor representa el ideario de rock y pop repleto de capas de psicodelia embriagadora y orfebrería en la grabación. Teniendo en cuenta los matices sonoros del original, con sección de vientos y cuarteto de cuerda, Pierce no podía presentarse en el festival con una formación mínima. Por eso el escenario Cupra presentó las mejores galas de la banda, con Pierce inamovible con su guitarra eléctrica, siempre de perfil al público, más otros dos guitarristas –uno de ellos tocó también armónica y banjo–, un bajista, un teclista, un batería, una violinista, una violonchelista, un saxo y flauta, un trompetista, un trombonista y dos vocalistas. La ejecución resultó perfecta y milimétrica, atendiendo a todas las gradaciones del disco; una muralla psicodélica agujereada con las suficientes y pequeñas grietas para que se colaran mil y un matices distintos, de la trepanación de sonido a lo Mogwai y My Bloody Valentine, pero con otro tipo de cadencia, hasta la delicadeza de carácter espacial. Abrieron por supuesto con “Medication”. La armónica le otorgó todo su sentido a “These Blues”, como los coros pop a “Let It Flow”. De nuevo la armónica, complementada con flauta y trombón, llevó el sonido de Spiritualized por otros derroteros en “Take Good Care Of It”. Hasta ese momento, los músicos habían estado enmarcados en un halo de luz verde con ligeras explosiones de luz blanca. Cuando tocaron su versión de “Born, Never Asked”, procedente del debut de Laurie Anderson, “Big Science” (1982), el escenario se tiñó de rojo acorde con el frenesí hipnótico que respira la pieza en manos de Pierce, que elimina la narración vocal de Anderson para centrarse en la fascinante métrica. Como ocurre en el disco, el tema de Laurie fue en directo el preludio para “Electric Mainline” y su crescendo brutal, notas que se repiten cada vez con mayor intensidad como un auténtico movimiento sísmico. Lo mismo que en “Good Times”, pero la aceleración final de esta canción resultó una mezcla de góspel, soul y ácido. El tema cósmico más planeador, el que da título al disco, fue tan solo enunciado, para entrar en la calma reflexiva y la voz lejana como un susurro de Pierce en “Spread Your Wings”, casi una balada teen con fondo psicodélico y orquestal, y cerrar con los sintetizadores siderales, el banjo bucólico y la voz de Pierce que se va diluyendo en “Feel Like Goin’ Home”. Había más conciertos en el Parc del Fòrum, pero apetecía volver a casa después de tamaña irradiación del mejor space rock de las tres últimas décadas. Quim Casas
Acompañados por Richard Thair, Phil Mossman y Nick Abnett –en su currículum trabajos con LCD Soundsystem, Primal Scream, Death In Vegas…–, Jagz Kooner y Gary Burns devolvieron a la vida a The Sabres Of Paradise para repasar su trayectoria en el 30º aniversario de “Sabresonic II”, pero sobre todo para rendir homenaje al legendario Andrew Weatherall, fallecido en 2020, y a su legado como músico fundamental en la encrucijada entre el acid house, la música progresiva, el rock, la rave y el dub que tan fundamental ha sido para el devenir de la música electrónica contemporánea. Empezaron en clave más ambiental, y se adentraron poco a poco y con elegancia en territorios más jazz, más orgánicos, poniendo en valor la enorme deuda de su estilo con la música instrumental. Pero para el clímax se reservaron una incursión en las hondonadas del dub a través de una reconstrucción viva de los mejores temas de “Haunted Dancehall” (1994), recordando a los proyectos recientes de Shackleton, y una coda progresiva que los elevó por un momento, en plena madrugada y en el escenario Schwarzkopf, a las alturas meditativas pero emocionales de Orbital o The Orb. A los maestros hay que respetarlos, y estudiarlos. Diego Rubio