Troye Sivan: fiesta sin fin. Foto: Óscar García
Troye Sivan: fiesta sin fin. Foto: Óscar García

Festival

Primavera Sound (31 de mayo /1): todas las voces

Segunda jornada grande en el Parc del Fòrum con un menú tan gigantesco como disfrutable: del fiestón de Troye Sivan a la intimidad de Jessica Pratt y Joanna Sternberg, de una leyenda de la música contemporánea como Charlemagne Palestine al rencuentro con unos clásicos del festival como Yo La Tengo: ruta para no parar.

Aiko el grupo

Canciones cortas, divertidas e incisivas comulgando con el desparpajo de aquel punk pop nacional que convivía con la movida cuarenta años ha: una forma idónea en formato concierto para desmelenarse durante tres cuartos de hora, en el Pull&Bear, aupados por la energía de Teresa Iñesta y las tonadillas de los teclados de Bárbara López. Salvo dos canciones para desengrasar, es tralla adrenalínica –con aristas pero sin dañar– de efervescencia adolescente con posibilidades de convertirse en himnos nostálgicos refulgentes –gritar juntos “carrera lateral” en “Niños furbito y niñas lo que sea”, o subrayar “asqueroso” en “K pesao”– cuando el acné haya pasado. Muchas virtudes de la banda tienen que ver con la soltura comunicadora de lenguaje cercano de Teresa en su bien conseguido papel de listilla de la clase. Peñacastillo rules. David S. Mordoh

Aiko el grupo, nervio punk-pop. Foto: Òscar Giralt
Aiko el grupo, nervio punk-pop. Foto: Òscar Giralt

BADBADNOTGOOD

La propuesta sonora, la conformación de la banda y los atractivos visuales de BADBADNOTGOOD en el escenario Cupra resultaban más que sugerentes. Su expansión (o quiebre) del jazz hacia el hip hop, el trip hop, la psicodelia y la experimentación atrajo a un nutrido público que inicialmente se dejó seducir por sus vuelos instrumentales, con solos de saxo y de un peculiar instrumento de viento electrónico, una suerte de flauta theremín con el que dijeron saludaban a la vida extraterrestre. Sobradamente solventes en sus instrumentos, el concierto resultó, sin embargo, un tanto monótono o más bien cuadrado. Hasta una pieza inspirada en ritmos afrobrasileros sonó en cuatro por cuarto, sin la gracia y el groove de la síncopa o la polirritmia. Mostraron un mejor revés bailable cuando olvidaban las erudiciones, dejándose llevar por el funk. Susana Funes

BADBADNOTGOOD, expandiendo ritmo. Foto: Òscar Giralt
BADBADNOTGOOD, expandiendo ritmo. Foto: Òscar Giralt

Charlemagne Palestine

No hubo decepción: el vanguardista músico neoyorquino se personó, a sus 78 años, en el Auditori Rockdelux con su inconfundible sombrero y piano ornamentado con docenas de harapos y peluches vetustos para ofrecer una magistral interpretación de “Strumming Music” (1974), su seminal obra de minimalismo “maximalista” (dada su contundente plenitud sonora). Combinada con la presión constante del pedal de resonancia, la pulsación reiterada de pares de notas con leves flujos y aceleraciones creó unos clústeres reverberados extrañamente melódicos que, en efecto, ni parecían generados por el instrumento. El periplo percutivo, que fue derivando hacia la izquierda del teclado, acabó en un tumultuoso descenso a los infiernos, con duros mamporros contra las teclas más graves. “Hipnótica” se queda corto para definir la experiencia, recibida con una ovación en pie; sobrecogedor el ejercicio de concentración mental y mareante vigor manual del septuagenario, que concluyó con idiosincrasia la intensa performance, canturreando a pleno pulmón y entrechocando dos copas de vidrio. Xavier Gaillard

Charlemagne Palestine: minimalismo pata negra. Foto: Marina Tomàs
Charlemagne Palestine: minimalismo pata negra. Foto: Marina Tomàs

Chelsea Wolfe

Impecable fue la presentación escénica de la dramática dama oscura, con un excelente juego de luces y sombras –idóneo para el Auditori Rockdelux– que sumó severidad a los temas de su flamante “She Reaches Out To She Reaches Out To She” (2024), empezando con la atmósfera opresora de “Whispers In The Echo Chamber”, el trallazo maquinal “House Of Self-Undoing” y el espacioso trip hop de “Tunnel Lights”. Después de esos ejercicios industriales de serpenteo vocal (incluyendo ululaciones) y gestualidad corporal propia de un alma en pena, agarró la guitarra para regresar a tiempos pretéritos, administrando los riffs doomeros de “16 Psyche” y la pantanosa “The Culling”, dedicada a Ethel Cain. La acústica “Flatlands” puso un mágico final a un elegante y envolvente concierto cuya única posible pega fue su naturaleza un tanto prefabricada. Xavier Gaillard

Chelsea Wolfe, dark queen. Foto: Rosario López
Chelsea Wolfe, dark queen. Foto: Rosario López

Dogstar

Vamos a ser imparciales. Keanu Reeves es uno de los tipos más cool y majos del mundo. Como bajista es regulero, pero Dogstar dan el callo en directo, y más teniendo en cuenta que tocan en formato trío. Con todas las miradas puestas en Reeves –que santamente hizo lo máximo que pudo para mantenerse como el tipo más discreto del mundo–, la banda encaró en el escenario Plenitude un concierto basado en su disco “Somewhere Between The Power Lines And Palm Trees” (2023), el primero en más de veinte años. ¿Rock alternativo y grunge? Hombre, la verdad es que la banda encabezada por el cantante y guitarrista Bret Domrose se mueve más bien entre el after-punk más comercial y el pop soleado californiano, con diversos temas que recuerdan a los Stranglers de “Dreamtime”, sobre todo por los esforzados toques de bajo de Reeves. Y la versión de “Just Like Heaven”, pues oye, alegró la tarde. Ricard Martín

Dogstar: Keanu Reeves, bajista y discreto. Foto: Óscar García
Dogstar: Keanu Reeves, bajista y discreto. Foto: Óscar García

Faye Webster

La cantautora de Atlanta tiene muchas fans apasionadas que respondían a cada cambio de intensidad, y vocalizaban las frases de las canciones que sentían como suyas. No será una diva como Lana Del Rey, que fue competencia en otro escenario, pero a sus 26 años Faye Webster provoca pasiones y sobre todo muestra una solidez incontestable en su propuesta. Con esa mezcla imprecisa pero particular de pop sofisticado, ecos de Laurel Canyon, suave soul blanco y todos los matices que va marcando una banda polivalente: el saxo y el violín que la teclista aporta, la pedal steel guitar que tiene bastante protagonismo, la sensualidad de los ritmos. Un quinteto muy bien trabajado, que sonó potente y cristalino sobre el Pull&Bear, para desgranar, con una extraña estatua hinchable presidiendo la escena, las canciones de su nuevo álbum, “Undressed At The Symphony” (2024), y encontrar puntos álgidos en la exquisita interpretación de “A Dream With A Baseball Player”, en la lenta y sentida “Jonny”, o en “In A Good Way”, cuando Webster alternó guitarra y teclado. Su dúctil voz y su elegancia escénica presidieron la armoniosa velada. Ricardo Aldarondo

Faye Webster, sutil y elegante. Foto: Marina Tomàs
Faye Webster, sutil y elegante. Foto: Marina Tomàs

Ferran Palau

Tiene nuevo álbum bajo el brazo, el estupendamente sedante “Plora aquí” (2024), pero se hacía complicado diferenciar el grueso de su actuación de ayer de la de hace dos años en el mismo escenario (Estrella Damm) y más o menos a la misma hora, salvo porque entonces era un cuarteto y ahora un quinteto. El mismo solazo, más o menos las mismas canciones. Es lo que tiene también gozar de unas señas de identidad tan reconocibles, que han creado escuela. Incluso si llegas con el tiempo justo a su bolo, como fue mi caso, sorteando retenciones de tráfico gracias a un taxista punjabí, profesor de Ciencias Políticas, nada menos, y prestándome a explicarles luego a un par de fans de Lana Del Rey con cara de póquer qué son esas montañas de Montserrat que se perfilaban desde la lona trasera del escenario. Con sus dos Jordis (Matas y Pons) en la formación, Ferran Palau sonó tan elegante, ingrávido y sensual como siempre. Carlos Pérez de Ziriza

Ferran Palau, pop contra los elementos. Foto: Clara Orozco
Ferran Palau, pop contra los elementos. Foto: Clara Orozco

Gel

La presencia de este combo de punk hardcore en el escenario Steve Albini fue un refugio para los que no tragamos con la inmensa discoteca pop de Troye Sivan. Si Lana Del Rey tiene “Ultraviolence”, Gel practican la powerviolence. Sea como sea, las etiquetas se quedan cortas para describir la intensidad que en media hora desparramó esta banda punk de New Jersey. El salvaje abandono de la vocalista Saimi Kaiser –a quien no se le entiende ni papa de lo que canta, ni hace falta que hace– es el punto focal de un torbellino metálico de energía primaria, una descarga de instrumentación espartana y riffs machacantes que hicieron recordar a los presentes que el poder de la violencia radical en el rock sigue siendo relevante. Vaciaron la mayoría de los temas de su álbum debut “Only Constant” (2023), y dejaron claro que su muy cafre arte es tanto música como una catarsis de demonios internos. Ricard Martín

Gel: poderío punk. Foto: Rosario López
Gel: poderío punk. Foto: Rosario López

Guillem Gisbert

El disco en solitario sirve para conocer un poco mejor su caudal de participación en Manel, y para perfilar todavía más el personaje a través de sus textos, en este caso sin la proliferación de estribillos tan flagrantes. Empieza el concierto, en el escenario Pull&Bear, con un sonido en los altavoces de banda de fiesta mayor, tras la cual aparece Guillem Gisbert solo a los teclados para introducir “Les dues torres”. Y pronto, como queriendo constatar que es mentira eso de que el disco no contiene buenas tonadas, despacha la canción titular de “Balla la masurca!”. El formato directo permite resaltar la línea funk de “Empatia total” gracias al bajo de Jordi Casadesús, así como la veta Dylan/Springsteen de “Les aventures del general Lluna”. Complementando este buen tramo final –también suena “Waltzing Matilda”–, la banda cierra en plan acústico tunero entrañable con “Estudiantina”. David S. Mordoh

Guillem Gisbert, bailando la mazurca. Foto: Óscar García
Guillem Gisbert, bailando la mazurca. Foto: Óscar García

Jessica Pratt

La cantautora de voz nasal lanzó un embrujo inapelable desde el inicio de una de esas veladas de confort extasiante que se cargan en el equipaje hasta, mínimo, el siguiente encuentro. Amparada en su fabuloso último trabajo, la hipnosis arrancó al primer acorde de “World On A String”, una de las exquisiteces de un “Here In The Pitch” que debería ocupar un lugar preferente en las listas de lo mejor del año. Acompañada por un teclista, un percusionista y una bajista capaz de desenvolverse por igual con la guitarra y los coros, la cantautora de San Francisco logró convertir el Auditori Rockdelux en un receptáculo ajeno a malestares, angustias y dolores corporales, los últimos en expansión en la segunda jornada. Su folk autoral recordó por momentos a una Linda Perhacs perfilada por el barniz cinemático que le suministraba su atento teclista. En unos temas optó por una cadencia bossa nova que parecía trasplantar el escenario hacia un local ubicado en una década lejana del pasado siglo. En otras optó por reducir su encanto a esa prodigiosa voz multinivel que se impone sin necesidad de ajustar la intensidad, a veces, reforzada incluso con el contrapunto vocal que le deparó la otra mujer de la formación. En esos instantes que decidió prescindir de percusión, hasta el baterista seguía absorto el transcurso de la canción. Tras un bis relámpago, el dueto femenino regresó al escenario para un último deleite atemporal, “The Last Year”, tema que también cierra su reciente LP. El Auditori volvió a convertirse en el marco soñado para una ofrenda mágica. Marc Muñoz

Jessica Pratt: ofrenda mágica. Foto: Marina Tomàs
Jessica Pratt: ofrenda mágica. Foto: Marina Tomàs

Joanna Sternberg

La autoproclamada nerviosidad escénica de la joven cantautora provocó diversos deslices en su interpretación, de los que se disculpó continuamente; imperfecciones que no perjudicaron el flujo del recital en el Auditori Rockdelux e incluso sumaron a la crudeza del repertorio –una retahíla de magnéticas melodías animosas enmarcando un contenido lírico deprimente (se refirió al público como “educada gente angelical que disfruta de canciones tristes”)–. Empezó con un seudoragtime newmaniano al piano (“Mountains High”) antes de ofrecer delicias de rasgueo acústico a la guitarra (“People Are Toys To You”, “I’ll Make You Mine”, “Stockholm Syndrome”) y luego regresar a las teclas (para contarnos su experiencia con el Zoloft en “Drifting On A Cloud”). Comentarios espontáneos –sobre las sillas del escenario, la bebida Red Bull, la absurdidad de la palabra “bullying”, o la voz de Shane MacGowan– fueron el entrañable tejido conectivo entre las tonadas, aparentemente simples e inofensivas, pero dignas portadoras de la historia de la música norteamericana (desde el folk y el country hasta los estándares del gran cancionero). Xavier Gaillard

Joanna Sternberg: lo amateur es bello. Foto: Marina Tomàs
Joanna Sternberg: lo amateur es bello. Foto: Marina Tomàs

julia amor

julia, con su bonito pantalón vaquero de doble tela sinuosa, y sus tres acompañantes, con mono de faena cual obreros especializados del tecnopop sentimental (dos teclistas y un batería), tuvieron el sol de cara –escenario Steve Albini–, pero también la brisa del mar a favor de la dicotomía de sus canciones. Ritmos bailables y melodías más bien melancólicas, para cuando hay que curar las heridas expresando sentimientos (“No hay nada de valor aquí desde que te marchaste”) y buscar la evasión sideral (“Otro planeta”), en un viaje de introspección comunitaria y rítmica. Julia conduce la nave con seguridad, con una voz sincera y modulada, para construir una nueva perspectiva sobre el amor, buscando la calidez en los sintetizadores entretejidos, en la percusión electrónica y acústica a la vez. El final con “Ya no lo siento” definió el logro de sus propósitos, al defender la humanidad de la electrónica. Ricardo Aldarondo

julia amor: humanidad y electrónica. Foto: Óscar García
julia amor: humanidad y electrónica. Foto: Óscar García

Lisasinson

Cuando salieron a tocar no había nadie, dijeron luego. Por eso agradecieron que en pocos minutos ya se hubiera juntado un buen grupo de gentes frente al escenario Plenitude dispuestas a dejarse llevar por el encanto y la capacidad de generar empatía de las valencianas Miriam y Paula. Todos a bailar a ritmo libre, el de la energía punki-pop guitarrera, el de la liberación amorosa cuando es sí pero no (“Ya me da igual que me digas que me quieres”, “Nunca serás mi amor, lo digo de corazón”), el de la proclama de su protohit “Atasco” (“En esta ciudad no volverán las chicas a llorar jamás”). Divertidas, saltarinas pero con el riff de guitarra bien aguerrido, reverdecen a las riot grrrls y dan sentido para las nuevas generaciones a los mensajes directos y de siempre, como en “Soy una punk”. Ricardo Aldarondo

Lisasinson, aguerridas. Foto: Rosario López
Lisasinson, aguerridas. Foto: Rosario López

nusar3000

Ya en su DJ set del año pasado en Sónar saltaron todas las alarmas. Allí estrenó su célebre remix de “Despechá” de Rosalía y a partir de ahí ha subido su caché y su prestigio. Con su habitual máscara para proteger su anonimato, salió al escenario con un look de guerrero oriental futurista, como sacado de la reciente y magnífica exposición “Arabofuturs” del Institut du Monde Arabe parisino. En medio de un menú sonoro rico y variopinto (funk brasileño, trap, kuduro, melodías orientales, ritmos disruptivos, flamenco, bass music), interpretó su trepidante hit “Melaza”, versionó el “Juanito Alimaña” de Héctor Lavoe (¡sí!), invitó al escenario Plenitude a Matías López –al que presentó como bailarín solista del Ballet Nacional– y a MJ Nebreda (para un reguetón de alto voltaje sexual) y estrenó su magnético “Rosa de Jericó”, que acaba de lanzar junto al gran Israel Fernández. ¡No le pierdan la pista! Luis Lles

nusar3000: misterio en ascensión. Foto: Òscar Giralt
nusar3000: misterio en ascensión. Foto: Òscar Giralt

Omar Apollo

Apertura en el Estrella Damm en plan rockstar para un ídolo en construcción que fundamentalmente explota su vena romántica. En ese registro –R&B de almíbar– está el mexicano-americano, autor, de momento, de un disco (“Ivory”, 2022) y una mixtape grabada el año de la pandemia, material que presentó en formación de cuarteto. Con unas capacidades vocales lejos de ser prodigiosas y un correcto falsete –recurso clave si haces la música que hace él–, Apollo cantó canciones sobre lo que se siente cuando la persona amada no te coge el teléfono, chupó un sobre donde debía de haber algún producto azucarado y bajó al foso a firmar autógrafos, todo a la vez. Blando, templado, autoexigente solo lo justo y tirando de algún pasito de baile, Apollo se gustó. El público, que puso algo de su parte, también lo disfrutó. Bruno Galindo

Omar Apollo: caricias R&B. Foto: Marina Tomàs
Omar Apollo: caricias R&B. Foto: Marina Tomàs

Rita Vian

Rita es parte importante de la renovación del folclore en Portugal y de la incorporación del hip hop y la electrónica dentro de la tradición cancionística, sobre todo en el fado. De ahí el manejo de la voz, entre el canto y el recitado, con una potencia tan atronadora como evocadora de saudades y evitando en ella el uso de efectos. El mejor ejemplo de esto fue la reinterpretación de “Ir embora”, un fado en un tono más pop, pero acompañada por la guitarra del talentoso Manel Ferreira. Ecléctica en su estilo, nos deleitó con su hit “Podes ficar”, un hip hop funk con matices trap sin perder esa cadencia lusitana. Del mismo modo, hacia el cierre de su espectáculo sobre el escenario Cupra cantó “Cuido de mim” de su último disco “Sensoreal” (2023), diciendo que cuidar de sí mismo era el mensaje que ella pretendía dejar con su música. Daniel P. García

Rita Vian: sensaciones lusas. Foto: Marina Tomàs
Rita Vian: sensaciones lusas. Foto: Marina Tomàs

Scowl

Una pequeña pero motivada multitud se concentró a las siete de la tarde en el escenario Steve Albini para ver a Scowl, la nueva sensación del punk hardcore californiano. La banda encabezada por Kat Moss salió a matar con “Retail Hell”, de su primer EP, “Reality After Reality” (2019), una pedrada de metalcore iracundo que inauguró la tarde con un pequeño mosh pit. La menuda vocalista de pelo azulado tiene la capacidad de mover su voz entre el esputo infernal gutural y una calidez pop vintage, algo que quedó patente en el segundo tema, “Shot Down”: ¡estrofa rollo Venom y estribillo a lo No Doubt! De hecho, a ratos parecen bandas diferentes: con un pie en la cabalgata thrashcore y otro en el punk’n’roll de estribillo pegajoso, como en la magnífica “Psychic Dance Routine”. La actuación se hizo corta, y con razón: acabó quince minutos antes de lo previsto. Ricard Martín

Scowl: punk’n’roll contundente. Foto: Rosario López
Scowl: punk’n’roll contundente. Foto: Rosario López

Silica Gel

Una de las bandas del momento en Corea del Sur tiene un sonido que podría definirse como indie rock con matices k-pop, pero su riqueza musical va más allá. Cada canción parece un compendio de diferentes épocas y estilos de rock, predominando sobre todo aquellos más complejos como el rock progresivo en “No Pain” o el funk con alma soul de “Andre99”. Pero en las composiciones también se cuelan otros géneros como el punk melódico, el hip hop, el R&B, arreglos de metal, episodios de rock clásico, además de algunas armonías vocales que hacen guiños a boybands como Backstreet Boys o NSYNC, aunque adecuadas a los estándares que exige comercialmente el k-pop. El cierre, en el escenario Amazon Music, con “T+ Tik Tak Tok”, nos regaló un solo de Chunchu –guitarra de la banda– de aquellos que se vitorean y se recuerdan más allá de un festival. Daniel P. García

Silica Gel: ensalada coreana. Foto: Rosario López
Silica Gel: ensalada coreana. Foto: Rosario López

The Last Dinner Party

El tema que introduce y da nombre a su álbum debut, “Prelude To Ecstasy”, define muy bien la tónica de la propuesta de The Last Dinner Party: épica, apoteosis, exuberancia. En el escenario Cupra, fueron dando vida a todo su disco, más una canción inédita, con bellas voces y dominio instrumental, siempre en tono dramático, siempre arriba, siempre a más –potencia, armonías, matices y hasta gorgoritos–, como si cada tema fuera el último, como si el primer minuto fuera el éxtasis final (¿o la última cena?). Cautivadora, Abigail Morris se deslizaba por el escenario, arengando al público e interactuando con sus compañeras de banda, entrelazando armonías y guiños con la guitarrista Lizzie Mayland. Delicada sonó “Beautiful Boy”, “Gjuha” las acercó a Dead Can Dance y la euforia más pegadiza llegó con “Sinner”. Susana Funes

The Last Dinner Party: exuberancia . Foto: Òscar Giralt
The Last Dinner Party: exuberancia . Foto: Òscar Giralt

Troye Sivan

Sobre el escenario aparenta menos aún de los 28 años que tiene, pero Troye Sivan demostró que no merece que se le adjudique sin más la etiqueta de one hit wonder: ese sísmico “Rush”, tan Basement Jaxx, es un revulsivo en toda regla, un exuberante temazo que por algo coronó su concierto, pero en realidad no hubo ni un minuto del bolo del australiano –escenario Santander– que no invitase el baile desenfrenado. Y con buen derroche de estilo. Sus canciones tienen groove, pegada y cintura en la distancia corta. Mucha. También proyección comercial. Y sobre el escenario expiden madera de estrella en ciernes. Invocaciones a un resultón house pop que combinan descaro y vis lúdica, con una gráfica puesta en escena queer. Ni siquiera faltó Guitarricadelafuente para sumarse a la fiesta y contribuir a realzar “In My Room” (no así Ariana Grande, cuya voz sonó enlatada en “Supernatural”), en un show de estética deliberadamente gay, con profusión de torsos masculinos desnudos y actitud más que insinuante. En un festival nuevamente copado en sus momentos estelares por nombres que acumulan décadas de currículo, se agradece que de vez en cuando nos vendan la ilusión (¿fundada? El tiempo dirá en qué medida) del relevo generacional, aunque sea a muy primera hora de la noche. Carlos Pérez de Ziriza

Troye Sivan: icono queer con actitud. Foto: Óscar García
Troye Sivan: icono queer con actitud. Foto: Óscar García

Yo La Tengo

Lo de Yo La Tengo en el escenario Amazon fue como un rencuentro entre amigos. Amigos genios, claro, pero con esa interacción cálida, sólida y fluida, que solo se da con los años, de saberse los talentos y, sobre todo, las mañas (ya son cuarenta como banda y tantos más de matrimonio, entre Ira Kaplan y Georgia Hubley; con el bajista James McNew tocan desde 1992). “Esto parece un grupo íntimo, así que vamos a tocar una muy tranquila”, comentó Kaplan. Y así se sentía, como si los miráramos por un huequito mientras se paseaban por sus temas de ayer (“Ohm”, “Stockholm Syndrome”, “Tom Courtenay”, “Autumn Sweater”) y especialmente de hoy (“Sinatra Drive Breakdown”, “Aselestine”, “This Stupid World”, “Fallout”); días antes habían repasado sus característicos covers dentro del Primavera a la Ciutat en la sala Apolo. Dejándose llevar a través de los distintos efluvios de su sonido, folk, indie, punk rock, shoegazing, noise… oscilaban intercambiándose instrumentos, descargando y disfrutando en largas instrumentaciones, en trances de riffs y bases electrónicas –solo les faltaba decir: “¿te acuerdas de esta”–, mostrando que ni sus dulces voces, ni su ritmo y mucho menos su digitación han menguado un ápice. El culmen: “Blue Line Swinger”, la apoteosis construida a partir de una melodía mínima, un teclado y una secuencia, riff a riff, golpe a golpe, rasgado a rasgado, castillos erigidos en el aire con guitarras que se frotan y se giran al vuelo, de la dulce inquietud hasta la catarsis ruidosa. ¡Maravilla! Susana Funes

Yo La Tengo: el trío infalible. Foto: Òscar Giralt
Yo La Tengo: el trío infalible. Foto: Òscar Giralt
Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados