La propuesta sonora, la conformación de la banda y los atractivos visuales de BADBADNOTGOOD en el escenario Cupra resultaban más que sugerentes. Su expansión (o quiebre) del jazz hacia el hip hop, el trip hop, la psicodelia y la experimentación atrajo a un nutrido público que inicialmente se dejó seducir por sus vuelos instrumentales, con solos de saxo y de un peculiar instrumento de viento electrónico, una suerte de flauta theremín con el que dijeron saludaban a la vida extraterrestre. Sobradamente solventes en sus instrumentos, el concierto resultó, sin embargo, un tanto monótono o más bien cuadrado. Hasta una pieza inspirada en ritmos afrobrasileros sonó en cuatro por cuarto, sin la gracia y el groove de la síncopa o la polirritmia. Mostraron un mejor revés bailable cuando olvidaban las erudiciones, dejándose llevar por el funk. Susana Funes
Vamos a ser imparciales. Keanu Reeves es uno de los tipos más cool y majos del mundo. Como bajista es regulero, pero Dogstar dan el callo en directo, y más teniendo en cuenta que tocan en formato trío. Con todas las miradas puestas en Reeves –que santamente hizo lo máximo que pudo para mantenerse como el tipo más discreto del mundo–, la banda encaró en el escenario Plenitude un concierto basado en su disco “Somewhere Between The Power Lines And Palm Trees” (2023), el primero en más de veinte años. ¿Rock alternativo y grunge? Hombre, la verdad es que la banda encabezada por el cantante y guitarrista Bret Domrose se mueve más bien entre el after-punk más comercial y el pop soleado californiano, con diversos temas que recuerdan a los Stranglers de “Dreamtime”, sobre todo por los esforzados toques de bajo de Reeves. Y la versión de “Just Like Heaven”, pues oye, alegró la tarde. Ricard Martín
La cantautora de voz nasal lanzó un embrujo inapelable desde el inicio de una de esas veladas de confort extasiante que se cargan en el equipaje hasta, mínimo, el siguiente encuentro. Amparada en su fabuloso último trabajo, la hipnosis arrancó al primer acorde de “World On A String”, una de las exquisiteces de un “Here In The Pitch” que debería ocupar un lugar preferente en las listas de lo mejor del año. Acompañada por un teclista, un percusionista y una bajista capaz de desenvolverse por igual con la guitarra y los coros, la cantautora de San Francisco logró convertir el Auditori Rockdelux en un receptáculo ajeno a malestares, angustias y dolores corporales, los últimos en expansión en la segunda jornada. Su folk autoral recordó por momentos a una Linda Perhacs perfilada por el barniz cinemático que le suministraba su atento teclista. En unos temas optó por una cadencia bossa nova que parecía trasplantar el escenario hacia un local ubicado en una década lejana del pasado siglo. En otras optó por reducir su encanto a esa prodigiosa voz multinivel que se impone sin necesidad de ajustar la intensidad, a veces, reforzada incluso con el contrapunto vocal que le deparó la otra mujer de la formación. En esos instantes que decidió prescindir de percusión, hasta el baterista seguía absorto el transcurso de la canción. Tras un bis relámpago, el dueto femenino regresó al escenario para un último deleite atemporal, “The Last Year”, tema que también cierra su reciente LP. El Auditori volvió a convertirse en el marco soñado para una ofrenda mágica. Marc Muñoz
La autoproclamada nerviosidad escénica de la joven cantautora provocó diversos deslices en su interpretación, de los que se disculpó continuamente; imperfecciones que no perjudicaron el flujo del recital en el Auditori Rockdelux e incluso sumaron a la crudeza del repertorio –una retahíla de magnéticas melodías animosas enmarcando un contenido lírico deprimente (se refirió al público como “educada gente angelical que disfruta de canciones tristes”)–. Empezó con un seudoragtime newmaniano al piano (“Mountains High”) antes de ofrecer delicias de rasgueo acústico a la guitarra (“People Are Toys To You”, “I’ll Make You Mine”, “Stockholm Syndrome”) y luego regresar a las teclas (para contarnos su experiencia con el Zoloft en “Drifting On A Cloud”). Comentarios espontáneos –sobre las sillas del escenario, la bebida Red Bull, la absurdidad de la palabra “bullying”, o la voz de Shane MacGowan– fueron el entrañable tejido conectivo entre las tonadas, aparentemente simples e inofensivas, pero dignas portadoras de la historia de la música norteamericana (desde el folk y el country hasta los estándares del gran cancionero). Xavier Gaillard
julia, con su bonito pantalón vaquero de doble tela sinuosa, y sus tres acompañantes, con mono de faena cual obreros especializados del tecnopop sentimental (dos teclistas y un batería), tuvieron el sol de cara –escenario Steve Albini–, pero también la brisa del mar a favor de la dicotomía de sus canciones. Ritmos bailables y melodías más bien melancólicas, para cuando hay que curar las heridas expresando sentimientos (“No hay nada de valor aquí desde que te marchaste”) y buscar la evasión sideral (“Otro planeta”), en un viaje de introspección comunitaria y rítmica. Julia conduce la nave con seguridad, con una voz sincera y modulada, para construir una nueva perspectiva sobre el amor, buscando la calidez en los sintetizadores entretejidos, en la percusión electrónica y acústica a la vez. El final con “Ya no lo siento” definió el logro de sus propósitos, al defender la humanidad de la electrónica. Ricardo Aldarondo
Cuando salieron a tocar no había nadie, dijeron luego. Por eso agradecieron que en pocos minutos ya se hubiera juntado un buen grupo de gentes frente al escenario Plenitude dispuestas a dejarse llevar por el encanto y la capacidad de generar empatía de las valencianas Miriam y Paula. Todos a bailar a ritmo libre, el de la energía punki-pop guitarrera, el de la liberación amorosa cuando es sí pero no (“Ya me da igual que me digas que me quieres”, “Nunca serás mi amor, lo digo de corazón”), el de la proclama de su protohit “Atasco” (“En esta ciudad no volverán las chicas a llorar jamás”). Divertidas, saltarinas pero con el riff de guitarra bien aguerrido, reverdecen a las riot grrrls y dan sentido para las nuevas generaciones a los mensajes directos y de siempre, como en “Soy una punk”. Ricardo Aldarondo
Una de las bandas del momento en Corea del Sur tiene un sonido que podría definirse como indie rock con matices k-pop, pero su riqueza musical va más allá. Cada canción parece un compendio de diferentes épocas y estilos de rock, predominando sobre todo aquellos más complejos como el rock progresivo en “No Pain” o el funk con alma soul de “Andre99”. Pero en las composiciones también se cuelan otros géneros como el punk melódico, el hip hop, el R&B, arreglos de metal, episodios de rock clásico, además de algunas armonías vocales que hacen guiños a boybands como Backstreet Boys o NSYNC, aunque adecuadas a los estándares que exige comercialmente el k-pop. El cierre, en el escenario Amazon Music, con “T+ Tik Tak Tok”, nos regaló un solo de Chunchu –guitarra de la banda– de aquellos que se vitorean y se recuerdan más allá de un festival. Daniel P. García
Sobre el escenario aparenta menos aún de los 28 años que tiene, pero Troye Sivan demostró que no merece que se le adjudique sin más la etiqueta de one hit wonder: ese sísmico “Rush”, tan Basement Jaxx, es un revulsivo en toda regla, un exuberante temazo que por algo coronó su concierto, pero en realidad no hubo ni un minuto del bolo del australiano –escenario Santander– que no invitase el baile desenfrenado. Y con buen derroche de estilo. Sus canciones tienen groove, pegada y cintura en la distancia corta. Mucha. También proyección comercial. Y sobre el escenario expiden madera de estrella en ciernes. Invocaciones a un resultón house pop que combinan descaro y vis lúdica, con una gráfica puesta en escena queer. Ni siquiera faltó Guitarricadelafuente para sumarse a la fiesta y contribuir a realzar “In My Room” (no así Ariana Grande, cuya voz sonó enlatada en “Supernatural”), en un show de estética deliberadamente gay, con profusión de torsos masculinos desnudos y actitud más que insinuante. En un festival nuevamente copado en sus momentos estelares por nombres que acumulan décadas de currículo, se agradece que de vez en cuando nos vendan la ilusión (¿fundada? El tiempo dirá en qué medida) del relevo generacional, aunque sea a muy primera hora de la noche. Carlos Pérez de Ziriza
Lo de Yo La Tengo en el escenario Amazon fue como un rencuentro entre amigos. Amigos genios, claro, pero con esa interacción cálida, sólida y fluida, que solo se da con los años, de saberse los talentos y, sobre todo, las mañas (ya son cuarenta como banda y tantos más de matrimonio, entre Ira Kaplan y Georgia Hubley; con el bajista James McNew tocan desde 1992). “Esto parece un grupo íntimo, así que vamos a tocar una muy tranquila”, comentó Kaplan. Y así se sentía, como si los miráramos por un huequito mientras se paseaban por sus temas de ayer (“Ohm”, “Stockholm Syndrome”, “Tom Courtenay”, “Autumn Sweater”) y especialmente de hoy (“Sinatra Drive Breakdown”, “Aselestine”, “This Stupid World”, “Fallout”); días antes habían repasado sus característicos covers dentro del Primavera a la Ciutat en la sala Apolo. Dejándose llevar a través de los distintos efluvios de su sonido, folk, indie, punk rock, shoegazing, noise… oscilaban intercambiándose instrumentos, descargando y disfrutando en largas instrumentaciones, en trances de riffs y bases electrónicas –solo les faltaba decir: “¿te acuerdas de esta”–, mostrando que ni sus dulces voces, ni su ritmo y mucho menos su digitación han menguado un ápice. El culmen: “Blue Line Swinger”, la apoteosis construida a partir de una melodía mínima, un teclado y una secuencia, riff a riff, golpe a golpe, rasgado a rasgado, castillos erigidos en el aire con guitarras que se frotan y se giran al vuelo, de la dulce inquietud hasta la catarsis ruidosa. ¡Maravilla! Susana Funes